«Hay que estudiar historia para sacar de ella lecciones para nuestra vida cotidiana» es una de las frases más bobas que uno puede escuchar. La principal lección que enseña la historia es que nadie aprende sus lecciones. La siguiente es ésta: cuando los listos, los números uno, los que saben se hacen cargo de la alta política, llevan a sus países al desastre con una seguridad absoluta. Los ejemplos son inacabables.
Sólo en el siglo XX encontramos algunos casos inauditos. La primera yihad contra los cristianos europeos que se lanzó en el siglo XX corresponde al califa del imperio otomano a instancias de los alemanes, en noviembre de 1914, a los pocos meses de que Turquía se uniese al bando de los Imperios Centrales en la Primera Guerra Mundial. Entonces, no tuvo ninguna consecuencia. Hoy la palabra yihad es conocida por todos y se libra en las calles de París y Bruselas.
Esos mismos aristócratas que controlaban el Ministerio de Asuntos Exteriores y el Estado Mayor Imperial alemanes tuvieron una idea brillante, con consecuencias en la historia mundial. En marzo de 1917 trasladaron a Petrogrado a los bolcheviques rusos exiliados en Suiza para que agravaran el desorden provocado por la revolución de febrero que había derrocado al zar Nicolás II. Esa operación de inteligencia no sirvió para que Alemania ganase la Primera Guerra Mundial… ni tampoco la Segunda. Menos de treinta años después, los bolcheviques entraron triunfantes en Berlín y Viena. Es lo que ocurre cuando confundes a unos revolucionarios empapados de política y odio de clase con unos caballeros propietarios de castillos y cotos de caza.
“Los mejores y más brillantes” de los que se rodeó John Kennedy en 1961 metieron a EEUU en la guerra de Vietnam. La gerontocracia que gobernaba la URSS estaba convencida en 1979 de que deponer a su virrey de Afganistán y sustituirlo por otro más obediente sería coser y cantar, y se encontraron con una guerra de carácter religioso, animada por Estados Unidos, que contribuyó a la caída de la dictadura soviética.
Cuando Washington pudo reorganizar Afganistán, se negó a reponer al anciano rey Mohammed Zahir Shah, porque “el hogar de los valientes” no restaura monarquías, sino que se volcó en establecer una democracia parlamentaria con turbantes y capas. Barack Obama, Hillary Clinton y su gente de la Ivy League también prometieron que las primaveras árabes traerían democracias a Oriente Próximo. Las consecuencias han sido Afganistán otra vez controlado por los talibanes y matanzas e inestabilidad en Libia, Irak, Siria y Líbano.
Y ahora que Hamás ha vuelto a golpear a Israel con unos atentados que han causado 1.300 muertos, se ha recordado que varios miembros de la cúpula israelí (generales, ministros y dirigentes de los servicios de información) alimentaron durante años a este movimiento palestino islamista con la intención de debilitar a la OLP. Tanto cebo se dio a la lagartija que ésta se ha convertido en un dragón.
Azerbaiyán ataca a Armenia con armas israelíes
Otro de esos planes sin fisuras escritos en memorandos que circulan por los despachos es el que vincula a Israel y Azerbaiyán. Desde hace varios años, Israel mantiene relaciones con Azerbaiyán, ex república soviética con frontera con Irán y, además, el único país musulmán chiita con embajada en Tel Aviv.
De Azerbaiyán, los israelíes reciben petróleo y gas natural, y permiso para instalar puestos de escucha y espionaje a Irán. A cambio, le venden al presidente Ilham Aliyev, que lleva en el poder ya veinte años, armamento ultramoderno, como drones, misiles y sistemas de guerra electrónica. Entre 2016 y 2021, se registraron casi 100 vuelos cargados con armas entre el aeropuerto israelí de Ovda y Bakú. A lo largo de 2023, siguió el tráfico de armamento, que ha enriquecido a los fabricantes israelíes, incluso durante el verano pasado.
Estas armas las han usado los azeríes para conquistar el pasado septiembre el enclave de Nagorno Karabaj y proceder a la expulsión de 100.000 armenios, de religión cristiana. Semejante deportación apenas apareció en los medios de comunicación occidentales, entretenidos con la guerra de Ucrania y, en España con la discusión sobre la inminente amnistía a los delincuentes catalanistas que cometieron un golpe de estado en 2017.
El interés nacional de unos, los israelíes, acarrea la desgracia de otros, los armenios. Y eso que ambas naciones tienen en común un pasado de diásporas, enfrentamientos y matanzas causadas por pueblos musulmanes.
El petróleo da riqueza y compra impunidad
Estamos en una época en que la política es hipócrita hasta revolver los estómagos. Las oligarquías que gobiernan la UE y Estados Unidos se arrodillan ante quienes les facilitan energía barata, sean Vladímir Putin o el emir de Catar. El régimen que posee petróleo goza de una licencia para hacer lo que quiera, incluso sabotear a los compradores de sus hidrocarburos.
En sus tratos con el imperio otomano en el siglo XVI, hubo una diferencia entre la España de los Austria y la Francia de los Valois. Los reyes franceses se aliaron con el sultán y sus vasallos, los piratas berberiscos, contra su odiada Monarquía Católica: les pasaban información y armas, Francisco I le cedió a la flota de Barbarroja en puerto de Tolón para que invernase (la población tuvo que marcharse) y Carlos IX se negó a enviar ayuda a los caballeros sitiados en Malta por Solimán el Magnífico, aunque la mayoría eran franceses, y prohibió a sus nobles alistarse en la Liga Santa que formaron España, Venecia, el Papado y Génova.
El rey de España, Felipe II, aceptó firmar treguas con los turcos, su enemigo existencial, para asegurar la paz en sus reinos de España y de Italia y descargar a su hacienda de gastos; pero lo hizo después de la victoria de Lepanto.
La política de los Valois se ha impuesto entre los gobiernos democráticos una vez concluida la Guerra Fría.
Algo de moral, de justicia y de decencia debe haber en la política exterior. Si la Unión Europea defiende a Ucrania ante la invasión de Rusia, ¿por qué calla ante una agresión similar por parte de Azerbaiyán a Armenia y la limpieza étnica contra los armenios?
Las estrategias y las conductas que aplican los gobiernos occidentales acaban deslegitimando a quienes se presentan como faro de los derechos humanos. Porque, cuando llegue una crisis (que siempre llega, tarde más o menos), nadie querrá sacrificarse ni mucho menos morir por una caterva de mentirosos, cuyos miembros se consideran tan impunes que guardan en sus casas maletas con los sobornos recibidos.