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La «pasionaridad» rusa

Cómo ha conseguido el pueblo ruso sobrevivir durante mil años

Llamar a Trump “fascista” no es meramente una injuria, sino algo infinitamente peor, un error. Nada tengo que decir, salvo lo obvio, contra la propaganda bélica, y hoy todo es guerra en algún sentido, como para darle la razón a Clausewitz. El peligro es que la necesidad de demonizar al contrario lleve a los nuestros a tomar en serio, como cierto, lo que debe ser instrumental; hipérbole, en el mejor de los casos. El buen camello no consume su propio producto.

Conocer a tu enemigo es un punto esencial en cualquier estrategia, y simplificar su pensamiento e intenciones, no digamos retorcerlo hasta la caricatura, puede arruinar la batalla. Es lo que están haciendo los partidos del sistema en Europa con el soberanismo, y es lo que está haciendo Occidente con la Rusia de Putin.

La guerra en Ucrania no está evolucionando en un sentido favorable a las armas de la OTAN, por decirlo suave, y las interpretaciones que los analistas suelen dar sobre las intenciones de Moscú a menudo caen en el error que mencionamos al principio, el de creer la propia propaganda.

Es un error, por otra parte, en el que ya se cayó en las llamadas ‘guerras contra el terror’ y en las primaveras árabes, el universalismo norteamericano que puede resumirse en el convencimiento de que debajo de cualquier talibán hay un chico de Wisconsin, amante de la democracia y el estilo de vida americano, pugnando por salir. Que la premisa fue errónea está ya a la vista de cualquiera, especialmente tras la desastrosa retirada norteamericana de Vietnam y la vuelta de los talibán, con una fuerza mucho mayor que la que tenía antes de la invasión. Tampoco el ruso medio es un chico de Wisconsin.

En el caso ruso, los aliados occidentales han vendido la tesis de que, si no se le para en Ucrania, el ejército ruso no parará hasta llegar a Lisboa. Calificar esta opinión de exagerada es lo que los británicos llaman un understatement, es decir, quedarse muy cortos.

Lo que domina el pensamiento estratégico ruso es la ‘seguridad’, que no en balde en ruso se dice byezopasnost, literalmente “sin peligro”. Y tanto la historia como la geografía se han aliado para enseñar a los rusos en qué consiste ese ‘peligro’ y hasta qué punto está siempre a la vuelta de la esquina.

Con la geografía y la historia empieza el trabajo de filosofía política de Glenn Diesen, profesor asociado de la Universidad del Sudeste de Noruega, El Conservadurismo Ruso. Rusia es una enorme potencia terrestre sin apenas acceso al mar exterior. La geografía, sostiene Diesen, condiciona la prevalencia de “políticas conservadoras definidas por la autocracia, un concepto ambiguo y complejo del nacionalismo y el papel duradero de la Iglesia Ortodoxa”, algo que implica resistencia al “secularismo radical” que caracteriza a Occidente.

Rusia no tiene fronteras naturales defendibles; ha sido invadida u ocupada por suecos, polacos, lituanos, la Horda de Oro mongol, los tártaros de Crimea, Napoleón y los alemanes de Hitler. La invasión mongola, especialmente, dejó su huella en la política: “La autocracia se convirtió en una necesidad tras el legado mongol y el establecimiento de Rusia como un imperio euroasiático con una vasta y mal conectada extensión geográfica”.

En 2012, cuando la situación internacional era muy distinta, en su discurso anual, Vladimir Putin mencionó un concepto esencial para su particular modalidad de nacionalismo, passionarnost. Concepto acuñado por Lev Gumiliov (en la imagen), es el pilar principal de su comprensión del ethos nacional, un impulso intrínseco imperioso hacia una actividad con un propósito que siempre está dirigida a cambiar el entorno, tanto social como natural. Esa ‘pasión compartida’ –que es, sobre todo en el caso ruso, un ‘sufrir juntos’– constituye la piedra de toque de la construcción nacional. Comprenderlo es un paso esencial para entender a Rusia.

Como lo es entender otro concepto básico y muy ruso: la sobornost, la ‘solidaridad total’, el ‘nosotros’ ruso, que puede ser un nosotros glorioso o un nosotros vencido y cautivo, pero que se ve como una colectividad marcadamente separada del resto del mundo.

Es la idea de que el pueblo de Rusia consiste en el resultado de este concepto de unidad, que Nosotros somos Nosotros; nosotros, como un solo pueblo, independientemente de la confesión, el clima, la clase o el clan. Si eres leal al Estado, eres ruso, así de sencillo. Y este Estado es sobre todo una herramienta para protegerte de Ellos. Es decir, de todos los que les rodean y buscan su destrucción. Es decir, no es solo un Nosotros, sino un Nosotros contra Ellos.

La pregunta a la que Gumiliov –que pasó años en un gulag soviético– busca una respuesta es cómo ha conseguido el pueblo ruso sobrevivir durante mil años. Y para responder tiene que explicar cómo un pueblo (una etnia, como él la llama) puede sobrevivir superando desafíos durante un largo período de tiempo, y acabar incluso gobernando una gran parte del planeta a todos los pueblos que la habitan.

Es una ecuación con dos partes. La primera es el propio ethnos, esa parte de la humanidad que se organiza como pueblo. La segunda es su entorno. La interacción entre esas dos partes decide si un determinado pueblo o nación puede sobrevivir e incluso prosperar frente a una hostilidad constante. El entorno dual de enemigos hostiles y la hostilidad envolvente de su propio entorno físico.

Gumiliov postula que debe haber una pasión en el torrente sanguíneo genético de un pueblo para que sobreviva y prospere. Esto da lugar a su concepto de pasionaridad.

Gumiliov es uno de los padres del eurasianismo, del que Aleksander Duguin es el exponente más conocido, una teoría que sostiene que nuestro concepto occidental de «continentes» es erróneo en la verdadera comprensión de la «historia mundial». Gumiliov es la raíz del estilo de pensamiento «nacionalista» de Alexander Dugin.

La mezcla de la pasión del ethnos ruso con la naturaleza comunitaria del pueblo ruso, expresada en la sobornost , ha permitido que Rusia, la nación, sobreviva, sostiene Gumiliov. Es el «nosotros», la unidad de Rusia, combinada con la dureza de su paternidad multiétnica en un entorno físico hostil, lo que da lugar al ingrediente clave de la pasión. Saben ser uno, y saben sufrir juntos, Pasionarismo y Sobornost.

Rusia ha sobrevivido más de mil años porque sabe sufrir, sufrir juntos. Los rusos ponen el énfasis en la totalidad de Rusia por encima de la unidad de cada ruso en particular. La comunidad por encima del individuo.

Por eso Rusia no se ha desmoronado, no se ha desintegrado frente a las circunstancias más adversas a lo largo de su historia, pero sí ha estado cerca de hacerlo en el periodo entre 1990 y 2008, justo después de la caída del régimen comunista y la desaparición de la Unión Soviética, en el periodo que muchos rusos llaman hoy ‘la violación de Rusia’. En ese tiempo podía decirse que muchos rusos, muchos jóvenes rusos, estaban perdiendo su voluntad de ser rusos y alimentando un anhelo de Occidente, de disolver su identidad en una imitación a lo que veían fuera.

Es paradójico que haya sido la hostilidad occidental, o lo que han percibido como hostilidad occidental, lo que les ha despertado del letargo de la época de Yeltsin, devolviéndoles el deseo de ser ellos mismos, de ser lo que siempre han sido.

Quince años en el diario líder de información económica EXPANSIÓN, entonces del Grupo Recoletos, los tres últimos años como responsable de Servicios Interactivos en la página web del medio. Luego en Intereconomía, donde fundó el semanario católico ALBA, escribió opinión en ÉPOCA, donde cubrió también la sección de Internacional, de la que fue responsable cuando nació (como diario generalista) LA GACETA. Desde hace unos años se desempeña como freelance, colaborando para distintos medios.

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