«La máquina del fango nace en el no reconocimiento de la legitimidad del Gobierno progresista»
Estas manifestaciones del actual Presidente del Gobierno, Pedro Sánchez, son muy recientes, del 5 del presente mes de mayo. La deriva actual política, tan tristemente visible en nuestros días, llega hasta un Gobierno que parece no entender que su autoridad debe nacer del expreso reconocimiento de todas las voluntades y expresiones políticas que están recogidas y plenamente garantizadas por el Estado de derecho y nuestro orden constitucional vigente. Un Gobierno no puede cuestionar la legitimidad de la libre conciencia política, al que todo ciudadano tiene derecho y, menos aún, pervertir el lenguaje hasta convertir la escena y el panorama político en lo más parecido a un vulgar ring pugilístico.
Máquina de fango, reaccionarios, periodistas fake, extrema derecha; el señalamiento y el hostigamiento a todo lo que no sea de la cuerda y el ideario político del Gobierno nos precipita a un escenario que, ciertamente, algunos creíamos ya superado hace muchos años gracias al desarrollo y la plenitud de una democracia y sus instituciones que garantizaban la libre expresión de cualquier tipo de conciencia política. Hoy, el escenario es distinto, el fango político bajo el que el Gobierno pretende alargar una legislatura que ha nacido prácticamente muerta nos retrotrae a escenarios que creíamos, no solamente ya superados, sino incluso olvidados.
El Presidente hacía referencia al no reconocimiento de la legitimidad del Gobierno progresista, y lo dice un declarado nostálgico de la vida y obra del que fuera, sin duda alguna, uno de los máximos fiduciarios y promotores de la lucha cainita entre españoles, Largo Caballero. El mismo que desde mediados del año 1933, en el momento que el Gobierno Azaña (sustentado por una coalición de republicanos y socialistas) se tambaleaba azotado por las derivaciones políticas de los trágicos sucesos de Casas Viejas (enero 1933), amenazaba públicamente con la instauración de una dictadura del proletariado. Aquel PSOE, haciendo un alarde de funambulismo democrático, amenazó a millones de españoles antes, durante y después de las históricas elecciones de 1933 (las primeras en las que participó la mujer española) ante la más que previsible victoria de las derechas, como así finalmente ocurriría (victoria de la CEDA). Las coacciones y amenazas nacían debido a que su líder, Gil Robles, no había hecho un expreso y público acatamiento al régimen republicano, como si el PSOE tuviese la potestad de asumir el papel de ser el proveedor y garante de los derechos y libertades recogidos en la Constitución republicana cuando era, precisamente, todo lo contrario.
Bien, aparte de ser resueltamente improcedente esa conducta de apropiación de la voluntad política de todo una nación, la premisa planteada era además rotundamente falsa y es que Gil Robles, en la que fue su primera intervención en la Cámara republicana, el 24 de Julio de 1931, dejó patente la que habría de ser su conducta política dentro del régimen republicano:
“…en cuanto a lo de Monarquía o República yo tendré un convencimiento íntimo, en el cual no permito que nadie penetre, pero como ciudadano he demostrado en todo momento, un acatamiento total al Poder establecido”.
Ese expreso acatamiento al Poder establecido lo hizo Gil Robles en alguna otra ocasión más en sede parlamentaria; para el líder de las derechas la Patria estaba muy por encima del signo o tipo de régimen de turno. Pese a estas afirmaciones y que resultaban en extremo determinantes, el PSOE nunca aceptaría a unas derechas que, con su crecimiento durante el transcurso de aquel año, podían dinamitar el que era su más reconocible propósito y sobre el que llevaban trabajando desde muchos años atrás, la implantación de una República de corte socialista en España.
Llegados al histórico mes de noviembre de aquel año, 1933, el PSOE aumentaba el grado de sus amenazas hasta el punto de poner en un verdadero brete la estabilidad institucional republicana; veamos unos breves ejemplos de todo ello con el objetivo de que nos ayuden a contextualizar la verdadera dimensión de aquella formidable amenaza.
«Si alguien quiere entregar el poder a las fuerzas reaccionarias, el pueblo español estará en el deber de levantarse revolucionariamente».
Estas palabras son del líder del PSOE Indalecio Prieto, el 28 de Noviembre de 1933; las realizaba en el cine Europa de Madrid, cuando ya se conocían los resultados de la primera vuelta de aquellas históricas elecciones, que parecían ser absolutamente favorables a las candidaturas del centro y derecha (Partido Radical de Lerroux y CEDA). Prieto, con estas manifestaciones, animaba a sus masas a utilizar la violencia para impedir lo que, libre y legítimamente, el pueblo español, la voluntad popular había decidido, un cambio político tras dos años en los que la paz social se había quebrado completamente a causa de unas políticas que, entre un mar de reformas, preconizaban una irreparable división ideológica entre españoles (recordemos que el 27 de agosto de 1931, el socialista Jiménez de Asúa ya advirtió en sede parlamentaria que se estaba formulando una Constitución de izquierdas).
A las veladas amenazas de Prieto se sumaban las proferidas por el otro líder del socialismo español, Largo Caballero que, días después, el 4 de Diciembre, en una entrevista publicada en el órgano del partido, El Socialista, esto diría:
“¿Mi visión de futuro? La de todo socialista. Creo en lo que todos los trabajadores, espero lo que ellos esperan y trabajo en lo que ellos trabajan. Y estoy, como ellos, seguro de nuestra victoria”.
La derrota de los socialistas era clara, determinante, sin embargo, su victoria en la ciudad de Madrid les animaba a expandir todo tipo de fabulaciones sobre las presuntas irregularidades y falseamientos en las provincias y ciudades donde no habían corrido esa misma suerte; así, en esa misma interviú, Largo Caballero se atrevía a exigir la disolución del Parlamento antes que entregar el poder a las derechas, vencedoras de las elecciones:
“Pero lo que sé es que la situación creada no tiene más que una salida republicana. Una sola: la de disolver el Parlamento”. “Su disolución es una de las medidas de buen gobierno que un Gabinete republicano puede y debe adoptar inmediatamente. No tienen otra salida los republicanos. Esa o la de entregar la República a las derechas, Ellos verán lo que hacen”.
Es decir, el líder socialista llegaba al extremo de pretender disolver las Cortes antes que hacer valer lo que el pueblo español, libre y soberanamente, había decidido en las urnas unos días antes (19 de Noviembre).
Lamentablemente, todas estas advertencias en forma de inequívocas amenazas se harían públicas y se materializarían días después en la misma sede parlamentaria, concretamente, en el debate de investidura del nuevo Gobierno que, aún presidido por Lerroux y sin presencia ministerial alguna de las derechas, no satisfacía las exigencias socialistas, esto es, impedir la facultad, delegada por el pueblo español, para propiciar un cambio de signo ministerial:
“…nosotros sentimos que se ha roto fundamentalmente el compromiso revolucionario que adquirimos con vosotros el año 1.930″. (Grandes rumores). Y aún mas, afirmaría que estas declaraciones (respecto de la coalición y entendimiento entre republicanos radicales y las derecha de la CEDA) «han abierto un periodo revolucionario”, «decimos que sentimos la obligación de defender, por todos los medios, los compromisos que dejamos incrustados, como postulados esenciales de la República, en la Constitución, y decimos que frente al golpe de Estado se hallará la revolución”. (Grandes protestas en las derechas, aplausos en los socialistas), «decimos Sr. Lerroux y señores diputados, desde aquí, al país entero, que públicamente contrae el socialismo el compromiso de desencadenar, en este caso, la revolución».
Era el 20 de Diciembre de 1933, se iniciaba la cuenta atrás del Golpe de Octubre de 1934.
Llegados a este punto, cuando menos, nos debemos cuestionar las palabras de Sánchez que abrían este articulo: «La máquina del fango nace en el no reconocimiento de la legitimidad del Gobierno progresista». La legitimidad no se compra, se obtiene cumpliendo fielmente el compromiso y el mandato adquirido con toda la ciudadanía y no haciendo distinción entre ciudadanos de primera y de segunda clase. Y es que, como revela su propia hemeroteca y a la que hemos hecho hoy referencia: “Para hacer cumplir las mentiras del presente, es necesario borrar las verdades del pasado» (George Orwell).