Las punteras de mis botines siguen manchadas de barro. Cuando llueve, el pueblo vuelve a llenarse de charcos y lodo. Estos botines negros me han acompañado desde la tragedia. De aquella jornada se han cumplido más de tres meses. Con ellos escapé del caos y de los saqueos de los primeros días, en una Paiporta sumida en el desamparo. Hoy me llevan a caminar por un pueblo devastado, bajo la indiferencia de unos políticos que no se atreven a visitarlo, convertidos en vendedores de un falso optimismo que no cala en el ánimo de los vecinos.
“Tornarem més forts que mai” (“Volveremos más fuertes que nunca”), reza así una pancarta colgada en el instituto Andreu Alfaro. No; no parece que esto vaya a ser así. Basta caminar por Paiporta, municipio pegado al costado sur de Valencia, y oír las conversaciones de la gente para desmentir esta consigna. La actividad económica sigue hundida. Menos del 20% de los negocios ha reabierto; los polígonos La Pascualeta y La Mina funcionan a medio gas y la hostelería, refugio de tanto empleo, no levanta cabeza.
El bar Cynthia reabrió el 11 de enero. Su dueño Juan José Medina lo perdió todo. Tuvo que reformar el local de arriba abajo y comprar mobiliario nuevo. Hoy está abarrotado de paisanos. “Aquí pueden desconectar de lo que están viviendo fuera”, dice. Medina calcula que sólo uno de cada diez bares y restaurantes ha reabierto. Él lo tuvo menos difícil: es propietario del local. Ha cobrado las ayudas del Consorcio de Compensación de Seguros. “¿Cuándo volverá la normalidad a la hostelería en Paiporta?”, le pregunto. No duda en la respuesta: “A finales de año”.
El bar Cynthia ha recuperado su clientela habitual, más la de otros bares cerrados. Funciona desde 2011. De los bares regentados por españoles es de los más antiguos del pueblo. El dueño opina que la riada del 29 de octubre marcó un antes y un después en la historia del municipio. “Habrá un nuevo Paiporta en dos años”, pronostica. El futuro del pueblo pende de la docena de grúas que anticipan su crecimiento urbanístico en la zona nueva, y de la llegada de más población.
Bares chinos y fruterías de paquistaníes
Los primeros bares en reabrir fueron los chinos. Algunos aprovecharon para subir los precios. Los paquistaníes hicieron lo propio con las fruterías, al igual que los suramericanos con las barberías. Luego le tocó el turno a los supermercados (la mitad continúan cerrados), algunos hornos, las administraciones de lotería y las farmacias.
Benjamín Canet es el dueño de una de las ocho boticas reabiertas. Queda una novena por hacerlo. Cuando entro, hay operarios trabajando en la reforma. “Hemos reabierto como hemos podido”, aclara. Es así. Han improvisado un mostrador. Las medicinas están apiladas en unas estanterías provisionales, junto a una estufa para calentarse. “¡Tengo las manos heladas!”, le confiesa a un jubilado.
La farmacia de Benjamín Canet se vio obligada a abrir en condiciones precarias, como así le exigía la Generalitat. Presta un servicio público del que no cabe prescindir. De su local quedaron las paredes. Se queja de que sólo ha recibido un anticipo del Consorcio. “Quiero que me paguen lo que me deben. No pido subvenciones”, reclama.
Canet se jubilará en unos años y le dejará el negocio a una hija, que es también farmacéutica. Le pregunto por el ánimo de los vecinos. “La gente se conforma con lo que tiene”, afirma. Antes de despedirnos me dice: “Que se sepa (lo del retraso de las ayudas); que en la tele parece que todo va bien”.
Pero no va bien. El malestar de los vecinos por el maltrato infligido por las administraciones se observa en las pintadas contra Pedro Sánchez y Carlos Mazón (las primeras ganan a las segundas por goleada), y en las protestas contra el gobierno municipal, con su alcaldesa socialista Maribel Albalat, desbordada por los acontecimientos. Se ganó la reprobación del Pleno. En la calle ya no se oye hablar de cómo se salvó la vida aquella tarde fatídica; las conversaciones giran en torno a si tu interlocutor ha cobrado una ayuda.
Familias en la pura subsistencia
En Paiporta la situación de muchas familias es de pura subsistencia. Al perder sus viviendas, cientos de ellas se tuvieron que ir a casas de familiares y amigos. Otras acuden a hacer cola a los puestos de reparto de comidas, en escenas que recuerdan los años de la posguerra. Todo ello explica el repunte de las enfermedades mentales, como en el encierro de 2020. Muchos afectados reciben apoyo y consuelo espiritual de las parroquias de san Jorge y san Ramón. En las misas se reza por los casi 60 fallecidos oficiales. ¡Qué solos se quedan los muertos! ¿Quién, además de sus deudos, se acuerda de ellos? Es como si se hubieran desvanecido. ¿Se hubieran salvado algunos si los equipos de rescate hubieran llegado a tiempo?
Hay verdadero pánico a vivir en plantas bajas, por si las aguas del barranco del Poyo vuelven a desbordarse. Se estima que los precios de estas viviendas caerán en picado, al igual que los de aquellos locales comerciales que no encuentran salida. Muchos no estaban asegurados. Los inquilinos afectados se niegan a pagar las reformas exigidas por propietarios. También hay negocios en manos de autónomos próximos a la jubilación, que no reabrirán. Irán tirando con ayudas hasta llegar a la jubilación.
Este no es el caso de Juan José Morcillo, de 59 años, dueño de un taller de reparación y venta de vehículos desde 1994. Él reabrirá. Hoy está pintando las paredes del local. Tuvo unas pérdidas de 200.000 euros. Perdió la maquinaria, cuatro coches propios y veinte de clientes. Lo que le ha pagado el Consorcio hasta la fecha sólo cubre un 15% de los daños. Con este dinero le ha dado para las puertas, la pintura y la cristalería. “Se me están quitando las ganas de abrir porque no he recibido las ayudas”, lamenta. Le duele ver cómo está Paiporta. Se emociona al contarlo. El sector de los talleres sufrirá en los próximos años. “Somos casi los mismos para menos tarta”, explica. Hay talleres que ya han cambiado de manos. Hablamos de las ayudas por pérdida de vehículos. De las de la Generalitat y de las del Gobierno. Doy fe que el cobro de las primeras es más ágil: las solicité un lunes y el jueves tenía los 2.000 euros ingresados en mi cuenta.
Los talleres reabiertos se dedican sobre todo a reparar vehículos afectados por la gota fría. Pero el pueblo sigue desasistido en otras actividades empresariales. Hay falta de ferreterías, tiendas de ropa, calzado e iluminación, inmobiliarias, peluquerías, mercerías, clínicas dentales, de fisiología y de podología, por citar sólo algunos negocios.
Un pueblo fantasma los fines de semana
Si uno quiere evadirse de la realidad, lo tiene difícil. El metro aún no funciona y tardará en recuperarse. Las instalaciones deportivas fueron arrasadas por el agua, al igual que el Auditorio municipal y el Ateneo Musical. Los parques infantiles están impracticables para que jueguen los niños. Paiporta es un pueblo fantasma las noches de los fines de semana. A ello contribuye la deficiente iluminación en muchas calles, en algunos casos alumbradas por grupos electrógenos, como el que hay en la parada de los autobuses que conectan con Valencia. Muy cerca está la Casa Gris, lugar del que el gerifalte socialista, con la cara desencajada, huyó mientras sus guardaespaldas lo protegían de la ira vecinal.
Ser vecino en Paiporta es acostumbrarse a tener paciencia. La paciencia de soportar el ruido ensordecedor de los camiones cuba que siguen sacando barro de solares y garajes. La paciencia para hacer la cola de subir al autobús, pedir una ayuda o recoger alimentos. La paciencia de muchas familias que ven cómo sus hijos se marchan a colegios de Valencia porque el suyo está inhabitable. La paciencia demostrada por miles de vecinos ante el retraso del Consorcio por ingresarles un anticipo para la reforma de sus garajes y ascensores. Como en algunos casos no lo reciben, algunas comunidades de propietarios han adelantado el dinero para iniciar los trabajos.
Rodrigo Sobero es administrador de fincas. Su empresa Gesadfincas2013 lleva varias comunidades en Paiporta. Su diagnóstico sobre lo que está sucediendo es sombrío. “A mí me parece una catástrofe incalculable”, dice refiriéndose a los daños habidos en las fincas de vecinos. “Me llevo las manos a la cabeza porque no sé lo se va a tardar en volverse a la nueva normalidad, y lo que va a costar”, agrega.
“Trabajarán al mejor postor”
Las indemnizaciones del Consorcio quedarán muy lejos de cubrir los daños de las fincas. Las ayudas estatales para tal fin tampoco han llegado. Una vez terminada la fase de limpieza y desescombro de las comunidades, se iniciará la reconstrucción con unos precios que se dispararán por la falta de empresas de suministro de material auxiliar para obras, según las estimaciones de Sobero. “Trabajarán al mejor postor”, avisa. De hecho, los costes del andamiaje ya se han duplicado.
Sobero echa en falta “una hoja de ruta” entre las administraciones implicadas para coordinarse en la reconstrucción de Paiporta y otros municipios afectados por la riada. La lentitud en la tramitación de las indemnizaciones y ayudas oficiales explica, a su entender, el cambio de ánimo de los vecinos: del alivio por no haber sido víctimas de la tragedia se ha pasado al abatimiento por la sensación general de parálisis. De mantenerse las actuales circunstancias, las comunidades se verán obligadas a desembolsar más dinero para acondicionar sus garajes y reparar los ascensores.
Como los garajes siguen inutilizados, los conductores aparcan donde pueden. Las plazas del pueblo se han convertido en aparcamientos. Los semáforos siguen sin funcionar. Aún se ven camionetas militares y vehículos de la UME, aunque muchos menos que en las primera semanas. Estos jóvenes soldados, que siguen quitando fango y vaciando los cementerios de automóviles, se merecen el mayor de los reconocimientos. Continúan trabajando por la reconstrucción del pueblo. Los he visto haciendo cola en un supermercado para pagar la barra de pan con la que se harían un bocadillo. Su comida del mediodía. Estos militares, junto con los miles de voluntarios que vinieron a ayudar, han sido la única luz de una pesadilla de la que Paiporta no consigue despertar.