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Llegó con tres heridas

La película de El gato con botas. El último deseo (Joel Crawford, Januel Mercado, 2022) tiene los ingredientes básicos de toda gran historia: un pasado que pesa, un futuro febril y un presente que presiona. Para más intensidad, el protagonista lo encara con tres heridas, como en el poema de Miguel Hernández, esto es, como en nuestra universal experiencia: la herida de la vida, la herida de la muerte y la herida del amor.

Que todo esto ocurra en una película de dibujos animados, repleta de chistes (buenos), no le quita densidad. Hay demasiado ajetreo de los escenarios, eso sí, supongo que como peaje a la dichosa tecnología 3-D. A cambio, algunos guiños a la estética del cómic, con fotogramas que recuerdan eficazmente a las viñetas, son estupendos.

Los guionistas no incurren en manidas homilías feministas. Entre la gata y el gato está todo muy claro

Que la historia sea de capa y espada, contra lo que pueda parecer, refuerza el fondo hondo de la película. «Hay algo noble en todas las espadas», como recuerda y cincela el poema de Martínez Mesanza, que añade: «y jinetes de luz en la hora oscura». A caballo también monta el gato con botas. La mejor prueba de esa nobleza que las espadas otorgan a todas las historias es La guerra de las galaxias, donde brillan con luz propia a pesar de las pistolas láser y los cazas intergalácticos. Hay hasta una orden militar: los Jedi, templarios utópicos. Otra imagen icónica de la espada, ésta del lado oscuro, es la de Juego de Tronos. La serie quería poner por encima de la nobleza la descarnada lucha por el poder y, por eso, el trono en juego se hace con espadas fundidas de los enemigos derrotados. Además, se llama «trono de hierro» para quitarle a las espadas de los vencidos hasta el timbre de su nombre, dejándolas en su fría materia prima. 

El gato con botas se apunta a los dos filos de la imagen de la espada. El oscuro: pierde el florete cuando pierde la estima personal, lo recupera cuando la gana y el regalo de la amada es… otra espada, pequeña, pero que acaba siendo la decisiva. Hay algo noble en todas las espadas.

Verla con los niños, compensa. El entretenimiento está asegurado, pero hay más, que importa. Nada edulcorada la imagen de la muerte, con la que se habla como en Las coplas a la muerte de su padre. Lo que no dejará de venirles bien a las criaturas. Como también la reflexión sobre la entrega del amor, que es igual de fuerte que la muerte, o más. Los guionistas no incurren en manidas homilías feministas. Entre la gata y el gato está todo muy claro.

Cuando se abren las puertas del cine, vemos que también se nos han abierto varias ventanas anímicas y morales

Se ríen, además, del coach y del almibarado discurso de las buenas vibraciones, que es incapaz de ver la cruda realidad. Al final el perrito que tiene vocación de asesor psicológico se salva y los salva por el amor a sus dueños, como toda la vida, sin ley del maltrato animal que afecte en lo más mínimo. Y paralelamente el otro secundario humorístico es un Pepito Grillo que reivindica, sin pelos en la lengua, algo tan esquinado y acallado últimamente como la voz de la conciencia. 

El tema de la adopción también se toca con un vigor desacostumbrado, sin tópicos ni ternurismos, pero con gratitud y esperanza. 

Tanta bravura parece que se la ha contagiado a los guionistas el Gato con botas. Su personalidad, con sombras y luces, con humor y dolor, está perfectamente trazada. El entusiasmo vital salta por encima de la barrera psicológica de que sea una película de dibujos y de que sea, además, un animal antropomorfo. La alegría de las fiestas (incluyendo brindis bastante etílicos) se disfruta de lo lindo.

Hay bastante humor negro, entre porrazo y porrazo, también. Una broma de éstas me ha hecho especial gracia porque arremete contra la irresponsabilidad moral y la idea tan extendida de que el mundo nos debe algo. Cuando el malvado tiene el final que se ha labrado a pulso durante toda la película, se pregunta como cualquier postmoderno: «¿Qué he hecho yo para merecer esto?» Por cierto, que es el único malvado irredimible, y porque quiere. Cuando se abren las puertas del cine, vemos que también se nos han abierto varias ventanas anímicas y morales. «¿Quién es tu héroe favorito?», pregunta un Gato con la vanidad por las nubes. Es una pregunta, naturalmente, retórica.

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