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Los siete mandamientos de Dominique Venner

Los continuos bofetones de realidad llevaron a Venner a planear un suicidio ritual, análogo al seppuku de sus admirados samuráis

«Manadas de negros y ni un puto francés»: es quizá la más descarnada descripción que se ha hecho de la composición racial de la periferia parisina; la disparó el politólogo Jorge Verstrynge en una conferencia pronunciada en 2019 en un ateneo catalán, ante un atónito público progre. Verstrynge ya se había ganado el calificativo de «fascista» en 2007, cuando publicó un Informe sobre la inmigración en el que proponía cerrar las puertas de España a los inmigrantes no europeos: fue uno de los pocos españoles que se atrevió a abordar sin pelos en la lengua el gran tabú político del siglo XXI. Pero en Francia, donde el problema es aún más grave, han corrido ríos de tinta.

Ya en 1973, el explorador Jean Raspail escribió El desembarco, una novela que narra el naufragio de Occidente bajo un maremoto inmigratorio procedente del tercer mundo. En su ensayo El gran reemplazo (2011), Renaud Camus hizo una seria advertencia sobre la conspiración de las élites para sustituir a la población autóctona europea, mayormente blanca y de raíz cristiana, por musulmanes negros. Y en la distopía política Sumisión (2015), Michel Houellebecq imagina una Francia que, harta de feminismo y ateísmo, se convierte al islam por la vía democrática.

Pero la advertencia más explosiva la dio el historiador francés Dominique Venner en 2013, cuando se pegó un tiro en la boca para despertar a los occidentales, que permanecían de brazos cruzados ante la mayor invasión de su historia. Porque, como dijo el barón Jordis von Lohausen, «una inmigración puede sustituir a una invasión».

Un seppuku occidental

A los 18 años, tras terminar sus estudios secundarios, Dominique Venner (París, 1935) participó en la guerra de Argelia, donde fue condecorado con la Cruz del Combatiente. De vuelta en Francia, se afilió al grupo terrorista OAS, formado por militares contrarios a la independencia de Argelia; pero antes de que pudiera disparar su primer tiro, fue detenido y condenado a dieciocho meses de cárcel. Sobre su experiencia político-militar, afirmó que «es la inmersión total en la acción, con sus aspectos más sórdidos y más nobles, lo que me ha hecho comprender la historia desde el interior, a la manera de un iniciado, y no como un erudito obsesionado por las insignificancias o un espectador engañado por las apariencias». Al salir de la cárcel, creó la influyente publicación Europe-Action (1963-1966), en la que colaboró Alain de Benoist, padre de la Nueva Derecha francesa.

En 1970, Venner abandonó París y se fue a vivir al bosque, consagrándose a la caza y a la crianza de sus cinco hijos. Escribió también numerosos libros, unos sobre armas y otros sobre historia: desde una guía de fusiles soviéticos hasta un ensayo sobre el fascismo alemán en colaboración con Ernst Jünger. Fundó además varias revistas, como la Nouvelle Revue d’Histoire, que pretendía reconquistar la conciencia indígena europea y restaurar una virilidad que contrarrestara la ola de feminización.

Pero los continuos bofetones de realidad llevaron a Venner a planear un suicidio ritual, análogo al seppuku de sus admirados samuráis: el 21 de mayo de 2013, poco antes de las cuatro de la tarde, se pegó un tiro frente al altar de la catedral de Notre Dame. Utilizó una pistola belga de una sola bala. En su nota de suicidio, escribió: «Me doy muerte con el fin de despertar las conciencias adormecidas. Me sublevo contra los venenos del alma y contra los deseos individuales que destruyen nuestros anclajes identitarios y especialmente la familia, base íntima de nuestra multimilenaria civilización. Al tiempo que defiendo la identidad de todos los pueblos en su propia patria, me sublevo también contra el crimen encaminado a reemplazar nuestras poblaciones».

Semanas después, salió a la luz su testamento: Un samurái de Occidente, breviario para los insumisos (publicado en España por Ediciones Fides), un ensayo donde Venner condensa su pensamiento y regala a los europeos hiperbóreos unos ««»consejos para existir» que nosotros hemos transmutado en mandamientos.

1) Crea tu propio breviario

Frente a la avalancha informativa que embota al hombre moderno, Venner propone construir un búnker en forma de libreta donde coleccionar citas, noticias, imágenes y anotaciones fechadas. El historiador da incluso las características del artefacto: «Escoged un cuaderno cosido de 17 x 10 (cabe en el bolsillo) o 20 x 5, con 200 páginas y cuadriculado pequeño. La portada será sobria y discreta. En la primera página, escribid ‘Breviario iniciado el…’ y a continuación la fecha. Dejad el resto de esa página en blanco. Posteriormente, cuando hayáis coleccionado algunas ilustraciones de vuestro gusto, podréis escoger la más atemporal para la portadilla».

En este diario espiritual, las páginas estarán numeradas y las cuatro últimas se reservarán para un índice de contenidos. Revisar los distintos volúmenes de un breviario años después de su creación nos permitirá analizar la evolución de nuestro pensamiento, y comprender el cambio constante de nuestra mente. Al final, lo esencial es el poso que queda en el alma, íntimamente unida a una tradición que, como apunta Venner, «no es el pasado, sino lo que no pasa y regresa bajo formas distintas, resistiendo al tiempo y sobreviviendo a las influencias perturbadoras de religiones, modas o ideologías importadas».

2) Retírate y lee

Del mismo modo que Marco Aurelio, cada noche de campaña, después de la marcha o el combate, rumiaba sus pensamientos en soledad, el insumiso de pro reservará unos minutos para recuperar el dominio de sí mismo tras las turbulencias cotidianas. Venner recomienda apagar el móvil y cortar la conexión a internet durante ese tiempo sacro, para que la sensación de aislamiento sea casi monástica. A la hora de cultivar el silencio, no descarta el uso de doctrinas orientales: «Para europeos sin brújula, el taoísmo o el budismo zen, que descansan en el principio de no-permanencia, son excelentes remedios».

En estos retiros cotidianos también se debería leer. Entre los autores que Venner recomienda, brillan con luz propia Johann W. Goethe, Friedrich Nietzsche, Martin Heidegger, Vilfredo Paretto, Filippo Tommaso Marinetti, Julius Evola, Hippolyte Taine, Anatole France, Ernest Renan, Henry de Montherlant, Fustel de Coulanges, Maurice Barrès, Michel de Montaigne, Thierry Maulnier, Jacques Laurent, Lucien Rebatet, Henryk Sienkiewicz o Louis-Ferdinand Céline.

Pero, por encima de todo, Venner aconseja recitar La Ilíada y La Odisea en voz baja, como una oración, para que resuene su música. A falta de una «religión identitaria», Homero sería el cofre de los valores europeos. Su obra no humaniza lo divino, sino que exalta la esencia divina del hombre. Los hombres buscan la verdad en el combate y las mujeres encuentran su esencia en el amor; cometen errores, pero los purgan sin someterse al juicio de un dios ajeno: «Ni los placeres sensoriales ni la violencia son asimilados al mal. Sólo la desmesura se considera una falta que pone en peligro el orden vital».

3) Refúgiate en bosques y templos

Como Platón o Aristóteles, Venner escribe Naturaleza con mayúscula, pues comulga con Artemisa y con los antiguos pueblos cazadores que vivían en armonía con el cosmos. Aconseja, pues, pasear habitualmente por zonas salvajes para trascender el ego e integrarse en la creación en silencio, aguzando los sentidos, pensando sin pensar.

Aquellos que vivan en grandes ciudades, pueden pasear por un gran parque o, mejor, refugiarse en un templo fuera de las horas de culto, ya que «la calma, el silencio y la belleza arquitectónica hacen de la iglesia un lugar de retiro admirable». 

Como otros neopaganos, Venner tenía una visión ambigua de la Iglesia: por un lado, amaba el arte católico y la religiosidad medieval; por otro, veía en el cristianismo una religión exótica y semítica que desgarró la armonía pagana, generando seres cobardes y separados de la Naturaleza. No tuvo en cuenta el hecho de que el auge del cristianismo se debió en parte a la degeneración de la tradición grecorromana. René Guénon —que no era precisamente un apologeta— reconoció que la llegada del cristianismo a Occidente fue «providencial» y evitó que nuestra civilización se sumiera prematuramente en la decadencia. Otra cosa muy distinta es que, con el tiempo, la jerarquía católica haya acabado degradándose y sometiéndose a las élites mundanas.

A pesar de todo, la postura última de Venner frente a la Iglesia es cuanto menos esperanzada: «Deseo que, en el futuro, en el campanario de mi pueblo, como en el de nuestras catedrales, continúe escuchándose el reconfortante sonido de las campanas. Pero deseo aún más que cambien las invocaciones realizadas bajo sus bóvedas: que cese de implorarse el perdón y la piedad, para llamar al vigor, la dignidad y la energía».

4) Practica un deporte de combate

El hecho de que en el siglo XXI practicar deporte esté de moda demuestra, según Venner, que «la preocupación por la excelencia no ha desertado del todo de nuestra sociedad enferma». Ciertamente, este tipo de disciplinas generan un orden físico que podría impulsar un renacimiento interior… si llegara a acompañarse de una conciencia de tipo superior —como ocurría en los Juegos Panhelénicos— y no fuera una simple gimnasia ahogada por una época en la que imperan la bajeza y la estupidez.

El deporte de combate estaría en un rango más elevado, aunque no alcance el nivel que tiene en Asia: allí el kendo —esgrima japonesa— moviliza cuerpos y almas, mientras aquí la esgrima sólo agita músculo y cerebro. Del mismo modo, la espada occidental ha perdido todo sentido simbólico y la japonesa se mantiene llena de vida y espíritu. En cualquier caso, resultaría difícil planear un nuevo amanecer sin unos europeos bien entrenados en el manejo de armas y en las artes marciales.

5) Viaja por países europeos

Frente a una Europa cosida como un monstruo de Frankenstein, con toscas costuras económicas, Venner anima a los indígenas europeos a recuperar su unidad trascendiendo barreras idiomáticas y rivalidades históricas. La idea es echarse la mochila al hombro y, a la manera de los Wandervogel —movimiento de jóvenes alemanes que, de 1896 a 1933, protestaban contra la industrialización yendo de excursión a los bosques— recorrer la gran patria europea estableciendo lazos con gentes de otros países: «Redescubrid así los mejores lugares de nuestra civilización: Stonehenge, Delfos, Brocelandia, Toledo, Alesia, el monte Saint-Michel, Salzburgo, Bayreuth, Sils Maria…».

En estos viajes deberíamos evitar rutas turísticas, amén de depreciar comodidades y, como los peregrinos del Camino de Santiago, transitar zonas vírgenes, dormir en tiendas de campaña, encender fuegos de campamento… El viaje tal y como se entendía antiguamente, no la visita guiada y hedonista que caracteriza al moderno.

6) Cultiva la belleza

El legado que Homero dejó a los europeos puede resumirse en una tríada: la naturaleza como base, la excelencia como objetivo, la belleza como horizonte. Los poetas trágicos sabían que el mal puede regresar como bien y que, como dice La Odisea, «si los dioses han infligido la muerte a tantos hombres, es para dar cantos a los que vendrán». La guerra se vuelve paz y la desgracia se destila en arte, es decir, en belleza.

En esta línea, Venner nos invita a cultivar la belleza en todos los órdenes de nuestra vida. La contemplación del arte y la lectura de los clásicos se reflejará en nuestra propia casa, donde desecharemos lo sintético en beneficio de lo natural y crearemos un ambiente sencillo y armónico.

También en el trato con el prójimo debe reinar la más exquisita cortesía, y un uso preciso y ascético de la palabra: «El ejemplo de Japón demuestra que es posible, siguiendo a Ortega y Gasset, ordenar la casa sobre sí misma».

7) Desentierra tus raíces

En su último consejo para existir, Venner nos sugiere la posibilidad de crear nuestro propio calendario pagano, en el que rescataremos los ritos que marcan el ritmo anual tradicional, asociado a los ciclos de la naturaleza.

Yo añadiría que los católicos practicantes podrían construir calendarios mixtos, que marquen fechas señaladas acompañándolas, si procede, de su origen precristiano. Es sabido que, en su día, las élites eclesiásticas cristianizaron la tradición pagana: las festividades religiosas sustituyeron a los solsticios y los santos ocuparon el lugar de los dioses domésticos. Venner valora el cristianismo que asume su raíz helénica, y agradece a Benedicto XVI que reconociera los lazos entre fe bíblica y pensamiento griego.

Asimismo, el europeo puede explorar los cimientos de su árbol genealógico, creando un libro de familia con información sobre sus ancestros, añadiendo si es posible imágenes y documentos. La conciencia de ser eslabón en una gran cadena familiar podría estimular la congelada demografía europea.

Esperando a los bárbaros

Se acaban de cumplir diez años del suicidio de Venner y la situación es más cruda que nunca. Los disturbios provocados por inmigrantes —y por franceses hijos de inmigrantes— en los barrios de París son cada vez más frecuentes y virulentos. Y la llegada a España de miles y miles de extranjeros, legales o ilegales, es tolerada por el Gobierno, suavizada por la prensa, celebrada por el pueblo y bendecida por la Iglesia, que ha incorporado a sus letanías lauretanas la frase «consuelo de migrantes, ruega por nosotros»»». Se diría que —excepciones aparte— los franceses, los españoles, los europeos desean ser invadidos. Desean ser sustituidos. Cabe pensar que Venner pecó de optimista y sólo acertaron los más oscuros agoreros, encabezados por Cioran, que escribió hace ya años una frase que lo explica todo: «Toda civilización exhausta espera a su bárbaro».

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