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Luchas simbólicas, desastres reales

La vida española es una sucesión de propaganda y operaciones psicológicas gubernamentales mientras se ignoran los problemas reales

Un colaborador de este medio, Alonso de Mendoza, comentaba hace unos días en Twitter/X que las dos grandes catástrofes nacionales de la última década nos han pillado hablando de machismo. Aguda observación que nos traía a la mente aquellos fatídicos días del 2020, marcados en su inicio por el más nefasto de los 8M (¡que ya es decir!). Convertida en fiesta nacional, mito fundacional y tropel de desfiles en los que el sistema se celebra a sí mismo —algo así como el 1 de mayo para la RDA—, recordemos cómo fue una apuesta personal del mismo Pedro Sánchez mantener su celebración cuando desde finales de febrero y principios de marzo cada vez más voces alertaban de la conveniencia de suspender un acto público de semejante alcance, a la vista del crecimiento en progresión geométrica de las cifras de infectados. Pero no, el virus era contingente y la proclama feminista necesaria.

Desde los medios dependientes del Gobierno —o sea, la mayoría— se aireó que ese tal Covid-19 no pasaba de ser una gripe, corresponsales de TVE como Lorenzo Milá nos explicaban en tono fastidiosamente condescendiente que «se extiende más el alarmismo que los datos» (alarmismo, palabra que se convirtió en consigna acusadora), mientras autoridades sanitarias como Fernando Simón nos tranquilizaban señalando que España no va a tener, como mucho, más allá de algún caso diagnosticado. El resultado de todo ello es que aquella celebración de la efeméride mujeril dejó para el recuerdo pancartas como «el machismo mata más que el coronavirus» y solo una vez concluidos tales fastos se consintió que España pudiera atender a otra cosa.

Si nos fijamos en el gráfico sobre estas líneas, veremos que en los días inmediatamente anteriores al 8M se trató en los medios aún menos que a finales de febrero, algo contraintuitivo teniendo en cuenta la progresión del contagio y, una vez doblada esa curva del día 8, ya sí, ahí sin frenos porque la divisa pasó a ser otra. Es un contraste tan llamativo que lleva a preguntarnos cuánto habría podido mejorar la respuesta sanitaria de tener unas autoridades con las prioridades claras; también si acaso luego no hubo una sobrerreacción con medidas un tanto arbitrarias e inflexibles aplicadas con celo público y particular (esa policía del balcón…) para compensar aquellos primeros momentos y, en definitiva, si nos merecemos ser pastoreados con tales bandazos asintiendo en que lo que ayer era mentira, hoy es verdad y mañana ya veremos.

Pasó el tiempo y quien fue ministro de Sanidad ahora es el presidente de la autonomía catalana, se ve que lo hizo muy bien o a lo mejor dejar para más adelante la exigencia de responsabilidades políticas trae estas cosas. Igualmente, viviríamos en lo alto de un guindo si pensáramos que se aprendió la lección de atender a problemas reales antes que a los ficticios, a la gestión en lugar de a la propaganda, a los cambios materiales en vez de a los culturales/simbólicos y a no anteponer la ingeniería social a la ingeniería civil de las obras públicas. Al fin y al cabo, ¿cómo medir con datos, con ejemplos concretos, el impacto real de un punto violeta, un observatorio de la LGTBfobia o un taller de deconstrucción de la masculinidad? El hechicero de la tribu siempre podrá alegar que el problema no está en la ineficacia de sus rituales, sino en que aún no ha hecho los suficientes para aplacar a los dioses. Luchar contra enemigos imaginarios tiene la inestimable ventaja de que solo uno mismo puede hacer la crónica de cómo está desarrollándose la batalla.

De manera que para comienzos de septiembre de 2021 nos enteramos de que un joven del barrio madrileño de Malasaña dijo ser víctima de una agresión homófoba por parte de ocho encapuchados y como en esta España mágica en que vivimos no hay frontera entre la realidad y la ficción, pues las denuncias son hechos contrastados sin pasar antes por el fastidioso trámite de la investigación y el juicio, al Presidente del Gobierno le faltó tiempo para manifestar que «en nuestra sociedad no tiene cabida el odio. Mi rotunda condena a este ataque homófobo. No vamos a permitirlo. Seguiremos trabajando por un país abierto y diverso, donde nadie tenga miedo a ser quien es, en el que todos/as vivamos libres y seguros. Mi cariño al joven agredido». Así mismo, convocó una reunión urgente de la Comisión de Seguimiento del Plan de Lucha contra los Delitos de Odio esa misma semana y sus ministros y socios se apresuraron a señalar a Vox como responsable último de tal agresión. Como recordarán todo resultó al final una grotesca invención, pero patada y adelante, que el espectáculo debe continuar.

Así que nos plantamos poco más de un año después, en octubre de 2022, y la siguiente gran psy-op tiene la cautela de basarse en algo más que un testimonio que pueda desmentirse. Está vez será un vídeo, que en cuestión de un día sospechosamente pasa a ocupar todas las portadas de los medios digitales, los informativos televisivos y la santa indignación del equipo de opinión sincronizada de las redes sociales que orbita a su alrededor. La abominación que denuncia consiste en los gritos de unos chavales que no llegan a la veintena en un colegio mayor desde sus ventanas. Eran cánticos poco elegantes de índole rijosa, por lo visto hechos tradición, a los que las chicas respondían, pero esta parte se ocultó porque había que mostrarlas como víctimas desvalidas. En cualquier caso, asunto completamente irrelevante para el conjunto de España que, sin embargo, causó gran consternación en Pedro Sánchez: «No podemos tolerar estos comportamientos que generan odio y atentan contra las mujeres. Es especialmente doloroso ver que los protagonistas son personas jóvenes.  Ni un paso atrás. Las políticas de igualdad son necesarias.  ¡Basta ya de machismo!».

Dado que cuando nuestro presidente estornuda el ecosistema mediático español se resfría, todo aquel mes de octubre se convirtió en la historia central sobre la que había que posicionarse, aunque a finales de ese mes nos encontráramos, por ejemplo, que en un solo fin de semana hubo peleas con apuñalamientos en Valencia, San Sebastián, Barcelona y Madrid. Pero eso no era relevante, mejor fijarse en aquel colegio mayor y en ese alumno al que grabaron, expulsado del centro y convertido en enemigo público número uno. Llegados a este punto cabe pararse a recapacitar ¿Exactamente qué clase de democracia tenemos en España? Partamos de que el debate público sería uno de los fundamentos del sistema democrático: una deliberación colectiva, pluralista y sustentada en la libertad de expresión, que tendría lugar no solo en el Congreso, sino en los medios, redes, centros educativos y otros ámbitos que fuera conformando una voluntad popular que los representantes políticos recogieran en su tarea de gobierno. Ese ágora pública de ciudadanos que discuten y votan es la que encargamos a la Grecia Clásica, pero AliExpress nos trajo una en que la opinión pública más parece un gato persiguiendo frenéticamente un puntero láser.    

Como la distracción debe continuar, no vayamos a centrarnos en cuestiones importantes, unos meses después, ya en el verano de 2023, llegó el beso de Rubiales. Tragedia nacional tan reciente que imagino no será necesario rememorar en detalle. De nuevo eran unas imágenes grabadas, esta vez desde diferentes ángulos por tratarse de un evento deportivo de cierta trascendencia —de acuerdo, era fútbol femenino, tampoco quiero exagerar— y, una vez más, se supone que estábamos ante un comportamiento que había que juzgar como escandalosamente inmoral y objeto de consecuencias penales. La indignación tan sobreactuada que generó, la distancia que uno percibe entre la acción retratada y el castigo que supuestamente merece (desvarío protestante tanto en su puritanismo como en su imposibilidad de perdón), nos lleva a barruntar si no hay en todo esto cierta luz de gas, como si los españoles fuéramos aquel Truman de la película al que estuvieran gastando una gigantesca broma.   

Pues bien, con aquello aún fresco, 2024 reclamaba su psyop-charocorrespondiente que nos llegó hará apenas un par de semanas. El tiempo quizá desvele si se trataba de una operación mediática del Gobierno (¡otra!) para neutralizar a su socio y absorber sus votos… En todo caso, esta vez no puede negarse que se esforzaron en entretenernos. Tanto el contenido de las revelaciones anónimas, hilarantes ejercicios de literatura erótica que solo reflejaban despecho y carecían de todo recorrido legal; como la propia denuncia acompañada de reiteradas declaraciones públicas de la supuesta víctima, que facilitarán notablemente la tarea del abogado defensor; y, como estrella rutilante del esperpento, un político que no nos ha ahorrado petulantes lecciones de feminismo durante años y al que era inevitable contemplar ahora en su descalabro con malsano regocijo.

En eso estábamos, hasta que la catástrofe de Valencia nos heló la sonrisa. La imprevisión, la abúlica carencia de reflejos, la cobarde elusión de responsabilidades entre los que supuestamente debían liderar y, en definitiva, la extrema torpeza e incompetencia de quien estaba a los mandos y desde luego no ha estado a la altura nos ha revelado con toda crudeza, una vez más, que podíamos vivir un tiempo distraídos con problemas de juguete ignorando la realidad, pero tarde o temprano esta acabaría pasándonos por encima.      

Nacido en Baracaldo como buen bilbaíno, estudió en San Sebastián y encontró su sitio en internet y en Madrid. Ha trabajado en varias agencias de comunicación y escribió en Jot Down durante una década, donde adquirió el vicio de divagar sobre cultura/historia/política. Se ve que lo suyo ya no tiene arreglo.

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