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Medio siglo sin Julius Evola (I)

En su aproximación a la sexualidad, al alpinismo, a la guerra o la vanguardia contemplará una misma actitud: una acción humana orientada por lo metafísico

Normalmente el apelativo de “Gran Guerra” se suele usar para el conflicto bélico que llevó mucho más allá las consecuencias de la técnica sobre el frente de batalla que se vio antes en la Guerra de Secesión norteamericana: la Primera Guerra Mundial (o Primera Guerra Civil europea); y sin embargo uno de los mayores pensadores del pasado siglo, el italiano Julius Evola (de cuya muerte se cumple este año medio siglo), usó ese mismo término para referirse al fenómeno interior que produce la guerra en los individuos diferenciados que acuden a ella, y lo hizo basándose en su propia fenomenología de la guerra, desarrollada a partir de distintos textos sapienciales, sobre todo de la Bhagavad-gītā, y muy probablemente basándose también en las experiencias que el alemán Ernst Jünger tuvo en la primera etapa de su vida, como atestigua su obra temprana Tempestades de acero (1920). De la suma de ambas lecturas nacerá una obra insoslayable del pensamiento contemporáneo: Metafísica de la guerra (1950).

La pregunta fundamental que subyace tras ese y otros textos del autor italiano es la siguiente: ¿Es posible la realización interior del propio Destino en un mundo de ruinas espirituales? Evola responde afirmativamente y lo hace amparándose, tanto desde una perspectiva teórica como desde una vivencia íntima, en el fenómeno de la guerra como acontecimiento existencial para mejor despertar en el Kali Yuga. Quien desecha ese combate interior que lo define sujeto acaba abocado a una existencia vana, la despreciable vida del burgués adocenado. Es la experiencia iniciática la que permite cincelar el yo diferenciando aquello que debe ser potenciado, el espíritu, frente a aquello que debe ser desechado: el ego. El peregrino debe escoger entre dos caminos, entre dos vidas distintas: la del camino del corazón y la del camino de la perdición; una senda de iluminación opuesta a la del oscurecimiento; en esa bifurcación que asimismo constituye una definición se abre tanto la posibilidad del (auto)conocimiento como la del olvido de sí.

Lo exterior es reflejo de lo interior: en el mundo expresamos nuestro yo y lo cimentamos sobre ese duro yunque al que hemos dado en llamar “realidad”. La guerra arquetípica enfrenta a Dios con el Demonio en nuestro Yo: es la lucha con el dragón o la serpiente, que alude a una transformación interior, a la superación de la multiplicidad por medio de una unidad que conduce a la paz. En palabras de Evola: “Las situaciones, los riesgos, las pruebas inherentes a las hazañas guerreras provocan la aparición del enemigo interior, el cual, en calidad de instinto de conservación, cobardía o crueldad, lástima o furor ciego, se considera que es lo que hay que vencer en el acto mismo de combatir al enemigo exterior”.

La guerra resplandece, en el sentido evoliano, como iniciación y revolución, como retorno hacia los principios, como ascensión hacia el origen extraviado, por medio de un despertar interior del hombre. Desde luego no todos los contendientes son llamados a ello, mucho menos en el Mundo Moderno: pocos son los elegidos, suficientes para probar la eficiencia de su clave mística. Aquello que manifestamos de forma expresionista a través de mitos y símbolos, el emblema humano que es depositario de la semilla divina es también una manifestación de la ausencia de límites entre lo interior de nuestro Ser y la esencia exterior del mundo. Lo que alcanza todo iniciado, tanto en la experiencia bélica como la experiencia amorosa cuando se vive de forma espiritual, es idéntico a lo que gana aquel a quien le es revelado un Misterio por un maestro en la vía ascética: apertura.

Sobra decir que esa realización interior no es tanto una perspectiva humana y, por lo tanto, horizontal como una vía de ascensión hacia la verticalidad, una puerta de entrada en el “otro lado” suprarracional. El paso de lo material a lo suprarracional marca el despojamiento de la vida mundana para entrar en una perspectiva sacra de la misma. El hombre queda atrás y el iniciado deviene en aquello que Nietzsche llamara Superhombre: un individuo situado más allá del bien y del mal, diferente en todo al último hombre. Sin embargo, Evola abre una perspectiva trascendente en torno a ciertos puntos donde el autor de Aurora (1881), quizás por su visceral rechazo de todo aquello que arrastrara un regusto platónico, resulta ambiguo: principalmente, su posición metafísica, que nunca se descubre como solamente inmanente o inmaterial. A punto de suicidarse, el Evola joven y nietzscheano leyó un fragmento de un sermón de Buddha y gracias a eso decidió convertirse en Kshatriya, recibiendo “una firmeza capaz de resistir cualquier crisis”. Entonces es que decide seguir con vida, cabalgando el tigre y afirmando el célebre tópico que reza: Ex Oriente Lux.

En 1910, Umberto Boccioni, Carlo Carrá y Tommaso Marinetti escriben el Manifiesto futurista. Su propuesta artística se dirige contra la cosmovisión burguesa y, a la vez, contra el sentimentalismo romántico: es una estética reactiva. No deja de resultar interesante parar a pensar por qué Evola entiende, al menos en su período de juventud, que el arte es la vía idónea para pensar en el futuro. Se trata, sin embargo, de algo que va más allá del mero panorama artístico italiano, es todo un momento europeo: la época del “Cabaret Voltaire”, de Tristan Tzara, de André Breton, de Hugo Ball… Evola, hijo de un telegrafista que trabajó un tiempo en el servicio postal, primero estuvo en el futurismo y después pasó al dadaísmo, en parte fascinado por Tzara. Supo combinar el trato con los bohemios vanguardistas con la falsa leyenda autogenerada sobre sus orígenes aristocráticos. En aquel ambiente de desarrapados, el prometedor pintor, nada reacio a los devaneos poéticos, decía ser todo un barón de la realeza italiana con ascendencia aristocrática germana.

El futurismo imbrica en un mismo plano de expresión artística técnica y violencia pulsional para desembocar en la revolución estética, política y espiritual. Sus adscritos reaccionan contra el positivismo proponiendo una visión alternativa de la civilización moderna, con una identidad patriótica especialmente exacerbada. Tienen muy presente la influencia del poeta más relevante del momento en Italia: Gabriele D’Annunzio. Y también cuentan con el apoyo intelectual de destacados escritores de la época como Giovanni Papini. Buscan construir algo nuevo por medio de la destrucción. Tenían una vertiente política muy destacada que buscaba restaurar el Imperio Romano bajo las condiciones de una nueva etapa socio-histórica.

El proyecto artístico de Marinetti encajaba muy bien en el proyecto político de Mussolini, aunque no son equivalentes ni es recomendable realizar la equiparación completa entre ambos movimientos. Evola, que en aquellos años transita de la pintura experimental a la magia operativa y la acción política, encuentra varios rasgos en común con esta juventud artística: el desprecio por lo burgués y la posibilidad de una expresión artística más allá de la moral imperante. Paralelamente desarrolla su interés por Oriente, por la filosofía hegeliana y por el idealismo alemán. También es el auge del montañismo y la iniciación hermética para él.

La Historia es uno de los grandes temas del pensamiento contemporáneo. Por un lado, podemos diferenciar a los pensadores que, como Hegel o Marx, comprenden que detrás de los acontecimientos hay un sentido interno o teleológico porque existe una meta hacia la que el mundo y los hombres progresan. Por otro lado, podemos diferenciar a los pensadores que, como la mayoría de nuestros coetáneos, atribuyen al azar y a la contingencia el origen de los acontecimientos: para ellos, en el fondo último de los sucesos a los que estamos sometidos se encuentra la Nada. Y en un extremo opuesto del todo a estas dos posturas, se encuentra la posición de los pensadores que detrás de la Historia hay un sentido divino que a nosotros nos es desconocido. Esta última escuela, integrada por los pensadores de la Tradición Sapiencial dedicados al estudio de la Historia, existe una Supra-Historia directamente conectada con el mito; remitente, en último término, a algo infinitamente superior a cualquier realidad material: el respaldo que otorga una perspectiva metafísica. Una forma de contar realidades concretas y caducas desde un lenguaje imperecedero.

Para hablar del fascismo, llamado por Dugin “tercera teoría política”, ocurre, como en el caso del comunismo, que es necesario diferenciar entre teoría y praxis: algo que resulta mucho menos conflictivo cuando se hace con la URSS que con la República de Saló. La tragedia de Evola, que marcará el paso para su posterior apoliteia quintaesenciada en Cabalgar el tigre (1961) y explicada en El camino del cinabrio (1963), su idealismo místico fue subsumido bajo la realpolitik que poco a poco iría marcando el dominio absoluto de la política práctica sobre el concepto de lo político, determinando con ello el triunfo definitivo del güelfismo burgués sobre el gibelinismo guerrero. Con la llegada de los Pactos de Letrán entre fascismo e Iglesia Católica, en 1929, y sobre todo con el establecimiento de las Leyes raciales antisemitas de Mussolini en 1938, por ganarse el favor definitivo de su aliado nacionalsocialista, llegó un distanciamiento acentuado entre Evola y el fascismo real cuando el segundo optó por la raza biológica en lugar de por la raza espiritual.

Ahí es donde el nihilismo de Evola transita de la nada a la Nada. En su aproximación a la sexualidad, al alpinismo, a la guerra o a la vanguardia artística el italiano contemplará una misma actitud frente a la vida: una acción humana orientada por un principio metafísico. Para Julius Evola, la Tradición se puede definir en los siguientes términos: “La Tradición es, en su esencia, algo metahistórico y, al mismo tiempo, dinámico: es una fuerza general ordenadora en función de principios poseedores del carisma de una legitimidad superior”. Para añadir en otro punto: “Hay un orden físico y un orden metafísico. Existe la naturaleza inmortal y la naturaleza de los mortales. Existe la región superior del ser y la región inferior del devenir. De forma general, existe un visible y un tangible y, antes y por encima de éste, un invisible y un intangible, que constituyen el supra-mundo el principio y la verdadera vida”.

Evola propone afrontar la crisis con entereza y realismo: buscando la trascendencia y ejercitando el autodominio. En sus palabras, “La libertad se define como la capacidad de dominio sobre los instintos. Todo puede ser dominado y todo puede dominar al hombre, desde el heroísmo al miedo”. Todo ello despierta nuestra naturaleza dormida, lo que somos en potencia y debemos explicitar mediante nuestros actos. Esta perspectiva que desprecia el racionalismo no cae a cambio en el irracionalismo de los románticos (falsamente atribuido después al fascismo y al nacionalsocialismo, en realidad mucho más deudor de la Ilustración), sino en una mentalidad suprarracional que se eleva sobre las capacidades humanas señalando hacia las cumbres más altas del horizonte.

Nacido el 3 de noviembre de 1998, el madrileño Guillermo Mas Arellano proviene del mundo del ensayo cinematográfico y la teoría literaria. En los últimos años ha desarrollado una labor de crítica cultural que ha cristalizado en su primer libro, "La Traición de los europeos: Ensayos de Tradición, Modernidad y Lucha por el imaginario". Además dirige el prestigioso programa de YouTube "Pura Virtud: Cine y Literatura

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