Origen y ¿fin? de las cuotas para minorías

Una mirada a la legislación racial de Estados Unidos y su evolución reciente ante el previsible desmantelamiento de los criterios DEI

La política de cuotas para minorías en el acceso a la universidad, a puestos de trabajo y hasta en las producciones culturales y de entretenimiento es conocida bajo las siglas DEI (Diversidad, equidad, inclusión), que algunos prefieren entender como «Didn’t Earn It» (no lo mereció), ha estado en el centro de muchos debates en Estados Unidos durante los últimos años: sabotea la meritocracia, fomenta el agravio por raza, sexo y orientación que pretende combatir e incentiva un sistema de corrupción generalizada. En ese sentido recordemos, por poner un ejemplo, que la candidata demócrata Elizabeth Warren obtuvo un empleo en la universidad alegando que pese a parecer blanca a ojos de cualquiera tenía antepasados indígenas (concretamente 1 entre 1024), Trump la llamaba por ello «Pocahontas». La reciente victoria de este podría darle la puntilla a todo el sistema de cuotas, a la vista de las contundentes declaraciones expresadas hace unos días por su portavoz: «El presidente Trump ha sido muy claro sobre terminar la basura woke DEI que infecta este país, y el pueblo americano votó abrumadoramente para hacer justo eso». Algunos medios han respondido que eso supondría traer de regreso un Jim Crow 2.0. Ahora bien, ¿a qué se refieren exactamente?, ¿cómo empezó toda esa locura? Veámoslo.

Siendo el de la cartelería política un subgénero artístico que el pasado siglo brilló con esplendor, con muchas obras maestras a rememorar, uno de los posters más originales y desconcertantes que recuerdo es este que podemos ver abajo, obra de Harald Damsleth, un ilustrador noruego en 1943 pronazi que pretendía despertar un sentimiento antiamericano. En él distinguimos un monstruo conformado por elementos característicos (al menos por entonces) de la sociedad estadounidense considerados decadentes, y abajo un cartel que advertía sarcásticamente: «Los Estados Unidos quieren salvar la cultura europea del declive». Fijémonos que se señala críticamente tanto la esclavitud de los negros como al Ku Klux Klan y, ciertamente, si el Tercer Reich te echa en cara el racismo es para hacérselo mirar…

La cuestión es que la guerra de Secesión había abolido formalmente la esclavitud, aunque gatopardianamente las leyes Jim Crow que la sucedieron perpetuaron un régimen de segregación racial que el nazismo no tenía un gran interés ni autoridad moral para criticar… situación que cambió durante la posterior Guerra Fría.   

Como señalan en el libro Opposing Jim Crow: African Americans and the Soviet Indictment of U.S. Racism las autoridades soviéticas utilizaron la segregación racial en Estados Unidos como argumento para erosionar su pretendida imagen de faro de democracia y libertad en el concierto internacional y reclamar la superioridad moral de la URSS. Basta señalar como ejemplo que el 1 de diciembre de 1958, en medio de la crisis de Berlín, el senador estadounidense Hubert H. Humphrey tuvo una reunión sin precedentes de ocho horas con Nikita Kruschov en el Kremlin. Humphrey explicó posteriormente que, en un momento de su conversación, el líder soviético «se lanzó con toda una larga disertación que ojalá pudiera recordar porque habría sido el mejor discurso que podría dar en mi vida sobre el antirracismo. Vaya, realmente me dio una lección sobre eso».

Tal como reconoció en un artículo de New York Times por entonces un miembro del Comité de Derechos Civiles asesor del presidente: «la nación se encuentra como el portavoz más poderoso del estilo de vida democrático, en oposición a los principios de un estado totalitario. Es desagradable que los rusos publiciten nuestros linchamientos continuos, nuestras leyes y costumbres de Jim Crow, nuestras discriminaciones antisemitas y nuestras cacerías de brujas; pero, ¿es injustificado? (…) No podemos negar la veracidad de las acusaciones; estamos empezando a darnos cuenta de que no practicamos la libertad civil que predicamos; y esta toma de conciencia es algo saludable». De nuevo, en el ámbito de la cartelería de propaganda política encontramos un eco de todo ello:

El periodo entre finales de los 40 y principios de los 60, además de suponer un punto álgido en la Guerra Fría, fue también de grandes luchas descolonizadoras. Como en un gran tablero de ajedrez mundial los nuevos regímenes eran cortejados por ambas superpotencias que podían lograr así una nueva posición, pero se antojaba complicado ganarse a los países africanos en concreto, y a buena parte del mundo en general, cuando se mantenía discriminada a la población negra local. Los activistas antirracistas de EE.UU., por su parte, eran conscientes de esto y procuraban mostrar su rechazo a la segregación bajo el prisma descolonizador, haciendo ver que ambas eran la misma lucha.

La obra Cold War Civil Rights: Race and the Image of American Democracy lo recoge así: «El senador William Benton advirtió a sus colegas del Senado de los Estados Unidos que la propaganda soviética sobre los derechos civiles estadounidenses se utilizaba con mayor intensidad en la ‘periferia crítica’, las áreas ‘donde la Guerra Fría está más encarnizada’. Según Benton, ‘estas áreas sensibles, donde podría decidirse el destino de la humanidad, se encuentran en América Latina, en Alemania y los países eslavos de Europa, entre las naciones de piel oscura de África y el sudeste asiático, y entre los pueblos de piel amarilla en el continente asiático y las áreas insulares cercanas’ (…) Si otras naciones, y especialmente los pueblos no blancos, iban a tener fe en la democracia, Estados Unidos necesitaría asegurarles que la democracia estadounidense no era sinónimo de supremacía blanca».

Es significativo que el gobierno estadounidense hubiera planeado una gira de Louis Armstrong por la Unión Soviética para contrarrestar estas críticas que fue cancelada a última hora en otoño de 1957 por el propio músico, a raíz del escándalo de Little Rock, en Arkansas, cuando 9 estudiantes negros acudieron a una escuela para blancos y tuvo que interponerse la Guardia Nacional ante los manifestantes en contra (la escena que aparecía en Forrest Gump, para entendernos). Armstrong declaró: «Con la forma en que están tratando a mi gente en el sur, el gobierno puede irse al infierno. Si viajara a la Unión Soviética y la gente de allá me pregunta qué está mal en mi país, ¿qué se supone que debo decir? (…) El gobierno puede irse al diablo con sus planes de una gira de propaganda por la Rusia soviética».

Por todo esto la situación en los estados sureños estaba ya haciéndose insostenible, era necesario ir a la raíz del problema y un joven de espíritu renovador llamado Kennedy llegó al poder en 1961 prometiendo coger el toro por los cuernos. Su plan se articuló en la Civil Rights Act aprobada en 1964, poco después de su asesinato, que consideraba insuficiente un sistema neutral (color-blind system)de acceso a las universidades y a trabajos tanto públicos como de empresas contratistas del Estado, y promulgó en cambio un sistema de discriminación positiva y cuotas de población negra para acabar de una vez por todas con la segregación racial. La guerra de Secesión ya había terminado formalmente con la esclavitud, pero en la práctica los cambios fueron menores, como ya apuntamos antes, así que se buscaba en esta ocasión algo más drástico para alterar esa inercia histórica.

En su formulación la ley pretendió erradicar la discriminación por raza y de paso también por sexo (en un añadido de última hora por parte de algunos congresistas para sabotearla). Ahora bien, apenas unos años después la población indígena de las reservas consideró que históricamente habían sufrido agravios similares y merecían también cuotas, lo que se les concedió. En los años 70 fueron seguidos por los hispanos y por la población de origen asiático y «sexo» fue entendido posteriormente también en el sentido de orientación sexual, de manera que la población gay también pasó a ser legalmente una minoría merecedora de especial protección, así como genéricamente las mujeres (que en realidad son mayoría).

De manera que unas pocas décadas de creación de jurisprudencia a partir de esa ley, así como del desarrollo a la manera de un fractal de normativas que la prolongaban y replicaban en diferentes escalas locales, estatales y federales fueron creando un cuerpo burocrático monstruoso. Adherido a él un esquema moral a modo de sociedad de castas por el que ser considerado víctima es una ventaja y formar parte de una minoría te convertía en tal, sean cuales fueren las circunstancias personales de cada uno. Incluso se podía ser parte de más de una minoría a la vez intersecando raza, sexo y orientación sexual.

De esta forma, si las leyes Jim Crow duraron casi 90 años, las DEI parece que estarán sentenciadas con algo más de 60. El movimiento pendular de la historia llevó una vez más a que aquello en principio razonable, acorde a lo que exigían las circunstancias del momento, tanto internas como geopolíticas, terminara convirtiéndose en caricatura y desvarío.  

Nacido en Baracaldo como buen bilbaíno, estudió en San Sebastián y encontró su sitio en internet y en Madrid. Ha trabajado en varias agencias de comunicación y escribió en Jot Down durante una década, donde adquirió el vicio de divagar sobre cultura/historia/política. Se ve que lo suyo ya no tiene arreglo.

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