Uno de los mayores problemas que presenta la inmigración ilegal es que los partidos de izquierda y centroderecha de occidente se han especializado en legalizarla post-facto, vía amnistías que dejan a los estados teniendo que ocuparse de millones de personas cuya contribución fiscal es frecuentemente negativa, aún sin hablar de su impacto demográfico y social.
Una solución novedosa a ese problema, por una vez, nos llega de Escandinavia, una región del mundo que lleva décadas exportando productos defectuosos como Greta Thunberg.
Curiosamente, Suecia dispone desde 1984 de un mecanismo de repatriación voluntaria que permite que los inmigrantes que se han mudado al país sean pagados a cambio de irse para no volver jamás, lo que parece una idea excelente: los inmigrantes se enriquecen por solo mudarse, y además enriquecen a otros países al llevarse con ellos lo que la progresía definiría como valiosa diversidad y vibrantes nuevas perspectivas migratorias.
El problema es que este programa ofrecía poco dinero y era poco conocido, así que el nuevo gobierno derechista sueco se ha puesto manos a la obra. Sus planes contemplan aumentar los pagos hasta 350.000 coronas suecas – más de 30.000 euros – por familia, a partir de 2026.
El gobierno sueco ha calificado esta iniciativa como “cambio de paradigma en nuestra política migratoria», ya que multiplica por casi 10 el tope máximo hasta ahora establecido, que resultaba bastante poco atractivo: en 2023 solo un inmigrante se acogió al programa de repatriación.
Los planes del gobierno (más bien, diría yo, sus esperanzas) son que el incentivo atraiga a varios cientos de miles de inmigrantes en un país donde un tercio de la población tiene al menos un padre extranjero ahora mismo. El núcleo duro de los interesados sería el inmenso contingente de tales residentes que son desempleados a largo plazo y que reciben algún tipo de prestación estatal para sobrevivir.
Hay que tener en cuenta que esto de Suecia, a diferencia de casi todas las demás ideas que han tenido sus políticos en los pasado cincuenta años, no es una ocurrencia fruto de la estupidez/consumo de estupefacientes. Dinamarca paga más de 15,000 euros por persona por largarse, y otros países ofrecen sumas mucho más modestas, como unos 1.000 euros en Noruega, 2.500 en Francia y unos 2.000 en Alemania.
Suecia tiene desde 2022 un primer ministro conservador de Suecia, Ulf Kristersson, que está en el poder con apoyo del partido nacionalista Demócratas de Suecia, que le ha puesto como condiciones básicas de gobierno endurecer la lucha contra la inmigración ilegal y el crimen.
Sin embargo, el caso de Dinamarca, por ejemplo, es totalmente diferente. El país estuvo gobernado durante mucho tiempo por una coalición similar (de ahí que los productores locales de televisión soñaran con una líder feminista de izquierdas que les salvara del mal, lo que dio lugar a la famosa serie Borgen que envenenó la mente del inocente Pablo Iglesias). Sin embargo, el partido socialdemócrata local, una versión poco corrupta, y además sin drogas ni prostitutas, del PSOE, llegó al gobierno en 2019 después de haber jurado y perjurado en campaña que lucharían contra la inmigración ilegal.
Como corresponde, los socialdemócratas estaban mintiendo, y un vistazo a las cifras recientes indica que la inmigración se redujo ligeramente en aquel año de 2019, antes de aumentar después, pero hay un detalle importante que tener en cuenta, como explica Craig Willy, experto en el tema.
El impacto más importante del giro anti inmigratorio de los socialdemócratas se ha centrado en las fuentes de inmigración. Es notable que la mayoría de las principales fuentes de inmigración a Dinamarca son ahora occidentales o europeas. Esto incluye tanto a los inmigrantes de la UE (de Italia, Alemania, Polonia, Italia, España…) a los que Dinamarca, como estado miembro de la UE, no puede negar la entrada, como un aumento más reciente de los refugiados ucranianos como resultado de la invasión de Rusia.
Ahora mismo, más del 75% de la inmigración a Dinamarca es de origen occidental o europeo, y el 6,1% de origen de Oriente Medio o África. Se trata de un patrón migratorio muy diferente al que observamos en la mayoría de los demás países de Europa occidental. En Francia, por ejemplo, más de la mitad de todos los inmigrantes provienen de África o Turquía, y sólo un tercio proviene de Europa.
Desde luego, da la impresión de que los vientos que llegan del norte son bastante diferentes de los que hemos recibido durante mucho tiempo.