No veo la ruina inminente de la hispanidad, veo un futuro promisor.
No se ha calibrado el cambio antropológico que implica el ciberespacio: un nuevo territorio en el que se intercambia cotidianamente en tiempo real, sin distancia geográfica, durante una creciente cantidad de horas.
No se ha tomado conciencia de que, en este nuevo territorio, los hispanos constituimos ya la tercera macrocomunidad mundial, solo antecedidos por quienes navegan en inglés o mandarín… el todo en el contexto de las siete mil lenguas existentes hoy en el planeta.
No se ha sopesado algo inédito: el gigantesco aumento, gracias a la dimensión virtual, de intercambios interhispánicos, es decir, entre hispanos de países distintos al propio.
No se ve cómo lo apuntado exige y genera ajustes cohesivos que terminarán por dar al traste con nuestra dirigencia actual, a menos que ella decida hacerlos suyos, zafarse de una mentalidad de subordinación insoportable.
No se percibe que el velo encubridor de la realidad hispana está siendo hecho jirones y emerge un pasado histórico que nos está haciendo pasar del resentimiento y la vergüenza al agradecimiento y el orgullo.
No se aprecia que el pesado lastre de los relatos inhabilitantes se está atenuando: pronto comenzará a operar la suma sinérgica. En primer lugar, una enorme escala —500 millones de personas—; en segundo lugar, una lengua que se halla entre las tres mejor equipadas del mundo—la española—; y un territorio común —el ciberespacio—. Es la ecuación del poder.
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La navegación hispana de cabotaje en precarias canoas puede cesar y debe cesar.
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El punto óptimo de inserción de los hispanos en el mundo se halla al nivel de la hispanidad toda, no al de los Estados hispanos actuales.
La hispanidad en bloque da el calado suficiente y requerido para no naufragar en el turbulento océano de la globalización.
La lengua común plenamente equipada —léxico, ortografía, gramática, digitalización, procesamiento de lenguaje natural, inteligencia artificial— proporciona el código apto imprescindible para la captación, la creación, la comunicación y la identidad.
El ciberespacio nos da la plaza mayor panhispánica, que anula distancias geográficas y puentea las aduanas artificiales.
La cultura de base católica —todos somos hijos de Dios (dignidad humana universal) y libre albedrío (nuestras obras pueden salvarnos)—, la historia común —500 años de procesos compartidos conjuntamente o en paralelo— y la descodificación del mundo desde el mismo aparato simbólico —la lengua española— nos hacen comunidad natural entre nosotros y ante los otros.
Nuestra fragmentación no es un destino. Es un paréntesis. Una coyuntura de 200 años que toca a su fin, vistas las evidentes limitaciones de la configuración en archipiélago y la rebelión hispanista en curso que ponen al desnudo la irracionalidad y el desperdicio que implica la atomización.
El Imperio español cumplió su ciclo. Los precarios Estados hispanos en archipiélago, al límite de sus exiguas fuerzas, lo están culminando. Pero, vibrante, vive la hispanidad y busca nuevas formas.
Madrid se ha constituido en la única y primera capital auténticamente panhispánica de la historia. Punto en el que se despliega físicamente lo que ya ocurre en la dimensión virtual: la convergencia encarnada de toda la variedad hispánica del mundo a todos los niveles, en todos los ámbitos. Está siendo y será cada vez más un centro de concertación e irradiación panhispánico en todos los planos, un punto desde el cual ver el bosque más que los árboles; las posibilidades, más que los límites.
Navegamos sobre magma geopolítico: todo se halla candente y fluido. Es tiempo de forja, de oportunidades. Ninguna suerte está echada. Y los grandes bloques histórico-culturales mundiales desplazados pueden rebarajar el juego.
La inmensa masa hispánica está lista para impulsar causas panhispánicas vehiculadas en el ciberespacio. Operarán como aceleradoras centrípetas. Lo que pida un bloque de nuestra magnitud no será ignorado y probablemente será otorgado: no cabe alienarse ni en lo político ni en lo comercial ni en lo cultural a centenares de millones.
La hispanidad, campo de equilibrios entre la compasión y la exigencia, el individuo y la comunidad, la fe y la razón. La hispanidad, alejada del darwinismo anglosajón, del totalitarismo chino, del fundamentalismo islámico, de la gaseosa posmodernidad. La hispanidad, camino de plenitud humana, forja interrumpida por las grandes secesiones hispanoamericanas que toca retomar hoy bajo las coordenadas del siglo XXI.
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* Dada la amable insistencia de Nieves Jiménez —quien me entrevistara impecablemente para Ideas a inicios de este año—, surgen estas acotaciones, o mejor, estos… escolios… admirativo —¿o presuntuoso?— guiño al gran Nicolás Gómez Dávila, en cuyas letras me inició —lo agradezco— otro grande: José Luis López-Linares. Insistió Nieves en que era importante acompañar el lanzamiento de mi libro Por qué el futuro es hispano, salido de las prensas de Sekotia este 13 de mayo, con uno o varios textos en el seno de este cuerpo. Convine. Apareció, sin embargo, al instante en mi mente una nota humorística que suele introducir Marcelo Gullo en sus conferencias: “Si les cuento todo, no me compran el libro”. Tiene razón y esto es grave. Hace falta comprar los libros hispanistas y leerlos —ir más allá de la escucha fugaz de YouTube mientras lavamos los platos o de la lectura veloz de un resumen en el autobús— para dar mayor convicción, consistencia y persistencia a la lucha urgente y factible por recuperar la talla adecuada que necesitamos los hispanos para estar adecuadamente en el mundo. Por eso, en el breve texto que hoy entrego a Ideas no agoto los contenidos en clave de resumen, más bien asomo, mediante anotaciones, que espero te estimulen e intriguen, la punta del iceberg de nuestro gigantesco potencial, el escolio que tiene implícito el libro que te invito a leer… lápiz en mano, para que en sus márgenes escribas… ¡tus propios escolios!