Acta de defunción del patriotismo constitucional…
El fideísmo constitucional ha muerto. La pantomima del “patriotismo constitucional” habermasiana (en la foto, Jürgen Habermas) por fin muestra síntomas de agotamiento tanto en las calles como en el corazón de algunos movimientos políticos. Para escándalo de los militantes del formalismo jurídico como Cayetana Álvarez de Toledo y de los patriotas de postín (y los abanderados del “terror geométrico” como Guillermo del Valle que aúna lo peor de cada casa: el formalismo jurídico y el patriotismo de postín al mismo tiempo); ha muerto, y de sus cenizas está naciendo algo nuevo.
¿Por qué digo esto? En el mítin de campaña de las pasadas elecciones catalanas, el número 3 de Vox, en el populoso barrio de Nou Barris, Joan Garriga, concluyó su discurso diciendo: “Queridos amigos, el 12 de mayo, que se aparten los constitucionalistas; los traidores a los trabajadores ¡porque llegan los social-patriotas!”
“Que se aparten los constitucionalistas”… ¿Se referiría a los profesores de Derecho constitucional? No creo. ¿Se referiría al extinto Ciudadanos? No creo. ¡Ah, ya sé! Se refería a aquellos que llevan décadas hablando del imperio de la ley y la separación de poderes sin dotarlos de contenido, eso sí, con un afán persecutorio sobre quienes sospechan y miran con escepticismo que el fundamento de la norma deba ser la propia norma (norma normarum). Sobre quienes ven en esa autorreferencialidad legalista un peligro evidente: si no hay nada que alimente y sustente la Constitución (más allá de ella misma), ésta o bien se convierte en impotente papel mojado, o bien se convierte en una herramienta al servicio del mal.
O, por decirlo de otro modo, bajo la creencia acrítica en el principio de legalidad y el de jerarquía normativa subyace, agazapado, el principio de disolución nacional (y esto se acentúa además cuando existe el principio de primacía del Derecho comunitario. Véase la reforma del art.135 CE como prueba de ello). Porque en las constituciones cabe todo. Porque en los sistemas demoliberales la voluntad del legislador es lo que prima por encima de los principios morales de la comunidad política.
Pero volvamos al acta de defunción del fideísmo constitucional y a las palabras de Garriga: “Que se aparten los constitucionalistas”.
El antipositivismo en Europa
Es bien conocido que autores de distinto pelaje han desarrollado durísimas críticas al positivismo jurídico de los siglos XIX y XX. Como recoge el profesor José Esteve Pardo en su libro El pensamiento antiparlamentario y la formación del Derecho público en Europa (2019): “Entre los juristas, el antipositivismo cuenta en Francia con las cabezas más eminentes: Maurice Hauriou, Léon Duguit, Michoud, François Geny. En Alemania, adoptan estas posturas la mayor parte de los juristas de la época de Weimar, aun manteniendo orientaciones políticas divergentes: Herman Heller, Rudolf Smend, Eric Kaufmann, Carl Schmitt, Heinrich Triepel, por citar algunos nombres. En Italia, Santi Romano, Gaetano Mosca o el propio Orlando. En España, Giner de los Ríos, Adolfo Posada, Gumersindo Azcárate, claramente orientados hacia un análisis sociológico del Derecho”. Sin embargo, me gustaría señalar que la mayor crítica a dicho positivismo fue perpetrada por un insigne y proscrito pensador —que no aparece citado en el listado anterior—. Me refiero al filósofo alemán Martin Heidegger.
Martin Heidegger y la violencia de la techné
En el verano de 1935, Heidegger impartió un curso en la Universidad de Friburgo bajo el título “Introducción a la metafísica”. En aquel seminario se propuso definir cuál es “la más digna, la más profunda y la más originaria de todas las preguntas” del quehacer filosófico. En su opinión “filosofar significa preguntar: ¿por qué es el ente y no más bien la nada?”. ¿Qué creerían si dijera que la afirmación de Garriga sobre los “constitucionalistas” guarda mucha más relación con esta pregunta de lo que parece a priori?
Heidegger considera que lo que hoy conocemos como filosofía es el producto adulterado de un paulatino proceso de traducciones y malas interpretaciones de la “esencia originaria de la filosofía griega”. De tal modo que en el intento de traducir conceptos centrales del griego a la “lengua de poder”, esto es, el latín, se depauperó la “fuerza nominadora originaria”. Traduttore traditore, ya saben…
Sea como fuere, Heidegger se da cuenta de que desde la temprana Modernidad hemos perdido “la referencia auténtica a las cosas”. Cuya mayor perversión ha sido la del sentido de la palabra physis (Φύσις), del griego antiguo. En lo que podríamos denominar el “giro ontológico materialista”, en el Occidente, dadas las condiciones de desarrollo técnico-industrial ilimitado y el triunfo del cientificismo, la filosofía griega comenzó a verse como un panteón de la Historia, o peor, como la prehistoria de las ciencias positivas. Esa degradación de la filosofía clásica (en tanto que la pregunta por el Todo) desplaza la pregunta por el Ser (Sein) a la pregunta por la expresión material y contingente del ser que son las cosas dadas en la naturaleza. Por tanto, el trabajo filosófico pasó de la metafísica a la “filosofía de la naturaleza” (estableciendo una brecha irreparable entre naturaleza y cultura) y de esta, inevitablemente, a la hiperespecialización y a la “ciencia de la filosofía” (o saber doxográfico). Así, según explica Heidegger: “En la época del primer despliegue decisivo de la filosofía occidental, entre los griegos (…) al ente se lo llamó Φύσις [physis]. Esta palabra básica que designa el ente, se suele traducir por ‘naturaleza’ (…) Pero Φύσις, la fuerza imperante que brota, no significa lo mismo que esos procesos que todavía hoy consideramos como pertenecientes a la ‘naturaleza’ (…) no se debe considerar como un proceso entre otros que observamos en el ente: la Φύσις es el ser mismo”.
Más adelante en ese mismo curso de “Introducción a la metafísica” (1935), Heidegger apunta un hecho incontrovertido: hay una relación causal entre este “giro ontológico materialista” que nos aboca a preguntarnos por lo estrictamente material en lugar de por el Ser, por un lado, y el gnosticismo, por otro.
El gnosticismo jurídico de los constitucionalistas
Y ¿a qué nos referimos con gnosticismo? Etimológicamente gnosis significa “conocimiento”. Los gnósticos estaban convencidos de que tenían un acceso privilegiado a una serie de conocimientos ocultos, superiores. Por resumir, el gnóstico considera que ha sido abandonado a su suerte en un mundo hostil e inarmónico cuya realidad material constriñe su libertad, por ende, debe superarlo. La naturaleza hostil es un reflejo especular de la relación del Hombre con Dios y el Mundo. Una relación quebrada, dislocada. Generalmente, el gnosticismo se fundamenta en un axioma: el dualismo radical entre lo material y lo espiritual. Siendo, por un lado, lo material: malo, precario, concupiscente, contrario a la voluntad y al intelecto y, por otro, lo espiritual: bueno, superior, volitivo y condición sine qua non para la libertad. ¿No son acaso los constitucionalistas gnósticos modernos? Hoy en día no hay mayor gnóstico que el que invoca el World Justice Project Rule of Law Index como si de una epifanía se tratara…
¿Qué actitudes puede tomar el gnóstico frente a la intemperie de un mundo domeñado por el puro factum? El gnóstico tiene dos salidas: (i) la desconexión con el mundo y (ii) el intento de transformación violenta del mundo. Y es que como sugiere mi buen amigo Diego Fusaro, vivimos en un sistema en que la derecha del dinero (o el peperismo del Excel) y la izquierda de las costumbres (o el PSOE State of Mind), juegan a desconectarse del mundo e intentar violentarlo en un pornográfico espectáculo de turnismo gnóstico.
¿Cómo violentan PP y PSOE la realidad? Mediante la técnica (techné). Más concretamente, mediante la técnica jurídica (que no es neutral y está imbuida por el espíritu progresista de nuestro tiempo histórico). Técnicas jurídicas que, cuando se relacionan entre sí como engranajes, constituyen un sistema de ingeniería social. Y este “violentar” la realidad mediante leyes parece evidente cuando atenta contra la materialidad biológica: Ley de autodeterminación de género. Y se muestra evidente cuando atenta contra la vida: Ley de Salud Sexual y Reproductiva y de Interrupción Voluntaria del Embarazo o Ley Orgánica de regulación de la eutanasia. Se muestra también autoevidente cuando atenta contra la base natural de la sociedad, esto es, la familia: Ley 20/2011 del divorcio o Ley 13/2005 del matrimonio homosexual (suena más impersonal y amenazador cuando empleamos la razón matemática: fríos números). Pero no resulta tan evidente cuando el objeto de tal violencia es el propio Ser nacional: Reforma penal de los delitos de sedición y malversación, Ley de Amnistía, etc.
Asimismo, ya en su génesis el nomos griego estaba estrechamente relacionado con la trascendencia. La piedad era para Sócrates, Platón y Aristóteles la mayor de las virtudes (y clave hermenéutica del nomos). Como sugiere Jean-Pierre Vernant en su libro Mito y sociedad en la Antigua Grecia (2013): “Los nomoi, el conjunto de las reglas que instituyen los legisladores, se presentan como soluciones humanas destinadas a obtener efectos definidos: la concordia social y la igualdad de los ciudadanos. Pero estos nomoi solo son válidos si se ajustan a un modelo de equilibrio, de armonia geométrica, que tiene un valor más que humano y que representa un aspecto de la diké [justicia moral] divina”.
Inmanencia y paradigma geométrico de la ley
¿Qué sucedería si en el transcurso de la operación materialista de olvido del Ser y presencia de lo ente en cuanto totalidad, se elimina el elemento trascendente (justicia moral) inherente al nomos? Que las leyes se encierran en un círculo inmanente en que se persigue igualmente la armonía geométrico-matemática, pero como simulacro despojado ya de los elementos metapolíticos que hacían posible esta armonía. Esto es el positivismo de matriz kelseniana. Y este positivismo mira con desdén y violenta la realidad desde sus torres de marfil: los despachos de Bruselas, departamentos de Derecho constitucional y sedes de la partitocracia imperante.
Como decía, el gnosticismo positivista se ve rápidamente cuando violenta la realidad biológica, vital o familiar, pero se mantiene velado cuando se trata de la realidad nacional. La búsqueda de la “armonía geométrica” y la teoría pura del derecho no sirven para parar golpes de Estado. Es una ensoñación infantil tratar de encorsetar el Ser nacional en un marco legal. Puesto que la Nación es —si se nos permite jugar con la terminología heideggeriana— el ser (Sein) mientras que la Constitución es el ente (seiendes). O al menos así debería ser. La Constitución es el cuerpo cuyo alma es la Nación. Sin tal arquitectura el alma queda inerme, pero sin Nación la Constitución queda inánime. Como dijera el jurista alemán Konrad Hesse: “La Constitución debe permanecer incompleta e inacabada por ser la vida que pretende normar vida histórica”. Ser y devenir…
La tiranía de los expertos jurídicos nos quiere hacer creer que por arte de birlibirloque se puede defender la nación sólo desde el formalismo abstracto del imperio de la ley. Si llegáramos a creernos la narrativa constitucionalista, incurriríamos en lo que Juan Bautista Fuentes denomina “terror geométrico”: “Desde las riadas de sangre que hizo correr la muy ilustrada Revolución Francesa hasta la apoteosis del terror abstracto-igualitario en el que han consistido las revoluciones y las sociedades del comunismo real, hasta el terror ‘impersonal’ o ‘científicamente’ programado mediante el que los países o bloques de economía desarrollada se mantienen a raya entre sí o a las sociedades y pueblos menos desarrollados. Se diría que en la raíz misma de la concepción ilustrada, moderna y progresista de la razón yace, por su formato económico-técnico y por tanto abstracto-igualitario, un impulso fanático irreprimible que conduce inexorablemente al nihilismo por el camino del terror”.
Social-patriotas en liza: contra el esperanto iluminista
A diferencia de los constitucionalistas de salón, los social-patriotas saben que la nación es muchísimo más que un conjunto de leyes; que es cultura, civilización, comunidad, historia compartida, tradición, lengua, usos y costumbres, festejos populares, voluntad de ser y seguir siendo, unidad de destino en lo universal. Como dice el maestro Pedro Carlos González Cuevas: “los valores que dan cuerpo al ‘patriotismo constitucional’ o son valores expresados por la historia nacional, por las tradiciones, o no son nada. Los esperantos iluministas suelen tener malas traducciones políticas”.
La Pirámide de Kelsen está siendo enterrada y sus sepultureros son los social-patriotas. Sólo desde este punto de vista se entienden los cánticos de Ferraz como el de “La Constitución destruye la Nación” o la publicación de libros como el reciente España o el 78 (2024)., Ed. Manuscritos. ¿Dónde están los que rodeaban el Congreso de los Diputados e impugnaban el Régimen del 78? Se han adocenado. ¿Quién habla hoy de justicia social y reparto equitativo de la propiedad? Una pista: no son los herederos del 15M…
Que se aparten los constitucionalistas ¡Porque llegan los social-patriotas!