Santo Obispo Osio, por Credo y por justicia

Necesario en esta Iglesia y en este momento, defendió la ortodoxia del pensamiento cristiano en la esfera religiosa asumiendo sus consecuencias en la esfera civil

Te lo pido, cesa y recuerda que eres un hombre mortal… No te atribuyas autoridad para los asuntos eclesiales ni nos des órdenes sobre ellos… Te escribo esto porque estoy inquieto por tu salvación”. Así escribe el Obispo Osio al emperador Constancio, alrededor del año 354 d.C., ante las presiones para que condenara a (san) Atanasio y aceptara la herejía arriana, exigiendo al emperador que no se inmiscuyera en asuntos estrictamente eclesiales.

            En el decimoséptimo centenario (1.700 años) del Concilio de Nicea, primer Concilio Ecuménico de la historia, vamos a vivir, previsiblemente, lo que se conoce como “canonización equipolente” en la Iglesia Católica romana, que consiste en el reconocimiento del culto público legítimo por fama de santidad, habida desde tiempo inmemorial. En lugar del proceso de canonización al que estamos acostumbrados, vemos un casus exceptus, mediante el cual se extenderá el culto público al Santo Obispo Osio, como se ha venido venerando en las iglesias orientales y Ortodoxa ininterrumpidamente desde su fallecimiento en el año 357 d.C., en loor de santidad. Inopinadamente, al mirar la figura del Obispo Osio de Córdoba, siglos III-IV, descubrimos la figura del obispo que la iglesia occidental necesita hoy.

            Estas líneas no pretenden ser un recorrido lineal por sus más de cien años de vida, pues una vida tan extensa y con tantos hitos destacables convertiría a estos párrafos en un amasijo de nombres y fechas demasiado farragoso, y lejos de mí pretender aburrir al lector que haya osado asomarse a este rincón. Otros lo han hecho académica y acertadamente, con mayor acierto y autoridad. Me propongo, sin embargo, tratar de exponer someramente porqué considero que en el Santo Obispo Osio ganamos al obispo que necesitamos con urgencia en nuestra Iglesia y en nuestro momento de la Historia.

            Hombre virtuoso, nacido en Córdoba en el año 256 d.C., fue elegido obispo en el 294. Sabemos de él, principalmente, por escritos de otros, especialmente, por escritos de San Atanasio, de quien fue confesor. Osio no transcribió su pensamiento pero influyó notablemente en algunos Padres de la Iglesia. Y más allá de su influencia eclesial, su fama de virtud le llevaría a ser reclamado por el emperador Constantino como su principal asesor.

            Confesor de la Fe. Durante la persecución de Diocleciano y Maximiano (siglo III), siendo ya obispo de Córdoba, padeció persecución. No fue martirizado como tantos otros fieles, pero los estudiosos se inclinan a pensar que fue condenado al exilio. Ser Confesor de la Fe en ese momento no era cosa vana. No lo es en ningún momento, por supuesto, sólo quiero dejar constancia de que no consistía en firmar un manifiesto y seguir con su vida. Hoy podríamos constatarlo fácilmente si miráramos con honestidad a la aniquilación sistemática de cristianos en África o en Oriente Medio, o al pueblo Armenio, por ejemplo, pero no tenemos ese valor. No renunciar a la fe y a la práctica religiosa cristiana solía llevar al martirio. Sigue llevando al martirio. Que no le mataran a uno por ello no era decisión del cristiano, sino de la autoridad civil o religiosa de turno, que decidía sobre la vida de los demás a su antojo e interés. Nuestra generación va a aprenderlo de la peor manera posible.

            Y si Osio fue Confesor de la Fe a sus cuarenta años, siguió siéndolo en su ancianidad, como muestra esta carta al emperador Constancio, entregado al arrianismo, que le presionaba por instancias de los obispos arrianos que, dada su santidad e influencia sobre los demás, reconocieron en Osio el enemigo a batir: “Yo fui también confesor de la fe al comienzo, cuando hubo una persecución en tiempos de tu abuelo Maximiano. Si tú también me persigues, también ahora estoy dispuesto a soportar lo que sea, antes que derramar sangre inocente y traicionar la verdad, pero no tolero que me escribas así y me amenaces”.

            Ortodoxo y defensor de la Verdad frente a la herejía. Nunca se dejó arrastrar por la tentación del consenso. No se dejó vencer por la falsa unión, sino que mantuvo la Verdad sin aceptar rebajas doctrinales a cambio de una supuesta convivencia más cómoda que sólo hubiera llevado a la autodestrucción de la Iglesia y al error de muchos. La defensa de la Verdad fue una constante a lo largo de toda su vida, tanto en su joven madurez como en su ancianidad. No cejó en el intento de que los arrianos volvieran a la doctrina y no cedió ante el error. No se dejó llevar por los cambios de creencia del poder. El Obispo Osio defendió la ortodoxia del pensamiento cristiano en la esfera religiosa asumiendo sus consecuencias en la esfera civil.

            Fue el enviado del emperador Constantino al norte de África para afrontar los primeros conflictos con los donatistas. Del mismo modo, fue el delegado de Constantino ante la división arriana que empezaba a cristalizar en Alejandría. Fue Osio el que solicitó al emperador que convocara el primer concilio ecuménico de la historia: el Concilio de Nicea. Un concilio que, si bien fracasó en una de sus pretensiones, como era solventar la herejía arriana que negaba la doble naturaleza de Cristo, nos dejó, entre otras cosas, la redacción del Credo Constantinopolitano que ha llegado a nuestros días, el Credo largo, para entendernos. Una redacción que dibuja la doble naturaleza, humana y divina, de la persona de Jesucristo. Mas si el Credo quedó fijado en el año 325 d.C., la división con la doctrina arriana aún le causaría graves problemas a nuestro obispo durante toda su vida. Y más allá de su muerte, incluso. Pues siglos después, aun pudieron sembrar la duda sobre su figura. La acogida  acrítica por parte de Isidoro de Sevilla de un texto arriano que afirmaba que el obispo habría entrado en contacto con ellos durante su secuestro, teniendo ya los cien años cumplidos, hizo que se le retirara el culto litúrgico público y una sombra cubriera su legado desde el siglo VII hasta nuestros días en la Iglesia de occidente. Una sombra hoy diluida por expertos de distintas disciplinas, como quedó públicamente mostrado en el Congreso Internacional “El siglo de Osio de Córdoba”, que sobre su figura tuvo lugar en 2013, en su diócesis cordobesa, a instancias de su obispo don Demetrio Fernández, uno de los prelados de la diócesis que más ha trabajado por rehabilitar la figura del santo y cuyo esfuerzo, Dios mediante, podrá ver culminado próximamente.

            El Obispo Osio fue el primero en la Historia de la Iglesia en defender la separación Iglesia-Estado. Así escribe al emperador Constancio (carta del año 356 d.C.) para salvaguardar la independencia de la institución en asuntos de doctrina. “Dios te confió el Imperio, a nosotros las cosas de la Iglesia (…) Ni a nosotros es lícito tener potestad en la tierra, ni tú, Emperador, la tienes en lo sagrado”.

            Destacar este punto puede generar demagoga confusión si tenemos en cuenta que Osio había sido llamado a ser el principal consejero del emperador Constantino e influyó en el reconocimiento de la libertad religiosa en el Imperio, como quedó afirmada en el Edicto de Milán. A raíz de este edicto, no sólo se ponen freno a las persecuciones de cristianos, sino que se restituyen los bienes que le habían sido incautados a algunas iglesias. También se atribuye a su influencia la manumissio in ecclesia, la posibilidad para un ciudadano romano de manumitir (liberar) esclavos ante un miembro de la Iglesia, en presencia del Obispo, acto conferido de validez jurídica sin las cargas fiscales derivadas.

            Sin embargo, no hay incoherencia en afirmar que defiende la independencia de la Iglesia en asuntos de doctrina, mientras, como obispo, en la medida de sus posibilidades, trabaja por la defensa y liberación de los cristianos perseguidos. No se inmiscuye en otros asuntos del imperio que no le competen, ni trabaja para el Estado contra aquellos a los que debe defender y custodiar. La separación Iglesia-Estado no sólo habla de que el Estado no se inmiscuya en asuntos de doctrina, sino que vive también de que los obispos no se inmiscuyan, ni se vuelvan agentes de los asuntos eminentemente estatales, ni recurran al Estado para el arbitraje en asuntos en los que debiera imperar el arbitraje del Obispo de Roma.

            Al Obispo Osio le preocupaba mucho la mala praxis del episcopado de la época y los abusos que en su ejercicio se cometían. A él se le debe la llamada “constitutio de episcopis, serie de cánones sobre el buen comportamiento de obispos y ejercicio del episcopado, ante los abusos que se habían detectado. Estos cánones abarcaban asuntos tales como la unión de obispos de oriente y occidente, corruptelas en la elección de los prelados, cambio de sede episcopal, prevalencia de la Sede de Pedro y el derecho de apelación, ausencia de los obispos de sus sedes, intrusión en diócesis ajenas, prohibición de acudir al emperador para asuntos distintos a la ayuda de los pobres, viudas y oprimidos, entre otros temas abordados en el Concilio de Sárdica, en el año 342 d.C.

            A la luz de su biografía, el santo obispo tuvo siempre presente la certeza de que la defensa de la Verdad y la independencia eclesial revertiría en el bien de los cristianos a los que debía tutela. Osio fue cristiano católico romano en la persecución pagana, fue cristiano católico romano en la libertad religiosa constantiniana y fue cristiano católico romano en la persecución arriana. Y desde esa posición trató a todos los poderes terrenales y eclesiales que le tocó tratar.

            A pesar del papel tan destacado que tuvo en momentos decisivos para la Historia en general y de la Iglesia en particular, podemos intuir que Osio era hombre discreto, sin afán de estar constantemente en el foco de atención. Lo podemos deducir por los períodos de vacío histórico en distintos momentos de su biografía. Poco se sabe de su infancia y juventud, aunque se considera que nacería en una familia acomodada. Después del Concilio de Nicea, en el que tuvo un papel principal, se abre un silencio histórico sobre su figura que dura diecisiete años. Pasó ese tiempo en su patria y su iglesia, su amada diócesis de Córdoba, comúnmente conocida en la iglesia Oriental y Ortodoxa como “la cátedra de Osio”.

            Vuelve a la esfera pública al ser llamado a asistir al Concilio de Sárdica, en el 342 d.C., encabezando la delegación de los obispos occidentales, junto al obispo Protégenes de Sárdica.

Saber estar en los momentos decisivos y saber estar en los momentos sencillos de la vida episcopal que le corresponde, atender serenamente la vida de sus fieles, vivir lo escondido de la sencillez diaria sin necesidad de estar constantemente en la cara pública, se me antoja imprescindible para el ejercicio del gobierno pastoral y salvaguarda de la vida de oración.

            Pasado ese concilio, se vuelve a diluir su figura en los libros por diez años, tras los que reaparece su nombre en una carta que le dirige el papa Liberio en el 353 d.C., como desahogo ante las presiones que empieza a ejercer el emperador Constancio sobre la Iglesia de Roma para que abrace la herejía arriana. Presiones que poco tiempo después sufrirá el mismo Osio y le llevarán a morir lejos de su tierra, en Sirmia, adonde lo exilia, según algunas fuentes, el propio emperador Constancio. San Atanasio afirma en su Historia de los arrianos que fue retenido durante un año por estos, y se negó a secundar una fórmula semiarriana en relación a la consubstancialidad de Cristo. Tenía ya cien años.

            San Atanasio lo defiende en todo momento, rechaza los rumores sobre su claudicación y el Obispo Osio muere en fama de santidad. Su veneración y culto público se extienden con rapidez en las iglesias occidental, oriental y ortodoxa, hasta que su fama se quiebra, como ya he comentado, en el siglo VII en su propia casa, la que tanto amaba, la iglesia Católica occidental. Sin embargo, la reparación de tal injusticia viene a regalarnos el pastor que nunca perdimos. El carácter sacramental de su ordenación episcopal vence al tiempo y asoma, de nuevo, a iluminar a su grey y, por qué no, a sus hermanos en el episcopado, volviendo a ser en su tierra el obispo santo que siempre fue.

            Santo Obispo Osio de Córdoba. Ruega por nosotros.

Post scriptum: A la fecha de publicación de este artículo, la cátedra de Osio cuenta con nuevo Obispo Electo, don Jesús Fernández González, pasando don Demetrio Fernández a Obispo Emérito de Córdoba.

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