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Soñemos en una revolución como nunca se ha soñado

De lo que se trata es de modificar los resortes últimos por los que nos abrimos al mundo

Soñemos… Soñemos que, sin saber cómo ni por qué, nuestros gobernantes han decidido poner término a la invasión migratoria al tiempo que, entregándose de nuevo a procrear, nuestros hombres y mujeres se han puesto a segar la hierba bajo los pies de quienes pretenden que ser invadidos constituye la única solución frente al invierno demográfico que nos atenaza.

Soñemos que, después de haber estado años enfrentándose a las leyes de la Naturaleza y de la antropología, se han desvanecido los delirios del denominado «pensamiento woke». Gracias a ello, los cabellos se han puesto a desteñirse de verde, los aros a descolgarse de narices y labios, las epidermis a destatuarse, los homosexuales a disfrutar de su sexualidad sin imponerla a los demás, en tanto que los aquejados de disforia sexual pasaban a ser atendidos con el fin de aliviar su padecimiento.

Sigamos soñando y soñemos que la sensatez se ha impuesto por fin entre las gentes de nuestras separatistas regiones. Dada la degradación a la que el Régimen del 78 ha llevado las cosas, no se entiende cómo ha podido producirse semejante milagro; pero, puesto que estamos soñando, soñemos que se ha acabado asumiendo gozosamente la rica y doble personalidad de quienes, por su lengua, historia y ser, son tan españoles como vascos o tan españoles como catalanes.

Y soñemos por último que se ha puesto término tanto a las corruptelas que desangran nuestro erario como a la sangría que le ocasionan los casi tres millones de empleados públicos que atiborran el país y sus diecisiete taifas; cosas todas ellas que nos permiten soñar que, gracias a ello, se ha puesto fin al apabullante expolio fiscal (la mitad de los días trabajados) con el que el dios Mammon sacia su hambre sobre nuestras espaldas.

¿Es hermoso este sueño? ¿Os gusta el país con el que, de realizarse lo soñado, nos encontraríamos al despertar? ¡Cómo no os va a gustar! ¡Cómo no nos va a encantar a todos! Un país parecido haría que la vida resultase incomparablemente menos pesarosa, más exuberante, más gozosa; semejante país incluso abriría una amplia grieta de luz en medio de la grisalla que hoy nos envuelve. No cabe la menor duda  de ello, y sin embargo…

¿Es éste, sin embargo, todo nuestro anhelo? ¿Con sólo estas tres o cuatro cosas vamos a contentarnos? ¿Concluye ahí todo nuestro afán, todo nuestro proyecto? ¡Aviados estaríamos si ahí concluyese! Y aviados estamos, pues todo cuanto anhela, hoy por hoy, la mayoría de las gentes y  fuerzas identitarias no va más allá de tales cosas, de tales objetivos. Objetivos —los de nuestro sueño— que son tan indispensables e incuestionables como gozosos y jubilosos: sin ellos, nada más se podría siquiera plantear. Pero al revés también: si nada más acompañase a tales objetivos, se quedaría el mundo tan mustio y desabrido como lo están hoy las yermas tierras por las que deambulan los hombres privados de horizonte, sentido y destino.

¿De verdad os quedaríais tan contentos con un mundo del que hubieran desaparecido corrupción, separatismo, wokismo e invasión migratoria, pero en el que nada hubiese venido a  ocupar el vacío dejado por su desaparición? ¿No veis que seguiríamos, en realidad, igual de desnortados? ¿No veis que estaríamos tan carentes de aliento colectivo como hoy? ¿Cuál sería la ilusión, el proyecto, el destino que movería nuestras vidas? ¿No veis que el dinero y la diversión seguirían siendo lo único capaz de alentarnos? ¿No entendéis que seguiríamos sin tener ningún gran, ningún digno proyecto —no, el dinero no lo es— por el que vivir y morir? ¿O es que sólo os interesa un «vivir» reducido a un indolente vegetar entre el currar y el divertir? No, no os puede interesar, no nos puede interesar tal cosa. A los otros sí, desde luego que sí. A las izquierdas y a los liberalios, a todos los «libres e iguales» del 78, claro que sólo eso les interesa. Pero a nosotros no. Nosotros somos todo lo opuesto a ellos, nosotros buscamos otra cosa, otro aliento, otra luz. Otra belleza.

Buscamos la belleza que no hay, que no puede haber en un mundo configurado tan sólo por cuanto hemos vislumbrado en nuestro sueño. No hay belleza ni grandeza en un mundo que —con la salvedad de las tres o cuatro cosas soñadas— se parecería como una gota de agua al mundo dominado hoy por lo insustancial y lo feo, lo adocenado y lo vulgar. Acabemos, claro está, con la invasión migratoria, derrumbemos el wokismo, liquidemos el separatismo que corroe a nuestra patria, derrotemos la corrupción y la opresión fiscal. Bien, muy bien, magnífico: todo eso son cosas que ya están y deben seguir estando en nuestros corazones y en nuestros programas. Agarremos, pues, cuantos picos y palas —bulldozers, en realidad—  sean necesarios y «acabemos», «derrumbemos», «liquidemos», «derrotemos» todo aquello que se tenga que derrumbar. Pero derrumbarlo…. ¿para implantar qué en el vacío abierto en su lugar? ¿Para crear qué otro orden del mundo? ¿Para realizar qué gran revolución?

¿Una gran revolución? Sí, una revolución —decía aquí mismo Alain de Benoist— tan grande, tan extraordinaria, que nunca hemos visto nada igual.

Una revolución grande, extraordinaria, porque de lo que se trata —no nos engañemos— es de algo de ese calibre, de esa envergadura… y de esa endiablada dificultad. De lo que se trata es de modificar los resortes últimos por los que vivimos y sentimos, imaginamos y razonamos, soñamos y anhelamos. En una palabra, los resortes por los que nos abrimos al mundo, por los que las cosas cobran sentido y realidad. Se trata de dar cuerpo a todo un enaltecedor proyecto de vida en común, donde ésta recobre —junto con los inconmensurables beneficios aportados por la ciencia y la técnica modernas, pero circunscritos a su lugar— algo más, algo distinto, algo cuya ausencia nos sume en el sinsentido, la vulgaridad y la fealdad.

¿Qué tesoro es el que hemos perdido?

Hasta tal punto hemos perdido este tesoro que ni siquiera lo hemos entrevisto  en nuestro sueño. Démosle un nombre, llamémoslo el sentido de «lo sagrado». Pero pongámosle, para evitar malentendidos, muchas comillas a «lo sagrado». «Lo sagrado», en efecto, no es otra cosa que la dimensión existencial que nos impulsa hacia fuera, que nos proyecta más allá, a lo lejos: aquello que, siendo intrínseco a nosotros mismos, se halla fuera de nosotros, nos hace —decía Heidegger— ek‑sistere, estar «ex», fuera: en una palabra, existir. Y, sin ello, sin el aleteo de «lo sagrado», no hay ek‑sistencia auténtica que valga. Como tampoco hay  todo lo que la acompaña: el éxtasis de lo bello, la afirmación de un destino colectivamente grande, noble, bello, así como la consiguiente aniquilación de lo feo, lo vulgar, lo anodino.

¿Por qué cauces se expresan, por qué vías se realizan tan altas cosas? Desde los tiempos más remotos, «lo sagrado» se ha expresado, ante todo, a través de Dios o de los dioses. Pero cuando tanto Dios como los dioses han desaparecido del mundo, cuando han dejado de expresar socialmente lo que sea, ¿cómo y por qué vías podrá volver a alumbrar la llama de «lo sagrado»? ¿Qué es lo que podrá dar cauce a ese ek‑sistir que es éxtasis que nos proyecta hacia lo más hondo de nosotros mismos y del mundo? ¿Qué podrá dar comunitariamente cauce a «lo sagrado»? ¿Qué podrá expresarlo, si no es, ante todo, ese éxtasis al que llamamos belleza (tanto la de la naturaleza como la del arte, sin olvidar la más pequeña: la que debe envolver, y hoy envuelve menos que nunca, nuestro entorno cotidiano)? Y, junto a la belleza, la grandeza  y la nobleza de un destino asumido con el vigor audaz, inquebrantable, de los hombres que, desprovistos de guía y sostén —libres pero jamás iguales—, se lanzan a la embriagadora experiencia del existir.

Barcelona (1947) y «repatriado» en Madrid (2005) después de haber estado dando vueltas por media Europa y haber vuelto a su ciudad natal, es ensayista, escritor y editor. En 2002 lanzó con el apoyo de Álvaro Mutis el Manifiesto contra la muerte del espíritu y la tierra, que dio título a ElManifiesto.com, periódico «política y socialmente incorrecto» que sigue dirigiendo. Entre sus principales obras publicadas o traducidas en España, Francia e Italia, cabe destacar Los esclavos felices de la libertad, El abismo democrático, la novela El deber de lo bello. Amores y desamores en tiempos de Pandemia, y la biografía novelada, aún inédita en España, Margherita Sarfatti. L’amante ebrea di Mussolini. Musa del primo fascismo.

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