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Trump ante el Estado Profundo

Trump se rodea de gente como Robert F. Kennedy Jr. para domeñarlo

«Sistema amañado», «intereses especiales», «drenar el pantano» y «Estado Profundo» han sido expresiones tan recurrentes en el discurso de Trump desde que presentó su candidatura a mediados de 2015 que han pasado a ser parte reconocible de su identidad. Todo el mundo responde pavlovianamente a ellas, bien a favor o en contra, porque saben de quién provienen… aunque no tanto hacia quién van dirigidas. El contorno de su significado resulta un tanto difuso y quizá ahí radique parte de su éxito, como ocurre con la poesía y las letras de las canciones, donde cada uno añade lo suyo en esos espacios en blanco y entonces cree que tratan de su propia experiencia personal. Podríamos pensar entonces que son significantes vacíos, pero entonces vemos cosas extrañas aquí y allá en diferentes estamentos del sistema, reacciones tan coordinadas, tan notoriamente sujetas a «órdenes de arriba», que se hace imposible no empezar a sospechar que están enlazadas por hilos invisibles movidos por algunos que se dan por aludidos y ven en el extra de Solo en casa 2 una amenaza para su poder. Así que algo hay. Haberlo, haylo.

¿Pero exactamente qué? ¿De qué intereses especiales estamos hablando? ¿Quiénes son esas misteriosas criaturas que habitan en el pantano? ¿Cuál es el origen, composición y forma de actuar de ese Deep State o Estado Profundo? En esa tarea nos resultará de utilidad The Deep State: The Fall of the Constitution and the Rise of a Shadow Government deMike Lofgren: tras dos décadas en el House Budget Committee en asuntos de seguridad nacional conoce bien el sistema desde dentro y tiene libertad, ya retirado, para describirlo. Ya se sabe que no hay cuña como la de la misma madera. La expresión «Estado Profundo» proviene de los últimos días del Imperio otomano, cuando bandas criminales se pusieron al servicio de los generales llamados Jóvenes Turcos para formar la naciente república turca. Alude, por tanto, a aquellos poderes estatales o ramificaciones del mismo que no están sujetas a control democrático y tienen su propia agenda de intereses.

En el caso estadounidense, dice Lofgren, «el Estado Profundo es la gran historia de nuestro tiempo. Es el hilo que une la guerra contra el terrorismo y la militarización de nuestra política exterior. La financiarización y la desindustrialización de nuestra economía. El ascenso de una estructura social plutocrática que nos ha dado la sociedad más desigualitaria en al menos un siglo, y la disfunción política que ha paralizado la gestión cotidiana». Concretamente estaría compuesto por el Departamento de Defensa, el Departamento de Estado, el Departamento de Seguridad Nacional, la CIA, el Departamento de Justicia y el Departamento del Tesoro en su relación simbiótica, todos ellos, con Wall Street y Silicon Valley. Aquí el propio Trump da una sucinta explicación de ese Establishment y sus fines últimos. Por ello, cuando los medios intentan desmentirlo dicen que eso del Estado Profundo es solo una teoría de la conspiración sobre algo inexistente y, simultáneamente, que se trata de servidores públicos y agencias que al no estar bajo las órdenes del presidente velarían por frenar sus excesos preservando el orden liberal. O sea, que sí conspiran contra él, pero son los buenos de la película, nos cuentan.

Bien, ya nos vamos haciendo una idea de sus fines y de sus coartadas. Hay además dos rasgos del comportamiento humano característicos suyos, como leyes newtonianas a las que están sujetos inexorablemente. Uno es lo que el psicólogo Irving L. Janis definió como «pensamiento de grupo», es decir, la habilidad camaleónica de la gente para adoptar los puntos de vista de sus superiores e iguales, lo que hace que parezcan a menudo tan coordinados e intercambiables como minions. Un síndrome que sería endémico en Washington D.C., el nodo principal del Estado Profundo, definido alguna vez como un «Hollywood para gente fea», pues se trata de un microcosmos donde los contactos y el estatus son tan importantes como en aquél, pero las apariencias se requieren más discretas. «Un traje Armani no es apropiado; es importante que uno parezca un sobrio servidor del pueblo, o un humilde aspirante a servidor del pueblo, incluso aunque ese pueblo al que uno sirve sean plutócratas», aclara Lofgren, al tiempo que aconseja dejar de lado los Ferraris y Bentleys y apostar por el coche oficial del Estado Profundo, el Chevrolet Suburban negro. Ese SUV que tantas veces hemos visto con el que persiguen o secuestran al protagonista de cualquier thriller cuando pasa a saber demasiado.

El segundo rasgo se resume en aquella célebre cita de Upton Sinclair: «Es difícil conseguir que un hombre entienda algo cuando su salario depende de que no lo entienda». Hermanada con aquella ley de hierro de la oligarquía por la que las élites tienen como prioridad perpetuarse en el poder, la llamémosla ley de hierro del chiringuito establece que el fin último de toda agencia es preservar o ampliar su dotación presupuestaria. Dado que es una vía de dirección única, esto conlleva que los organismos públicos van multiplicándose y extendiendo sus raíces indefinidamente sin que nadie parezca capaz de ponerles freno. Basta fijarse en sus orígenes y desarrollo.

La CIA fue fundada en 1947 por exigencias de la Guerra Fría ante las reticencias de algunos que veían en ella una «Gestapo americana», incluyendo el propio presidente Truman (quién, años después, se arrepentiría públicamente de la deriva que tomó). Su poder fue creciente, conformándose durante los años 50 como una agencia capaz de derrocar gobiernos en otros países, desde Irán a Guatemala. Para enero de 1961, el presidente Eisenhower pronunció un histórico discurso de despedida en el que alertaba de la «influencia injustificada, buscada o no, por el complejo militar industrial. El potencial para un desastroso aumento del poder fuera de lugar existe y persistirá. Solo una ciudadanía en alerta y conocedora puede obligar a que una enorme maquinaria industrial y militar se combine adecuadamente con nuestros métodos y objetivos pacíficos».

Ese mismo año su sucesor, Kennedy, dio otro discurso igualmente célebre ante la Asociación de Prensa señalando las restricciones e imposiciones de la seguridad nacional y cómo con su poder paralelo y sus actividades conspiratorias pueden ahogar las libertades en principio llamadas a defender, pues «la propia palabra ‘secreto’ es repugnante en una sociedad libre y abierta; y nosotros, como pueblo, hemos sido intrínsecamente e históricamente opuestos a las sociedades secretas, a los juramentos secretos y a los procedimientos secretos». El destino le tenía preparada una amarga ironía.

Se cuenta de Cincinato que aceptó el puesto de dictador que le ofreció el Senado romano para combatir a los invasores eucos; tras reunir un ejército y derrotarlos en apenas unos días, renunció a todo el poder que le había sido otorgado y regreso a su granja para seguir cultivando la tierra con sus manos. Que tal gesto alcanzase niveles de leyenda, citado y recreado en los siglos venideros, nos hace temer que en realidad es bastante infrecuente. Los atentados de 2001 abrieron el paso a nuevas agencias de seguridad, mayores competencias para ellas y presupuestos más generosos, además de una constante implicación en costosísimas guerras foráneas… No sería fácil volver a meter luego el genio en la botella. Recordemos que el mismo Obama llegó al poder advirtiendo de los excesos de la «guerra contra el terror» y de la amenaza que suponían para los derechos constitucionales. Sin embargo, sus ocho años en el cargo desmintieron clamorosamente lo prometido.  

Pero los votantes no lo olvidaron. Las promesas de Trump de no involucrarse en conflictos externos y «drenar el pantano» sin duda jugaron un papel en su elección en 2016. Esta vez el resultado fue algo más satisfactorio, pero lejos de lo prometido… incluso para alguien no muy dado a la autocrítica como él. Hace unos meses anunció un plan que incluía desmontar departamentos y estructuras burocráticas, crear auditorias independientes para controlar las agencias de inteligencia y organizar «una Comisión de Verdad y Reconciliación para desclasificar y publicar todos los documentos sobre espionaje, censura y corrupción del Estado Profundo». Lo contaba, también, hace unos días su nuevo fichaje para esa tarea, Robert F. Kennedy Jr. sobre la experiencia de Trump en su primer mandato tal como a él se la contó: «Dijo, no sabía nada sobre gobernar y ganamos esta elección, y de repente, tienes que llenar 60,000 puestos (…) dijo que estaba rodeado de personas, de cabilderos e intereses empresariales que decían, tienes que nombrar a este tipo, y eso es lo que hizo. ‘No quiero hacer eso de nuevo’ dijo, ‘esos eran tipos malos y esta vez, vamos a hacer algo diferente’. Me ha pedido que le ayude a hacerlo. Así que, si lo hacemos, si él hace lo que dice, soy muy optimista de que realmente podemos remediar gran parte de esta corrupción».

Ahora bien… ¿Qué será capaz de hacer ese pantano para evitar ser drenado?   

Nacido en Baracaldo como buen bilbaíno, estudió en San Sebastián y encontró su sitio en internet y en Madrid. Ha trabajado en varias agencias de comunicación y escribió en Jot Down durante una década, donde adquirió el vicio de divagar sobre cultura/historia/política. Se ve que lo suyo ya no tiene arreglo.

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