Un Premio Nobel a la estupidez

El simplismo de Acemoglu ofrece una coartada al globalismo

El Premio Nobel de Economía tiene un historial pobre, muy, muy pobre, y aún así los sabios que lo conceden se han superado al concedérselo este año a Daren Acemoglu, una persona no solamente obtusa sino que ha tenido una influencia maligna en la profesión económica.

Cuando estudié economía en la universidad, como asignatura de periodismo, tuve que lidiar con el manual de Paul Samuelson, Nobel de Economía en 1970, una pila de páginas inútiles llena de tonterías prosoviéticas que es el texto de economía más vendido en el mundo desde 1945: las ediciones sucesivas del libro mostraban gráficos con la convergencia esperada de las economías de EEUU y la URSS, inicialmente en 25 años, luego en 1990, después de en 2000. La URSS colapsó antes siquiera de acercarse a esa convergencia.

Muchos años después, David Card publicó un estudio lleno de ofuscaciones que estudia el efecto de los incrementos del salario mínimo sobre la creación de empleo, y concluye que igual, quizás, esos efectos no son tan malos como otros (como todos los demás estudios al respecto) dicen: una conclusión progresista que le gustó tanto al amado comité que le premiaron con el Nobel de 2021, en medio del asombro general.

Con todo, el Nobel de este año, para Acemoglu, supera a los de Samuelson y Card en estupidez. Para empezar, hay que entender que Acemoglu (armenio nacido en Estambul) es famoso, una estrella entre los economistas que da clases en el prestigioso Massachussets Institute of Technology, el tipo de economista que sale en la tele, es invitado a Davos y recibe reseñas elogiosas de su último libro en The Economist.

La base de toda esta fama es chocante: un artículo que escribió en 2001, llamado «The Colonial Origins of Comparative Development» (Los orígenes coloniales del desarrollo comparativo) que tocó todas las teclas erógenas del globalismo. Lo que hizo este artículo fue ofrecer una manera elegante y progresista de responder finalmente a la embarazosa pregunta de por qué, en el siglo XXI, algunos países son ricos y otros son pobres.

Una década después, Acemoglu engordó el argumento hasta convertirlo en un libro, Why Nations Fail: The Origins of Power, Prosperity, and Poverty (Por qué fracasan las naciones: los orígenes del poder, la prosperidad y la pobreza), que fue la sensación en el mundillo financiero durante meses.

Para entender la popularidad profesional de Acemoglu, hay que comprender lo incómodas que resultan las principales características de la realidad económica mundial. Un argumento que frecuentemente expone el analista estadounidense Steve Sailer, gran crítico de Acemoglu, es que si uno mira ingenuamente alrededor del mundo, podríamos tener la impresión de que, por ejemplo, territorios chinos como Taiwán, Singapur y Hong Kong han sido económicamente dinámicos porque contienen muchos chinos.

Es bien sabido sobre todo en Singapur (70% de población china) que la conclusión trascendental que el líder post-maoísta de China Deng Xiaoping, impulsado por el entonces líder singapureño Lee Kuan Yew, extrajo fue que si todos los chinos del mundo se estaban enriqueciendo excepto los chinos maoístas, el problema debía estar más en la parte “maoísta” que en la “china”. ¿Saben qué? Llevaba razón.

Sin embargo, como apunta Sailer, para un economista que busca invitaciones a conferencias, el peligro de adoptar la perspectiva de Lee y Deng es su otra cara: hay muchos países y territorios que contienen otras poblaciones, socialmente más retrasadas y con mucho menos apego a la educación y el conocimiento (pregunten al 15% de malayos en Singapur, de donde salen casi todos los vigilantes y secretarias del país) que han quedado notablemente rezagados respecto de los asiáticos del noreste y los europeos, ya sea en su país o en el extranjero, y bajo todo tipo de ideologías e instituciones.

La contribución de Acemoglu, este armenio que nació en la capital del país que exterminó a su familia, fue elaborar un análisis de regresión que mostraba que la pobreza del Tercer Mundo era culpa de, atención a la inesperada sorpresa, los colonialistas europeos.

Acemoglu se montó un esquema mental en el que instituciones extractivas que se crearon en las colonias feas caca (Nigeria, Fiji, Haití…) y también hay instituciones inclusivas que se montaron en las colonias guays a tope (Canadá, Australia, Singapur…) y todo ello explica el mundo actual. Si ponemos instituciones inclusivas en todos lados, socialismo del siglo XXI al canto.

Como se puede observar, el argumento precisa de la ignorancia, voluntaria o no, del que lo recibe. Hay que simular que uno no sabe que las colonias británicas que se hicieron más ricas (y también los territorios españoles de ultramar) eran las que por sus condiciones geográficas y climáticas recibieron más emigración europea; o más emigración china.

El esquema de Acemoglu sirve para explicarlo todo: si, por ejemplo, la República Centroafricana es pobre, no es porque sea una república de África Central (o porque la pobreza sea la condición por defecto de la humanidad), sino porque tiene instituciones extractivas. Y eso se debe a que los europeos no crearon instituciones inclusivas para los centroafricanos. Malos europeos, malos.

El propio Acemoglu lo dejó clarito en su libro, en el que escribe:

“Estos resultados sugieren que África es más pobre que el resto del mundo no por factores puramente geográficos o culturales, sino por tener peores instituciones”.

Y en su artículo de 2001:

“Nuestras estimaciones implican que las diferencias en las instituciones explican aproximadamente tres cuartas partes de las diferencias de ingresos per cápita entre las antiguas colonias. Una vez que eliminamos el efecto de las instituciones, descubrimos que los países de África o los más alejados del ecuador no tienen ingresos más bajos”.

Me gusta como Acemoglu ha puesto una leve capa de pintura economista al viejo chiste español de “si mi abuela tuviera ruedas, sería una bicicleta”.

Por supuesto, todos somos admiradores de las instituciones inclusivas y odiamos las instituciones explotadoras. El mayor problema de las argumentaciones simplistas de Acemoglu no es que sean falaces, que lo son (las instituciones que recibió Singapur del colonialismo británico son las mismas que recibió Fiji, por ejemplo) sino que son de un simplismo que fomenta la estupidez.

Cuando uno se encuentra con fenómenos complejos, que tienen muchas causas, existe la tentación de simplificarlo todo a una causa fundamental, un pecado original que, cuando limpiamos, favorece el progreso.

Eso es lo que hace Acemoglu: ofrece una coartada al globalismo que sigue contribuyendo a la depauperización del tercer mundo (al sacarle a su población más emprendedora para que se hagan vendedores callejeros en Barcelona, al inundarle de productos de desecho como ropa y medicina que compiten de forma injusta con sus industrias, al someterlo a dictados neocolonialistas para “contener” a Rusia o a China) para que no sienta culpable. Y al mismo tiempo una receta simple para repetir en las conferencias y en las entrevistas con El País.

¿Es su país tercermundista y violento? Lo que necesita es instituciones inclusivas. Eso es. Olvídense del duro trabajo de crear una sociedad dedicada al esfuerzo, la educación y el emprendimiento, olvídense de incentivar a los jóvenes para que ahorren y trabajen y no roben; no, mejor repitan conmigo: “instituciones inclusivas”. Gracias por sus aplausos.

Madrid, 1973. Tras una corta y penosa carrera como surfista en Australia, acabó como empleado del Partido Comunista Chino en Pekín, antes de convertirse en corresponsal en Asia-Pacífico y en Europa del Wall Street Journal y Bloomberg News. Ha publicado cuatro libros en inglés y español, incluyendo 'Podemos en Venezuela', sobre los orígenes del partido morado en el chavismo bolivariano. En la actualidad reside en Washington, DC.

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