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Breve explicación de la catedral

Noto que cada vez más gente utiliza este rótulo, que acuñé hace mucho tiempo y sobre el que siempre he tenido sentimientos estéticos encontrados

Noto que cada vez más gente utiliza este rótulo, que acuñé hace mucho tiempo y sobre el que siempre he tenido sentimientos estéticos encontrados. Yo lo usaba con la C mayúscula, pero lo veo más a menudo con la minúscula y me parece mejor.

«La catedral» es sólo una forma abreviada de decir «el periodismo junto con la academia»; es decir, las instituciones intelectuales en el centro de la sociedad moderna, así como la Iglesia era la institución intelectual en el centro de la sociedad medieval.

Pero el rótulo incluye una afirmación. La Iglesia católica es una institución: la catedral son muchas instituciones. Y, sin embargo, el rótulo va en singular. Esta transformación de muchos en uno —literalmente e pluribus unum— es el núcleo del misterio en el corazón del mundo moderno.

El misterio de la catedral

El misterio de la catedral es que todas las instituciones intelectuales legítimas y prestigiosas del mundo moderno, aunque no cuenten con una conexión organizativa central, se comportan en muchos aspectos como si fueran una sola estructura organizativa.

Lo más destacado de esta pseudoestructura es que es sinóptica: tiene una doctrina o perspectiva clara. Siempre está de acuerdo consigo misma. Y algo todavía más desconcertante: su doctrina no es estática; evoluciona. Esta doctrina evoluciona en una dirección predecible, y toda la estructura se mueve en bloque.

Por ejemplo: en 2021, Harvard, Yale, el Times y el Post están en la misma onda. Si existe alguna diferencia doctrinal entre alguna de estas dos prestigiosas instituciones estadounidenses, es demasiado inefable como para que alguien que no sea de Yale pueda discernirla. (Aunque quizá resulte significativo que en Harvard no se enseñe Gray Mirror).

En 1951, Harvard, Yale, el Times y el Post estaban en la misma onda. Pero Yale en 1951 no estaba ni de lejos en la misma onda que Yale en 2021. Si pudieras teletransportar a cualquiera de esas dos Yale de manera que coincidieran en el tiempo, se verían mutuamente como una guarida de criminales intelectuales.

Así que no es sólo que todo el mundo —al menos, todo el mundo guay— esté en la misma onda. Es más bien que todo el mundo está leyendo el mismo libro, al mismo ritmo. No es de extrañar que los campesinos vean que hay conspiraciones flotando en su puñetera sopa. Si vieran un grupo de puntos rojos brillantes moverse por el cielo nocturno todos a la vez, ¿qué pensarían que son? ¿Palomas? ¿Palomas teledirigidas iluminadas por láser? A veces, incluso Occam se queda perplejo.

Además, este misterio resulta crucial para la naturaleza, el destino y la epistemología de nuestra sociedad, porque consideramos el carácter disgregado de estas prestigiosas y fiables instituciones como un principio inviolable de nuestra seguridad intelectual. Nunca concederíamos este nivel de infalibilidad axiomática a una sola organización, como la Iglesia Católica, porque eso sería poner todos nuestros cerebros en la misma cesta. Ningún cerebrito cometería ese error.

Aunque somos conscientes de que los individuos —incluso los muy inteligentes— pueden equivocarse mucho en su percepción y análisis de la realidad, y aunque hemos visto incluso a grupos hacer lo mismo (de ahí la expresión «pensamiento de grupo»), estamos seguros de que no pueden equivocarse todos a la vez. Errar es humano, pero para eliminar el error sólo hace falta emplear la suficiente potencia estadística.

Sin embargo, la estadística sólo funciona si las muestras son independientes. Si alguna fuerza misteriosa está coordinando nuestras muestras, en lugar de medir la realidad, lo único que estamos midiendo es esa fuerza.

Y, de hecho, nuestras muestras sólo parecen independientes nominalmente. Aunque no podemos detectar ninguna conexión organizativa evidente entre ellas, están muy correlacionadas. Y estas correlaciones se mantienen incluso cuando se mueven a través de largos períodos de tiempo.

Esta forma de progreso coordinado es esperable en las ciencias duras y en la ingeniería. Estos campos están estrechamente limitados por dos fuerzas inexorables: la realidad física y la ignorancia humana. Esta última sólo afloja su yugo por milímetros ganados a pulso.

Por otra parte, la situación física y humana de las artes y las humanidades —de la filosofía, la ética, la literatura, la religión y la política— ha permanecido prácticamente inalterada durante milenios. No vemos indicios de ninguna fuerza extrínseca y unidireccional que coordine necesariamente estos campos. Y sin embargo son los campos que parecen avanzar con mayor rapidez.

¿Quiénes somos? ¿Hacia dónde vamos? Si pudiéramos comprender las fuerzas que nos impulsan, podríamos predecir hacia dónde vamos. Por desgracia, la respuesta podría ser: al infierno.

Darwin y el discurso

Harvard no es una caja negra. Sabemos cómo funcionan estas organizaciones.

Las instituciones de la catedral no son relevantes como estructuras de mando jerárquicas. No son un ejército de ideas, como la Iglesia. El decano de química no les dice a los profesores de química lo que Dios cree que deben pensar sobre los metilfluorocarbonos.

La catedral funciona más bien como un discurso; no como un ejército de ideas, sino como un mercado de ideas. Las instituciones son sólo marcas, marcas de prestigio. En este mercado, las ideas evolucionan; se reproducen al ser enseñadas, mutan al ser pensadas y son seleccionadas mediante…

¿Mediante qué? Si queremos saber cómo evolucionará un sistema darwiniano, tenemos que fijarnos en las presiones selectivas sobre sus organismos. ¿Cuál es el criterio de selección de nuestra catedral?

Fijémonos primero en la parte más sólida del edificio: las matemáticas. En matemáticas, el mercado de ideas es directo. No se tolera el error. La prioridad se respeta estrictamente. Incluso sobre la importancia y la calidad de los resultados matemáticos suele haber consenso. De hecho, incluso en la Unión Soviética y en la Alemania nazi las matemáticas puras funcionaban bastante bien como campo.

En matemáticas, la única ventaja selectiva que pueden tener las ideas es que sean buenas matemáticas. Las buenas matemáticas ganan a las malas. Las matemáticas se adaptan perfectamente a la catedral… y a la Unión Soviética. De hecho, es difícil imaginar alguna forma de gobierno tan disfuncional y distópica que no pudiera, dado el talento bruto del intelecto autista, progresar en matemáticas.

Se supone que las ciencias duras funcionan como las matemáticas. En ciertos lugares, ciertos campos y ciertas maneras, así ocurre. Sólo en unos pocos ámbitos están completamente destrozadas, aunque esto, por supuesto, depende de su definición de «duras».

Pero en la ciencia en general enseguida percibimos que hay otras fuerzas; que la ventaja selectiva de una idea puede no estar impulsada únicamente por la calidad de esa idea; que, aunque cierto sentido compartido sobre la calidad permanece intacto, empieza a percibirse que es un legado en proceso de erosión.

Y en cuanto a lo que está más allá de la ciencia, bueno, de gustibus non disputandum («sobre gustos no hay nada escrito»). Obviamente, en la disputa entre la Yale de 1951 y la Yale de 2021, el tanteo puede variar. Yo creo que, en general, si bien ambas se anotan algunos puntos, la primera no es ni de lejos lo bastante rigurosa. Pero es cosa mía.

Supongamos que fuese así y que Yale hubiera verdaderamente declinado. Yale está hecha de personas y de ideas. Es bastante inverosímil que las pruebas psicométricas mostrasen una gran diferencia en la inteligencia de sus estudiantes y profesores entre 1951 y 2021, y bien podrían salir a favor de estos últimos.

Esto sugiere que el problema estaría en las ideas. Es decir, que las malas ideas en humanidades han florecido de alguna manera en Yale (y en todas partes), como algas verdes tóxicas en un lago de montaña antaño azul. ¿Por qué iba a ocurrir eso?

Debe tener algo que ver con el patrón de ventaja selectiva en este mercado ecológico. Puede que una granja de cerdos cercana haya provocado una inundación de aguas residuales en el lago. El estiércol de cerdo es un nutriente que altera el patrón de las ventajas selectivas en el lago, facilitando la existencia de una apestosa floración de algas y dificultando el florecimiento de una feliz trucha arco iris.

Una parábola

En el continente de Mu hay dos naciones, Mundana y Mutopía. Al igual que Burundi y Ruanda, tienen poblaciones muy similares y gobiernos muy diferentes.

Mundana es una monarquía absoluta tradicional con una religión oficial de Estado, como la Rusia zarista. Mutopía es una democracia liberal progresista, como aquí en Estados Unidos pero en mayor grado. En Mundana te decapitan hasta por comportarte como un gay; en Mutopía te obligan a probarlo aunque sea, digamos, una vez.

Mundana ha erigido su llamada Cortina de Titanio entre ella y esta absoluta inmundicia, impidiendo todo contacto social e intelectual. Pero en Mundana también hay intelectuales liberales; por lo visto algunos nacen así. Estos librepensadores, por supuesto, son perseguidos por la policía secreta del Zar y deben utilizar una Internet encriptada para vivir, respirar, pensar, publicar chorradas y concertar citas de sometimiento gay.

En cuanto a Mutopía, por supuesto está dirigida por intelectuales liberales. Para ser precisos: Mutopía está gobernada por un estado administrativo permanente que aplica políticas diseñadas por profesores liberales de prestigiosas instituciones y supervisadas por periodistas liberales de prestigiosas instituciones. Son trabajos difíciles de conseguir y muy buenos de tener. Y no hace falta que nadie supervise a profesores y periodistas: son vigilantes que se vigilan a sí mismos. ¡Qué bien!

Ahora bien: ¿qué intelectuales liberales creen que tendrán mejores ideas, ponderándolas equitativamente? Recuerden que los intelectuales mundanos no pueden oír lo que dicen los mutopianos, o viceversa: son dos mercados de ideas completamente separados.

Su respuesta intuitiva es que obtendrán contenidos mejores y de mayor calidad de los disidentes mundanos que de los profesores mutopianos. Examinemos por qué tienen razón.

Aprovechamiento selectivo de las ideas dominantes

El agua residual que contamina el lago es la soberanía. Los disidentes tienen mejores ideas que los profesores porque los profesores tienen soberanía y los disidentes no.

Los profesores y los periodistas tienen soberanía porque se les confían las decisiones finales y no hay ningún poder por encima de ellos. Sólo los profesores pueden formular la política, es decir, establecer la estrategia del gobierno; sólo los periodistas pueden pedir cuentas al gobierno, es decir, manejar la táctica del gobierno. Estrategia más táctica es igual a control.

Los disidentes no tienen soberanía porque ni al Zar ni a la Iglesia les importa qué piensan. A estos poderes sí les importa que piensen, y su único deseo es que dejen de hacerlo; además, saben exactamente dónde hacer la incisión. Los disidentes no tienen ninguna buena razón para pensar nada en absoluto, así que no importa en absoluto lo que piensen.

Así pues, en las furtivas buhardillas a la luz de las velas de la Mundana disidente, las ideas que triunfan son exclusivamente las mejores ideas; los intelectuales que triunfan son exclusivamente los mejores pensadores. En Mundana, la única ventaja selectiva que puede tener una idea es su mera verdad y/o belleza. La vida de un disidente mundano es terrible, pero dura como el diamante y extremadamente pura.

Por su parte, en las aulas y redacciones de Mutopía existe un mercado de ideas dominantes. Una idea dominante es una idea que valida el uso del poder. Una idea de este estilo gozará de un viento de cola selectivo en el mercado de Mutopía.

Y no hay mercado para las ideas recesivas. Una idea recesiva es una idea que invalida el poder o su uso. Una idea así luchará contra un viento selectivo en contra en el mercado mutopiano. No observamos ninguno de estos efectos evolutivos distorsionadores entre los disidentes mundanos.

Consideremos el problema del cambio climático. Hay dos respuestas a este problema: acción o inacción. La acción requiere energía, y mucha, porque tiene que redirigir como unos 100 billones de dólares de actividad económica. ¡Ahí es nada!

La idea del alarmismo climático implica acción. La idea del negacionismo climático implica inacción. Sin saber qué bando tiene razón, podemos observar que el alarmismo es una idea dominante, mientras que el negacionismo es una idea recesiva.

No es difícil entender por qué, en las aulas y en las redacciones, las ideas dominantes tienden a superar a las recesivas. Una idea dominante es una idea que tiende a beneficiarle a usted y a sus amigos. Una idea dominante será especialmente popular entre sus amigos y antiguos alumnos de la administración pública, porque les da más trabajo y más poder.

Y una idea recesiva, por supuesto, es lo contrario de todas estas cosas. Un científico climático que sostiene la idea recesiva del negacionismo climático está diciendo a sus colegas y al mundo entero: la ciencia climática no es importante. ¿Es sorprendente —en el sentido bayesiano— que un consenso de científicos climáticos llegue a la conclusión de que la ciencia climática es importante?

Ninguno de estos análisis entra a valorar si la idea dominante o la recesiva son buenas. Lo que nos dice es que la catedral mutopiana es incapaz de informarnos de si lo son o no, porque su mercado de ideas siempre seleccionará la idea dominante.

Cuando eliminamos la pseudoinformación que es evidente que ha evolucionado de esta manera, no nos quedamos con lo opuesto a la pseudoinformación, sino con una ausencia de información. Sea cual sea la señal que nos envía la realidad, no podemos oírla. Lo único que sabemos es que nuestras instituciones no pueden oír, pensar, aprender, conocer, comprender ni enseñar ninguna idea recesiva, es decir, ideas que perjudicarían o deslegitimarían a los poderes fácticos.

Este daño cerebral masivo a la mente pública se repite curiosamente en Mundana, cuyo Zar no es menos intolerante con la desinformación sediciosa, herética y subversiva. ¿Por qué iba el Zar a permitir que un director de periódico gay y ateo maldijera a Dios, a la Iglesia y a toda la Familia Real? ¿Cómo? ¿Le faltan celdas a Mundana? ¿Están todos los fabricantes de látigos en alguna clase de huelga-de-látigos? ¡Por Dios! ¡Le dará una tunda él mismo!

El Zar —cuya mente pública es un canon, no un discurso— obtiene casi exactamente los mismos resultados que la catedral, pero a través de métodos exactamente opuestos. El Zar castiga la desviación del pensamiento canónico. La catedral premia la conformidad con el pensamiento dominante.

Por supuesto, el palo y la zanahoria son dos grandes sabores que combinan muy bien, pero ambos son poder. Es fácil pensar que la recompensa y el castigo son cosas diferentes; no lo son: son formas diferentes de llegar al mismo sitio, es decir, a la dominación humana.

La catedral no se puede reparar

La catedral no se puede reparar por dos razones. La primera es que no se puede reparar, salta a la vista. La segunda es que ella no es el problema.

Volvamos al lago y a las aguas residuales. ¿Cómo se arregla el lago? ¡No quitando las algas! Obviamente, tenemos que detener la filtración de aguas residuales y deshacernos de la granja de cerdos. Después, podemos esperar a que el lago se purifique de forma natural o drenar el agua contaminada y dejar que el arroyo azul de la montaña vuelva a llenar la cuenca. Yo recomiendo… esto último.

En este caso, la granja de cerdos es una forma de gobierno que tiene una fuga de poder; una forma de gobierno que por definición quiere externalizar la responsabilidad a actores externos. Cada vez que el gobierno deposita su confianza para una estrategia o decisión política en la investigación universitaria, o toma una decisión que está influida por la información de los medios de comunicación, o divulga selectivamente información a los medios de comunicación, esta confianza está provocando una filtración de soberanía hacia la catedral. Y, dado que la catedral está fuera del gobierno, es casi tan «democrática» como Gengis Kan.

¿Por qué el gobierno —o más exactamente, la administración pública— tiene fugas de poder? Porque es una burocracia, y las burocracias tienen fugas de poder. Es como preguntar por qué un motor de dos tiempos quema aceite o, como mínimo, por qué un motor diésel suelta hollín.

En una burocracia, las decisiones a todos los niveles no las toman los individuos, sino los procesos. Todo el trabajo se rige por procesos. En una burocracia, los directivos no son jefes, sino gestores de excepciones.

La regla fundamental del éxito como burócrata es que, si bien es importante atribuirse el mérito de las cosas que salen bien (todos los que participan en el proceso se lo atribuirán), es esencial evitar la culpa de las cosas que salen mal. Afortunadamente, la decisión regida por procesos difunde y multiplica la emoción del éxito, al tiempo que difumina y diluye la tristeza del fracaso.

Pero si puede exportar la rendición de cuentas y la responsabilidad fuera del propio gobierno, para el burócrata es como si estuviera vertiendo estos residuos tóxicos en las profundidades del océano. O en una laguna azul de montaña. ¿Qué criador de cerdos quiere una laguna llena de estiércol en su granja? Hasta los cerdos odian ese olor… y por eso la burocracia mutopiana tiene fugas de poder. Como cualquier otra burocracia, a menos que sea nueva.

Y por eso no se puede arreglar. Una organización que orienta la responsabilidad hacia arriba, sin fugas, es una organización estructurada como un ejército o una corporación. En esta forma de organización (utilizada por casi todo lo que no es un gobierno), tu gerente es en realidad tu jefe. La autoridad y la responsabilidad finales recaen en una sola persona.

Esta forma de gobierno —la forma que no tiene fugas de poder— tiene un nombre. Se llama monarquía. La forma de gobierno que usa actualmente Mutopía también tiene un nombre. Es una burocracia, que es un tipo de oligarquía. («Estado profundo», si es absolutamente necesario).

Así que la diferencia entre nuestro gobierno y un gobierno que fuese «hermético respecto al poder» es tan basal como puede serlo; no como la diferencia entre una cabra y una gacela, sino como la diferencia entre una gacela y un níscalo. Es como que no existe en realidad ninguna clase de cirugía que pueda convertir a cualquiera de ambas cosas en la otra.

El futuro de Mu

Así que la Bola 8 Mágica de Mutopía está averiada y no se puede arreglar. Su gobierno está tomando decisiones que no son sólo aleatorias, sino activamente perversas y autodestructivas, porque su cerebro es la catedral, que está estructuralmente sesgada hacia estas ideas dominantes, muchas de las cuales, aunque no todas, son simple y llanamente malas ideas.

No me extraña que Mutopía sea un desastre. Pero Mundana también es un caos. Su gobierno, que también es totalmente irresponsable, también está tomando decisiones perversas y destructivas, porque el Zar se está volviendo senil. Su sífilis también está empezando a hacer efecto…

Afortunadamente, justo después de empezar con la parábola anterior, las cosas cambiaron del todo en Mu. En ambos países, los campesinos se rebelaron. Y al contrario que en (casi) toda rebelión campesina de la historia, las cosas salieron milagrosamente bien.

Lo ocurrido en Mundana

¿Qué ocurrió en Mundana? Que los campesinos se rebelaron. Con la racionalidad colectiva que a menudo, o al menos a veces, vemos en los campesinos, se dieron cuenta de los siguientes hechos:

Primero: su gobierno apestaba. El Zar era espeluznante, incompetente y sádico. Su hijo, el Zarevich, era un yonqui, un pedófilo rumoreado y un hemofílico conocido.

Segundo: había una élite responsable que podía dotarse de una nueva forma de gobierno. Esta nueva forma es una monarquía «constitucional» en la que el monarca es en realidad una broma: un tío estirado con una corona encima. El poder real pertenece ahora a la clandestinidad intelectual que sobrevivió a las persecuciones del Zar.

De modo que estos campesinos racionales utilizaron el poder de la democracia —que es irresistible pero inestable— para deponer a su antigua monarquía e instalar una nueva oligarquía. Esta es la forma correcta de utilizar la democracia, una fuerza política que nunca es un fin, sino siempre un medio.

El poder real en el nuevo régimen lo ostenta el nuevo funcionariado, integrado, por supuesto, por los disidentes del antiguo régimen. Cualquier prueba de haber sido perseguido por la policía secreta zarista es ahora una insignia de honor que da derecho a diversas distinciones, privilegios y oportunidades de trabajo. Guarden los recortes de prensa de sus lapidaciones públicas, disidentes: un día, podrían convertirse en sus comprobantes.

Este nuevo sistema de gobierno funciona extremadamente bien, porque la nueva clase dirigente está muy bien seleccionada. Está formada por personas dispuestas a sacrificarlo todo para preservar tanto su cordura como su dignidad. Esos tipos son los mejores estadistas, y las ideas del disidente mundano, como ya sabemos, no evolucionan más que gracias a la fría verdad.

Así que la nueva y libre Mundana está dirigida por sus imparciales intelectuales liberales. Las cosas mejoran en Mundana. Y seguirán mejorando; durante un tiempo…

Lo que ocurrió en Mutopía

¿Qué ocurrió en Mutopía? Que los campesinos se rebelaron. Con la racionalidad colectiva que a menudo, o al menos a veces, vemos en los campesinos, se dieron cuenta de los siguientes hechos:

Primero: su gobierno apestaba. Tanto la catedral como la administración pública estaban locamente obsesionadas con la raza, porque la guerra racial es una idea dominante. La delincuencia creció a lo grande, porque tolerar la delincuencia es una idea dominante. Y cuando la administración pública tuvo que resolver un problema real, imprevisto e importante, resultó ser prácticamente inútil. Y también había un ejército; uno que no podía ganar una guerra, ni siquiera una guerra irrelevante.

Además, a medida que la visión del mundo de la catedral se alejaba de la realidad, Mutopía tenía cada vez más problemas para imponer esta visión del mundo sólo con zanahorias. Al final se pasó al otro tipo de control mental y se empezaron a desarrollar técnicas casi mundanas de castigo intelectual basadas en el palo. Había censores, informadores, el paquete completo.

Segundo: existía una élite responsable que podía dotar de personal a una nueva forma de gobierno. En el llamado «sector privado», el arte de la monarquía se había perfeccionado. Algunas de estas monarquías habían llegado a reunir plantillas tan grandes como cualquier gobierno que Mutopía pudiera necesitar, con una calidad humana media (o al menos un coeficiente intelectual) quizá nunca igualada, actuando con implacable perfección para…

Actuando con implacable perfección para traerles a ustedes juguetes, comodidades, lujos, juegos y entretenimiento, porno y drogas, y toda la «economía de servicios» que el dinero pueda comprar. Pero nada que fuera realmente importante, por supuesto. Jeje.

De modo que estos campesinos racionales utilizaron el poder de la democracia —que es irresistible pero inestable— para deponer a su antigua monarquía e instalar una nueva oligarquía. Esta es la forma correcta de utilizar la democracia, una fuerza política que nunca es un fin, sino siempre un medio.

El nuevo monarca —un hombre reconocido por todos como el líder visionario más destacado del «sector privado» de Mutopía, dueño no de una, sino de dos empresas pioneras— dotó de personal a su nuevo régimen, un estado startup, con veteranos de las guerras tecnológicas de Mutopía.

Estos matones de la Costa Oeste no tenían ni idea de gobernar, pero contrataban por horas a algún viejo canoso funcionario de primera línea de la antigua administración sólo como ayuda transitoria; ningún nudo gordiano detuvo jamás a estos idolazos macarras.

En cuanto a la vieja oligarquía, la catedral y el servicio civil, simplemente fue liquidada: fueron acorralados, fusilados, arrojados a una zanja, empapados con gas y quemados… ¡No! Pero ¿qué estoy diciendo? Esa era otra línea temporal completamente diferente, un mal sueño. Lo lamento. Eso sería un follón enorme. No hagan eso en ningún caso, por favor.

Los burócratas mutopianos eran de la mejor gente del país, por supuesto. A algunos incluso se les volvió a contratar en nuevos puestos de nivel básico. A los demás se les pagó una generosa indemnización y se les ayudó a encontrar un trabajo nuevo y satisfactorio que estuviera a la altura de sus auténticas capacidades. Si eran catedráticos de matemáticas o ciencias, incluso pudieron acabar en el mismo puesto.

Obviamente, al servir al antiguo régimen, ninguno de ellos hizo nada mínimamente malo. La gente normal también sería nazi en la Alemania nazi y estalinista en la URSS. Ya es hora de dejar de culpar a los ciudadanos o incluso a los funcionarios del gobierno por los crímenes de sus regímenes. Es una de esas malas ideas del siglo XX que es necesario olvidar.

En cuestión de meses, o como mucho años, Mutopía se convirtió en un paraíso limpio, esplendoroso y reluciente, donde todo el mundo tenía no sólo los juguetes y las comodidades que se merecía, sino también el trabajo genuinamente significativo y satisfactorio que se merecía. Y nadie —nadie en absoluto— seguía obsesionado con la raza.

La gratitud de los campesinos hacia su nuevo monarca —un hombre además muy dado a procrear, con un montón de herederos en ciernes— es imposible de expresar. Esta nueva y funcional Mutopía no está dirigida por oportunistas incompetentes y cerebritos con la cabeza en las nubes, sino por sus más capaces y visionarios emprendedores, bajo el liderazgo no sólo de un nuevo rey, sino de una nueva dinastía cuya misión familiar es hacer grande a Mutopía, no sólo en la escala de los años, sino en la escala de los siglos.

¡Así que las cosas mejoran en Mutopía! Y seguirán mejorando; durante un tiempo…

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