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Caravanas de mujeres a las urnas

La apelación al voto femenino basada en el aborto no fue suficiente

Los demócratas y sus patrocinadores tenían dos armas con las que ganar las elecciones presidenciales en Estados Unidos: las mujeres y la maquinaria de fraude.

Esta última ha funcionado correctamente en algunos lugares. En California, Colorado y Washington aún siguen contando votos y en Pensilvania los caciques de varios condados empezaron a añadir papeletas nulas llegadas por correo (con la fecha incorrecta o incompleta) para arrebatar un escaño en el Senado a un candidato republicano. La participación masiva de los votantes ‘de derechas’, así como las medidas tomadas por el equipo de Trump (dirigido por una de sus hijas) y el partido republicano, han impedido que las sacas de papeletas apareciesen en los siete estados bisagra, como en 2020. Al menos, ha conseguido el objetivo propagandístico de bajar a Trump del 50% de voto popular.

En cambio, las mujeres les han fallado. También ha ocurrido con muchos varones negros. Los demócratas detectaron su deserción y trataron de frenarla con sus habituales campañas de demonización. Así, Obama les riñó llamándoles machistas por no querer a una mujer como presidente. Pero las esperanzas estaban depositadas en la movilización de las mujeres, sobre todo las blancas.

UNA ENCUESTA EN IOWA

El anuncio locutado por la actriz Julia Roberts emitido a finales de octubre revela la condición mental y espiritual de los progres. Una mujer blanca, acompañada de su marido ‘red neck’, le miente y vota por Kamala Harris. Opresión, engaño y venganza… en el matrimonio. La traslación de la guerra de sexos introducida por la izquierda. Los demócratas estaban convencidos de que de ese grupo demográfico iban a sacar los votos con los que derrotar a Donald Trump.

Y el fin de semana anterior a las elecciones, los progres de todos los partidos y continentes recibieron una porción de optimismo cuando el periódico Des Monies Register publicó una encuesta según la cual en Iowa, un pequeño estado del Medio Oeste que Trump había ganado en 2016 y 2020 por unos diez puntos sobre sus rivales, el 5 de noviembre lo ganaría Harris por tres puntos de ventaja.

La autora, considerada la mejor encuestadora de Estados Unidos, Ann Seltzer, atribuía esa remontada al voto femenino. A pesar de que las mujeres de Iowa son mayoritariamente blancas, sin estudios superiores, conservadoras y perjudicadas por los planes de descarbonización de los demócratas, votarían a Kamala por su sexo y por defender “sus derechos”. La misma rebelión silenciosa se daría en todo el país. Los ‘expertos’ españoles de los medios de manipulación social también anunciaban el terremoto que estallaría al abrir las urnas.

Y en cuanto se contaron los votos en Iowa, Trump superó en más de 200.000 a Harris y casi quince puntos. En esas tertulias, las mujeres pasaron de “guerreras” a “traidoras”. Una de las consecuencias ha sido la retirada de Seltzer del disputado campo de la demoscopia. La profesional justificó su error diciendo que su encuesta pudo movilizar a votantes para los republicanos. También se la acusó de haber sacrificado su prestigio para impulsar a Kamala Harris, a la cual ahora todos los tertulianos y encuestadores del bando demócrata consideran una pésima candidata.

LA LEALTAD FEMENINA A LAS IZQUIERDAS

Al analizar la amplia victoria republicana debemos detenernos en mi opinión en un asunto capital: la lealtad del voto femenino a los partidos de izquierdas.

En política, las mujeres, como los funcionarios y los jubilados, son conservadoras, en el peor sentido de la expresión; es decir, apoyan lo que ya hay, sea por miedo, por seguridad, por desconocimiento; y tardan en pasarse a lo nuevo, aunque sea ganador.

Como los sectores obreros y de clase baja y media están abandonando a los partidos de izquierdas debido, entre otros motivos, a su opción por la ideología LGTB y la sustitución demográfica, éstos tratan de reemplazar el electorado perdido con inmigrantes y mujeres, tanto en Norteamérica como en Europa. Respecto a los ‘nuevos ciudadanos’, se comprende que éstos voten en bloque a los candidatos que les dan pasaporte, subsidios y privilegios. Ellos mismos se consideran desvinculados de las sociedades de acogida, de modo que se comportan en ella como en un pueblo de la España decimonónica: ¿qué me das por mi voto?, El elector corrupto antes pedía una estación de ferrocarril; ahora exige el Ingreso Mínimo Vital.

Pero, ¿cómo se explica la lealtad del voto femenino? Uno de los mejores viñetistas que he conocido gracias a X, ya que ningún periódico de papel ni página web de los ‘legacy media’ le publica, lo describió en uno de sus dibujos. Un bruto alcohólico que representaba al partido demócrata le decía a una mujer joven apaleada: “Nunca me vas a dejar, perra, ¿verdad?”; y la mujer maltratada respondía: “No mientras tenga aborto”.

La maquinaria de propaganda, extendida desde los institutos a la televisión, ha conseguido convencer a millones de mujeres de todas las edades de que los partidos identitarios pueden arrebatarles “sus derechos”, limitados al sexo desenfrenado y el aborto. Incluso mujeres ya en la cincuentena temen verse “otra vez en Londres abortando”. Por ridícula que sea esta expresión, al tratarse de una creencia es inatacable por vías racionales, incluso factuales. A muchas veinteañeras el empleo precario al que están abocadas, las fronteras abiertas que provocan el aumento de la delincuencia y las agresiones sexuales, el precio de la vivienda, la inflación y el empobrecimiento, el riesgo de guerra y la dificultad creciente para formar familias les parecen de menor importancia que el aborto, las copas menstruales o el ‘techo de cristal’ de las altas ejecutivas.

Un ejemplo de esas mujeres alienadas es la cincuentona Monica Lewinsky, amante hace treinta años del presidente Bill Clinton, ese visitante asiduo de la isla burdel de Jeffrey Epstein. En las redes sociales declaró que optó por Kamala Harris y Tim Walz, candidatos del mismo partido que los Clinton. Con su nombre convertido en sinónimo de aberraciones sexuales y de engaño, hace constar en sus cuentas los pronombres con los que se identifica, que al menos son los femeninos.

A fin de mantener a sus cipayos políticos, el Poder va a redoblar sus esfuerzos para proseguir con el acarreo de más población extranjera y el ‘empoderamiento’ feminista. Al poco de iniciar su accidentado mandato, Joe Biden anunció varias medidas contra los estados que limitasen el aborto bajo el amparo de la sentencia del Tribunal Supremo nacional que anulaba la liberalización de los años 70. En Francia, el partido liberal de Macron introdujo el aborto como derecho en la Constitución y en España el PSOE quiere hacer lo mismo. Europeas y norteamericanas que matan a sus hijos no nacidos, con lo que hacen inevitable la gran sustitución. Un plan sin fisuras.

Sin embargo, los palos, que decían nuestras abuelas, o los hechos, como dicen los ‘fact-checkers’, están llevando a muchas mujeres a abrir los ojos. En las últimas elecciones celebradas en Austria, Alemania y Francia, el voto femenino a partidos como FPÖ, AfD y RN han subido. Las victorias de Trump nos confirman que los plutócratas no siempre pueden comprar elecciones con su dinero, que las guerras culturales y sociales desencadenas por el globalismo desencadenan rebeliones y que la propaganda no lava el cerebro de toda la población.

Los progres mienten siempre. Incluso a ellos mismos. Y ese vicio suyo puede salvarnos.

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