Hace poco más de una semana Trump alertaba de que Estados Unidos está convirtiéndose en una república bananera, similar advertencia respecto a España que escuchamos meses atrás al CGPJ señalando el control por parte del Gobierno del Tribunal Constitucional. El caso es que Platón en su día nos instruyó acerca de la república, pero sin añadirle adjetivo alguno, así que desde este rincón y con la debida humildad, ejem, ya va siendo hora de actualizar y prolongar al ateniense de anchas espaldas para saber exactamente hacia dónde estamos dirigiéndonos y articular entonces una república bananera como es debido y no de cualquier manera.
En esta tarea nos resultarán de ayuda el libro Bananas: How the United Fruit Company Shaped the World del veterano corresponsal británico en Centroamérica Peter Chapman y Secret History: The CIA´s Classified Account of Its Operations in Guatemala, del historiador estadounidense Nick Cullather. En primer lugar, para ir perfilando de qué hablamos cuando nos referimos a una república bananera es inevitable aludir a la doctrina del Destino Manifiesto que inspiró al nacionalismo estadounidense para su expansión territorial desde finales del siglo XVIII y, estrechamente vinculada a ella, a partir de 1823 la doctrina Monroe, concepción geopolítica sintetizada en el lema «América para los americanos» (entendiendo americanos, claro, a la manera en que se definen a sí mismos y a nadie más los estadounidenses).
La consecuencia para sus vecinos del sur fue una intromisión cada vez más osada. Hubo guerras de conquista como la realizada contra México, en la que este perdió en 1848 más de la mitad de sus territorios, junto a episodios pintorescos como el de William Walker, un aventurero estadounidense que ejerció de abogado, periodista, político, mercenario y filibustero (lo que viene a ser todo un poco lo mismo) aunque su ocupación más notable fue sin duda la de Presidente de Nicaragua en 1856, cargo al que accedió con tal aprobación popular que en algunas localidades recibió cuatro veces más votos que habitantes residían allí. Ya en las postrimerías del siglo tendría lugar otro acontecimiento particularmente significativo en la guerra contra España en la que Estados Unidos pudo apropiarse de Cuba, Puerto Rico y Filipinas (Hay quien sostiene, por cierto, que no fue por méritos militares sino por la traición y corrupción de los dirigentes españoles.
Un conflicto que nos aproxima al meollo de la cuestión que abría este artículo, pues cuatro barcos de guerra norteamericanos que no pudieron ser botados a tiempo fueron comprados al año siguiente por una compañía de exportación de bananas recién fundada llamada United Fruit Company. Detalle de una fuerte carga simbólica, pues ya desde su mismo origen quedaba establecida la estrecha interrelación entre los intereses de esta multinacional y la política exterior estadounidense.
Se trató de una fusión de empresas preexistentes y al frente de ella como vicepresidente fue colocado Minor C. Keith, un neoyorquino que gracias a su tío comenzó a dirigir en 1871 la construcción del ferrocarril en Costa Rica, dedicada por entonces al cultivo de café, donde pronto descubrió el potencial que tendría el cultivo de bananas para las que sus propios trenes servirían de transporte. Eso era así porque el acuerdo con las autoridades locales —práctica que se repetiría en otros países— consistía en que los beneficios comerciales que generase el ferrocarril servirían como pago de la misma infraestructura, que pasaría a manos del Estado una vez amortizado. En teoría, claro. Es significativo el caso de Honduras, cuando más adelante fue afectada por una plaga que destruyó sus cultivos y la compañía optó por retirarse del país inutilizando todas las infraestructuras, desde los puentes hasta las mismas vías férreas, cuyos raíles desmontó y tiró al mar, con el fin de evitar cualquier competencia rival. En ese mismo sentido también era una práctica habitual adquirir más terrenos de los que efectivamente se cultivaban para evitar su uso por otros, quedémonos con este dato porque luego será relevante.
Así que, como vemos, desde comienzos del siglo XX tanto el transporte primero en tren, luego en barco y finalmente la distribución local en Estados Unidos de las bananas funcionaba mediante un régimen de monopolio en el que todas las fases del proceso logístico estaban controladas por la misma compañía. Por algo era llamada «El pulpo», dados sus largos y múltiples tentáculos. ¿Y qué hay de la organización de las propias plantaciones? A diferencia de sistemas pretéritos se constató que resultaba más eficiente tener trabajadores (bien pagados, en comparación con otros del sector) que población esclava, aunque al fin y al cabo el sueldo que se les proporcionaba era gastado en las propias tiendas que la compañía dispuso para ellos. No obstante, aunque la población contratada a menudo era de diferentes países resulta significativo que los capataces acostumbraran a ser seleccionados de entre población blanca del sur de Estados Unidos, por la experiencia heredada en esas lides y por su manejo de las armas. La compañía además contaba con una red de espionaje llamada «Oídos en el suelo» para evitar conflictos sindicales e incluso con leyes laborales propias y un peculiar código moral: si un mozo mataba a otro en alguna riña (el consumo de alcohol era bastante elevado) era trasladado a otra granja, si un hombre blanco mataba a un mozo, sería trasladado a otro país y si un mozo mataba a un hombre blanco moriría de lo que luego era descrito como un disparo accidental.
En su momento álgido la United llegó a emplear a 150.000 personas así que, pese a todas las cautelas anteriormente mencionadas, era inevitable que terminaran produciéndose choques sindicales en alguno de los múltiples países donde operaba. El peor de todos ellos tuvo lugar en Colombia en 1928, donde los empleados no estaban directamente contratados por la compañía con el fin de sortear leyes locales. Así que, con el objetivo de que fuera reconocida esa relación laboral, se produjo una huelga a gran escala, que el Gobierno colombiano quiso reprimir con dureza por miedo a una posible intervención directa de los marines estadounidenses. El resultado fue catastrófico, con cifras de muertos que varían considerablemente según la fuente, desde una docena a un millar. Estos eventos, conocidos luego como Masacre de las Bananeras, serían recogidos por Gabriel García Márquez en Cien años de soledad.
Ahora bien, ¿cómo las autoridades de los diversos países hispanoamericanos implicados consentían todo esto, si tan perjudicial era para sus intereses nacionales? «Una mula cuesta más que un diputado hondureño», señaló el mismo Minor C. Keith, algo que corroboraría posteriormente el escritor costarricense y antiguo trabajador de la United Fruit Company, Carlos Luis Fallas, en su obra Mamita Yunai: «los gringos de la United no trajeron arcabuces ni corazas. Trajeron muchos cheques y muchos dólares para corromper a los gobernantes venales y adquirir perros de presa entre los más descastados hijos del país». Entre estos últimos incluía a un gremio cómplice de la situación, dado «el servilismo vergonzoso y antipatriótico de nuestros periódicos burgueses y el de casi todos los periodistas costarricenses». Si esa era una característica de las repúblicas bananeras entonces en España vamos bien encaminados hacia una…
El problema es que no siempre resultaban posibles los sobornos y llegado el caso había que recurrir a métodos más drásticos. El ejemplo más notorio tuvo lugar en Guatemala en 1954. El año anterior Estados Unidos y Gran Bretaña habían logrado derrocar un gobierno iraní que pretendía nacionalizar la producción de petróleo y en su lugar reinstauraron al Sah de Persia, afín a sus intereses. El éxito de la operación y la creciente alarma ante una posible infiltración comunista en el continente americano eran la mecha que la United Fruit Company necesitaba. Por entonces era dueña de más de la mitad de las tierras cultivables de Guatemala, pero como indicamos previamente las realmente cultivadas eran mucho menores, solo el 2,6%. Jacobo Árbenz llegó al poder en 1951 con el objetivo de convertir un país de estructura productiva feudal en otro capitalista y económicamente independiente, para ello decidió expropiar los terrenos no utilizados por la compañía y entregárselos a pequeños propietarios, indemnizándola por un precio que esta consideró inaceptable. Reaccionó entonces tildándolo de comunista, movilizando para ello todos sus resortes de poder en Washington e incluso realizando una campaña pública por la cual la United se convertía en un baluarte contra el comunismo. Este fue un documental que hicieron público a comienzos de los 50 al que he añadido subtítulos en español, es bastante curioso y por su estilo evoca a aquella Iniciativa Dharma de la serie Perdidos:
El embajador estadounidense en Guatemala envió un informe indicando que Árbenz no era una amenaza real y un enviado de Eisenhower relató que pudo ver algunos comunistas en el país, pero no tantos como en San Francisco. En cualquier caso, la compañía supo mover sus hilos, el contexto de la Guerra Fría tenía mucho peso y la teoría del efecto dominó, por la que si caía un país americano bajo la influencia soviética contagiaría al resto, terminó siendo decisiva. De esa manera, los intereses de la compañía pasaban por ser los de EE.UU. y los intereses de EE.UU. los de la causa de la libertad y de la democracia en el mundo.
En consecuencia, la CIA comenzó a armar y entrenar una fuerza militar de unos quinientos hombres al mando de Carlos Castillo Armas, mientras desarrolló una amplia operación de guerra psicológica a través de los medios de comunicación. Según el historiador Cullather esto último determinó el éxito de la operación, pues las tropas dispuestas, claramente insuficientes, fueron vistas por Árbenz como la vanguardia de una intervención estadounidense mucho mayor, una vez había sido señalado como una intolerable amenaza comunista tanto frente a la población guatemalteca como ante la estadounidense. En tal tarea propagandística la CIA contrató actores que daban testimonios alarmantes sobre una revolución sangrienta en Guatemala y se difundieron toda clase de noticias ficticias sobre una población dispuesta a sublevarse contra el Gobierno, mientras que para influir en aquellas zonas rurales a las que no llegaba la radio se distribuyeron pasquines desde avionetas en los que se mostraba a Árbenz como un enemigo del cristianismo. El golpe finalmente triunfó y en su último discurso el dirigente derrocado culpó directamente de lo sucedido a la United Fruit Company.
Sin embargo, hubo consecuencias inesperadas a la manera de una mesa de billar en la que unas bolas golpean otras. En aquel momento un joven médico de origen argentino, apodado «el Che», vivía en Guatemala tomando buena nota de todo lo que estaba ocurriendo y, según dejó escrito refiriéndose a la United/El pulpo, «he jurado ante una estampa del viejo y llorado camarada Stalin no descansar hasta ver aniquilados estos pulpos capitalistas». El acontecimiento, además, fue inmortalizado por el muralista Diego Rivera en la obra Gloriosa Victoria, que llevó a cabo durante el duelo por la muerte de su mujer Frida Kahlo y que pueden ver tanto en el encabezado de este artículo como en este excelente análisis.
Finalmente, la compañía, por este y los anteriores hechos relatados que fueron dándose a conocer a la opinión pública occidental, fue sumiéndose en una nefasta imagen pública que afectó a su viabilidad, agravada por el proceso que le abrió el Departamento de Justicia por sus prácticas monopolísticas. En 1975 el presidente de la compañía terminó suicidándose al lanzarse desde su despacho en un rascacielos de Nueva York y esta se refundó bajo otra marca para dejar atrás las connotaciones neocoloniales a las que su nombre había quedado ya históricamente asociado. Eso sí, por ironías del destino ahora «Banana Republic» es una marca de ropa muy popular con unas 700 tiendas por todo el mundo.