Dalmacio: España o el 78

A partir de sus planteamientos realistas y conservadores, Negro Pavón fue muy crítico con la situación política que arranca de la transición

Recientemente fallecido, Dalmacio Negro Pavón ha sido uno de los últimos representantes de la derecha intelectual en España. Discípulo del gran historiador Luis Díez del Corral, Negro Pavón fue catedrático de Historia de las Ideas y de las Formas Políticas en la Universidad Complutense de Madrid y luego en el CEU-San Pablo, miembro numerario de la real Academia de Ciencias Morales y Políticas. Su dedicación a la historia del pensamiento político español y europeo ha sido muy fructífera. Son célebres sus semblanzas de John Stuart Mill, Thomas Hobbes, Augusto Comte, Leopold von Ranke, Alexis de Tocqueville, Robert Michels, Carl Schmitt, y Georg Wilhelm Friedrich Hegel. Fue, además, autor de importantes obras como La tradición liberal y el Estado, El mito del hombre nuevo, Historia de las formas de Estado, Lo que Europa debe al cristianismo, La Ley de hierro de la oligarquía, Comte: positivismo y revolución, El Estado en España, etc. Nuestro autor, como pensador político, se movió en las coordenadas del realismo político, el liberalismo y el conservadurismo. Igualmente, fue un intelectual comprometido con la circunstancia española. Como Raymond Aron, fue un espectador comprometido. Y, en ese sentido, no pueden olvidarse su aceradas y certeras críticas al régimen político del 78. Un sistema político convertido en mito e incluso, como dirían los orteguianos, en “creencia”, por parte de los medios de comunicación y de un numeroso sector de la intelligentsia española. A ese respecto se ha llegado a hacer referencia a la “Santa Transición”.  Nada más lejos de la realidad. Negro Pavón perteneció a la categoría de los pensadores críticos del sistema, junto a Gonzalo Fernández de la Mora, Rafael Sánchez Ferlosio, Gustavo Bueno, Luis Alberto de Cuenca, Fernando Sánchez Dragó, Ignacio Gómez de Liaño, y muy pocos más. En ese sentido, la sociedad española ha asistido a una auténtica traición de los intelectuales, y no en el sentido de Julien Benda. Y es que, como señaló el sociólogo Víctor Pérez Díaz, el régimen del 78 instauró una forma de “oligarquía cultural”, en la que predominaban los denominados “líderes exhortativos”, es decir, al servicio de los partidos hegemónicos, frente a los “líderes deliberativos”, independientes. Significativamente, una de las últimas colaboraciones de Negro Pavón tuvo lugar en un volumen colectivo titulado España o el 78. Es decir, era preciso decidir entre la unidad y pervivencia de España como nación o la persistencia del régimen del 78, ambos incompatibles.

  A partir de sus planteamientos realistas y conservadores, Negro Pavón es muy crítico con la situación política que arranca de la muerte del general Franco, y que cristaliza en la Constitución de 1978. Nuestro pensador considera a la Monarquía de Juan Carlos I como la II Restauración, tras la de Alfonso XII en 1874.  A su juicio, la Constitución de 1978 es una “carta otorgada”, ya que las cortes que la promulgaron no eran constituyentes. La Monarquía se alió con los nacionalistas y con la izquierda socialista, instaurando una especie de “Monarquía social-demócrata” y “multiculturalista”. Particularmente grave, en ese sentido, es la construcción del denominado “Estado de las autonomías”, cuya existencia enlaza con las peores tradiciones anti-estatalistas españolas, como el anarquismo y el federalismo. Para Negro Pavón, en España hasta el régimen de Franco no hubo, propiamente hablando, Estado. Y es que el Estado, que nace en el Renacimiento, se afirma con las guerras de religión del siglo XVII, que en España estuvieron ausentes. A ello se unió, los efectos de la Reconquista, el modelo aragonés antiestatal elegido por los Reyes Católicos, la influencia determinante de la Iglesia católica, la conversión en un Imperio, etc. En España existió la nación histórica, pero no el Estado. En el siglo XVIII, la Casa de Borbón consiguió una “muy relativa estatificación según el modelo francés”. La guerra de Independencia demostró la ausencia de aparato estatal. Ni la Monarquía de Isabel II ni la Restauración canovista fueron capaces de “remover los obstáculos <estructurales> tradicionales”. Por su parte, el carlismo fue uno de los representantes más persistentes de la tradición antiestatal. Cánovas cometió el error de creer que la Monarquía sería un lazo de unión efectivo entre los españoles. La Restauración fue el reflejo de la debilidad de la tradición liberal española. La Dictadura de Primo de Rivera no tuvo otro objetivo que apuntalar a la Monarquía “más bien que al Estado”. La II República no sólo no hizo nada por consolidar el aparato estatal, sino ahondó en la división entre los españoles, radicalizando “la distinción entre izquierda y derecha”.  Una vez más, el estallido de la guerra civil demostró la inexistencia del Estado en la sociedad española. Su consolidación del Estado vino de la mano del régimen político nacido de la guerra civil, al impulsar “decisivamente la modernización de la sociedad y su asentamiento como sociedad de clases medias, a la vez que superó el aislamiento tradicional bajo la tutela de Francia desde los Borbones y, puntualmente, en ocasiones de Inglaterra, con su política estatal arabista y atlantista, es decir, hispanoamericana y de alianza con Estados Unidos”[1]. Sin embargo, reprocha al régimen no haber logrado “la homogeneización económica de la Nación”, por haber privilegiado en sui política económica al País Vasco y a Cataluña. Finalmente, el “Estado de las autonomías” radicalizó la tendencia española anti-estatal, al aceptar “la existencia de nacionalidades”, “un invento de oligarquías locales en el que se mezclan elementos conservadores, marxistas, anarquistas, multiculturalistas, nihilistas, etc, y hasta islamistas”. En el fondo, la transición resultó ser la transformación del antiguo Movimiento Nacional “en el pluripartidismo articulado en torno a la Monarquía socialdemócrata y la Constitución”.  Se trata de una “dictadura consensuada de los partidos”, que “desespañoliza el êthos tradicional; en realidad, destruye toda eticidad con el pretexto de la modernización, sustituyendo el êthos por una vaga ideología europeísta socialdemócrata que hace suya la oligarquía cultural junto al multiculturalismo y el nihilismo; enriquecerse como sea parece ser el único criterio moral”. Ha fomentado, además, “el revanchismo y el resentimiento para dividir moralmente a la nación”, con la Ley de Memoria Histórica, “una suerte de damnatio memoriae al estilo estalinista y contra el franquismo, al que se debe exclusivamente la instauración monárquica, no a los deseos de la voluntad popular, que no ha podido expresarse”. El “Estado de las autonomías” destruye la unidad nacional y el propio Estado, “dividiéndolo en pequeños Estados-nación, semisoberanos, algunos de los cuales reclaman ya la soberanía”. “Es un anárquico Kleinstanterei que recuerda al Imperio alemán en la época moderna bien descrito por Hegel”.

  La situación social y política se ha agravado tras la llegada al gobierno del socialista Pedro Sánchez, a quien nuestro autor no duda en calificar de “pseudodoctor”, “cretino” y “amoral”. Su gobierno no pasa de ser “un conjunto de ganapanes, vividores, analfabetos –y negociantes–, sin que falten los resentidos, que utilizan la ideología para medrar”.

  No sin razón, nuestro autor destaca la importancia del diario El País, a la hora de legitimar la nueva Restauración y el consenso político en torno a las instituciones. Por ello, no duda en compararlo con Pravda, como portavoz de la corrección política y en el que se agrupa “un todopoderoso grupo mediático y de la industria cultural, que se extiende por la Universidad, la literatura, el arte, los negocios, etc, y hasta internacionalmente”.

  En este contexto, la “derecha oficial”, es decir, el Partido Popular, ha resultado muy fiel a La función que le había asignado el sistema político y mediático vigente, “impedir la formación de algún partido nacional, liberal o conservador disconforme con el consenso”. Además, la derecha se encuentra debilitada por la existencia en el País Vaso y Cataluña de partidos conservadores nacionalistas. La derecha española era víctima de la “dictadura del consenso oligárquico” característico del sistema socialdemócrata. En ese sentido, nuestro autor ha propugnado una derecha que luche por “la cultura” y por la “destrucción de la verdad del Sistema”, es decir, “defender la civilización, fuera de la cual la libertad es sólo la del más fuerte”. Y tendría que hacerlo, al modo de Ernst Jünger, “como un emboscado”. Y es que la nueva derecha tendría que superar muchos obstáculos de carácter social, político y cultural, dado que, de facto, no existe hoy una derecha en Europa, porque desapareció tras la Gran Guerra de 1914-1918.  No hace mucho, propugnaba, ante la crisis de la Monarquía, un partido republicano conservador que impidiese a la izquierda separatista y revolucionaria el monopolio de la alternativa republicana,

  La actual situación de la sociedad española no ha hecho sino corroborar todas estas críticas. Por desgracia, su voz no ha sido, hasta ahora, escuchada. Sin embargo, gracias a su obra, somos más conscientes de la situación en que nos encontramos. Por ello, su ejemplo siempre será un reto.


[1] D. Negro Pavón, Sobre el Estado en España. Madrid, Marcial Pons, 2007.

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