De las primeras a las últimas Navidades

De San Francisco de Asís a George Michael; viejas y nuevas tradiciones

Por más empeño que le ponga algún cacique municipal o autonómico con desbocado afán de protagonismo, las Navidades no son fastos institucionales donde el poder despliega su magnificencia, sino una celebración de naturaleza a la vez íntima y popular. El cristianismo está en repliegue en aquello que llamamos Occidente, pero esta celebración local y universal no hay manera de que pierda fuelle. Hay algo en su extraordinaria fuerza simbólica, en la sencillez y potencia de su mensaje, que ha sido capaz de impregnar toda clase de manifestaciones culturales viralizándose hasta el infinito. Es parte de la materia con la que está moldeada la biografía y los más entrañables recuerdos de cada uno de nosotros, pues, más allá de las creencias particulares, haría falta tener el alma tan negra como el señor Scrooge para que de una u otra forma el espíritu navideño no resuene en nuestro interior.

No siempre fue así, claro. La Navidad tal como la conocemos es el resultado de una larga decantación a lo largo de los siglos. Los cristianos del siglo I consideraron inminente la parusía, de manera que, a las puertas de la segunda venida, no andaban para distraerse con la primera. Pese a ello, fue un periodo germinal para esta celebración ya que por entonces Mateo y Lucas escribieron los Evangelios en los que se narraba el nacimiento de Jesús («Y dio a luz a su hijo primogénito, y lo envolvió en pañales, y lo acostó en un pesebre, porque no había lugar para ellos en el mesón»). El siglo siguiente la cosa no mejoró mucho, pues el teólogo Orígenes detestaba los cumpleaños a causa de episodios bíblicos como el narrado sobre Herodes Antipas, quien para conmemorar su propio natalicio terminó entregando a Salomé, tras verla bailar, la cabeza de Juan el Bautista en una bandeja. Si así celebraba los cumpleaños a saber cómo serían sus despedidas de soltero…

Por otra parte, existía el problema de que ni siquiera se podía precisar cuál fue el día en que nació Jesús, ¡se estimaban hasta 130 fechas distintas! Así que el papa Fabián, allá por mediados del siglo III, llegó a considerar sacrílego intentar determinarla. Las cosas fueron clarificándose al siglo siguiente cuando el Imperio romano promulgó primero la libertad de culto y más adelante estableció el cristianismo como religión oficial (gracias a un emperador hispano, por cierto), lo que llevó a establecer el año de nacimiento —Cristo nació en el año 4 antes de Cristo, según una estimación de la época— y luego el día, del que según podemos leer al historiador Francisco José Gómez Fernández en Breve historia de la Navidad: «el primer documento auténtico, y por tanto históricamente contrastado, en el que aparece la fecha del 25 de diciembre es la Depositio Martyrum, o Los enterramientos de los mártires, un intento de calendario litúrgico, ilustrado por el calígrafo Furio Dionisio Filócalo, hacia el año 336. La notación dice así: ‘25 diciembre: Nacimiento del Sol Invicto. Nace Cristo en Belén de Judá’». Lo que nos lleva a Deus Sol Invictus, una fiesta pagana previa que celebraba el solsticio de invierno, que habría sido resignificada en el nuevo orden, cuando ya el papa Julio I finalmente estableció oficialmente esa fecha.

Durante la Edad Media la Navidad fue consolidándose bajo las formas y el significado que se han mantenido hasta la actualidad. Empezando por la Misa del Gallo celebrada en la medianoche de Nochebuena, así llamada por la creencia de que hubo uno en aquel establo proclamando la buena nueva al mundo con su canto, a la manera en que cada día anuncia al amanecer. Con San Francisco de Asís llegaron los belenes en 1223, cuando organizó uno viviente en un establo o gruta durante la Misa del Gallo, con un buey y un asno semejantes a los que aludía el profeta Isaías («El buey conoce a su dueño, y el asno el pesebre de su señor; Israel no entiende»), María, José y el Niño en el pesebre. En aquel caso este se representó por una imagen de madera, pero San Francisco al tomarlo en sus manos durante la ceremonia obró el milagro de que cobrase vida, popularizando el belén desde ese mismo instante.

Respecto a su introducción en España parece ser que fue igualmente fruto de un milagro. Según podemos leer aquí con relación al más antiguo que se conserva en nuestro país, el del Hospital de la Sangre de Palma de Mallorca, cuenta la leyenda que un barco mercante partió del puerto de Génova con un belén realizado por los artistas Alamanno en 1480. Durante el viaje, una violenta tormenta desvió su rumbo y puso en peligro a la tripulación hasta que, en plena noche, el vigía avistó una luz procedente del convento franciscano de Jesús en Mallorca. Allí encontraron refugio. Como señal de agradecimiento el capitán ofreció al abad un regalo de su cargamento, quien con buen criterio escogió el belén, ante lo que aquel pensándoselo mejor intentó zarpar sin cumplir su promesa. Sin embargo, el barco no se movió hasta que el capitán comprendió que debía entregar el belén. Una vez lo hizo, ya pudo partir.

También de origen medieval es otro elemento tan característico como el árbol con adornos, que intuitivamente parece en principio algo poco vinculado al cristianismo y es, de hecho, una adaptación de creencias paganas. Según Francisco José Gómez Fernández «cuenta una historia que san Bonifacio (680-754), el evangelizador de Alemania, al observar la devoción que por un árbol determinado tenían los habitantes del norte de Europa, tomó un hacha y lo cortó. Este representaba al Yggdrasil, el gran árbol del universo de la mitología nórdica, en cuya copa moraban los dioses, en el Asgard, al contrario que en sus raíces, donde se encontraba el Helheim o reino de los muertos. San Bonifacio plantó en su lugar un pino, adornándolo con manzanas y velas, que representaban el pecado original y la redención de Cristo». Más adelante el pino fue sustituido por un abeto, las manzanas pasaron a ser bolas de colores y en lo alto del árbol se añadió una estrella, que es la que guio a los Reyes Magos («he aquí la estrella que habían visto en el oriente iba delante de ellos, hasta que, llegando, se detuvo sobre donde estaba el niño» Mateo 2:9). Otra planta que ha pasado a ser igualmente característica de la decoración navideña es el muérdago, de nuevo con orígenes paganos convenientemente reciclados que se remontan a los druidas, y que, colocado en las paredes y marcos de las puertas, trae consigo una promesa muy específica: la moza soltera que reciba un beso bajo él durante el día de Nochebuena se casará el año siguiente. Lo cual nos lleva al punto donde queríamos llegar, siendo todo lo anterior un breve preámbulo: la canción Last Christmas, del grupo Wham!, de la que en 2024 se cumplen 40 años.

Sí, puede resultar un tanto precipitado pasar del medievo a ese cénit de la cultura pop que fueron los años ochenta, pero citando de nuevo a Gómez Fernández «una vez superada la Edad Media quedaron fijadas las ceremonias y liturgias propias de la Navidad, por lo que, en este nuevo período de la historia, la Edad Moderna, apenas habrá modificaciones al respecto. Las principales fiestas y tradiciones, y el sentido de todas ellas, habían sido ya bien elaboradas y estaban firmemente asentadas en el pueblo cristiano». Cabe apuntar la costumbre a partir del siglo XVI de sustituir el ayuno y frugalidad previos a la Navidad por una cena de Nochebuena opípara; la popularización de villancicos durante el Siglo de Oro; el establecimiento de la Lotería de Navidad ya en el XVIII, concretamente el 10 de diciembre de 1763 en la plazuela de San Ildefonso; la primera cabalgata de Reyes en Alcoy en 1887; por último, la ubicación del mercadillo navideño en la Plaza Mayor de Madrid en 1944, relevante porque es allí donde se perdió Chencho.  Y poco más.

Nos queda la producción audiovisual del siglo XX que, a su manera, ha ido instaurando nuevas tradiciones. Como volver a ver cada año ¡Qué bello es vivir!, asunto que ya abordamos aquí. Las cadenas de televisión han decidido añadir Willow de forma recurrente a la parrilla navideña y hay quien se empeña también en mencionar La jungla de cristal, probablemente con más motivos que la anterior. Respecto al ámbito musical podemos añadir Fairytale of New York de The Pogues y, decíamos, el clásico imbatible de George Michael, posteriormente versionado por Coldplay, Kylie Minogue, Ariana Grande, Taylor Swift y otros muchos. Quizá por eso ha sido calificada en votación pública como una de las 50 canciones más odiadas de todos los tiempos.

Pero no contentos con aborrecerla hay quienes han apuntado dos críticas que la descalificarían como canción navideña. La primera está en su sospechoso parecido con I Can’t Smile Without You deThe Carpenters. Bien, es innegable… ¿pero no ha sido la historia de la Navidad, como espero haber dejado claro en las líneas anteriores, un constante reciclaje, adaptación e inspiración en elementos previos? ¡Ahí lo tenemos! Fiel a la tradición navideña. La segunda, más insidiosa si cabe, es que realmente no guardaría relación con ningún aspecto de la religión cristiana. Nos cuenta que se enamoró de una chica (por aquel año aún hacía como que le gustaban) y que se besaron, pero que ella lo traicionó. Bien, suponemos que no hubo muérdago sobre sus cabezas. Ahora vayamos al estribillo:

La Navidad pasada te di mi corazón
pero al día siguiente lo echaste a perder.
Este año, para evitar lágrimas,
se lo daré a alguien especial.

¿Quién otro puede ser ese alguien especial, en una canción así titulada, salvo el niño Jesús? Quod erat demonstrandum y… ¡Feliz Navidad!

Nacido en Baracaldo como buen bilbaíno, estudió en San Sebastián y encontró su sitio en internet y en Madrid. Ha trabajado en varias agencias de comunicación y escribió en Jot Down durante una década, donde adquirió el vicio de divagar sobre cultura/historia/política. Se ve que lo suyo ya no tiene arreglo.

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