(Intervienen: Yesurún Moreno y el catedrático Elio Gallego)
Donoso Cortés, una ontología del presente: de espaldas a lo divino…
ELIO GALLEGO:
Fuera en la puerta está también mi libro Estado de disolución (2017)., Editorial Sekotia, junto a la antología de Yesurún Moreno. Este libro no es tanto una obra digamos “sobre” Donoso Cortés, sino –lo quiero aclarar– “desde” Donoso Cortés… Es decir, a mi me interesa, sobre todo, comprender el presente, mi tiempo histórico. Yo estoy convencido de que vivimos un tiempo histórico especial, singular, sin precedentes, en cierto modo inaudito. Esto lo podría pensar igualmente todo hombre en toda época (que su época es distinta, original…). Sin embargo, considero que ellos se equivocaban y que yo acierto. ¿Por qué digo esto? ¿Qué es lo nuevo? Donoso Cortés lo explicita: lo nuevo es la fundación de una ciudad humana sin fundamento religioso, sin un sentido religioso. Esto es, sin dioses, sin altares. Una ciudad de espaldas a lo divino…
Lo primero que hay que tener en cuenta es que esto no ha existido nunca hasta donde llegan los conocimientos antropológicos. No conocemos otro ejemplo. De todas las sociedades, civilizaciones, culturas que se han estudiado que han sido y son, la única que tiene este rasgo, esta característica es la nuestra. Y yo confieso que a mí me crea primero una inquietud. Tomo conciencia de que vivo, de que vivimos un gran experimento; podríamos decir el Gran Experimento de la humanidad, pero al mismo tiempo me invade un desasosiego. Un temor de que este experimento no pueda salir bien. De tal manera que, con estas inquietudes, claro, uno se aproxima a Donoso y no hace más que confirmarlas. Por un lado, el análisis (luego quizá apuntaré algún matiz que puedo tener respecto al pensamiento donosiano) pero en cualquier caso, el análisis es fundamentalmente este y la previsión es fundamentalmente esta. Es decir, este experimento, este Gran Experimento no va a salir bien…
Y luego, en la medida en que yo encontré esa afinidad, es verdad que me di de bruces con que el análisis que hacía Donoso de cómo y porqué se había llegado a esa excepcionalidad histórica me parecía de una inteligencia y extremadamente persuasivo. De modo que me llevó a zambullirme en Donoso. Tengo que decir, esto es cierto, en el último Donoso. Tú, digamos, amplías en tu libro el campo, te vienes “más acá”, yo creo que inteligentemente. Una de las cosas valiosas –lo hablábamos hace un momento– de tu libro, Yesurún, es que no te quedas solo con el último Donoso, ya que hay anticipaciones importantes que explican también por un lado, puntos de inflexión, pero al mismo tiempo una línea de continuidad. Aunque reconozco que la época que más me interesaba era la del Ensayo (1851), la de la “Carta al cardenal Fornari” (19 de junio de 1852), la que tenía esa fuerza ya desatadamente teológica donde el Donoso más visionario y profético se metía de lleno en vislumbrar un futuro que no ha acabado. Y es extraordinario cómo ha podido clavarlo de esta manera… Pero, Yesurún, cuéntanos qué es lo que te ha llevado a ti a entrar en Donoso, a hacer esta recopilación, a esta cronología del pensamiento donosiano y, luego, si te parece, hablamos del carácter antiliberal de Donoso.
YESURÚN MORENO:
¡Genial! Lo primero que quería decir es que siempre estoy del otro lado. Llevo ya en mi relación con el CEU prácticamente tres o cuatro años y siempre me sentaba a escuchar ahí, del otro lado.
Me hace mucha ilusión, por la solemnidad del espacio y porque considero que esta es un alma mater para mi… Resulta curioso el hecho de haber estudiado en la Universidad de Barcelona, en la Universidad Complutense de Madrid, en la Universidad Autónoma de Madrid y sin embargo poder decir que esta es una casa a la que vuelvo siempre a refugiarme en autores como el que tengo aquí a mi izquierda y, por supuesto, como el que nos iba a acompañar en un principio, Dalmacio Negro (a quien admiro y, sobre todo, he leído por la mediación con Carl Schmitt).
En mi familia se ríen cuando hablo de “mi” libro de Donoso o “mi” antología… Se ríen. “¿Qué es eso? si tú lo que has hecho es recopilar textos, ponerle una introducción maja y poco más”. Pero ni el prólogo –tremendamente erudito– de don Dalmacio Negro, ni mi introducción, siquiera la azarosa selección de textos son hoy los protagonistas. El protagonista es el marqués de Valdegamas, Juan Donoso Cortés.
Por ello, me gustaría hacer un breve semblante de este autor tan desconocido en nuestra tradición, a pesar de haber sido probablemente el autor más importante del siglo XIX español.
Considero que cuando nos acercamos a la obra de cualquier autor podemos establecer una primera distinción en los siguientes términos. Hay tres tipos de autores: (i) aquellos que fueron conocidos tanto en vida como póstumamente (véase José Ortega y Gasset (1883-1955)); (ii) aquellos que no cosechan su reputación en vida, pero sí tras su muerte (véase Friedrich Nietzsche (1844-1900)); (iii) y los más inusuales como Donoso Cortés (1809-1853), que son aquellos prestigiosísimos en vida, pero que, sin embargo, una vez mueren pareciera que nos olvidemos por completo de ellos.
¿Quién es Donoso? Probablemente mucha gente haya leído o tenido noticias acerca de su famoso “Discurso sobre la dictadura” (1849), en general, se conoce poco su obra. Y su obra es muy rica, tiene muchas aristas. Donoso Cortés es un pensador católico y, por ende, nítidamente español que conjuga lo jurídico, lo teológico y lo político. Carl Schmitt (1888-1985) lo describiría del siguiente modo en su Teología política de 1922: “el modo teológico de Donoso está en la línea del pensamiento medieval, cuya estructura es jurídica. Todas sus percepciones, todos sus argumentos son jurídicos hasta la raíz”.
Me preguntaba Elio “¿Qué te acerca a Donoso?”. Uno de los elementos es este carácter netamente español. Carácter que engarza con toda una tradición de pensamiento jurídico-teológico-política que podemos ver encarnada en personalidades contemporáneas como Dalmacio Negro, Miguel Ayuso o Jerónimo Molina, entre otros, pero también en autores de décadas atrás como Luis Díez del Corral (1911-1998) o Francisco Elias de Tejada (1917-1978).
En cualquier caso, Donoso, prestigiosísimo en vida y funestamente olvidado, es un prohombre entre los hombres de su tiempo. Aristócrata, diplomático, diputado en Cortes, políglota, cosmopolita, político y orador excelente. De una inteligencia despierta y muy precoz (con apenas catorce años ya se relacionaba con la florinata del llamado liberal-doctrinarismo). Pero también es un personaje, digamos, desubicado. Precisamente por lo que decía Elio. Anticipa cosas que llegan a su cumplimiento más allá en el tiempo futuro. Podríamos aventurarnos a decir que esto es algo que diferencia a los grandes autores de los autores mediocres y, en general, del resto de autores. Aquellos que son capaces de “anticipar el desastre” (como dice mi amigo Jerónimo Molina a propósito del realismo político).
Arnaud Imatz lo explica perfectamente en un artículo muy interesante publicado en La Gaceta. Otto von Bismarck (1815-1898) cita a Donoso en sus memorias; el extremeño se relacionaba con grandes estadistas e intelectuales como Klemens von Metternich (1773-1859) y François Guizot (1787-1874), le conocían los más grandes poetas y pensadores de la época como Leopold von Ranke (1795-1886) o Friedrich Schelling (1775-1854). Incluso el rey Federico Guillermo IV (1795-1861) de Prusia y, probablemente, el zar ruso Nicolás II de Rusia (1868-1918) leyeron sus discursos parlamentarios y se hicieron eco de ellos. Fue un hombre de la confianza de María Cristina (1806-1878), isabelino y moderado hasta la muerte y lastimosamente colaboró con el gobierno de Mendizábal durante las desamortizaciones (algo por lo que sería reprendido por Jaime Balmes).
Se trataba de un notable entre notables. Piensen que la élite política de principios del siglo XIX habría hecho sentir como un enano intelectual a José Luis Balbín y sus contertulios de La Clave (ni que decir tiene lo que habrían sentido Pablo Iglesias y sus contertulios de La Tuerka o peor, de Canal Red). Esa primera mitad de siglo reunió a una clase política de altísima talla intelectual: José María Blanco White (1775-1841), Francisco Martínez de la Rosa (1787-1862), Jaime Balmes (1810-1848), etc.
El otro día en la presentación de la antología en la librería-taberna CASAMATA con Carlos Gregorio Hernández (profesor de esta casa) discutíamos acerca de si Donoso está lo suficientemente valorado o no académicamente. Lo estuvimos mirando, hay tan sólo ocho tesis escritas sobre él en nuestro país. A mí me resulta claramente insuficiente. Pensemos en Ortega y Gasset. ¿Cuántos institutos, revistas, grupos de investigación, publicaciones, congresos hay en torno a su figura? Creo que Donoso sólo es parangonable a Ortega… Para ver hasta qué punto esto es así, me gustaría citar un pasaje de Carl Schmitt bastante recurrido entre donosiólogos: “No me avergüenzo hoy, como sesentón, tras todas mis experiencias con hombres y libros, con discursos y situaciones, de afirmar –dice Schmitt– que el gran discurso de Donoso sobre la dictadura, de 4 de enero de 1849, es el más magnífico discurso de la literatura universal, sin exceptuar a Pericles y Demóstenes, ni a Cicerón, Mirabeau o Burke”. Esta cita es impresionante. Con la trascendencia que tuvo Carl Schmitt en el pensamiento del siglo XX que hable en estos términos de un pensador arrinconado en la Historia Universal de las ideas políticas, lo encumbra a categoría de clásico.
Donoso Cortés es un pensador del orden. Lo que creo que aterriza muy bien el libro de Elio Gallego es precisamente esto. Me atrevería a decir que lo que hace Elio es una ontología del presente desde Donoso. Y creo que es un poco la vocación de su libro… Lo consigue. Rastrea, hace una arqueología de cuáles son los males de este mundo ¿verdad? (entre ellos el racionalismo moderno que es el germen de todo). Y como digo, el extremeño es ese arquetípico pensador del orden cuya principal preocupación reside en el triduo: autoridad-poder-libertad.
¿Por qué digo esto? Generalmente cuando husmeamos en la obra de Donoso escuchamos esas palabras tan fatalistas de su “Discurso sobre la dictadura” (1849) y nos agarramos a la mesa como diciendo “¡ojo!”. Pero como sugiere mi amigo José Antonio Pérez Ramos: en realidad, ese discurso debería llamarse “Discurso sobre la libertad”. Porque lo que está vaticinando el pacense es esa ruptura de la autoridad que nos lleva inexorablemente a una anomia y, en última instancia, a un poder despótico. Y esto lo supo ver claramente ya a mediados del siglo XIX.
Donoso es también un “moderno antimoderno”. Un crítico de la Modernidad inserto en la Modernidad. Un moderno resignado que piensa el problema nuclear de la Modernidad: el desfondamiento de la auctoritas o, si se prefiere, el desfondamiento de la legitimidad tradicional.
Sin ir más lejos, el otro día hablaba con mi hermana de los problemas estructurales de la pedagogía actual, principalmente achacábamos todo a la falta de autoridad en los colegios. Llegamos a la conclusión que gran parte del problema reside en la equiparación artificial, en la igualación horizontal entre el maestro y los alumnos. Esto mismo es lo que explica Elio en su libro Estado de disolución (2017) cuando escruta el “periodo democrático” en términos donosianos: “El periodo democrático de la historia europea puede ser visto, con Donoso Cortés, como la lógica de la identificación entre gobernante y gobernado y la inmanencia del poder (…). El totalitarismo acontece, por tanto, cuando en una sociedad han desaparecido o, al menos debilitado gravemente, las jerarquías sociales y el principio de autoridad”. Esto último que señala es muy interesante… ¿O acaso no existe un totalitarismo ideológico en las aulas? Al tratarse de una lógica interna de la Modernidad es extrapolable a cualquier otro campo de la vida. Pienso, por ejemplo, en la ausencia del padre que resulta niveladora (desaparece la jerarquía). Pienso en los médicos que son incapaces de decirle a su paciente que sufre obesidad, no vaya a ser que le acusen de gordofobia (desaparece también aquí la jerarquía médico-paciente), etc…
Me gustaría, Elio, que con esta cita pudieras arrojar luz al planteamiento que tienes tú desde Donoso sobre la Modernidad, me interesa que hagas este ejercicio.
Donoso pensador antirrevolucionario: las razones del olvido donosiano
ELIO GALLEGO:
Donoso brilló como ningún pensador español en los círculos intelectuales europeos del siglo XIX. Habría que, en efecto, esperar al siglo XX para ver algo parecido en Ortega, y digo algo parecido porque es verdad que Ortega es un autor muy citado, muy conocido y leído, pero mucho menos influyente que Donoso en los ámbitos de poder y de decisión, por los ejemplos que has puesto antes de cómo los grandes hombres de Estado esperaban con expectación los textos y discursos de Donoso. Cosa llamativa…
Es verdad que Donoso cae en el olvido, va cayendo una especie de neblina sobre él que lo va cubriendo y opacando. También se ha dicho ya que, a veces, en periodos sobre todo de “tranquilidad”, cuando la Europa decimonónica de la segunda mitad del diecinueve alcanza su orden liberal-conservador, Donoso pasa a ser menos leído. Y luego también hay que decir que cuando estalla y llega esa terrible “Guerra civil europea” (de 1914 a 1945), esa guerra de los treinta años que han sido tan definitivos tiene su momento; Carl Schmitt, evidentemente, pero no sólo él, lo pone en la escena pública y lo hace valer, pero hay que tener en cuenta que ahora mismo –y es uno de los puntos que puede ser interesante en esta conversación– tras la Segunda Guerra Mundial y a partir de los años cincuenta y sesenta la derecha ha desaparecido en Occidente. ¿Por qué? Porque lo que se ha impuesto tras la II GM es un consenso que es el consenso social-demócrata-cristiano. Ahí la derecha, digamos, no termina de encajar. Pierre Manent utiliza una expresión –que a mi me parece extraordinariamente elocuente y lúcida– que es más o menos así: esos años de las guerras mundiales son el muro de fuego que nos separan de nuestro pasado histórico. Pero, claro, ¿quién necesita más de su pasado histórico por definición? Las fuerzas de derecha. En este sentido, este muro de fuego también ha cortado la historia de esa tradición de la derecha con consecuencias terribles. ¿Por qué? Porque, lógicamente, en ese consenso social-demócrata-cristiano de la democracia (cuya parte central es entendida sólo como consenso) en la medida en la que además el cristianismo –y la cuestión de Dios– ha ido desapareciendo del horizonte de la vida de los pueblos europeos, ese consenso se ha ido desplazando también cada vez más hacia la izquierda, ha ido radicalizándose y ha quedado al final en un consenso social-demócrata, como nuestro común maestro Dalmacio Negro insiste permanentemente. De tal manera que “lo cristiano”, que se ha horizontalizado –y esto es importante– (cuando establecemos este esquema hay que entender que ya lo cristiano se ha horizontalizado, ha perdido la verticalidad, se ha adaptado a una fórmula de consenso socialdemócrata). Eso tiene un precio.
Es decir, la pérdida de la verticalidad es lo que le preocupaba a Donoso. Hemos perdido el eje de la verticalidad y cuando se pierde, el eje del orden horizontal, naturalmente se desquicia, pierde su lugar, se desubica, adquiere un predominio que se hace totalitario porque ya no tiene esa referencia trascendente. Y la cuestión es: ¿Cómo se recupera esa verticalidad?
Ahí vemos un tema… Yo creo que no podemos entender a Donoso sin los Padres de la Iglesia. Al final, Donoso es un gran continuador -además por su condición profética- de la tradición de los Padres de la Iglesia. Es una suerte de Padre de la Iglesia redivivo. Si tuviéramos que establecer una conexión más esencial es con San Agustín (354-430 d.C). Y creo que es de San Agustín de quien él aprende que en esa teología del orden, que tiene que ver con el orden del alma, cuando la razón se ensoberbece (hýbris), cuando la razón se declara autónoma, va a degradarse. Es decir, en ese intento por exaltarse a sí misma pierde su posición, cae bajo el poder de la voluntad, y la voluntad a su vez (que es una potencia en el fondo intermedia) acabará sirviendo a las pasiones, los deseos, las emociones y cayendo, vamos a llamarlo así, en el irracionalismo.
De modo que habría una estrecha analogía entre el desorden del alma –que es muy por otro lado de Eric Vögelin (1901-1985)– con el desorden político y civilizacional; cuando a la sociedad racionalista, en la Ilustración, le tenía que seguir la Civilización Voluntarista (Nietzsche, Schopenhauer, voluntad de poder…). Es en el fondo el imperialismo de la segunda mitad del siglo XIX, el industrialismo, el ferrocarril, el siempre más y más, esa hegemonía de hierro que ejerce Europa (pequeño apéndice euroasiático) sobre el mundo, cuando llegan “cuatro” holandeses desarrapados al sur de África y conquistan a millones. También tenemos el precedente hispánico. Llegan “trece” ahí a Perú a un reino espectacular y lo conquistan. En ese sentido, es el orgullo, la voluntad de poder lo que abre la tormenta de fuego de las guerras mundiales. Y yo creo, sinceramente, que no terminamos de ser conscientes de la envergadura que tuvieron dichas guerras. Aún no lo hemos asumido, y no lo hemos asumido porque vivimos bajo el espejismo de ese crecimiento espectacular económico que siguió a las guerras mundiales y que nos ha llevado a la sociedad del bienestar (error en que incurrieron los padres fundadores de la Unión Europea creyendo que bastaba con hacer una unión económica, con favorecer el bienestar que iba a ser una gran alternativa al comunismo, al materialismo marxista, que eso iba a supurar, a elevar el tono de la civilización, de los valores europeos; no es verdad).
Yo creo que ahora a la altura de 2024 podemos entender que eso ha sido una ilusión y que las fracturas, que vienen de lejos y estallan en las guerras mundiales, no están bien suturadas, no han cerrado, no están cauterizadas. ¿Por qué? Aquí me persuade, me convence la explicación de Donoso, hay una pérdida de la verticalidad (y por tanto también de la necesaria humildad de la razón), cuando la razón se erige a sí misma como medida de todas las cosas. Evidentemente, Donoso nunca dudó de que nuestra civilización moderna tenía un origen racionalista y que el racionalismo es la madre del presente irracionalismo.
YESURÚN MORENO:
Justo comentabas, Elio, que lo que convierte a Donoso Cortés en continuador de los Padres de la Iglesia es ese carácter profético. Tenemos que recordar que Donoso sin tener todo el sofisticado aparataje teórico que sí tuvieron Karl Marx (1818-1885) y Friedrich Engels (1820-1895) logró descifrar –contra los fallidos pronósticos de los padres del marxismo– que la Revolución se daría en Moscú y no en Londres. Y no lo hizo desde una óptica de crítica de la economía política, sino a partir de la óptica del reflujo antirreligioso. También supo ver proféticamente el gigantesco despotismo que se cernía sobre la humanidad por ese progreso de la técnica (del que también has hablado) cuando dice: “no hay resistencias físicas porque con el telégrafo eléctrico no hay distancias”. Y esto nos remite, por ejemplo, a la globalización en marcha…
En todo caso, en la obra extensa de Donoso, en todos sus escritos está siempre presente –sobre todo del Donoso más maduro– la tensión escatológica. Dice Eugenio d’Ors (1881-1954) que Donoso era “político porque fue teólogo, y, por profeta diplomático”. Henry Kissinger (1923-2023) describió a Stalin como el “realista supremo” porque antes de enzarzarse en una contienda, en una guerra, se sentaba a estudiar y deliberar sobre el problema. Donoso era así, tenía una mente minuciosamente realista.
Un teólogo con vocación literaria. Se trataba de un autor con un modo de pensar y escribir inconfundible. Le leen a uno cualquier fragmento de esta antología al azar, por cualquier página y, créanme que, si lo han leído con anterioridad, identificarán fácilmente a Donoso.
ELIO GALLEGO:
Si me permites, Yesurún. Prácticamente palabra por palabra lo que acabas de decir ahora, lo dice Jaime Balmes. Había unos escritos cuya autoría no estaba clara y en cuanto los vio Balmes dijo “no, no, está clarísimo: son de Donoso”.
YESURÚN MORENO:
¡Claro! Porque Donoso se vierte en todo lo que escribe. Imprime su sello. Y esto me recuerda a una frase de un académico italiano, Fabricio Grasso, cuando trata de describir al Kronjurist. De Schmitt, dice Grasso “hà la forza terribile delle distopie letterarie”. Tiene la fuerza terrible de las distopías literarias. Y ahí vemos ese componente profético y a la vez literario que se conjuga de un modo fascinante como verán en las páginas de esta antología.