(Primera entrega publicada el 1 de marzo de 2025. Intervienen: Yesurún Moreno y el catedrático Elio Gallego)
YESURÚN MORENO:
Donoso es, ante todo, un “antirrevolucionario”. Y digo “anti” y no “contra” porque me refiero al sentido empleado por Joseph de Maistre (1753-1821) sobre qué significa ser contrarrevolucionario. El reaccionario francés dice: “la contrarrevolución no es la revolución contraria, sino lo contrario de la revolución”. Esto es, principalmente, lo que separa a Donoso Cortés de Carl Schmitt…
La figura de Donoso sigue estando en continua disputa entre liberales, decisionistas y tradicionalistas de toda índole que exageran los cortes epistemológicos de la obra del pacense. Como sabrán, los cortes epistemológicos son esos cortes que los investigadores, académicos e intelectuales hacen y que son arbitrarios para tratar encuadrar la complejidad de todo autor bajo una foto simplificada. En mi opinión, quienes más pecan de esta tentación son los intelectuales tradicionalistas que llevan el agua a su molino.
En su “Carta al conde Montalembert” (de mayo de 1849) llega a decir sobre las revoluciones: “Las revoluciones son, desde cierto aspecto y hasta cierto punto, buenas como las herejías, porque confirman en la fe y la esclarecen. Yo no había comprendido nunca la rebeldía gigantesca de Luzbel, hasta que he visto con mis propios ojos el orgullo insensato de Proudhon”. Elio hablaba hace unos minutos del orgullo y la autosuficiencia de la razón moderna como raíz del nihilismo contemporáneo. Pues bien, este fragmento me encanta porque conecta con la traducción del griego que emplea Giorgio Agamben en su texto “El misterio del mal. Benedicto XVI y el fin de los tiempos” (2013) sobre la renuncia de Ratzinger (1927-2022) al papado. Agamben utiliza el griego para describir al Impío, al Anticristo como “antrophos tes anomias” o Hijo de la anomia. Describe, precisamente, ese orgullo luciferino, que preside la Modernidad, al que aludía Elio.
En relación a esto último, el pensamiento donosiano es un pensamiento katéchontico que quiere demorar, detener, retener la venida del Anticristo, del Hijo de la anomia. Él no pretende erradicar de la intrahistoria humana el Mal (esto sería un error), quiere posponerlo. Es en este sentido que podemos decir que Donoso Cortés es antirrevolucionario.
Vivió en un periodo histórico de unas convulsiones tremendas… En 1815, cuando Donoso tenía apenas 6 años, aconteció el Congreso de Viena. Un proyecto político que impulsarían Austria, Francia, Rusia y Prusia, todas ellas potencias de la Vieja Europa, junto al Papa ‘conjuradas en santa jauría’ (en expresión de Karl Marx), para restaurar la forma política del absolutismo. La Restauración. Esto lo conocemos todos. Sin embargo, contra lo que algunos observadores postulan, Donoso Cortés jamás defendió el absolutismo político. La Restauración iría acompañada de las revoluciones de 1820, 1830, y su culminación, la llamada Primavera de los Pueblos de 1848… Pero, también vivió la Primera Guerra Carlista (que va de 1833 a 1840). Participó, además, de las desamortizaciones de Mendizábal, ese ‘inmenso latrocinio’ (en palabras de Marcelino Menéndez Pelayo (1856-1912)). Y también vivió el Motín de los Sargentos de la Granja de 1836.
Parece lógico que estableciera lo que denominó “Ley fatal de las revoluciones”. ¿A qué se refiere? Decía: “El pueblo que se proclamó ayer soberano escribirá hoy la tabla de derechos con tinta, pero la borrará mañana con sangre”. Y volviendo al carácter profético del pensamiento donosiano como corazón de la patrística, ¿acaso no es esto mismo lo que sucede con las leyes de eutanasia, aborto, autodeterminación de género, divorcio? ¿No siguen todas ellas el patrón augurado por Donoso de proclamar hoy con tinta y borrar mañana con sangre?
Y esta virtud donosiana quizá no sólo tenga que ver con el contexto fatídico que le tocó vivir al extremeño, sino con su trágica historia. ¿A qué me refiero? Con apenas 2 años muere su única hija, poco después muere también su mujer y unos años más tarde su hermano predilecto, Pedro.
Pero, cuando él trata de establecer esta “ley fatal de las revoluciones” como una suerte de ley intrínseca, como una suerte de mecanismo interno de la Modernidad y de la dýnamis histórica, lo hace porque él no es un teólogo de la política al uso, sino un teólogo de la historia. Y este también es un punto de quiebre respecto de Carl Schmitt.
Y, aunque no podamos decir –como se empeñan algunos intelectuales: Francisco Elias de Tejada, Miguel Ayuso o Jacek Bartyzel– que Donoso fue un autor tradicionalista, lo que sí parece evidente es que se trata de un pensador tradicional. Él mismo en su “Discurso sobre la situación de España” (1850) dirá: “Yo represento la tradición (…) Si mi voz tiene alguna autoridad no es, señores, porque es mía; la tiene porque es la voz de vuestros padres”. Gracias a él, sus discípulos, los llamados neocatólicos, se aproximaron a los tradicionalistas. Y una de sus grandes intuiciones, pasó a ser uno de los argumentos centrales del tradicionalismo contra las ideologías modernas. Dice (y esta cita se la robo a Elio de su libro), si hay una verdad demostrada, “esa verdad consiste en afirmar que la escuela liberal no ha hecho otra cosa sino asentar las premisas que van a parar a las consecuencias socialistas, y que las escuelas socialistas no han hecho otra cosa sino sacar las consecuencias que están contenidas en las premisas liberales”. Este es un gran argumento del tradicionalismo (aún a día de hoy) de impugnación in toto de la Modernidad ideológica. Podríamos decir que Donoso es al tradicionalismo, o mejor, al pensamiento tradicional, lo que el liberalismo es al socialismo. El pensamiento donosiano, de algún modo lleva consigo las premisas del pensamiento tradicional(ista).
Ahora bien, claro que hubo una evolución en el pensamiento del extremeño. Esto es indudable. Lo hablábamos entre bambalinas Elio y yo. La cuestión del énfasis que se pone o no en la gran ruptura que supone su conversión. Pasó de una confianza ilustrada, ciega y radical en la Razón, esto es, lo que llamaba la defensa de la “Civilización filosófica” en su juventud a un pesimismo antropológico (casi protestante) en su madurez. El joven Donoso llega a afirmar sobre la Revolución Francesa (y esta es otra cita magnífica que le robo a Elio): “Una nueva bandera, cándida, resplandeciente, inmaculada, ha aparecido en el mundo; su lema es: Soberanía de la inteligencia, soberanía de la justicia. Sigámosla, señores; desde su aparición, ella sola es la bandera de la libertad; las otras de la esclavitud; ella sola es la bandera del progreso; las otras, de las reacciones; ella sola es la bandera del porvenir; las otras, del pasado; ella sola es la bandera de la Humanidad; las otras, de los partidos”. Y esta cita, te la hurto, Elio, porque en ella se ve claramente su evolución. Me gustaría que explicaras sucintamente cómo ves tú esa transformación en la vida y obra del extremeño que supone su conversión…
Donoso Cortés contra el ensoberbecimiento de la Razón
ELIO GALLEGO:
Bueno, él lo explica en una carta muy personal, habla en términos de una experiencia religiosa muy poderosa a raíz de la muerte de su hermano Pedro (al que tiene por un santo y al que asiste en los últimos tiempos de vida). Tú lo has apuntado.
Asimismo, es decisivo el encuentro que tiene con un músico, el pianista Santiago Massarnau (1805-1882). Y Massarnau es un hombre que le desconcierta… Le desconcierta, y, además, él lo expresa muy bien (por cierto, esto es algo que también tiene que ver con mi experiencia cristiana) porque aun siendo Donoso católico (es más, no solamente es católico, practica los sacramentos, es un hombre que dice que si le hubieran dicho: “reniega de Cristo o te martirizamos”, él hubiera ido gozoso al martirio, no duda), ve en Massarnau algo que él no tiene, pero no sabe qué es…
Con el tiempo, tratando al pianista, un hombre que en sí mismo tampoco destacaba por nada especial en cuanto a cualidades humanas, descubre que tiene una experiencia viva de Cristo. Entonces, Donoso tiene un catolicismo más social, más convencional y que frente a la vida interior, a la vida de esa intensidad con Dios que tiene Massarnau, él se descubre increyente.
Por decirlo así, arde en deseos de conocer a Dios y de amarlo. Y de que el amor de Dios le invada por entero. Esto es algo que cualquiera de los que estamos en esta sala podemos entender que marca un antes y un después en todo lo más íntimo y personal, pero también en el modo de concebir la vida. Dicho lo cual, creo que esto le sucede a Donoso porque Donoso es un “buscador de la verdad”. Y cuando las personas buscan la verdad, a veces, pueden ser más conscientes o inconscientes de que lo hacen, pero de hecho su vida está mucho más marcada por la búsqueda de lo que quizá nosotros mismos podemos ni imaginar. Eso se desvela justamente en el hecho que cuando encuentras esa verdad buscada y al mismo tiempo inesperada eres capaz de decir: “es esto, esto es lo que yo buscaba”. Esto es lo que le ocurre, según cuenta el propio Donoso, en el encuentro con Massarnau en Francia.
Evidentemente, hay toda una ‘preparatio’,toda una evolución de ese primer Donoso liberal-progresista simpatizante de la Revolución, que no solamente se pone de perfil con la desamortización de Mendizábal, sino que trabaja con él en la desamortización. Y luego, en la Constitución de 1845, a propósito de la “no devolución de los bienes del clero” es cuando se pone de perfil. Cuando Balmes acucia y presiona sobre los moderados como diciendo: “oye, no seáis sinvergüenzas, habéis llevado en el programa electoral la devolución de los bienes del clero; ahora que estáis en el poder cumplidlo, ¿qué impide que lo cumpláis?”. Y los moderados –como sabemos que suelen ser los moderados– “donde dije digo… Claro, las circunstancias…”. Todos conocemos esta actitud, ¿no? Cierto es, en este sentido, Donoso Cortés que tiene que ver mucho con la Constitución de 1845 y con el preámbulo donde Balmes dice “aunque no lleve la firma, hasta el más tonto reconoce que esto es obra de Donoso, claramente lo ha escrito él”. Ni que decir tiene que Balmes le pega ahí a dos manos al extremeño (risas). Y es que los argumentos donosianos para justificar la no devolución de los bienes del clero son algo endebles.
Pero volviendo a lo nuestro, hay un punto de continuidad en Donoso como creo que bien señalas, hay una evolución, evolución de liberal, a liberal moderado; de liberal moderado a exaltado; de liberal exaltado a conservador; y de conservador a antirrevolucionario. Posiblemente ya era antirrevolucionario antes de esta conversión de la que estamos hablando por un propio proceso racional. Porque frente a lo que se pueda decir, cree mucho en la Razón, cree tanto en la razón que precisamente cuando la razón juega a autodivinizarse él vé cómo es capaz de las mayores fechorías, de los mayores disparates y de los desvaríos mayores. Pero, justo no porque minusvalore la razón, sino porque cree mucho en el poder de la misma. Por eso, ante un poder como el de la razón humana, sabe que la razón al mismo tiempo –y paradójicamente– es indigente de la Gracia y es indigente de una razón más alta a la que la razón cuando es realmente “razonable” está llamada a dejarse guiar. Porque cuando la razón humana –en el fondo finita– herida por el pecado –fíjate que no hemos hablado del pecado original y la fuerza que el pecado tiene para Donoso– y, que parte de una experiencia que cualquiera de nosotros tiene, como la tuvo San Pablo: “Puesto que no hago el bien que quiero, sino que obro el mal que no quiero. Y, si hago lo que no quiero, no soy yo quien lo obra, sino el pecado que habita en mí” (Rom 7, 19-20); la razón cuando se ofusca y declara que la firmeza de sus planteamientos está en ella misma, se vuelve irracional, es poco razonable. ¿Qué busca Donoso entonces? Una razón razonable, aquella que reconoce su propia finitud, su propio límite, que reconoce que no se basta a sí misma.
Permitidme una cosa. Hay un pasaje del comentario de Santo Tomás (1225-1274) al Evangelio de San Juan hablando del “logos” y de la razón que a mí me impresiona mucho. Fijaos, Santo Tomas, siglo XIII. Cuando el de Aquino plantea una razón que busca partir de sí misma se pone muy radical dice: “esto es demoníaco, esto es sugerido por el Anticristo”. Es uno de los grandes temas.
En esta línea, cuando por otros motivos me interesa y de pronto me meto en la figura y en el pensamiento de John Henry Newman (1801-1890) y empiezo a ahondar en él a raíz del tema del Apocalipsis, del katéchon, del Anticristo (recomiendo, de paso, a todos los presentes que se lean los cuatro sermones sobre el Anticristo[1], son espectaculares), hay un momento en el que digo: “tengo que escribir un capítulo sobre el paralelismo extraordinario entre Newman y Donoso Cortés”. Capítulo recogido en un ensayito, La teología política de John Henry Newman (2023), CEU Ediciones, porque además descubro que hay muy poco escrito sobre el pensamiento político de John Henry Newman. Y, en efecto, despliega una teología política, de tal modo que, cuando profundizo en su teología política, llego a la conclusión de que es la misma que la de Donoso Cortés o la de Donoso Cortés es la de Newman, que son coetáneos, por otro lado (es verdad que no consta que se conocieran ni se leyeran en absoluto). Pero es muy llamativo cómo el pensamiento católico coincide de un modo sorprendente en lo esencial y en el juicio de ese siglo XIX que va a dar paso proféticamente a algo siniestro, a ese mundo-sin-Dios.
YESURÚN MORENO:
Me has preguntado el sentido del título y hemos dejado pendiente el antiliberalismo de nuestro autor… Esta antología, que se titula Donoso Cortés. La razón antiliberal (2024), descubre la necesidad de incorporar el último texto de todos, la “Carta al director de El Heraldo” (de abril de 1852). Director que había elogiado públicamente al primer Donoso liberal-doctrinario. Y cito: “entre las doctrinas que usted y que profesaba yo cuando tenía pocos años, y las que profeso ahora, hay una contradicción radical y una repugnancia invencible (…) Por lo que hace al parlamentarismo, al liberalismo y al racionalismo, creo del primero, que es la negación del Gobierno; del segundo, que es la negación de la libertad; y del tercero que es la afirmación de la locura”. Cuestión que conecta perfectamente con tu reflexión sobre la autodivinización de la razón.
Asimismo, en su Ensayo sobre el Catolicismo, el Liberalismo y el Socialismo de 1851 llega a decir del liberalismo: “El liberalismo es, de todas las escuelas la más estéril, porque es la menos docta y la más egoísta. Como se ve, nada sabe de la naturaleza del mal ni del bien; apenas tiene noticia de Dios y no tiene noticia alguna del Hombre”. He ahí el sentido de este libro, su necesidad. No se trata de una boutade, ni de una mera provocación –que también–. El título quiere dialogar con la actualidad, con el presente (Ernesto Laclau habla de la “razón populista”, nosotros de “razón antiliberal”). Y la pregunta central de esta antología, que no hemos comentado hasta ahora, es la siguiente: ¿Se dan las condiciones para una dictadura que ponga en cauce el torrente de costumbres desbordadas? Es una pregunta que nos interpela a todos nosotros y a nuestros contemporáneos como una gota malaya. ¿Se dan estas condiciones?
Y coincido contigo en que si bien existe esa evolución del extremeño, también hay una serie de continuidades. Tal y como sugiere el gran historiador de las ideas políticas Pedro Carlos González Cuevas: “bajo la aparente ruptura fluye la continuidad”. Ese es el interés que me movió a hacer esta recopilación. Si en lugar de poner el énfasis en los cortes y las rupturas, nos detenemos en las constantes vitales de la obra de Donoso, veremos el papel fundamental de la dictadura (que está ya presente en sus escritos de juventud). Explica Edmund Schramm (el gran biógrafo de Donoso) que el pacense tiene anotaciones allá por la veintena en las que se ve la admiración que le genera la figura romana de la dictadura comisaria.
Y esa es, insisto, la vocación de este libro. Sacar a la luz esa preocupación ininterrumpida que muestra el pacense por la dictadura como dique contra la anomia revolucionaria, como ese retener y contener el mal. Y debemos entender la anomia en sus diferentes expresiones históricas… La propia dictadura soberana es una de ellas. Él mismo reconoce no verse capaz de ejercerla, pero también el despotismo o poder absoluto y la anarquía social.
Siguiendo la estela de pensadores como el Montesquieu (1689-1755) de L’Esprit des lois (1748) él ve claramente que hay dos formas de corrupción del pueblo: (i) cuando la sociedad desoye y transgrede las leyes (la “norma” diríamos en sentido lato: tradición, derecho consuetudinario, derecho natural y positivo); y (ii) cuando las leyes corrompen a la sociedad. En sus propias palabras: “Cuando las costumbres son la causa del desarrollo de las revoluciones, sólo puede terminarlas el Gobierno por medio de la dictadura; porque sólo siendo dictador puede meter en su cauce el torrente de las costumbres desbordadas (…) [sólo así] puede extirpar el cáncer que a la sociedad devora”.
En este punto uno se da una de las grandes aporías del pensamiento donosiano para la que yo no tengo una respuesta clara y distinta y sobre la que Elio quizá puedas manifestarte. La aporía se da, en la actualidad, cuando estas dos formas de corrupción de la comunidad política se dan simultáneamente. Por decirlo de otro modo, cuando son las élites que corrompen con sus leyes (algo que supo ver agudamente Christopher Lasch[2]) a un pueblo que ya está corrompido, a una sociedad en disolución… ¿Cómo podemos resolver esta paradoja? ¿Queda un orden que reestablecer?
ELIO GALLEGO:
Podríamos decir que la esperanza como virtud teologal empieza allí donde el optimismo acaba… El optimismo que es una virtud humana tiene su límite. Hay que esperar contra toda esperanza. Esto fue Donoso. Un pensador pesimista, humanamente pesimista, pero en tanto que católico teologalmente esperanzado. Al mismo tiempo decía “el hombre no se salva a sí mismo” (sería como esa imagen del Barón Munchausen cogiéndose del pelo intentándose sacar del hoyo a sí mismo), dice “esto no va a ocurrir, esto no puede ser, no se salvará así la civilización”; pero Donoso siempre dejó un espacio a un acto providencial. En cierto modo, podríamos decir, Yesurún, que la esperanza es de algún modo nuestra última palabra a la que nosotros como creyentes nos podemos acoger.
YESURÚN MORENO:
De hecho, él llega a afirmar –si no me equivoco en carta al conde Montalembert (1849)– que esa civilización filosófica triunfará sobre la tierra, pero aún nos queda la Providencia. Y cito: “tengo para mí por cosa probada y evidente, que el mal acaba siempre por triunfar del bien acá abajo: y que el triunfo sobre el mal es una cosa reservada a Dios, si pudiera decirse así, personalmente. Por esta razón no hay periodo histórico que no vaya a parar a una gran catástrofe (…) Esta es para mí la filosofía, toda la filosofía de la historia”.
ELIO GALLEGO:
Exacto, triunfa permitida por la Providencia como un castigo a la propia impiedad.
YESURÚN MORENO:
Algo muy propio de autores como De Maistre o Bonald, por otro lado… Me gustaría simplemente acabar sugiriendo cruzar lecturas. Os invito a hacer el ejercicio de leer en paralelo e intercaladamente la antología Donoso Cortés. La razón antiliberal (2024) y Estado de disolución. Europa y su destino en el pensamiento de Donoso Cortés (2017), puesto que se crean sinergias interesantísimas. Yo lo hice mientras preparaba este coloquio. Fíjense la feliz coincidencia… Sin haberlo hecho expresamente ninguno de los tres, Dalmacio Negro comienza su prólogo con una cita al ensayo de Elio y hoy, gracias al interés mutuo que nos congrega aquí (la obra de Donoso Cortés), hemos podido compartir esta tarde juntos un fecundo diálogo intercalando pasajes y reflexiones nos interpelan en el presente.
Muchas gracias a todos por la atención.
[1] Editado bajo título homónimo: Cuatro sermones sobre el Anticristo (2010), editado en español por Ediciones El Buey Mudo, Madrid.
[2] Christopher Lasch (1932-1994), fue un historiador y sociólogo estadounidense, intelectual y crítico social de relevancia durante la segunda mitad del siglo xx. Sus tesis acerca de la “revuelta de las élites” siguen teniendo absoluta vigencia en la actualidad, aunque la obra en que vertebra dichas ideas se publicara póstumamente en 1995, esto es, hablamos de The Revolt of the Elites and the Betrayal of Democracy.