Dentro de unos meses, quizás un año, la guerra de Ucrania habrá acabado (probablemente, dadas las declaraciones de la administración estadounidense, con un acuerdo de paz favorable al Kremlin) y será el momento de evaluar si los que pedían apaciguamiento con Rusia antes de empezar el conflicto llevaban razón o no.
De momento, parece claro que estamos cerca de llegar a lo que, hace tres años, parecía la peor de las opciones. En 1938, Winston Churchill atacó al entonces primer ministro británico, Neville Chamberlain, acusándole de haber entregado Checoslovaquia a Hitler a cuento de la crisis de los Sudetes. Las famosas palabras que pronunció Churchill (“se le dio a elegir entre la paz y el deshonor. Eligió el deshonor y tendrá guerra”) podrían aplicarse al momento actual y dedicarse a la OTAN, con mínimos ajustes: “se les dio a elegir entre la guerra y el deshonor. Eligieron la guerra y tendrán deshonor”.
No sabemos aún el contorno del acuerdo final sobre Ucrania, o siquiera si habrá un acuerdo final y no un armisticio. Lo que está claro es que Rusia ya se ha anexionado cinco provincias ucranianas (incluida Crimea) y que, de un modo u otro, por las buenas o por las malas, se quedará con todas o la mayoría de ellas. Ucrania también ha perdido entre el 20% y el 30% de su población en calidad de refugiados o nuevos ciudadanos rusos, con pocas probabilidades de regresar. El país está completamente destrozado, lleno de lápidas y veteranos de guerra mutilados, y en bancarrota para siempre. Y, por cierto, tan lejos de entrar en la OTAN como estaba en 2022, o posiblemente más.
En 2022, animados por el sistemático recuerdo de Munich 1938 y las presuntas concesiones humillantes a Hitler, las potencias occidentales decidieron no negociar nada con Rusia. Nadie estaba muy seguro de si Ucrania se vería en condiciones de aguantar los chantajes de Vladimir Putin, pero se prefirió escuchar a Churchill y no a Chamberlain. Podrá discutirse lo que se quiera sobre aquella decisión, pero resultó no ser la más perniciosa de la guerra. Las habría peores.
La invasión de Ucrania en febrero de 2022 fue un desastre casi completo para los rusos. Putin, como la mayoría, tenía un bajo concepto de la capacidad de resistencia de Ucrania, que ya entonces (después de 30 años de independencia que debería inspirar a la meditación a muchos separatistas vascos y catalanes) era el país más pobre de Europa por renta per cápita, así que el ejército ruso que penetró en el país, del tamaño de Francia, era de apenas 150.000 soldados.
Resultó que las fuerzas armadas y el gobierno ucranianos se habían endurecido tras siete años de preparativos desde los llamados “Acuerdos de Minsk” de 2015, por lo que el contraataque ucraniano inmediato detuvo a los rusos en seco, muy lejos de Kiev y de la segunda ciudad más grande del país, Járkov. En medio de una ola de sentimiento antirruso que se extendió por Occidente, los primeros meses de la guerra fueron terribles para Rusia. Estados Unidos y sus aliados congelaron cientos de miles de millones de dólares que el Banco Central de Rusia tenía en el extranjero, en un intento sin precedentes de desplomar la economía rusa.
Sorprendidos por la inesperada resistencia ucraniana y el amplio apoyo occidental a Kiev, Rusia propuso casi de inmediato negociaciones para un acuerdo de paz. A mediados de marzo, ambas partes describieron los términos preliminares alcanzados durante reuniones en Bielorrusia y Estambul, y el portavoz del Kremlin, Dmitri Peskov, anunció que Rusia cesaría las operaciones militares «en un momento», si Ucrania declaraba su neutralidad y simplemente otorgaba autonomía a las regiones orientales de Luhansk y Donetsk.
Las concesiones rusas eran apabullantes, y un total respaldo a las tesis de los que se habían negado a negociar antes con Putin: el acuerdo previsto proclamaría a Ucrania como un estado permanentemente neutral y no nuclear, con soberanía garantizada por varias potencias extranjeras, casi todas ellas aliadas de EEUU. Ucrania no permitiría tropas extranjeras en su territorio, pero reabriría las conversaciones con Rusia –con un plazo de 15 años– sobre el control de Crimea, que Rusia siempre había rechazado de antemano; no sólo eso: mientras que en 2013 Rusia se había opuesto a que Ucrania firmara un acuerdo de asociación con la UE, Rusia ahora aceptó “facilitar” la adhesión total de Ucrania al bloque.
Éste fue el momento clave del conflicto. Después de dos meses de combates, quizás habría 10.000 o 20.000 muertos, como mucho, en los dos bandos, un saldo sangriento pero manejable para países grandes: existe la posibilidad de firmar un acuerdo, y tanto Rusia como Ucrania están claramente interesadas por salir de algún modo airosa de una situación complicada. EEUU y sus aliados tienen la sartén por el mango.
Sabemos que esto fue así por varios reportes detallados sobre las negociaciones que aparecieron en la primera mitad de 2024, dos años después de los hechos, sin duda sobre la base de filtraciones occidentales, no rusas.
El primero fue “Las conversaciones que podrían haber terminado la guerra en Ucrania: una historia oculta de diplomacia que se quedó corta, pero que ofrece lecciones para futuras negociaciones”, escrito por Samuel Charap y Sergey Radchenko, y publicado en la revista Foreign Policy el 16 de Abril de 2024.
El hecho de que este texto, cuyos autores vieron el borrador del acuerdo de paz, fuera publicado por un medio propiedad del más prominente think-tank cuasi gubernamental de Washington dedicado a relaciones internacionales, el Council on Foreign Relations, indica que estos detalles fueron verificados por el Departamento de Estado de Estados Unidos. Además, mucho de lo que escribieron Charap y Radchenko fue luego corroborado por un reportaje separado del New York Times, “La paz entre Ucrania y Rusia es tan esquiva como siempre. Pero en 2022 estaban hablando,” publicado el 15 de junio de 2024.
Este segundo artículo sobre las negociaciones en Estambul se centra más en los desacuerdos entre las partes negociadoras, y tiene un cierto aire de respuesta al anterior, que fue muy comentado sobre todo por los mayores opositores a la posición de la OTAN en la guerra.
El NYT argumentó que “las dos partes chocaron sobre cuestiones como los niveles de armamento, los términos de la posible membresía de Ucrania en la Unión Europea y leyes ucranianas específicas sobre el idioma y la cultura que Rusia quería derogar”. Es decir, que no había ningún tema relevante de peso donde no se pudieran alcanzar puntos de consenso (los separatistas catalanes no estaban ahí: todos sabremos que prefieren la Tercera Guerra Mundial a acabar con la inmersión lingüística).
Un punto fundamental en el que el NYT corrobora lo antes reportado por Foreign Policy es el estatus de Crimea: el 15 de abril de 2022, precisa el NYT, fue cuando Rusia acordó dejar la cuestión de Crimea en el limbo; como informa el NYT, los rusos estaban desesperados por detener los combates, aunque los negociadores rusos parecían más preocupados por una futura escalada de la guerra que por sus pérdidas militares en aquel momento.
El NYT identificó lo que llamó un “factor decisivo” para descarrilar las conversaciones, que Foreign Policy no consideró como tal: que Rusia insertó ese mismo 15 de abril una cláusula de modo que todos los estados que garantizarían la independencia de Ucrania, incluida Rusia (también Estados Unidos, el Reino Unido, Francia y China), tendrían que aprobar la respuesta si Ucrania era atacada: como explica el NYT, esto querría decir que, “Moscú podría invadir Ucrania nuevamente y luego vetar cualquier intervención militar en nombre de Ucrania, una condición aparentemente absurda”.
La realidad de la cronología indica que este presunto factor decisivo no lo fue tanto. Las conversaciones continuaron en realidad hasta bien entrado mayo. La apelación a esa cláusula también parece sospechosa y parte de una tendencia a buscar excusas porque, durante los dos años anteriores, el gobierno ucraniano afirmó que abandonaron las conversaciones a la luz de las informaciones sobre atrocidades rusas en Bucha que salieron justo cuando avanzaban las conversaciones de Estambul. Lo que es absurdo.
Como explica Foreign Policy, las noticias sobre Bucha fueron públicas mucho antes hasta el punto de que, durante una visita a Bucha el 4 de abril (11 días antes de que Rusia cediera sobre Crimea), cuando se le preguntó si las conversaciones de paz continuarían, Volodymyr Zelenski respondió: «Sí, porque Ucrania debe tener paz». Zelenski reiteró ese mensaje al día siguiente: «Cada tragedia como esta, cada Bucha afectará las negociaciones. Pero tenemos que encontrar oportunidades para dar los pasos necesarios».
El factor principal en la toma de decisiones de Ucrania, por lo tanto, fue casi con certeza el mensaje que los ayudantes de Zelenski revelaron en mayo de 2022: en abril, poco antes de que Rusia cediera sobre Crimea, el primer ministro del Reino Unido, Boris Johnson, visitó Kiev para informar a Zelenski de que Occidente no apoyaba un acuerdo de paz con Rusia y que los ucranianos debían «seguir luchando». Zelenski continuó las negociaciones unas semanas más pero eventualmente se dejó persuadir.
La pregunta clave es por qué Occidente, es decir EEUU y sus principales aliados entonces (y ya no) con voz sobre el tema, como el Reino Unido, no apoyaron un final negociado que habría sido humillante para Rusia. Y la respuesta más factible es que, como luego defendieron durante más de un año, y como sigue defendiendo Kaja Kallas, responsable de la diplomacia de la UE, Occidente ha visto la posibilidad de desmantelar complemente el régimen de Putin usando a los ucranianos como ariete.
Al fin y al cabo, en las negociaciones de Estambul (en la fotografía, Erdogan con negociadores de los dos países) Rusia había esencialmente admitido su fracaso, e incluso un cierto nivel de desconcierto y desmoralización. Zelenski, quien había concurrido a las presidenciales ucranianas de 2019 como el candidato del acercamiento a Rusia, fue brevemente el adalid de un acuerdo con Rusia y en mayo de 2022 aceptó convertirse en el líder de una guerra que había tomado un cariz muy distinto del que tenía en un principio.
Tengamos en cuenta que aún hubo una última posibilidad de volver a los términos negociados en Estambul. En noviembre de 2022 llegó el pico del éxito ucraniano, cuando las fuerzas rusas evacuaron Jerson, renunciando efectivamente a cualquier posibilidad de tomar Odessa, y también de gran parte de la región de Járkov.
La escala e implicaciones de la retirada rusa provocaron un frenesí en la OTAN. Cuando el Jefe del Estado Mayor Conjunto de Estados Unidos, Mark Milley, sugirió a principios de mes que aquél era el momento apropiado para un alto el fuego con Rusia, y para negociar desde una posición de fuerza, la administración Biden lo obligó de inmediato a rectificar.
El cálculo de Biden fue que debilitar a Rusia al máximo era un beneficio neto para EEUU, algo bastante dudoso si uno asume que el único enemigo comparable de EEUU es China, y esa política llevaría (como ha llevado) a Rusia a los brazos de China. Con todo, es importante destacar que aquí no había un exceso de confianza en que Rusia pudiera ser derrotada, incluso en el mejor de los casos.
El presidente Biden sabía lo que había en el menú; ese mes de noviembre, según reportó el famoso Bob Woodward en su último libro sobre el expresidente estadounidense, el propio Biden le dijo al asesor Jake Sullivan que la amenaza nuclear creíble de Rusia suponía que EEUU nunca podría aspirar a ganar la guerra:
“Si no expulsamos a Rusia por completo de Ucrania, entonces, hasta cierto punto, permitiremos que Putin logre lo que quiere. Y si logramos expulsarlos, corremos el riesgo de una guerra nuclear. Putin no permitirá que lo expulsen de aquí sin el uso de armas nucleares. Así que estamos estancados. Si tenemos demasiado éxito nos vemos con una amenaza nuclear, si demasiado poco, consecuencias imprevisibles a largo plazo”.
Viendo la posición desde la cual están ahora negociando Occidente y Ucrania con Rusia, parece que Biden, por una vez en su aciaga carrera, llevaba razón en algo.