7 de enero de 2024
Las orientaciones políticas en la América actual se entienden mejor como narrativas de recaudación de fondos.
La política democrática propiamente dicha —la pugna por el poder soberano entre organizaciones o individuos con un apoyo masivo, que se decide contando cabezas— está básicamente muerta. En el actual régimen estadounidense, a los políticos, pro-régimen o anti-régimen, sólo se les concede un pequeño goteo de poder discrecional que se restringe más y más cada año, haciendo que la elección sea más y más paródica. Una vez que este poder llegue a cero, y los políticos sean tan simbólicos como los antiguos monarcas hereditarios, la evolución habrá terminado. El Estado se habrá convertido en una oligarquía pura y dura, gobernada por instituciones «independientes». («Independientes», en este contexto, significa «que no rinden cuentas», que están a resguardo de las elecciones).
Pero que la política democrática no sea real —o, astutamente, sea apenas real— no significa que el espectáculo no pueda continuar. Por ejemplo: si fuese real, ¿tendría uno que recaudar dinero para ello? El relato va solo. El relato puede continuar eternamente, como una telenovela. El objetivo de recaudar dinero es fingir que uno es real… idealmente, convertirse en real. En este caso…
Y la recaudación de fondos es un gran arte, uno de los más grandes. Quizá el más grande. Una cosa que he aprendido en mi medio siglo es: nunca minusvalores a un gran recaudador de fondos. El siglo XX es una gran época para la recaudación de fondos —como la Florencia de Miguel Ángel, pero para la recaudación de fondos— y hay excelentes consejos por todas partes. Aquí está el mío.
La recaudación de fondos no es un arte oscuro. Es un arte luminoso. Y conduce a un corazón luminoso. Recaudar fondos es la generación conversacional de un estado de ánimo generoso y optimista. Cuando una recaudación tiene éxito, el recaudador se siente… aliviado. Cuando una recaudación tiene éxito, el donante o inversor se siente… feliz, esperanzado y eufórico.
Leamos los grandes relatos de nuestro tiempo con simpatía y amor, como las asombrosas obras de arte colectivas que son. Estas catedrales de la propaganda, como las catedrales de verdad, nunca podrían haberse construido de golpe. Las narrativas y las líneas de partido han evolucionado a lo largo de décadas e incluso siglos. Y, sin embargo, siguen en pie y funcionando, y cada domingo las masas siguen acudiendo a sus respectivas iglesias políticas.
¿Y por qué, en una época en la que la política no es real? ¿Por qué alguien cree o se preocupa? Empezar con una actitud de respeto, no de desprecio, nos ayuda a descifrar el misterio de la propaganda.
Propaganda y productos farmacéuticos
Por supuesto, esta sensación de ebullición inducida externamente es también característica de las drogas. ¿No es la narrativa una especie de droga? ¿No acelera el corazón y alegra la vista? ¿Quiere usted que la gente le dé dinero? Elija una droga y véndala.
Claro, esta que, si la política fuese real, si afectara de verdad a la vida de la gente —como en el siglo XX y antes—, aceleraría más el corazón. Sería como ver combates de MMA (Artes Marciales Mixtas) con armas blancas de verdad. Si se pudieran ver combates completos de gladiadores en televisión, ¿quién perdería el tiempo con el «combate» a puño pelado? Pero sigue habiendo límites, y a la gente le siguen gustando las MMA. A la gente le sigue gustando nuestra falsa política. Gracias a Dios no estamos enganchados a algo más fuerte. Si odian la falsa política, no vean si odiarían la política real. (Necesitaremos la política real para salir de esta trampa, pero no porque nos guste. Y acto seguido debe acabar consigo misma).
Pero no hay una sola droga. La diferencia fundamental entre la narrativa conservadora estadounidense de recaudación de fondos y la narrativa progresista [liberal en inglés] estadounidense de recaudación de fondos se describe mejor con este lenguaje farmacéutico: los progresistas venden heroína, los conservadores venden cocaína.
La píldora azul
La píldora azul del progresismo es un opiáceo porque es un anestésico general: te permite ignorar el mundo que se pudre a tu alrededor. La lepra también es indolora, incluso cuando está avanzada. ¿Para qué necesitas un dedo meñique del pie? ¿Para qué? ¿Qué eres, una especie de atleta?
El progresista no sintió dolor cívico por la podredumbre de Gary, Indiana; Detroit, Michigan; o incluso Oakland, California. Estos suburbios —sólo hay una o dos ciudades, quizá tres— no eran sus lugares; esta gente no era su gente. En cierto modo, creía que se merecían su destino; aunque era una lástima, por supuesto.
Otra cosa es que a Harvard se le caiga la nariz, pero…
¡Pero no se cayó! ¡Los conservadores se abalanzaron sobre ella! ¡Se apoderaron de ella! ¡Le arrancaron la nariz a Harvard! Ahora bien, alguien podría decir, ¿debería la nariz haberse desprendido tan fácilmente? ¿Fue el órgano en cuestión arrancado, o sólo pellizcado? ¿Hubo problemas a nivel del cartílago? ¡Son preguntas importantes! ¡Preguntas médicas! Pero no olvidemos…
El problema de la píldora azul[1], como fármaco, es que te quita todos los miedos menos uno: el miedo a los conservadores. O más en general, el miedo a cualquiera que no tome la píldora. La frontera de la ortodoxia siempre está amenazada por los ejércitos de la herejía y el ateísmo.
Así, este opioide es un generador de sensación de poder que estabiliza el régimen oligárquico. Incluso cuando le deja prestando su consentimiento entusiasta a un gobierno manifiestamente incompetente, el progresista teme la inevitable transición de régimen —ya se trate de la restauración de la democracia o de la instauración de la monarquía, haya o no diferencia en este punto— por una razón sobre todo: el nuevo régimen le quitará su parafernalia. Él dejará de ser relevante. O, al menos, dejará de sentir que lo es. Será desempoderado.
Este miedo a la falta de dopaje es la nota de fondo de toda la propaganda sobre el «autoritarismo». El votante, sin sus opiáceos, ve la verdad sobre Washington: no tiene ningún poder sobre Washington, y Washington tiene un poder absoluto sobre él. No es un ciudadano, sino un súbdito —no es un actor, sino un peón— en manos de un gobierno que no rinde cuentas, omnipotente e incompetente, que empeora gradualmente en todos los sentidos posibles. Su caricatura del gobierno autoritario es correcta. Y él vive en ella. Todos los gobiernos son absolutos, sólo que algunos están menos centralizados que otros. Y esto no es necesariamente algo bueno. Y las personas que mejor entienden esto son… las que están más cerca del poder real. Si tienen aunque sea un poco de poder real, saben lo poco que es. Saben que nadie está al mando, ni siquiera ellos. Y es mucho menos probable que piensen que esto es algo bueno.
Si se despertase sudando y con el mono en mitad de la noche y se diera cuenta de todo esto, aunque sólo fuera inconscientemente, ¿no entraría usted en pánico? ¿No sentiría miedo? ¿No haría cualquier cosa para quitárselo de la cabeza? Es importante sentir compasión por el progresista —atrapado en un mundo que le asustaría hasta la médula, que le dolería terriblemente al instante si se le pasara la anestesia— simplemente a causa de su culpa, que es realmente inmensa, al crear ese mundo, que es, como la vida que el adicto crea a su alrededor, una cosificación de su pecado acumulado: en este caso, el ansia de poder.
Las píldoras azules son, por supuesto, el núcleo de la recaudación de fondos en Estados Unidos hoy en día. Enormes ríos de dinero fluyen hacia el sector azul sin ánimo de lucro, que supera a su homólogo naranja por… ¿20 a 1? ¿100 a 1?
Las donaciones pagan sueldos. Compare el número de progresistas profesionales que hay actualmente en Estados Unidos con el número de conservadores profesionales. Hay muchas formas de medirlo: una de ellas es contar el número de empleos que exigen lealtad progresista, frente al número de empleos que exigen lealtad conservadora. (Por supuesto, cualquiera en cualquiera de ambos bandos puede estar en el armario).
En última instancia, una vez que el sector no lucrativo y el sector estatal se alinean ideológicamente —algo que ocurrió hace mucho tiempo en Estados Unidos—, no hay razón para distinguir entre ellos. Incluso partes del sector empresarial están alineadas. Si usted tiene un trabajo que requiere que sea progresista —ya sea en RRHH o en DEI en Snapchat, en el departamento de ciencias políticas en Harvard o en la recaudación de fondos en la Fundación Tides— es usted un progresista profesional. Y la única certeza acerca de cualquier cambio político real es que cambiará por completo su vida profesional.
Darse cuenta de que vivimos en una época histórica completamente saturada de esta sustancia adormecedora es la primera etapa del despertar. Pero no es la última, y es fácil desviarse y pasar directamente de la heroína a la cocaína.
Cocaína conservadora
La diferencia entre el conservadurismo y la cocaína es que de cocaína sí puedes tener una sobredosis. Con el conservadurismo, sencillamente estás cada vez más colocado, a medida que los ríos de dinero empiezan a llegar. Chavales: se trata de una inundación repentina, no de un río. La cocaína se pasa tan bruscamente como pega. Hacer que su efecto sea continuo, mantenerse continuamente colocado, es todo un arte. Pero…
Aunque hay mucho más dinero en la heroína, es mucho más fácil hacer dinero en la cocaína. Sencillamente eres un pez más grande en un estanque más pequeño. Verdaderamente creo que esta realidad es uno de los principales factores por los que los yonkis odian a los adictos al crack.
La tecnología de la cocaína evoluciona. La píldora naranja estadounidense ha evolucionado desde el conservadurismo en polvo de George W. Bush hasta el rock duro de Donald Trump, el muy estable genio que fue el primer estadista en pensar: la coca es genial. Pero, ¿y si la meto en el microondas con un poco de bicarbonato? ¿Podría tal vez… podría… podría pegarte como un puto tren de mercancías? Todavía hay viejos conservadores de Brooks Brothers que nunca dejarán sus cucharas de plata. Pero el resto de América las ha dejado atrás.
No se deje engañar. La píldora naranja sigue siendo naranja. Lo único que puede hacer es colocarle. Puede que a usted le parezca roja. Es una ilusión. Aún no ha llegado a eso. Usted no está cruzando el Rubicón. Sólo está pescando en el Rubicón. ¿Acaso existe una píldora roja de verdad? ¿Que realmente funcione? Además: ¿cómo de colocado le dejaría eso?
Como es más importante burlarse de la gente cuando es feliz y tiene éxito, permítanme que destaque este ensayo del victorioso Chris Rufo, educado en Harvard, entusiasmado por su victoria davidesca contra la plagiadora presidenta de Harvard, la princesa del hormigón haitiana.
Este texto es la clásica cocaína conservadora. Puede contener hasta un 85% de cocaína pura. Contiene un poco de fibra y restos, por lo que no conviene esnifarla directamente sin procesarla un poco; con un enjuague rápido con extracción de agua al vacío bastará.
La derecha se está reorganizando. La mayoría de los conservadores inteligentes, especialmente los más jóvenes, que se unieron a la contienda política en un momento de cambio ideológico radical, ya reconocen que las ortodoxias familiares ya no son viables, y que las ideas son inútiles sin poder. La derecha no necesita un libro blanco. Lo que necesita es un nuevo activismo enérgico con el valor y la determinación de recuperar el lenguaje, reconquistar las instituciones y reorientar el Estado hacia los fines correctos.
A primera vista esto parece bueno. Pero luego te preguntas: ¿qué hace ahí «recuperar el lenguaje»?
¿Cree Rufo, orgulloso licenciado en Harvard, que puede «recuperar las instituciones y reorientar el Estado hacia fines legítimos» recuperando el lenguaje? Esto se acerca peligrosamente a: «lo primero, págame por hablar». Vale… a mí también me pagan por hablar… pero me huelo algo que no me gusta.
Porque creo que la causalidad va en la otra dirección. Esta es la diferencia esencial entre el rojo y el naranja: la derecha radical y la derecha conservadora. Los conservadores creen que estas instituciones (¡incluso Harvard!) funcionan y sólo hace falta arreglarlas. Y, al parecer, se pueden arreglar simplemente dándoles una palmada en el costado, como a un viejo televisor.
Cualquiera que piense que estas instituciones pueden ser recuperadas, en modo alguno, ̶n̶e̶c̶e̶s̶i̶t̶a̶ ̶q̶u̶e̶ ̶l̶e̶ ̶e̶x̶a̶m̶i̶n̶e̶n̶ ̶l̶a̶ ̶c̶a̶b̶e̶z̶a̶ ̶ tiene la carga de la prueba. Y cualquiera que piense que pueden ser recuperadas ganando la batalla de las ideas, o del lenguaje, o de lo que sea… ¿en serio?
¿Cómo han llegado a esa conclusión? ¿Van a persuadir a Harvard de que… el harvardismo es malo? En una etapa posterior de su gran plan, ¿el Papa se convierte al Islam?
Este ensayo presentará los principios básicos de este activismo: dónde empieza, cómo podría funcionar y qué debe hacer para ganar. No es «conservador» en el sentido tradicional. El mundo del liberalismo de los siglos XVIII y XIX ha desaparecido, y los conservadores deben enfrentarse al mundo tal y como es, un statu quo que no requiere conservación, sino reforma e incluso revuelta.
El statu quo no requiere ni una reforma ni (Dios no lo quiera) una revuelta. (¿Fue la caída de la URSS una «revuelta»?) Lo que requiere es un reemplazo.
El «statu quo» es un conjunto de instituciones que no rinden cuentas, entre ellas, aunque no exclusivamente, Harvard y el New York Times, que, aunque técnicamente están fuera del «gobierno», exhiben todos los atributos de la soberanía.
Estas instituciones no sólo deben ser disueltas, sino también reemplazadas. La única forma razonable de hacerlo es reemplazarlas primero y luego disolverlas. Nadie tiene hoy el poder de disolverlas, pero muchos están hoy en condiciones de empezar a construir las sustitutas.
Para que el cambio político sea posible, los incipientes órganos estatales del próximo régimen deberían, en la medida de lo posible, existir ya. Pueden ser embrionarios; puede que tengan que metamorfosearse; pero todo es más fácil si pueden crecer a partir de algún bulbo o semilla ya existente que de alguna manera logre sobrevivir bajo el antiguo régimen.
Y cuando decidimos que las escuelas, los periódicos, las universidades e incluso las iglesias no fuesen órganos del Estado, nos detuvimos ahí. Si queremos salir del agujero, ¿no deberíamos quizá dejar de cavar?
Las viejas instituciones son permanentemente adictas al poder y no pueden reformarse. La adicción es estructural. Si hoy sustituyeras a todos los profesores progresistas por conservadores, volverían a purgarlos en una revolución progresista.
La única forma de arreglar el mundo académico es separarlo del poder, algo que sólo puede hacer un nuevo régimen lo bastante seguro de sí mismo como para pensar por sí mismo y actuar en consecuencia. Sólo una universidad aislada de la heroína del poder puede pensar con claridad y racionalidad.
Cuando se confía a esta institución educativa la tarea de pensar por el Estado —tenga en cuenta que las universidades occidentales tienen un milenio de antigüedad, mientras que la idea de una política pública guiada por eruditos universitarios científicamente infalibles data sólo de la Alemania de finales del siglo XIX—, su mercado de ideas comienza inmediatamente a seleccionar no sólo buenas ideas, sino también ideas empoderadoras. A veces son la misma cosa. Pero a veces no lo son.
La única forma de sanear la situación es desempoderando por completo a las universidades. El Estado tiene que pensar por sí mismo y debe tener siempre la última palabra. Tendrá que construir un cerebro colectivo mucho más eficaz e inteligente que su mente académica actual, un cerebro de la calidad de Silicon Valley. Una forma de ver este cerebro es literalmente como un servicio de inteligencia.
Sin embargo, no tiene sentido desempoderar a ningún enemigo sin destruirlo. La disolución de Harvard no implica necesariamente lastimar a ningún profesor, alumno o antiguo alumno de Harvard. En teoría, los edificios históricos pueden conservarse, pero en la práctica yo no lo recomendaría. El simbolismo también importa. Imaginemos que se reemplaza Harvard por un parque en el que nunca asaltan a nadie, aunque sea a altas horas de la noche.
¡Qué espacio tan mágico! ¿Será posible? Creo en nosotros, creo en América, creo que nosotros podemos.
No tenemos que abandonar los principios del derecho natural, el gobierno limitado y la libertad individual, pero tenemos que hacer que esos principios tengan sentido en el mundo de hoy.
Son exactamente esos principios —históricamente izquierdistas— los que impiden que ganen los conservadores. Esos principios hacen que Harvard y el NYT sean «independientes», es decir, los protegen de cualquier otro poder… efectivamente soberano.
El primer paso es reconocer lo que no ha funcionado. Durante cincuenta años, los conservadores del establishment se han ido alejando de la gran tradición política de Occidente —el autogobierno republicano, las normas morales compartidas y la búsqueda de la eudaimonia, o florecimiento humano— en favor de medias tintas y sucedáneos baratos.
Nota histórica: el «autogobierno republicano» es la tradición de Inglaterra, no de «Occidente».
Cuando esta tradición izquierdista se exportó al resto de Europa, ahogó a un continente próspero con una civilización milenaria primero en la revolución y la guerra, y finalmente en el estancamiento burocrático. Su tercer jinete del apocalipsis es la migración masiva. Ustedes pueden pensar que esta última ya ha sucedido. En realidad, no han visto nada en absoluto.
Siguiendo una línea libertaria, el establishment conservador ha argumentado que el gobierno, las universidades estatales y las escuelas públicas deberían ser «neutrales» en su aproximación a los ideales políticos. Pero ninguna institución puede ser neutral, y cualquier autoridad institucional que sólo aspire a la neutralidad será inmediatamente capturada por una facción más comprometida con la imposición de la ideología. En realidad, las universidades públicas, las escuelas públicas y otras instituciones culturales llevan mucho tiempo dominadas por la izquierda.
Nótese cómo, en la narrativa de Rufo para recaudar fondos, hay una diferencia entre las instituciones «estatales» o «públicas» y las «privadas». En realidad, cuando efectivamente vas a la universidad, no ves ninguna diferencia, más allá de las extrañas ventajas aleatorias para los residentes estatales.
¿Qué te dice esto? Te dice que Rufo está viendo el mundo a través de categorías completamente irreales.
En su mundo, con su gobierno limitado, no se puede tocar a las universidades privadas, mientras que los legisladores pueden impedir que las universidades estatales enseñen, un decir, el comunismo.
Señor Rufo, con el debido respeto, ¿en serio cree que la Legislatura de Mississippi no lo intentó en los años veinte? ¿Cree que ellos no tenían veinte veces más energía política de su parte que la que tiene usted ahora? Estos «americanos de estados rojos[2]» lincharon de verdad. Lincharon a gente. ¿Y pudieron evitar que las ideas de Harvard se apoderaran de su universidad estatal? ¿Cómo les funcionó aquello? ¿Y qué dirían si pudieran ver Jackson, Misisipi, hoy? «Son sólo preguntas, León».
En realidad, como en la vida real, no hay ninguna diferencia en absoluto, salvo por que las universidades estatales suelen ser de inferior nivel. Por supuesto, no son de nivel tan bajo como la «Extensión de Harvard». (Un siervo acaba de informarme de esta lamentable nueva arruga en el currículum del señor Rufo).
Es realmente increíble que Harvard, como muchas otras universidades prestigiosas, tenga su propia factoría de títulos, con el acuerdo implícito de que si eres tan torpe como para no apreciar la diferencia entre Harvard y la «Extensión de Harvard», la culpa es del todo tuya.
No obstante, es la selección, no la educación, lo que define el prestigio de una universidad estadounidense. Todo el que tiene interés en ello lo entiende y nadie debería hacerse el tonto.
Como dicen los Evangelios, en el principio era el Verbo, y esto es cierto también en política. Los movimientos políticos modernos siempre han empezado con textos: con panfletos, manifiestos y otras publicaciones. La Nueva Derecha ya ha generado un alto grado de innovación a este respecto, repartida a lo largo de una creciente red de publicaciones, podcasts, literatura y artes visuales. No se trata sólo de dar forma al metadiscurso como una cuestión de «cultura general», sino de atacar directamente al discurso político en cuestiones individuales; en otras palabras, de hacer agitprop.
Es una idea terrible. No lo hagan. No participen en ninguna táctica de agitprop al estilo soviético.
¿Por qué la derecha nunca aprende ninguna lección estratégica de la izquierda, sino que sólo aprende lecciones tácticas? Las lecciones estratégicas —como que no hay victoria sin victoria total— son las que funcionan simétricamente. Las lecciones tácticas son las que no.
Para la facción de la verdad, falsificar o incluso tergiversar la verdad es siempre y en todas partes un tiro en el pie. Ellos pueden corromper la verdad, puesto que no es su arma. Pero como la verdad es nuestra única arma, nosotros no podemos corromperla. Sinceramente, no sé cómo podría ser más obvio todo esto.
Para nosotros, la mejor manera de «causar impacto» es simplemente representar el mundo tal y como lo vemos. Para nosotros, como artistas, la forma de «causar impacto» es no pensar en absoluto en nuestro «impacto». Esto no es autismo. Es sólo sentido común.
A partir del lenguaje comienza un proceso de legitimación más largo. Un movimiento adquiere legitimidad ganando terreno en el discurso, mediante la adopción de su discurso por parte de la élite de la sociedad y, finalmente, mediante la elevación de su discurso a ley. Ganar el argumento, ganar la élite y ganar el régimen: ésa es la fórmula que traza el camino desde el panfleto hasta el poder.
La élite nunca adoptará un discurso hostil a sí misma. ¿Por qué habrían de hacerlo?
Fíjese en las doctrinas progresistas: su efecto es siempre hacer más importantes a los progresistas. La definición de una doctrina progresista es aquella que triunfa en el discurso de las élites. Si la verdad fuera una condición necesaria, viviríamos en un universo diferente. La verdad ayuda, claro, la verdad siempre sabe mejor. La aspirina es mejor para usted que la heroína, pero ya sabemos cuál ganará en el mercado.
El propósito de decir la verdad no es ganarse a «la élite», sino captar a una contraélite, que es mucho más pequeña, pero que tiene mucha más confianza en su derecho a gobernar: la facción de la verdad. La verdad acerca de la versión refinada de Rufo del truco de Trump de «el decadente New York Times» es que la confianza en sí mismas de estas instituciones está verdaderamente perturbada. No pueden llegar a ser tan falsas como han llegado a ser sin ser conscientes de ello colectivamente, y esa duda colectiva sobre sí mismas se convertiría en una debilidad en cualquier conflicto serio.
La mejor forma que tiene esta contraélite de enfrentarse a la élite real es ignorarla. La élite, como el público en general, es una mujer. A menudo, la forma de seducir a una mujer es ignorarla.
Las instituciones son el lugar donde la palabra se hace carne. Los hombres que dan forma al discurso deben comprender que por encima de ellos están los estadistas: hombres de asuntos prácticos que gobiernan, legislan y mandan. El activista no debe olvidar que está haciendo política, no literatura, y equilibrar su deseo de pureza intelectual con la realidad institucional. Debe trabajar para legitimar su lenguaje en un entorno que a menudo es hostil a sus deseos y se resiste a cualquier cambio. A veces, debe ocultar su radicalismo con la máscara de la respetabilidad.
No hay nada más respetable que la «Extensión de Harvard». ¿Sabían que es un título de Harvard totalmente legítimo? Puedes unirte a la Asociación de Antiguos Alumnos y todo eso.
¿Podemos dejar de aparentar lo que no somos? No hay estadistas. No ha habido estadistas desde la paloma mensajera. Santo Dios. No obstante, tenemos políticos. Seguramente hayan notado la diferencia entre Thomas Jefferson y Pete Buttigieg. ¿O entre John Adams y Ron DeSantis? En cuanto a ser activista, es un tropo progresista. La palabra no es útil. Al menos, no para nosotros.
El artista, en mi opinión, no debe olvidar que está haciendo literatura, no política. Cualquier política que haga será efímera y, en última instancia, vergonzosa. Incluso un reaccionario acérrimo como yo tiene que admitir que el trabajo de Pound en la radio italiana no fue su mejor obra. Mientras que su Canto 74, con el padre violador de Emmett Till…maravilloso. ¡Lo siento! ¿Era eso respetable?
Al fin y al cabo, la labor de la política es la labor del estadista práctico. Quienes ignoran esta realidad apelando a principios abstractos siempre limitan su eficacia. Cuando Thomas Paine escribió La Crisis Americana, sentía el aliento de los soldados británicos en la nuca. Comprendió que la Revolución tenía que derrotar a los enemigos en el campo de batalla y veía al general Washington como el único hombre capaz de hacerlo.
Supongo que el señor Rufo —que presumiblemente aprendió sobre Thomas Paine a través de, bueno, la Extensión de Harvard— no consideraría escribir 100 veces en la pizarra la frase «Thomas Paine era un izquierdista». ¿Hacen esas cosas en la Extensión de Harvard? Supongo que, ya saben, es complicado en una clase por correspondencia. Y no es exactamente la última moda educativa.
¡Es realmente importante que Thomas Paine fuese un izquierdista! ¡Tiene verdadera relevancia! Porque el izquierdismo es la fuerza de la destrucción, de la entropía, y sólo se le puede oponer su contrario, la fuerza del orden.
¿Quieren ver la verdadera América del siglo XVIII? Dejen su Thomas Paine y lean algo de Thomas Hutchinson. No es sólo que los izquierdistas de hoy sean mentirosos. Los izquierdistas siempre han sido mentirosos. Sí, las instituciones americanas fueron creadas por los izquierdistas, ¿qué se creían? Esta es la maldición en el corazón de nuestra historia, por la que ahora nos toca pagar la factura.
El mensaje central del mito de Tolkien es que nadie puede utilizar las herramientas de la oscuridad contra la propia oscuridad. No es que esté mal utilizar estas herramientas. Simplemente no funcionan; no para nosotros, en todo caso.
Podemos estar de acuerdo con Locke en que los seres humanos entran en sociedad e instituyen el gobierno para garantizar sus derechos naturales a la vida, la libertad y la búsqueda de la felicidad. Pero el siglo XX trastocó este acuerdo: el Estado se embarcó en un proyecto para remodelar la sociedad a su imagen y semejanza. Durante cien años, los conservadores han intentado y fracasado en su intento de reducir el tamaño del gobierno: en porcentaje del PIB, el Estado estadounidense es hoy mayor que el Estado comunista chino, y no hay indicios de que vaya a cambiar de rumbo. El liberalismo del siglo XIX está muerto y no puede restaurarse.
El activista debe partir de la realidad del statu quo: las instituciones que hoy conforman la vida pública y privada existirán en un futuro previsible. La única cuestión es quién las dirigirá y con qué valores. La Nueva Derecha debe reunir la confianza en sí misma para decir: «Lo haremos, y conforme a nuestros valores».
¡Hará falta algo más que confianza en uno mismo para convencer a estas instituciones de que se rindan! Y si en efecto se rindieran ante usted, señor Rufo, lo más sensato que podría hacer con el Anillo en la mano es arrojarlo al volcán. ¿Es que no leyó esos libros?
Ningún imperio es eterno. Ninguna institución es eterna. Toda institución puede disolverse. La verdad no es que estas instituciones deban existir para siempre porque existen ahora, sino que deben ser reemplazadas por nuevas instituciones que desempeñen la misma función.
No es que las instituciones sean necesarias: sólo es necesaria su función. La implementación de nuevas instituciones a gran escala es un asunto relativamente sencillo que Silicon Valley entiende bastante bien. El cierre de instituciones es asimismo bien conocido: apoderarse de las instalaciones, los servidores y los registros, las cuentas bancarias, etc.
Dado que estas instituciones son efectivamente soberanas, reemplazarlas es una tarea soberana. Esto demuestra —por si no hubiera ya pruebas de sobra— la naturaleza fundamentalmente ilimitada de la soberanía. Abrir los ojos a esta realidad abre muchas puertas al futuro.
No es que el ideal lockeano de «gobierno limitado» y «derechos individuales» sea correcto en teoría pero erróneo en la práctica. Es erróneo también en teoría.
A la primera que la teoría no coincide con la práctica, se necesita una nueva teoría. No es necesario mantener la teoría como premisa mientras se le hace excepción tras excepción. Cuando la práctica abandona la teoría, vaga por el desierto sin un mapa. Este, más que cualquier otro, es el motivo por el que los conservadores pierden.
Los conservadores ya no pueden contentarse con hacer de guardianes de las instituciones de sus enemigos, o de moscardones que adoptan la postura de los «heterodoxos» mientras dan muestras a sus homólogos de izquierdas de que no desean perturbar la hegemonía establecida. Más bien, la Nueva Derecha necesita pasar de la política de panfletos al gobierno de las instituciones.
Los conservadores necesitan operar en la realidad, y en la realidad no tienen ningún poder. Esto es puro fanfarroneo de enzarpados. Ve a ganar algo de dinero con tu Substack, en serio, vender buen contenido es mucho más importante que hacer que despidan a un charlatán cualquiera.
Que una zángana sin talento sea Presidente de Harvard, o que un político senil sea el Presidente de EE.UU., es muy útil para la facción de la verdad: ayuda a representar el mundo tal y como es. La verdad es que se trata fundamentalmente de instituciones sin líderes. Incluso si instaláramos a Chris Rufo como Presidente de Harvard, no sería capaz de cambiar la naturaleza de Harvard como templo del progresismo americano desde 1636. Simplemente no tendría el poder para ello. Y además, antes se congelará el infierno.
Que un don nadie ocupe el cargo, pues mucho mejor. Un don nadie grotesco… mejor que mejor. ¿Por qué meterse en eso? ¿Tienen que ser todo goles en propia meta todo el tiempo?
Pero… pero, protesta usted, eso debe ser bueno. Porque nos hace sentir bien. ¡No se puede imaginar un supuesto más progresista! Al fin y al cabo, lo mismo hace la cocaína. El efecto de la cocaína se pasa rápido, igual que los éxitos mediáticos puntuales.
Debemos reclutar, recapturar y reemplazar a los líderes existentes. Debemos producir conocimiento y cultura a escala y nivel suficientes para cambiar el equilibrio del poder ideológico. El pensamiento conservador tiene que salir del gueto y entrar en lo mayoritario. Y debemos ser capaces de resistir, y quizás incluso aceptar de buen grado, un bombardeo constante de cobertura mediática, con cien historias negativas por cada una positiva.
Es estupendo «convertir» a quienes forman parte crucial del sistema. Pero ellos son más útiles para un propósito: contar al mundo cómo funciona realmente el mundo. Son agentes de información, no de influencia.
Ignora a los medios de comunicación y obtendrás una buena cobertura. Esto es el abecé de las relaciones públicas. Nunca trates de conseguir una buena cobertura ni de enemistarte con los periodistas. Están por debajo de ti, o deberían estarlo. Cuando hables con ellos, hazlo de manera muy ocasional y con la mayor discreción selectiva.
La mejor manera de contrarrestar la degradación de la vida institucional estadounidense es recordar al público el propósito fundamental de esas instituciones e informarle de ese propósito. ¿Cuál es la finalidad de la universidad? ¿Cuál es el propósito de una escuela? ¿Qué sistema de gobierno nos guiará hacia la felicidad humana? Estas preguntas provocan dudas y ansiedad en el régimen actual. Y no es de extrañar. La idea de la felicidad, bien entendida, puede ser revolucionaria.
El régimen actual ha invertido billones en programas de bienestar, producción ideológica, recomposición familiar e intervención psicoterapéutica, pero los estadounidenses son más desgraciados que nunca. Volver a exigir la felicidad —la eudaimonia de Aristóteles, la Declaración de Jefferson— ataja todos nuestros dilemas posmodernos. Nuestro régimen ha perdido todo sentido de por qué existe. Los hombres que puedan redescubrir esta Estrella Polar tendrán todo lo que necesitan para motivar a otros a emprender la vida política: una motivación que puede ocultarse pero que no puede ser extinguida. Ellos comenzarán el gran proceso de recuperar el lenguaje, las instituciones y los fines de la vida estadounidense.
¿Pero no había explicado ya Locke todo esto?
Una vez que tengamos libertad personal, derechos individuales y un gobierno limitado, todo sucederá por sí solo, ¿verdad? ¿Verdad?
Chris, imagina que dejas todo este bagaje Lockeano. Das la impresión de pasar todo el tiempo buscando excusas para ello. ¿Es que lo necesitas? Oh, espera, claro que lo necesitas, porque es parte esencial del agitprop. Es decir, básicamente: de la recaudación de fondos.
Además, el problema con la «búsqueda de la felicidad» de Jefferson es que, aunque podría decirse que el propio Jefferson se refería más a la eudaimonia de Aristóteles, en el sibarita siglo XXI la «búsqueda de la felicidad» ha degenerado en el hambre desesperada de placer. Supongo que lo has captado, así que ¿es posible que la próxima vez elijas otro texto inspirador?
Por cada Paine, Washington y Jefferson, hay cien hombres anónimos que derramaron tinta, y sangre, por la lucha. En nuestro tiempo, la Derecha pronto se enfrentará a una elección: someterse al régimen actual, revitalizar la visión de los Fundadores o avanzar hacia un orden desconocido. Mi compromiso es con los viejos medios y los viejos fines, en la medida en que podamos rescatarlos. Esto requerirá espíritu de hermandad, sacrificio, audacia y abnegación. A medida que comience la batalla, aprenderemos y nos adaptaremos. Pero una cosa está clara: la lucha ha llegado.
[da una gran calada a su pipa]
Una cosa está clara: la lucha no ha llegado.
Si la lucha hubiese llegado, tendríamos una oportunidad de ganar la lucha. Chris Rufo tendría la oportunidad de convertirse en Presidente de Harvard. Él podría entonces dewokificarla, como los Aliados en Alemania en 1945. O algo así. Todo esto es fantasía; más fanfarroneo de enzarpados.
¿Quieres ganar? Reemplaza estas instituciones, reemplaza su producto. ¿Quieres reemplazar a Harvard y al NYT? Primero, crea instituciones más fiables que Harvard o el NYT. Supera al antiguo régimen según los estándares del antiguo régimen. Haz posible el cambio de régimen y alguien intentará llevarlo a cabo.
Superar al antiguo régimen según sus propios estándares ¿logrará reemplazar al régimen? ¿Logrará que cruce el Rubicón por sí mismo? Por supuesto que no.
Lo único que hará es permitir que alguien cruce el Rubicón, y esto tampoco será en 2024. Pero quizá… ¿en 2040? Pensemos y actuemos en la realidad, y quizá tengamos una oportunidad. Ahora mismo, nadie puede cruzar el Rubicón porque no tiene ni idea de adónde ir. No hay un mapa del otro lado.
La cocaína es un estimulante, no un alucinógeno. No puede hacerte sentir que has conquistado el mundo. Puede hacerte sentir como si estuvieras a punto de conquistar el mundo. Aunque todo el mundo quiere estar a punto y, debido a ello, la recaudación de fondos es genial, tus seguidores sólo pueden estar a punto durante cierto tiempo. Los estás quemando.
Cuando dices a tus seguidores la verdad, que es que no tienen poder y que no están ganando, es… una puñeta. Es difícil cerrar algo cuando ambos lados de la mesa están desalentados. Los científicos dicen que es un 20% más probable que tu campaña de captación de fondos tenga éxito en un día soleado.
Pero a largo plazo es mejor tener partidarios más escasos, más fuertes y mejores; mejor por ahora, porque ahora mismo estamos muy lejos del poder. Fíjate en Jesús. Sigamos el ejemplo de Jesús. ¿Tenía Jesús 12.000 seguidores? No, tenía 12 discípulos.
Resumen para quien esto sea mucho texto: ni siquiera es malo, en sí mismo, colocarse un poco por una victoria como ésta. Puedes venderlo bien y te dará pasta. No puedes venderlo para siempre, así que usa la pasta sabiamente. El problema es que te enganches al subidón, empieces a perseguirlo y te conviertas en un payaso; un payaso que dirige un ejército a una batalla que no es posible ganar.
[1] En alusión al color tradicional del Partido Demócrata estadounidense.
[2] Se refiere a estados tradicionalmente republicanos, por el color asociado al Partido Republicano.