Juan de Valdés (Cuenca, circa 1494-1504 —Nápoles, 1541)
Al principio todo parece una historia medieval. Un niño de familia hidalga pasa un par de años en un castillo, el Alcázar de Escalona, al servicio del Marqués de Villena.
«Decrépito y gotoso Don Diego López Pacheco, segundo Marqués de Villena, se había retirado a su alcázar de Escalona, donde se daba al ejercicio de la piedad y a la conversación con los varones espirituales… Saturado ya de Iluminismo llevó a su palacio en el año 1523 a un predicador laico, que lo fue Ruiz de Alcaraz… Allí reunió en breve Alcaraz una pequeña comunidad a la que pertenecía la servidumbre del marqués: doctrinaba en casa del licenciado Antonio de Baeza, donde acudían clérigos, como Gutiérrez, capellán del marqués, mujeres como Doña María de Zúñiga y Ana de Soria, y muchachos cual Juan de Valdés, no sin escándalo del presbítero Francisco de Acevedo»1.
Cabe, sin embargo, suponer que el muchacho sabía que en la familia de su madre un hermano, Fernando de la Barrera, fue quemado en la plaza pública por judío relapso. O que su padre también tenía alguna ascendencia judía.
En ese ambiente el joven debió de verse atraído por el fervor de los alumbrados. Menéndez Pelayo describe así la posterior evolución de Juan de Valdés:
«¿Y hay algo de español en el ingenio de Valdés? A mi juicio, dos cosas: la extremosidad de carácter, que lo lleva a sacar todas las consecuencias del primer yerro, y de erasmista lo convierte en luterano, y de luterano en iluminado, y de iluminado en unitario; en segundo lugar, la delicadeza de análisis psicológico y la tendencia a escudriñar los motivos de las acciones humanas que es lo que más elogian en él los extranjeros y el único parecido que tiene con nuestros místicos ortodoxos»2.
A lo largo de todo ese ensayo sobre Juan de Valdés (y también en el otro sobre Alfonso de Valdés) Menéndez Pelayo oscila entre la franca admiración por quien llama el hereje conquense3 y la no menos franca exasperación. Refiriéndose a su Diálogo de doctrina cristiana escribe:
«Tal es este Diálogo, monumento clarísimo del habla castellana, lo mismo que el de la lengua, del que hablaré en seguida. El ingenio, la gracia y la amenidad rebosan en él, y bien puede decirse que nada hay mejor escrito en castellano durante el reinado de Carlos V, fuera de la traducción del Cortesano, de Boscán. La lengua brilla del todo formada, robusta, flexible y jugosa, sin afectación ni pompa vana, pero al mismo tiempo sin sequedad ni dureza y con toda la noble y majestuosa serenidad de las lenguas clásicas.
[…]
Sus errores religiosos han perjudicado a Valdés lo indecible. En España a penas se conoce de él otra cosa que el Diálogo de la lengua […] Y ciertamente que algún recuerdo y honra merecería el padre y maestro del diálogo de costumbres, el que puede hombrear sin desdoro entre Mendoza y Mateo Alemán y sólo se inclina ante Miguel de Cervantes»4.
Cualquier relato de la vida y obra de Juan de Valdés oscila entre la comedia sonriente, y la tragedia siniestra y a veces oculta. Su Diálogo de la lengua sigue atrayendo la curiosidad de eruditos y aprendices. Es un ensayo corto, de unas treinta mil palabras. Reproduce un supuesto coloquio entre cuatro amigos españoles e italianos, en torno al propio Juan de Valdés. El tono es erudito mas no pedante con un humor afable pero cortés. A veces aparece alguna broma calificada por Cristina Barbolani como expresión chistosa anticlerical de tipo erasmiano: «vedme aquí más obediente que un fraile descalço quando es convidado para algún vanquete»5. Valdés tan sólo se deja llevar del afán de censura cuando dice que Librixa (Antonio de Nebrija) «no entendía la verdadera sinificación del latín […] o que no alcançava la del castellano, y ésta podría ser porque él era de Andaluzía, donde la lengua no sta muy pura».
Para colmo de disgusto, hoy mayor aún que cuando Juan de Valdés lo escribió hace medio milenio, he aquí lo que pensaba de las peculiaridades lingüísticas regionales:
«Si me avéis de preguntar de las diversidades que ay en el hablar castellano entre unas tierras y otras, será nunca acabar, porque, como la lengua castellana se habla no solamente por toda Castilla, pero en el reino de Aragón, en el de Murcia con toda el Andaluzía, y en Galizia, Asturias y Navarra, y esto aun hasta entre la gente vulgar, porque entre la gente noble tanto bien se habla en todo el resto de Spaña, cada provincia tiene sus vocablos propios y sus maneras de dezir; y es assí que el aragonés tiene unos vocablos propios y unas propias maneras de dezir, y el andaluz tiene otros y otras, y el navarro otros y otras, y aun ay otros y otras en tierra de campos, que llaman Castilla la Vieja, y otros y otras en el reino de Toledo. De manera que, como digo, nunca acabaríamos»6.
Julia Gonzaga, atr. Girolamo da Carpi, ca. 1530-1540
Julia Gonzaga (Gazzuolo, 1513- Nápoles, 1556)
Hija del Príncipe Luis Gonzaga, se casó a los catorce años con el Conde Vespasiano Colonna, de oficio condotiero. Se quedó viuda a los tres años. «¿Acaso la mujer más hermosa de la época7, ensalzada por Ariosto, Julia Gonzaga, no había casado con un Colonna viejo, cojo, manco y estropeado?»8.
Tuvo amores con Hipólito de Médicis y de él tuvo un hijo, Asdrúbal, condotiero y caballero de la Orden de Malta.
Hipólito de Médicis, por Tiziano. 1532
En 1534 estaba Julia Gonzaga en Fondi y la ciudad fue atacada por Barbarroja el Pirata, que quería secuestrarla para el Sultán Suleimán el Magnífico, pero ella se escapó acompañada por un solo caballero. Dicen sus admiradores, o tal vez detractores, que después Julia mandó matar al caballero pues la había visto medio desnuda en la huida.
Tuvo una estrecha amistad espiritual con Pietro Carnesecchi. Su correspondencia con él contribuyó años después a la muerte en la hoguera de Carnesecchi, acusado (con fundamento) de herejía por la Inquisición: «bajo la influencia de Valdés aceptó de todo corazón la doctrina luterana de la justificación por la fe, aunque repudió llegar al cisma»9.
Ambos personajes, el hidalgo español Juan de Valdés y la princesa italiana Julia Gonzaga, tienen en común cierta aura ambigua y hasta misteriosa. Siendo bastante distintos, diríase que no eran todo lo que parecían ni parecían todo lo que eran.
Sin duda eran hijos de su tiempo. Tiempo azaroso como el que más, “tan claro, tan rico de aventura”10. La época, entre dos eras del todo distintas, al borde del mundo moderno, nos lleva a preguntarnos sobre el alma de sus protagonistas. Tal vez por eso un observador profundo como Menéndez Pelayo, que se suele hoy tachar de extremista conservador y católico, reconoce la talla literaria de Juan de Valdés, su bondad y su prudencia que otros tachan de hipócrita. Todo ello sin privarse, en una pirueta frívola, de declarar a Valdés «un místico sui generis, misionero de capa y espada, catequizador de augustas princesas y anacoreta de buena sociedad».11
En su apasionante y apasionado retrato de Juan de Valdés, escrito cuando Menéndez Pelayo tenía veinticuatro años, señala repetidamente el papel mucho más que decorativo de Julia Gonzaga. Además abre la puerta del curioso escenario a otras distinguidas señoras de la época. Su número y calidad aumenta en otras citas:
«La influencia femenina daba vida y atractivo a esta revolución teológica. Las más nobles y discretas señoras de Nápoles eran del partido de Valdés y de los innovadores: Catalina Cibo, duquesa de Camerino; Isabel Briceño, que murió en Suiza; Victoria Colonna y Julia Gonzaga, participaron, es poco o en mucho, de sus enseñanzas; macchiatte di quella pece, dice el biógrafo de Paulo IV […] Con menos seguridad se cita como amigas de Valdés a D.ª María y a D.ª Juana de Aragón, marquesa del Vasto la primera y mujer de Ascanio Colonna la segunda; a Isabel Villamari y Cardona, princesa de Molfetta, mujer de D. Ferrante Gonzaga; a María de Cardonna, princesa de Sulmona; a D.ª Constanza d’Avalos, duquesa de Amalfi; a Dorotea Gonzaga, marquesa de Bitonto; a Isabel Colonna, princesa de Bisignano; a Clarisa Ursina, princesa de Stigliano,etc. De ninguna de estas señoras consta que fuera hereje»12.
La última frase del párrafo antes citado da idea de la socarronería del por lo demás joven y sabio erudito, Don Marcelino. Sin embargo, su sentencia final es ésta:
«Si yo hubiese de escoger, más querría con mediano ingenio buen juicio que con razonable juicio buen ingenio…, porque hombres de grandes ingenios son los que se pierden en herejías y falsas opiniones… No hay tal joya en el hombre como el buen juicio.
Con estas profundas y discretísimas palabras se retrata Juan de Valdés a sí mismo, nos muestra al descubierto su alma y da la clave de sus aberraciones. Perdiole el ingenio (la imaginación, que ahora diríamos) haciéndole creer en un insano y singular misticismo»13.
Plagado de reservas, mas no del todo vacío de admiración, el juicio que Menéndez Pelayo hace de Juan de Valdés sírvele de panegírico fúnebre. Si hereje fue, olvidado está.
Agradecimientos
Por último, lo primero. Lo que antecede se debe en buena medida a José Antonio Martínez Climent y a María José Moro que me recordaron y descubrieron el Bomarzo de Manuel Mujica Lainez.
Y en este capítulo como en todos, soy deudor de Raquel Velado Bullón.
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[1] M. Serrano y Sanz, «Pedro Ruiz de Alcaraz, iluminado alcarreño del siglo XVI» en Revista de Archivos, Bibliotecas y Museos. VII, 1903 (citado por Cristina Barbolani en su edición del Diálogo de la lengua, de Juan de Valdés).
[2] M. Menéndez y Pelayo, Historia de los heterodoxos españoles, vol.I, 1880.
[3] M. Menéndez y Pelayo, Historia de los heterodoxos españoles, vol.I, 1880.
[4] M. Menéndez y Pelayo, Historia de los heterodoxos españoles, vol.I, 1880.
[5] J. de Valdés, Diálogo de la lengua (edición de Cristina Barbolani), 1982.
[6] J. de Valdés, Diálogo de la lengua (edición de Cristina Barbolani), 1982.
[7] «Donna real, la cui beltà infinita
formò di propria man l’alto Fattore,
perch’accese di suo gentil ardore,
volgeste l’alme alla beata vita,
la cui grazia divina ognun’invita
all’opre degne di perpetuo onore;
ne’ cui lumi sereni onesto amore
per un raro miracolo s’addita;
virtù, senno, valore e gentilezza
vanno con voi, come col giorno il sole;
o siccome col ciel le stelle ardenti:
l’andar celeste, il riso e le parole
piene d’alti intelletti e di dolcezza,
son di vostra beltà ricchi ornamenti»
Bernardo Tasso (1493-1569)
[8] M. Mujica Lainez, Bomarzo, Ed. Austral, 2018.
[9] Pietro Carnesecchi. Encyclopædia Britannica (11th ed.). Cambridge University Press.
[10] F. García Lorca, Alma Ausente, con perdón por la ucronía.
[11] M. Menéndez y Pelayo, Historia de los heterodoxos españoles, vol.I, 1880
[12] M. Menéndez y Pelayo, Historia de los heterodoxos españoles, vol.I, 1880.
[13] M. Menéndez y Pelayo, Historia de los heterodoxos españoles, vol.I, 1880.