Las mayores partidas de gasto de los Presupuestos Generales del Estado españoles son las pensiones de la Seguridad Social, los intereses de la deuda pública y las prestaciones por desempleo. Además, la deuda pública viva supera el PIB anual. Los creadores y gestores de este desastre tratan de camuflarlo con la repetición constante de que vivimos en medio de la prosperidad que ellos nos han concedido. El caso de España no es único en Europa, pues en Gran Bretaña y Francia ocurre lo mismo, disimulado por la potencia nuclear militar y una menor tasa de paro.
Gran parte de los europeos parecen resignados al estrechamiento de la clase media, a la desaparición de la industria, a una fiscalidad confiscatoria, a no tener propiedades y a trabajar como guías de turismo para los nuevos ricos chinos. En esta situación de decadencia podríamos plantearnos el estudio de la «Economía Social de Mercado» como alternativa a la doctrina económica reinante.
La Economía Social de Mercado se aplicó en la pequeña y arrasada Alemania federal a partir de 1948. Sacó al país de la ruina en los años siguientes con tal rapidez que se habló de milagro alemán y lo hizo mediante una fórmula que rechazaba, a la vez, el liberalismo puro, enunciado por Adam Smith, y el socialismo en distintos grados que existía tanto en la URSS como en el bando occidental.
Después de la Segunda Guerra Mundial, en Gran Bretaña, patria del liberalismo, se había introducido un sistema de pensiones y subsidios públicos y el Gobierno laborista estaba nacionalizando numerosas empresas. El futuro primer ministro conservador Harold MacMillan había publicado en 1938 un libro, La Vía Intermedia, en el que proponía entre otras medidas la supresión de la Bolsa.
Quien aplicó la Economía Social de Mercado fue Ludwig Erhard, ministro de Economía del canciller Konrad Adenauer (1949-1963) y sucesor suyo (ambos en la foto). Pertenecía al movimiento del Ordo-Liberalismo y a la Escuela de Friburgo. Erhard ya había probado su plan en 1948, como encargado de Economía de las zonas controladas por británicos y estadounidenses. Para acabar con el empobrecimiento y la parálisis, el domingo 20 de junio de 1948 eliminó todos los controles de precios y restricciones al comercio, anuló el viejo Reichsmark y lo sustituyó por el Deutsche Mark. Y los resultados en los meses siguientes fueron espectaculares.
EL «CUADRADO MÁGICO»
Para la Economía Social de Mercado constituyen principios fundamentales la propiedad privada y la libertad personal. El Estado interviene para mantener una moneda sana, un régimen libre de precios y de competencia, y una fiscalidad que no desanime ni la actividad económica ni la inversión, sea ésta individual o corporativa. El Estado también interviene en las relaciones laborales, fomentando el pacto entre los empresarios y los sindicatos (unos sindicatos profesionalizados y muy poco ideologizados).
Erhard expuso así la diferencia entre el liberalismo y la Economía Social de Mercado: para esta última “no sólo es determinante el automatismo técnico del equilibrio en el mercado, sino también —y en primer lugar— unos principios intelectuales y morales. Si tal orden económico consistiera tan sólo en el equilibrio entre oferta y demanda, producido mediante una libre formación de precios en el mercado, entonces no sería conceptualmente válido para constituir una base de todo un orden social”.
La Economía Social de Mercado la componía un «cuadrado mágico» formado por los siguientes elementos: 1) Equilibrio de la balanza de pagos; 2) Estabilidad monetaria (no inflación); 3) Crecimiento económico continuo; 4) Pleno empleo. Así se alcanzaba lo que Erhard llamó en un libro célebre Bienestar para todos. Puesto que hoy esos elementos son inexistentes en las economías de Alemania, España, o Francia, la consecuencia es que el bienestar (y la seguridad) se limita a unos pocos y gran parte de los europeos se ha convertido o se está convirtiendo en “súbditos sociales” (expresión de Erhard) del Estado.
Y otro factor que coadyuvó a este éxito fue la responsabilidad de empresarios y trabajadores. El nacionalsocialismo destruyó los sindicatos alemanes. El Gobierno británico, dirigido por el partido laborista, los reconstruyó en su zona de ocupación, pero de una manera original y, al final, benéfica. Como explica el historiador Paul Johnson, en vez de sindicatos de oficios o gremios, se formaron sindicatos por industrias que se agruparon en una única central. La legislación introducida hacía obligatorias las cuotas sindicales, pero exigía que una convocatoria de huelga la aprobase un 75% de los afiliados en votación secreta. No había nada parecido en Gran Bretaña. De este modo, Alemania, gracias a los británicos, tuvo la estructura sindical más eficaz de todas las naciones industriales. Por un lado, una de las mayores tasas de afiliación sindical (33,8% en 1988) y, por otro, el índice de conflictividad laboral más bajo de Europa Occidental (92 trabajadores en huelga por 10.000 ocupados entre 1946 y 1976).
Ludwig Erhard solía repetir: “En Alemania no sucedió ningún milagro, sino una política económica basada en principios liberales que permitió recobrar el valor y el sentido del trabajo humano, y que hizo que el esfuerzo y la entrega de un pueblo volvieran a ser útiles para la prosperidad alemana”.
El éxito de la Economía Social de Mercado forzó al partido socialdemócrata (SPD) a renunciar a su intención de sustituir el capitalismo en el célebre congreso de 1959. Un ejemplo que luego siguieron los demás partidos socialistas de Europa Occidental. El PSOE español, financiado por el SPD y por Estados Unidos, lo hizo más tarde. En el congreso de Suresnes (1974) sus compromisarios aprobaron una propuesta política en que se sostenía que el objetivo del PSOE era “la conquista del poder político y económico por la clase trabajadora y la transformación de la sociedad capitalista en sociedad socialista”. Después de perder dos elecciones generales, el PSOE aprobó en 1979 la supresión de esa meta.
INDUSTRIA Y SALARIOS ALTOS
En mayo de 1968 un alto cargo del Gobierno alemán, Rudolf Vogel, subsecretario de Hacienda, dio una conferencia en Madrid, en la Casa Sindical, hoy sede del Ministerio de Sanidad e Igualdad. Asistieron a ella numerosos funcionarios del aparato sindical franquista y la reseñó Pueblo, periódico propiedad de la organización sindical, con este titular (13-5-1968): “El ‘boom’ alemán empezó por los salarios obreros”.
Vogel destacó que, desde 1950, las autoridades estatales, el empresariado y los sindicatos fomentaron el ahorro, que coincide con “el crecimiento de los ingresos obreros”. Éstos “pasaron de 35.000 millones de pesetas, en ese año, a 611.000 millones en 1967”. En dicho año, los salarios de los trabajadores alemanes eran los más altos del mundo, por delante de los de Estados Unidos. De esta manera, los obreros alemanes podían ahorrar, comprar los productos que fabricaban (electrodomésticos, automóviles…) y hasta les sobraba para venir de vacaciones a España. Los obreros financiaban y apoyaban el crecimiento de la industria nacional, que contaba con un colchón para la producción y la venta.
Otra de las fórmulas que enunció Vogel en Madrid fue la siguiente: para el futuro industrial de un país es más importante el capital invertido en investigación y educación que las materias primas. Y adujo los casos de Suiza y Japón.
Según uno de los admiradores de Erhard, el economista suizo Albert Hunold, la economía de mercado es el método más adecuado para dirigir las relaciones económicas porque “conserva los bienes más preciados para la humanidad: la libertad y la dignidad humanas”.
Muchos han señalado los vínculos de la Economía Social de Mercado con la Doctrina Social de la Iglesia. A ambas les inspira un realismo práctico, un humanismo social derivado del cristianismo y el respeto a la dignidad de la persona. Además, en la República Federal alemana no era sorprendente que los profesores, los economistas y los teólogos compartieran universidades y debates.
Por último, este corpus no se limita a la economía, sino que abarca la moral. Moral en cuanto a principios. Y moral en cuanto reconoce a las personas como seres movidos por mucho más que ese materialismo paleto que se nos predica, sobre todo desde los partidos de centro, de que “La economía es lo más importante”.
La Economía Social de Mercado quedó arrumbada a partir de la irrupción del Nuevo Orden Mundial tras el derrumbe de la URSS, el ingreso de China comunista en la Organización Mundial del Comercio y la eliminación en el discurso público de la legitimidad de las naciones para mantener fronteras a las inmigraciones y las importaciones. Desde entonces, triunfa un seudo-liberalismo impuesto por el despotismo de unos Estados que controlan el 50% de la riqueza nacional. Una renovación de la Economía Social de Mercado incluiría adaptarla a las nuevas circunstancias, como el invierno demográfico y la digitalización, pero se trata de una doctrina que los europeos deberíamos conocer, siquiera para comprender que otra economía es posible.