La UE pincha en hueso con Georgia

Georgia ofrece un ejemplo único de modernidad que ha generado extraordinaria hostilidad en Bruselas y en Davos

Georgia, la ex república soviética, es uno de los países más curiosos y aislados de Europa, y también el único que tiene una tasa positiva de crecimiento natural de la población, y una iglesia cristiana en expansión y cada día más influyente. No es de extrañar que haya acabado en la diana del globalismo: lo que es de extrañar es que el globalismo siga fallando el tiro.

Como ya he escrito con anterioridad, Georgia –quizás la primera nación del mundo en cristianizarse– ofrece un ejemplo único de modernidad que ha generado extraordinaria hostilidad en Bruselas y en Davos. Y tampoco es una fortaleza inexpugnable aislada de Occidente, sino un paisito con menos de cuatro millones de habitantes cuyos ciudadanos, en general, son europeístas y que ha sido inundado de ONGs financiadas por George Soros y otros sospechosos habituales.

Es precisamente tal inundación la que generó el último y más decisivo conflicto entre las potencias occidentales y el gobierno georgiano, después de que en mayo de 2024 el parlamento de Georgia votara a favor de mantener una ley que etiqueta a muchas ONG como agentes extranjeros, es decir: lo que son.

La ley, promulgada el 1 de agosto, exige que las ONG que reciben el 20% o más de su financiación del extranjero se registren oficialmente como “organizaciones que persiguen los intereses de una potencia extranjera”. Esto afectaría a muchas de las aproximadamente 26.000 ONG de Georgia; según un informe de 2020 del Banco Asiático de Desarrollo, las organizaciones de la sociedad civil georgianas reciben más del 90% de su financiación del extranjero.

Pese a todo esto, las últimas elecciones legislativas en Georgia a finales de octubre resultaron en una victoria del partido nacionalista en el gobierno, moderado en lo económico y sobre todo en lo político, opuesto a cualquier gesto que Rusia –el gigantesco vecino que protege a dos regiones de Georgia que han declarado su independencia del país– pueda interpretar como agresivo.

En diciembre la oposición georgiana boicoteó las elecciones a la presidencia, un puesto mayormente ceremonial, justo cuando el tribunal supremo rumano canceló las elecciones en aquel país citando sospechas de injerencias rusas. Todos los ingredientes estaban disponibles para un cambio de gobierno, similar al que hubo en Polonia en 2023, con el añadido de llamadas a que Georgia se una a la OTAN y tome una postura beligerante contra Rusia. Sin embargo, el partido Sueño Georgiano logró mantenerse en el poder (en la fotografía, el Presidente electo, Mikheil Kavelashvili, pronuncia su discurso de juramento en el Parlamento).

.

Por supuesto, en cuanto quedó claro que las urnas no iban a dar el resultado deseado, surgió en las cancillerías occidentales la posibilidad de lo que llamó durante años “revolución de colores”: un gran movimiento popular, dirigido por esas ONGs y coordinado por representantes, para expulsar al gobierno declarando pucherazo y que la voluntad popular había sido traicionada.

Fíjense que fue en la propia Georgia donde el primero de estos movimientos, la llamada Revolución Rosa que, en 2003 en medio de una gran exhibición de tal color en manifestaciones por todo el país, sacó de la presidencia a un fósil soviético que solo los más viejos del lugar recordarán, Eduard Shevardnadze, ex ministro de Mikhail Gorbachov durante los tiempos de la “perestroika” en la década de los 80.

Sin embargo, el esfuerzo que hizo esta vez la Unión Europea por influir en la política georgiana ha sido bastante decepcionante, como explica aquí Niccolo Soldo. Sacaron a pasear por las calles de Tbilisi a Greta Thunberg, que siempre da juego, pero en general uno se quedó con la impresión de la que UE ha pinchado en hueso.

Hay diferentes motivos para explicar este desenlace. Por ejemplo, Georgia ya fue invadido por tropas rusas en 2008, que intervinieron en favor de una de sus regiones separatistas, y pocos quieren repetir la experiencia. Al mismo tiempo, el país, debido a la prominencia de la Iglesia Ortodoxa Georgiana, independiente de la Ortodoxa Griega y la Armenia desde el siglo X, ha logrado mantener un cierto nivel de conservadurismo cultural y social que no casa bien con los valores que caracterizan a la UE fuera de sus fronteras.

Con todo, hay algo más que nos indica que puede que la era de las revoluciones de colores ha acabado por completo. Durante mucho tiempo, la UE podía presentarse como un faro de moralidad post-moderna y un camino rápido hacia al progreso financiado por Alemania y (en menor medida) Francia, cuya membresía ofrecía relativamente pocas contrapartidas negativas, al menos de inmediato.

Eso ya no ocurre. La realidad de la que la UE se ha asociado con la promoción de la cultura trans y la inmigración, y con el rechazo a los valores europeos a los que debe su propia fundación, es evidente para muchos. Con los años, la UE ha ido convirtiéndose en una eurovisión de la política, con mucho gesto vacío, sobrerrepresentación LGBT y aire vodevilesco, un geriátrico para países que solo aspiran a morir de eutanasia subvencionada.

Todo esto hace que la UE no sea ya tan atractiva, o siquiera un peligro para sus enemigos, aunque sí para sus miembros. En marzo y abril de 2022, cuando los rusos y ucranianos estuvieron cerca de lograr un acuerdo de paz que habría puesto fin a la invasión de Ucrania, Rusia ofreció a Ucrania no solo aceptar su pertenencia a la UE, sino incluso apoyar su candidatura, y mantener todos los temas de fronteras bajo negociación: lo único que quería evitar era que Ucrania se metiera en la OTAN. La UE ya ni asusta, ni ilusiona ni, francamente, importa mucho en escenario internacional.

Madrid, 1973. Tras una corta y penosa carrera como surfista en Australia, acabó como empleado del Partido Comunista Chino en Pekín, antes de convertirse en corresponsal en Asia-Pacífico y en Europa del Wall Street Journal y Bloomberg News. Ha publicado cuatro libros en inglés y español, incluyendo 'Podemos en Venezuela', sobre los orígenes del partido morado en el chavismo bolivariano. En la actualidad reside en Washington, DC.

Más ideas