Buscar
Cerrar este cuadro de búsqueda.

Los cordones se rompen en Alemania

En mayo de 2024, se celebrarán las elecciones al Parlamento Europeo, en las que AfD podría aterrorizar de nuevo a la partitocracia y la tertulianada

Antes, ser alemán era casi como ser inglés. Al menos en cuanto al sistema de partidos. Ahora se aproxima más al italiano. Se presentaba el parlamentarismo alemán como un ejemplo de bipartidismo imperfecto: convivían un gran partido de centro-derecha, la democracia cristiana (la CDU, más su aliado bávaro, la CSU), un gran partido socialista moderado (SPD, que fue el partido con más afiliados de Europa occidental), y un pequeño partido liberal (FDP) que daba la mayoría parlamentaria a uno o a otro, según los deseos de sus amos.

Porque los liberales alemanes eran como les habría gustado ser de mayores a los españoles, un partido de altos funcionarios, profesores y niños ricos que aportaba sentido común a la política, es decir, una fiscalidad responsable con la autodeterminación individual. O dicho de otra manera, bajada de impuestos a las grandes empresas y fortunas y extensión del aborto.

NUEVOS JUGADORES EN EL ‘ESTADO DE PARTIDOS’

Ese sistema tan previsible empezó a resquebrajarse con la irrupción de los Verdes, una extrema izquierda posrevolucionaria. Ya no querían empobrecer a la gente mediante la expropiación y el racionamiento, sino mediante la reducción del consumo de energía o de bienes como los electrodomésticos «por el bien del planeta». Los Verdes se asociaron al SPD y lanzaron al FDP al lado de la CDU-CSU.

El inesperado desplome del muro antifascista trajo nuevas sorpresas. La primera, que el socialismo real no había creado un hombre progresista en Alemania Oriental. La CDU alargó su ciclo de hegemonía con nuevas victorias incluso en la zona comunista. La segunda consecuencia, la aparición de otro partido de ámbito nacional. El antiguo partido comunista, Partido Socialista Unificado de Alemania, transformado en Partido del Socialismo Democrático, se unió con una escisión del SPD en el lado occidental para engendrar La Izquierda (Die Linke). Ya eran seis en la mesa del Estado de partidos.

Los efectos han sido coaliciones más amplias, incluso entre los dos partidos más votados, la CDU-CSU y el SPD, y una paralización de la política, tanto en la petrificación de los asuntos que se podían plantear en el debate público como en el número de los discutidores legítimos.

Entre 1998 y 2021 sólo hubo dos cancilleres. Fueron el socialista Gerhard Schroder, que en cuanto se retiró pasó a ser asalariado de la banca Rothschild y de la multinacional rusa Gazprom —luego te dicen que no creas en conspiraciones— y la democristiana de origen oriental Angela Merkel.

Las diferencias entre los partidos se han aguado, hasta el punto de que la CDU gobierna en algún estado con los Verdes y el SPD apoya a Die Linke en otros.

Los programas de gobierno de las coaliciones CDU-CSU-SPD y SPD-FDP-Verdes contienen los mismos puntos: la ampliación de las facultades de la Unión Europea; la descarbonización de la sociedad; la imposición de la inmigración extraeuropea; la integración de la ideología de género y los castigos para quienes disientan de ella; la reducción de las libertades ciudadanas (vídeo-vigilancia en las calles y supervisión de las redes sociales) con la excusa de combatir la desinformación; las cuotas por sexos en las empresas; etc. La única diferencia entre los partidos es la intensidad con que aplican los programas.

AFD, UN PARTIDO IRRITANTE PARA TODOS

En esta situación de opulencia para las élites sólo hay una presencia desagradable, la del partido Alternativa por Alemania (AfD), que se comporta como lo hacían los socialistas antes de la Gran Guerra, es decir, diciendo las verdades impronunciables: la transición energética es un timo; la inmigración está destruyendo la identidad nacional; la guerra de Ucrania enriquece a Estados Unidos y empobrece a los alemanes; Alemania carece de política exterior; a la casta gobernante el pueblo le importa un comino; las escuelas pervierten a los niños…

En un régimen tan hipócrita que cierra sus reactores nucleares por ecología a la vez que amplía la explotación de minas de carbón, la sinceridad de AfD es insoportable. Por eso, los demás partidos le aplican un cordón sanitario. Pero ser el villano señalado por oligarcas tiene la ventaja de convertirte en un héroe para el pueblo o, al menos, en alguien para observar. Las encuestas de este año daban a AfD, después de haber sufrido una crisis de crecimiento, un aumento de expectativas de voto en todo el país y una de ellas le situaba en el 22% federal.

Tan molesta se ha vuelto la AfD que el servicio de información interior (BfV) lleva años espiando al partido y a sus líderes, sin que hasta ahora haya descubierto nada delictivo. El BfV, que responde ante la partitocracia, ha calificado a AfD de amenaza potencial y, por tanto, se considera legitimado para investigarlo. Y quién sabe si para atribuirle delitos, como ya hizo con otro partido, el minúsculo NPD, en el que se comprobó que los policías infiltrados incitaban a la violencia.

Desde el giro nacional y anti-globalitario de AfD en 2015, la reacción del Estado de partidos ha sido descalificar sus propuestas y equiparar al partido (¡salta la sorpresa en el Volksparkstadion!) con el nacional-socialismo de Hitler. Pero es la propia partitocracia la que alimenta el crecimiento de su pesadilla.

Uno de los asuntos más debatidos este año y en las elecciones recientes ha sido la ley del Gobierno social-liberal-ecologista de Olaf Scholz de sustituir todas las calderas de gas de las viviendas por calderas sostenibles alimentadas por la energía generada por los aerogeneradores y molinos de viento. La sustitución será obligatoria; habrá multas de hasta 5.000 euros para quienes no cumplan; y por ahora no se han preparado subvenciones. Hay que alcanzar la neutralidad en CO2 en 2045 como sea. Y si usted, jubilado que vive en Berlín o Hamburgo, se opone, sepa que es un neonazi.

A finales de septiembre realicé un viaje al sur de Alemania y el domingo 24 vi un mitin de AfD en la Karlsplatz de Múnich. Una decena escasa de personas rodeadas por una treintena de activistas de extrema izquierda aullando y una docena y media de policías. Los guerreros del bien acusaban a los candidatos de AfD de todos los delitos que se pueden cometer en la sociedad de la tolerancia. La chusma impedía hablar a los representantes del cuarto partido de Baviera. Al final, el 8 de octubre los bávaros y los hesianos votaron a sus parlamentos locales y los resultados han demostrado cuál es el apoyo real de cada uno fuera de las tertulias de televisión.

ASCENSO EN BAVIERA Y HESSE

Baviera, con 13 millones de habitantes, y Hesse, con 6,2 millones, reúnen el 21% de la población total de Alemania. Además, Baviera es el estado más rico, con un partido de derechas como la CSU muy arraigado, y Hesse cuenta con la sede del Banco Central Europeo. Sus ciudades más importantes, Múnich y Frankfurt, son ejemplos de cosmópolis: ejecutivos, estudiantes, inmigrantes mantenidos, turismo de masas, repartidores, finanzas, poca industria…

El único partido que ha subido en votos en ambos estados ha sido AfD, que ha ganado entre 4 y 5 puntos. En Hesse ha pasado de ser cuarto en la anterior legislatura a segundo, y con más de un 18% de los votos. En Baviera, donde no sólo competía con la CSU, sino, también con otra derecha identitaria, Freie Wähler Bayern, la AfD tiene una ganancia menor: queda tercera, detrás de los dos ya citados, y se acerca al 15%. En las elecciones federales de 2021 alcanzó un 10,3%.

Los partidos del Gobierno federal han sufrido un batacazo. Los liberales quedan excluidos del parlamento bávaro y se mantienen en el hesiano por un puñado de votos (la ley exige un mínimo del 5% para participar en la asignación de escaños).

Los socialdemócratas vuelven a ser un partido en liquidación, después de la corta esperanza que fueron su subida de sólo cinco puntos en las elecciones federales de 2021 respecto a las de 2017, y el puesto de canciller para uno de los suyos, Olaf Scholz. En Baviera siguen cayendo y son ya cuartos, con poco más de un ridículo 8%. Fuera de Munich, no existen. Y en Hesse han bajado hasta un 15%.

Los rivales del SPD por el control de la izquierda, los Verdes, también retroceden, entre un 3% y un 5%, aunque se mantienen por delante en Baviera. Sin embargo, el SPD es una estrella menguante, ya que los Verdes son más adecuados para unos jóvenes y unos jubilados más preocupados por los carriles bicis y los glaciares de los Alpes que por las condiciones de trabajo en las fábricas. Los pocos obreros que sobreviven votan a otros partidos, incluida la AfD.

La CSU, que hace una década obtuvo un 47% de los votos (con menor participación hay que destacar), ha caído a un 37%. Ni estar en la oposición nacional a un gobierno impopular le ha beneficiado. Su socio, los Electores Libres, ha ganado cuatro puntos. Un signo del hartazgo de los alemanes con la partitocracia. ¡Hasta los satisfechos bávaros parecen cansados de hacer sacrificios por la Unión Europea, la diversidad, Ucrania y el medio ambiente!

NUNCA ACEPTAR EL MARCO DEL ADVERSARIO

Si la AfD ha obtenido estos resultados en esos dos estados y, a la vez, aparece como primero en los cinco estados del este del país salvo uno —que suman 20 millones—, cabe suponer que su resultado en las elecciones al Parlamento federal dentro de dos años será excelente. Quizás AfD tenga el segundo grupo parlamentario en el Bundestag. Antes, en mayo de 2024, se celebrarán las elecciones al Parlamento Europeo, en las que AfD podría aterrorizar de nuevo a la partitocracia y la tertulianada (su lista consiguió hace cuatro años un 11% del voto).

En un país donde Angela Merkel impuso el consenso socialdemócrata (tan progre fue esta política que cuando se retiró todos los medios de comunicación la cubrieron de elogios) y la policía persigue a los disidentes (o se los inventa), un partido demonizado por los demás, difamado por los medios y con militantes agredidos, rompe los cordones, los boicoteos y las condenas que contra él lanza el Sistema.

La conclusión para partidos similares consiste en nunca jugar en el campo que quiere marcar la partitocracia y ni aceptar su lenguaje.

Más ideas