La lectura de la historia de España de los siglos XIX y XX es deprimente, no sólo porque se asiste al hundimiento de la nación y el empobrecimiento del pueblo, sino también porque se comprueba que se repite. Los españoles parecemos condenados como una mula vieja a dar vueltas en torno a una noria, sacando agua de un pozo que nunca beberemos y con la que otros regarán sus campos.
Hace algo más de cien años el sector liberal español, que tenía dinero (propio y extranjero), diputados, periódicos, empresarios y creadores de opinión, se empeñó en llevar a una guerra a sus compatriotas. España no podía pacificar el protectorado de Marruecos, pero le era imprescindible unirse a la carnicería europea para modernizarnos y civilizarnos. Hoy asistimos a un espectáculo casi idéntico. Los militares y los policías españoles no controlan nuestras fronteras terrestres ni marítimas; y el Gobierno no puede evitar los actos hostiles de Marruecos y otros países africanos como Mauritania, Argelia o Senegal. Pero se nos asegura por parte de las nuevas condesas de Romanones que “No se puede defender la unidad de España y jalear la desintegración de Ucrania”.
Incluso un votante del PSOE como el escritor Javier Cercas ha actualizado la fórmula despreciativa de otro votante socialista, el filósofo José Ortega y Gasset. Éste clamó en una conferencia en 1910 (y en Bilbao) que “España es el problema y Europa es la solución”. Unos pocos años después, la modelo se abrió las venas. Cercas, con estilo muchísimo más pedestre, ha publicado una tribuna en El País titulada: “Nuestra patria no es España, ni Italia, ni Francia, ni ninguna de las viejas naciones europeas: nuestra patria es Europa”. Una propuesta mucho más destructiva y con la modelo otra vez enloquecida y amenazando con tirarse por la ventana.
Desde el verano de 1914, las batallas no se libraban sólo con armas; también se combatía con ideas, panfletos, discursos y libros. Mientras en Francia, Rusia o Alemania se silenció a los contrarios a la guerra o a los partidarios de una paz inmediata, en España pudo haber debates. Visto lo ocurrido durante los años del covid, hoy esa libertad de discusión podría ser una baja de guerra.
El 31 de mayo de 1915, pocos días después de que el reino de Italia declarara la guerra a sus antiguos aliados, Austria-Hungría y Alemania, el diputado carlista Juan Vázquez de Mella pronunció un discurso resonante en el Teatro de la Zarzuela, titulado «El ideal de España. Los tres dogmas nacionales», que puede considerarse una respuesta al artículo del conde de Romanones de agosto de 1914, «Neutralidades que matan». Mientras Romanones proponía la colaboración, incluso militar, con la Triple Entente, para “obtener ventajas positivas” en la victoria, Vázquez de Mella se decantaba por neutralidad del Estado y el Gobierno, aunque con el apoyo popular a Alemania, lo que le costó que el pretendiente Jaime de Borbón y Borbón Parma, una vez liberado de su prisión en Austria en 1919, le desautorizase.
En este discurso, partía del principio fundante de la geopolítica, la primacía de la geografía sobre la historia y la política; y, a continuación, llevaba la atención de su audiencia al mapa: “el Estrecho de Gibraltar es el punto central del planeta, y que allí está escrito todo nuestro programa internacional”.
Partiendo de que la norma en él “son los intereses geográficos y la integridad de mi Patria”, el diputado y pensador enunciaba los tres dogmas. El primero, la “soberanía sobre el Estrecho, y no sólo sobre el Peñón”, pues recordaba que Gran Bretaña impedía a España fortificar y artillar el propio territorio nacional en un radio trece kilómetros en torno a Gibraltar.
El segundo, la federación con Portugal, que entonces era una semicolonia británica, mediante un órgano común. Así lo explicaba: “Portugal tiene derecho a su completa independencia; pero España, en virtud de la autonomía y de la unidad geográfica, posee la imprescriptible prerrogativa que se confunde con su propia vida, de exigir que haya en la península una sola política internacional y no dos, antagónicas y opuestas, fundadas sobre la separación y la mutilación”. En cierto modo, esta propuesta está casi realizada con las relaciones comerciales entre ambas naciones, las cumbres conjuntas y la pertenencia de ambas a la Unión Europea y la OTAN.
Y la tercera, “una confederación tácita en pie de igualdad” con las naciones hispanoamericanas para constituir “los Estados Unidos del Sur, que contrapesarían la acción sajona de los Estados Unidos del Norte”.
De no seguirse su propuesta, Vázquez de Mella anunciaba el sometimiento de España a poderes extranjeros: “Sin dominio en el Estrecho, ni parte en la soberanía del Mediterráneo, sin integridad peninsular e imperio espiritual con la raza extendida en América, la Historia de España resulta negada y su porvenir reducido al de una nación que termina y al de una colonia que empieza”.
El principal obstáculo para el cumplimiento de los tres dogmas y el consecutivo renacimiento nacional era Gran Bretaña. Por ello, sentenciaba Vázquez de Mella, “Unirse a Inglaterra, ayudar a Inglaterra, cooperar con Inglaterra, es trabajar contra los intereses y las exigencias de España. Ser anglófilo, resulta ser hispanófobo”.
Pasado más de un siglo, España vuelve a estar postrada, hasta el extremo de parecer un satélite del sultán marroquí. Aunque el imperio británico se ha desmoronado, Londres conserva Gibraltar como colonia; Marruecos sigue siendo un foco de inestabilidad y corrupción; y una nueva guerra se libra en Europa. Igualmente se mantiene el juicio de Vázquez de Mella sobre la farándula partidista: “Cuando la soberanía está concentrada en las oligarquías que forman el Estado Mayor de los partidos políticos, entonces toda dirección social está como vinculada en ellos, y los que gozan del privilegio de formar parte de esas oligarquías, tienen todas las preeminencias y derechos, y los que no forman parte de ellas o están sometidos, o están arrojados y proscritos”.
Al repetirse las circunstancias, es pertinente desempolvar los tres dogmas de este político, que en otro lugar los compendió así: “Todos los hijos de España deberían oír, desde el regazo de sus madres, que tenemos un fin común y colectivo que une a todos los pueblos peninsulares: el dominio del Estrecho, la federación con Portugal y la unión con América”.
Siquiera, conozcámoslos.