El gran Miguel Delibes dijo una vez «el ruralismo ha pasado a la historia en el momento en que la televisión ha sustituido al abuelo. El abuelo antes contaba historias y los nietos escuchaban boquiabiertos. Hoy día el abuelo no tiene nada que contar, sino que también tiene que mirar la televisión». Ese espíritu de mantener la tradición y la viveza de la palabra, de reunirse a contar relatos al amor de la lumbre en casas de piedra y cortijos donde los viajeros descansan tras largas jornadas de peregrinaje, de escuchar las vivencias que nuestros mayores —cuya experiencia está justificada por un rostro tostado al sol de largas jornadas de labranza— es lo que esconde Rosa Krüger, una de las más emblemáticas novelas de Rafael Sánchez Mazas, rescatada de su letargo este 2024 por Ediciones Encuentro.
No es baladí esta cuestión, pues, pese a las facilidades que pone en nuestros días la digitalización, encontrar obras salidas de las plumas de esa luminosa generación cultural, surgida al calor de la convulsa década de los años 30, es una ardua tarea. Es más, hasta hace unos meses, conseguir un ejemplar de Rosa Krüger implicaba o bien fallar en el intento, o tener que pagar precios obscenos por ediciones que están cerca de cumplir medio siglo.
Además, este factor nos obliga a plantearnos la siguiente pregunta: ¿la condena al olvido de algunos literatos españoles es una cuestión política o relacionada con la calidad de sus escritos? La respuesta resulta, a priori, sencilla. Mientras son comunes y frecuentes las reediciones de Lorca, Alberti, Antonio Machado o Miguel Hernández —grandísimos exponentes de nuestras letras, sin lugar a dudas—, a otros como Rafael García Serrano, José María Pemán, Agustín de Foxá, Luis Rosales o el propio Rafael Sánchez Mazas, se les castiga confinando sus obras en polvorientos baúles.
Ahí es donde entra una obra como Rosa Krüger para demostrar la infinita calidad de esa generación de literatos, forjados en tertulias del madrileño Café Lion y La ballena alegre y en torno a la famosa «corte literaria de José Antonio». Incluso, cabe decir, que Rafael Sánchez Mazas fue uno de los más cercanos amigos del fundador de Falange Española, quien le escribió una poética carta un día antes de ser fusilado: «Abraza a nuestros amigos de las largas tertulias de la Ballena […]. Y que, a ti, a Liliana y a tus hijos os de Dios las mejores cosas».
Rosa Krüger: del aranés Puerto de la Bonaigua a la alsaciana flecha de Cupido
«Lo que no se cuenta al amigo más íntimo se cuenta al compañero de posada que se encuentra en un viaje». Con esta cita, Sánchez Mazas narra en Rosa Krüger, bajo las palabras del protagonista Teodoro Castells, gran parte del espíritu que atesora la novela. Y lo cuenta con un magnífico criterio, pues, siguiendo la cita de Delibes, la primera parte del libro gira en torno a las historias que los pintorescos personajes que frecuentan la posada narran con maestría.
Estas tienen de todo: desde relatos marineros sobre grandes riquezas atesoradas por princesas turcas en las costas de la antigua Constantinopla, hasta relatos fantasmas, dignos de los más ilustres autores de terror victoriano, con torres encantadas y estatuas de piedra que cobran vida. Sus narradores tienen como punto de encuentro la posada familiar de Teodoro Castells en el Valle de Arán, romántico escenario y frontera pirenaica franco-española.
No es una elección azarosa la de Sánchez Mazas el enmarcar aquí el comienzo de la obra y hacer que girase en torno a los relatos fantásticos, pues, al igual que los puertos, las posadas son el lugar idóneo para que viajeros, caminantes y lugareños compartan historias y que los oyentes las vayan traspasando de generación en generación de forma oral. ¿Quién de nuestra generación no recuerda las historias que nuestros mayores nos contaron de odios ancestrales entre familias, amores furtivos o apariciones fantásticas en las solitarias noches veraniegas de la España rural? Ahí también es donde aprendimos a valorar la sabiduría que ellos tenían pues, como Alfonso X decía, «Así como el cántaro quebrado se conoce por su sonido, así el seso del hombre es conocido por su palabra».
Incluso, Sánchez Mazas hace una llamativa ligazón histórica entre la Grecia y Roma clásica con una tradición tan española como son los espectáculos taurinos. Ahí, sitúa a España como depositaria de una tradición heredada del mito del «torero Teseo» y el laberinto del Minotauro, al que el héroe «mató de una estocada». Los romanos recogieron esa tradición, cruzaron con ella los Pirineos y la extendieron por su amada Hispania, donde «los pastos crearon un toro de lidia, excepcional de poder, de inteligencia, de belleza y de ímpetu, y eso trajo un mayor virtuosismo al arte taurino».
Rosa Krüger también trata con maestría tanto la castiza manera española de ser y estar en el mundo, como de amar. No solo de una forma de amor carnal, sino el más trovadoresco amor cortés, entregado y distante. De este es presa el propio Teodoro Castells, desde que, como emigrante, queda prendado al ver a la joven alsaciana Rosa Krüger en una estación francesa, cuando ella peregrinaba para visitar todas las Vírgenes de Provenza y recorrer la Costa Azul. A partir de entonces, Rosa Krüger se convertirá en la dama de los anhelos de Castells, en la Beatriz de Dante, por la que estaría dispuesto a cruzar el Infierno y el Purgatorio. En torno a esa senda, gira la novela.
Sánchez Mazas también deja marcado su espíritu católico en la obra, así como la nostalgia de España que sufre Teodoro Castells, como la que Antonio Molina y Juanito Valderrama cantaron en sus coplas —y tan común y triste en esos años 40—. De ese casticismo y ser español hace gala Castells, definiéndolo de manera tan ruda como poética: «Yo me sentía hombre firme de tierra firme, en el ancho descampado, hombre magro, desamparado y desvalido, pero duro y valiente bajo el vasto y antiguo cielo; en una palabra, catalán de España, hombre hispano latino, godo románico y romano, catalán de Europa, hombre real y soñado por la historia, positivo y simbólico».
Eso es Rosa Krüger: la confluencia de la tradición del espíritu español, la nostalgia del emigrado en su peregrinaje por el mundo, con la vista siempre puesta en la tierra que le vio nacer y, sobre todo, una historia de historias, un relato de amor, espiritual y de lucha. El estilo y la sensibilidad de Sánchez Mazas hacen de esta una de las más hermosas novelas del siglo XX español y, por ese motivo, es loable el esfuerzo que hacen editoriales como Encuentro u Homo Legens —con novelas como Señor de su ánimo de José María Pemán— por rescatar estos clásicos que, de otra forma, estarían condenados al olvido, lo que es una gran pérdida para la herencia literaria del siglo XX español. ¡Dejemos los prejuicios políticos, valoremos a nuestros escritores por su talento y disfrutemos del placer de sus obras!