El uso de la conjunción o en español resulta con frecuencia inquietante. Su habitual valor disyuntivo no sólo no ha suprimido su condición también de equivalencia, sino que, como recoge el Diccionario panhispánico de dudas, “a menudo… expresa conjuntamente adición y alternativa”. La o sirve para determinar simultáneamente lo uno, lo otro o ambas cosas. La lectura del reciente ensayo de Ernesto Hernández Busto, Mito y revuelta. Fisonomías del escritor reaccionario (Turner, 2022), confirmaría la necesidad de seguir atendiendo este detalle sintáctico.
La reflexión allí contenida continúa a su modo la estela del libro clásico de Antoine Compagnon Los antimodernos. Detecta con acierto en él algunos desajustes conceptuales de los que el propio autor francés habría sido consciente. Si el lector me permite la broma, podría reprochársele haber realizado un ejercicio de “apropiación cultural”, si no fuera porque los intelectuales «de derechas» han asumido sus resultados más o menos convencidos. Sería necesario que también ellos se arriesgasen a entrar a fondo en un análisis de los rasgos de familia que perfilan su identidad. Contribuirían así a aclarar el panorama que, desde la distancia ideológica, Hernández Busto intenta enriquecer ampliando la nómina de Compagnon a autores europeos e iberoamericanos del siglo XX, desde Vasili Rozánov y L. F. Céline a Ernesto Giménez Caballero y José Vasconcelos.
¿No resulta acaso insatisfactorio incluir dentro de una misma categoría a Chateaubriand y De Maistre, a Pound y Eliot o a Pascal Quignard y Michel Houellebecq? De hecho, Hernández Busto señalaría que “tales coincidencias no prueban de manera concluyente la existencia de una «derecha literaria», entidad difusa y problemática”. Sea Baudelaire o Julien Gracq, Cioran o Mircea Eliade, ¿bastaría en todo caso para definirlos el hecho de que “el escritor reaccionario es una figura pesimista, desencantada o escéptica que no se resiste a aceptar la lógica de la civilización y, en cambio, vive su presente vuelto hacia el pasado, instalada en la ansiedad de un no-lugar”?
El Reaccionario paladearía el sabor amargo y redentor de la derrota mediante el exquisito sentido que le proporciona el estilo
Dado que el libro de Hernández Busto se incluye en una colección titulada “Literatura / Historia de Europa / Fascismo” es difícil sustraerse a establecer una enumeración que acaba igualando a antimodernos, reaccionarios, contrarrevolucionarios o… fascistas. En el prólogo Hernández Busto remarca que un rasgo común de estos escritores -aunque cabría añadir que no exclusivo de ellos-, fue el antisemitismo. Sin embargo, lo que acaba atrayendo su atención, y sus más penetrantes intuiciones, es el interés por una concepción de la historia “analógica”, frente a la idea triunfante del progreso. El Reaccionario paladearía el sabor amargo y redentor de la derrota mediante el exquisito sentido que le proporciona el estilo y que, en manos de escritores como Pound o Jünger, sigue provocando en el intelectual “de izquierdas” una fascinación horrorizada, como si tentase su virtud política con la viciosa sensualidad de la literatura.
En el fondo, los antimodernos ¿y/o? reaccionarios podrían estar subrayando que los ideales de emancipación y de autonomía tejen también (…) relaciones de equivalencia entre Modernidad y Totalitarismo
En el fondo Hernández Busto adivina en la fisionomía del escritor reaccionario una crítica moderna del mito ilustrado capaz de reflejar su cara oscura. ¿No menciona acaso el autor de Mito y revuelta la “sangre fría” del compromiso político de Eluard o Aragon? Compagnon ya había advertido que los antimodernos habrían sido los modernos en grado extremo. Quizás entre Sade o Lautréamont y Céline exista una afinidad secreta que no sea en absoluto circunstancial.
Los escritores cuyo retrato Hernández Busto se esfuerza por bosquejar requieren seguir siendo observados desde dentro, por más incómodos que resulten
En el fondo, los antimodernos ¿y/o? reaccionarios podrían estar subrayando que los ideales de emancipación y de autonomía tejen también, como el envés de un tapiz, relaciones de equivalencia entre Modernidad y Totalitarismo. Su lucha por el estilo y su ansiedad atópica, más que utópica, habría significado la búsqueda de un antídoto que, paradójicamente, contendría los gérmenes del veneno por combatir. Aplicado en su pensamiento, ejemplificó sus efectos letales tanto como para otorgar la ilusoria garantía de inmunidad a sus adversarios progresistas.
Quizás dionisiacos, más bien herméticos, los escritores cuyo retrato, con tino y con tiento, Hernández Busto se esfuerza por bosquejar requieren seguir siendo observados desde dentro, por más incómodos que resulten. Esta sería una tarea que una «cultura de derechas» tendría que emprender como un deber estético y, sobre todo, moral.