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Clásicos para las estaciones (II): el otoño

De los archiconocidos conciertos para violín que compuso Antonio Vivaldi, «Las cuatro estaciones», el otoño es su número 3. Es el segundo de los conciertos escritos en una tonalidad mayor, fa mayor concretamente, lo cual supone para el oído unos tonos —en principio— más alegres y agradables. El otoño tiene un poco de eso y Vivaldi lo sabía. El otoño, paso del verano al invierno, lleno de esos tonos y matices, colores, que son cálidos y fríos a la vez. El otoño es época de contraste, de vaivenes, y así son las películas a las que les propongo regresar durante estos días repletos de castañas, hojas verdes y marrones y fines de semana en familia.

Regresemos a Los chicos del coro (2004), de Christophe Barratier, que es la historia de Clément Mathieu, músico fracasado y vigilante de un internado rural en la Francia de posguerra. La historia la recuerdan dos viejos internos de esa escuela, «Al fondo del estanque», ahora convertidos en hombres hechos y derechos, uno de ellos director de orquesta de éxito. Y recuerdan una historia que no es infrecuente, la de un hombre que teniendo una sola pasión en su vida, y no pudiendo dedicarse a ella, la intenta transmitir de cualquier manera posible a quienes le rodean, en este caso los niños de ese opresivo internado. Tiene algo de Cinema Paradiso, tiene algo de nostalgia, tiene algo de emociones encontradas, tiene mucho de otoño. Está, por cierto, en Disney+.

Regresemos a cualquier película de Woody Allen porque son muy de otoño. Ese baile por la gran ciudad, con Central Park repleto de hojas caídas, jerséis gorditos…

Regresemos a Cuando Harry encontró a Sally (1989), de Rob Reiner, que se puede ver en Movistar+ y que se gana el derecho a estar en estas propuestas por muchas cosas pero, por supuesto, por tener uno de los carteles más otoñales de la historia del cine, si no el más. Cuando Harry encontró a Sally es, a mi modo de ver, una apócope de toda la historia de encuentros y desencuentros entre Harry y Sally. ‘Cuando Harry se encontró, se desencontró, se volvió a encontrar, se desencontró nuevamente y, bla bla bla, se encontró definitivamente con Sally’ sería la manera más indicada de titular esta comedia romántica por excelencia que, sin lugar a dudas, deja alguna de las frases más emblemáticas en lo que es mi educación sentimental. «Cuando te das cuenta de que quieres pasar el resto de tu vida con una persona, quieres que el resto de tu vida empiece lo antes posible», dice Billy Cristal al final de la película. Y qué razón tiene. De nuevo, un baile de sentimientos muy de otoño.

Regresemos a Annie Hall (1979), de Woody Allen. O, mejor dicho, regresemos a cualquier película de Woody Allen porque son muy de otoño. Ese baile por la gran ciudad, por su Manhattan, con Central Park repleto de hojas caídas, jerséis gorditos y pantalones de pana, música jazz y fin de semanas en la casa de la familia de ella en el campo. De esto van unas cuantas películas del director neoyorkino que, por cierto, se retira de la pantalla. Pienso ahora en Misterioso asesinato en Manhattan, Hannah y sus hermanas, La rosa púrpura de El Cairo, La última noche de Boris Grushenko, Manhattan, Maridos y mujeres. Woody Allen es un otoño perpetuo. Ah, todas las nombradas están en Filmin.

Regresemos uno de estos sábados, durante ese fin de semana en el que salimos a coger castañas con los críos y estamos temprano de vuelta a casa, para ver cualquiera de los clásicos clasiquísimos que tenemos disponibles en Disney+. Pienso, por ejemplo, en Los aristogatos (1970) o en Robin Hood (1973), de Wolfgang Reitherman. Porque nuestros hijos se merecen ir al colegio cantando melodías como Todos quieren ser ya gato jazz y conociendo las aventuras del zorro Robin, de su amigo oso Little John y del fraile Tuck. Y háganlo a pesar de esa increíble advertencia que Disney+ nos deja al inicio de la película, ya saben cómo funcionan las cosas.

No sé si será el más otoñal de todos pero a mí, por lo menos, me huele a castañas asadas, a familia, infancia y a amigos

Regresemos, por último, a En el estanque dorado (1981), de Mark Rydell, porque es uno de esos tesoros que uno se guarda para recomendar a los amigos en una ocasión especial. En el estanque dorado es la historia del ocaso de las vidas de Henry Fonda y Katherine Hepburn, dos ancianos que se han pasado la vida veraneando y findesemaneando en una casa en un lago de New Hampshire. Él ya no es lo que era, ese profesor afamado, manitas y buen pescador. Ella se va viendo torpe en los cuidados de una familia desunida y un hombre afligido por el paso de los años. Ambos tienen una de las actuaciones más profundas que un servidor haya visto en la historia del cine. Lo que subyace: la felicidad es posible a pesar del implacable acoso del tiempo. Y esa idea es muy de otoño, creo. En Filmin, por si quieren confirmarlo.

Regresen conmigo, en fin, a este otoño fílmico que les propongo. No sé si será el más otoñal de todos pero a mí, por lo menos, me huele a castañas asadas, a amagüesto —que es como llamamos en Asturias al magosto—, a familia, infancia y a amigos. Comienza a venir el olor de las chimeneas encendiéndose por el frío, el del año terminándose, el del chocolate caliente que preparan las madres los fines de semana y el del encerado de los Barbour, que salen de los armarios para guarecernos de las lluvias. Olor de cine, olor de hogar.

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