Al igual que Siddartha, Vivek Ramaswamy es descendiente de brahmanes, casta de maestros y sacerdotes entregados a la búsqueda de la sabiduría. Pero a él la iluminación no le sobrevino sentado en el Bosque de la Contemplación, ni ayunando en el desierto junto a los ascetas. Ocurrió mientras trabajaba como becario un verano de 2006 en Goldman Sachs. Por aquel entonces un veterano compañero le puso a prueba preguntándole cuál era la Regla de Oro, a lo que respondió confiado: «No hacer a los demás lo que no quieras que te hagan a ti». «¡Mal!» —le espetó su interlocutor— «la Regla de Oro es que quien tiene el oro hace las reglas».
A esa caída del guindo Ramaswamy pasó a llamarla no «The Golden Rule» sino «The Goldman Rule» y tirando de ese hilo ha podido comprender tiempo después muchos de los males en los que se ve atrapada la sociedad contemporánea. Los diagnosticó en un libro superventas, Woke Inc., y ahora incluso aspira a arreglarlos, postulándose a encabezar la candidatura republicana para ser el próximo presidente de Estados Unidos ¿Pero quién es este financiero de apellido impronunciable e inteligencia afiladísima y a dónde nos quiere llevar?
Hijo de inmigrantes indios instalados en Ohio, Vivek fue el número uno de su promoción con los jesuitas (su padre quiso que conociera otra religión sin perder la propia) para después licenciarse summa cum laude por Harvard en biología molecular primero y en derecho por Yale después. Logró su primer empleo en un fondo de inversión neoyorquino que poco después se volvería inesperadamente célebre: su CEO fue uno de los pocos que previó el pinchazo de la burbuja en torno a las hipotecas subprime en 2008, logrando con ello pingües beneficios y ser retratado en La gran apuesta, libro del que luego veríamos una adaptación al cine con Christian Bale.
Para Vivek estar en aquel lugar, en aquel momento, tuvo una importancia crucial tanto en su periplo vital como en su análisis de la realidad posterior. La experiencia adquirida viendo desde una posición privilegiada cómo estalló aquella crisis le llevaría a fundar su propia empresa, dedicada a comprar fármacos experimentales a bajo precio a compañías que los han desarrollado pero necesitan beneficios a corto plazo para cuadrar sus cuentas ante sus accionistas. No le fue mal, teniendo en cuenta que fue portada de la revista Forbes con 30 años recién cumplidos. Desarrolló una trayectoria empresarial extremadamente lucrativa gracias a identificar los fallos del sistema y aprovecharse de ellos… y ahora está viendo que el mayor de todos ellos es lo que denomina wokenomics, woke-industrial complex o «capitalismo de amiguetes 2.0». De acuerdo a su análisis, lo «woke», que podríamos traducir como lo «progre» (aunque conservar el término original tiene la ventaja de revelar el origen anglo-estadounidense de esta agenda de ingeniería social) está doblemente vinculado a la crisis de 2008: es en buena medida fruto de ella y está replicando aquella burbuja para la que prevé un estallido similar.
Si queremos comprender mejor su tesis merece la pena que detengamos nuestra atención en este vídeo, una escena de menos de tres minutos que ilustra magníficamente la deriva política de nuestra época. En él podemos ver una asamblea de manifestantes en la ciudad de Richmond en 2011 en torno a lo que se denominó Ocuppy Wall Street, un movimiento de protesta popular contra unas élites económicas a las que acusaban de privatizar las ganancias y socializar las pérdidas. Pues bien, toma la palabra una joven usando una entonación uptalk pronunciando cada frase como si fuera una pregunta —algo que tiende a vincularse a niñas pijas— y procede a explicar que en esa asamblea los participantes podrán intervenir siguiendo un orden por el que aquellos que formen parte de identidades oprimidas por raza, sexo u otra condición tendrán prioridad. A los hombres blancos heterosexuales, por su parte, les corresponde guardar silencio y dar un paso atrás. La audiencia queda un tanto dubitativa y uno de los asistentes responde que esas características no son relevantes para la protesta que los ha reunido, pretende recuperar el enfoque de clase social… Pero termina siendo acallado, como si ya estuviera fuera de lugar allí.
El veneno interseccional ha sido inoculado con éxito. El movimiento Occupy Wall Street queda dividido y los manifestantes neutralizados al ser ahora señalados como «privilegiados» ¡Que revisen su masculinidad tóxica, en lugar de andar pidiendo explicaciones a Goldman Sachs!
Hay quien quiso ver en esta escena una operación psicológica del FBI o de la CIA (tiene su sede en Richmond, por cierto) pero, más allá de especulaciones, encarna a la perfección el momento inaugural de lo que Vivek define como un matrimonio de conveniencia entre la izquierda y las grandes corporaciones. Así, la primera, a cambio de renunciar a sus planteamientos económicos y de clase, obtiene recursos económicos y un formidable altavoz mediático, cultural, educativo… Mientras que las segundas dejan de ser cuestionadas en sus fallos y abusos para lograr a cambio un imprimátur moral y una creciente autoridad política. Porque, recordemos, quien tiene el oro hace las reglas. Lo que nos lleva al siguiente punto, lo woke como capitalismo de amiguetes 2.0 y el esquema ponzi en el que está inmerso.
Estimados clientes, deconstrúyanse
Probablemente el lector habrá percibido cómo desde hace un tiempo a los grandes bancos y corporaciones les encanta aleccionarnos. Uno ve sus anuncios, sus cuentas en redes sociales, los eventos que patrocinan, sus comunicados o las entrevistas a sus directivos y parece que ya no les importara tanto esa vulgaridad que es el dinero sino sermonearnos sobre la importancia del feminismo, del colectivo LGTB, de las fronteras abiertas o del cambio climático. El último ejemplo lo tenemos en el recién quebrado Silicon Valley Bank, donante nada menos que de 73 millones de dólares a Black Lives Matter. Pues bien, Vivek a lo largo de su mencionada obra Woke Inc. enmarca esa tendencia en la distinción básica del ámbito empresarial entre shareholders o accionistas y stakeholders o grupos de interés. La primera cuenta con la definición canónica de Milton Friedman por la que el fin de un negocio es incrementar sus ingresos y se debe a sus accionistas y la segunda, tema recurrente en Davos, cuenta entre sus partidarios al mismo director del Foro Económico Mundial, Klaus Schwab, que ha titulado un libro precisamente Stakeholders Capitalism. Pero la pregunta que Vivek quiere que nos hagamos respecto a esta última es que «si una compañía adopta como propios objetivos políticos/sociales ¿a cambio de qué lo hace?». Su respuesta es múltiple.
En primer lugar, hay un elemento de exhibición de virtud que sirve de cortina de humo para ocultar prácticas más cuestionables. Ahí tenemos a Unilever, multinacional británica propietaria de varias marcas de cosmética y alimentación, una campeona de la causa feminista a ojos del mundo que mantiene una estrecha colaboración con ONU Mujeres. Lástima que el escándalo sobre los abusos sexuales sistemáticos sufridos por sus trabajadoras en las plantaciones de Kenia deje a su cadena de mando a la altura moral de El Prenda. Otro ejemplo lo encontramos en los solemnes posicionamientos antirracistas de Uber en relación a la muerte de George Floyd —se ve que si los taxistas te explican detalladamente sus opiniones sobre la actualidad, esta no podían ser menos—, mientras de forma simultánea promovía una legislación que consideraba a sus conductores contratistas independientes en lugar de empleados. Precarización laboral que precisamente algunos han bautizado como «uberización de la economía». Ahora que mencionamos a Floyd no podemos pasar por alto que Vivek tuvo que dimitir como CEO de su compañía precisamente por su neutralidad/tibieza respecto a este caso al dirigirse a sus empleados ¿Y por qué demonios una empresa farmacéutica tendría siquiera que pronunciarse sobre los abusos policiales o el racismo? Ese es el mundo en el que vivimos.
Lo que nos lleva a otro factor que valora Vivek, las ocasiones en que los directivos marcan ese rumbo al margen de los intereses reales de sus compañías. Bien por miedo a que no hacerlo dañe sus carreras, por un deseo de adquirir más poder político y eludir/trascender sus responsabilidades inmediatas —¡se deben a la salvación del planeta, no a sus accionistas!— o por convicción personal. Este último caso cabe presuponer que es el de la presidenta de Disney, madre de un hijo transexual y otro pansexual (¿?), que ha establecido que al menos la mitad de los personajes de su producción audiovisual sean LGBTQIA y minorías raciales.
En tercer lugar, respecto a por qué una compañía adoptaría como propios objetivos políticos/sociales de la agenda progresista, está el hecho fundamental de que sirve para tener un trato favorable del Gobierno. Es sustancioso este ejemplo citado por Vivek «en enero de 2020, el gigante farmacéutico AstraZeneca anunció con mucha fanfarria en (por supuesto) el Foro Económico Mundial de Davos un nuevo compromiso de inversión de mil millones de dólares a lo largo de 10 años en iniciativas de sostenibilidad ambiental para combatir el cambio climático. Apenas dos meses más tarde, recibió una subvención de 1.200 millones —no un préstamo, sino una subvención— de los contribuyentes estadounidenses para desarrollar una vacuna. Soltar por el sumidero mil millones durante 10 años podrá ser un sinsentido financiero, pero un muy buen trato si a cambio se logran ahora 1.200 millones».
Ya sabíamos que las empresas farmacéuticas debían denunciar ardientemente el «racismo sistémico» y ahora hemos aprendido que también es asunto suyo luchar contra el cambio climático. Los curanderos medievales quizá no fueran muy eficaces pero al menos se centraban más en su tarea.
Una línea similar va perfilando el Departamento de Justicia de Estados Unidos al sustituir progresivamente las multas a empresas, dinero que iría a la caja común federal, por imposición de donaciones a asociaciones a menudo de tendencia progresista. En definitiva, capitalismo de chiringuito. De eso en España sabemos algo.
Por último, hay otro factor en relación a la adopción de la agenda progresista por la élite empresarial y financiera que resulta tan perturbador o más que los anteriores: la especulación. Estaríamos asistiendo a una burbuja «verde» cuyo estallido puede ser comparable o peor a la crisis del 2008. Nos referimos concretamente a los criterios ESG, siglas en inglés de «Environmental, Social and Governance» por los que deben regirse empresas e inversiones. Un sistema apadrinado por el nefasto Al Gore e impulsado por la administración de Obama que mueve ya en torno suyo unos 17 billones de dólares, al que Vivek dedica todo un capítulo. Es un asunto que le preocupa profundamente por la manera en que los fondos de inversión y las autoridades políticas están inflándolo artificialmente. De hecho, ha declarado como experto en ese ámbito ante un comité de la Cámara de Representantes de los Estados Unidos. Si su primer jefe supo prever el pinchazo de las hipotecas subprime, probablemente haríamos bien en prestarle atención a él respecto a esto.
De esta manera, denuncia nuestro autor, en torno a la agenda woke van confluyendo los intereses públicos y privados, pervirtiendo los fundamentos del Estado y del libre mercado. Los Presupuestos Generales se convierten en un botín a rapiñar mientras empresas privadas adquieren un creciente poder político como paladines y activistas de causas por completo ajenas a su nicho inicial, que pasan de foco de deliberación pública a objeto de mercadeo. Sobra decir que este financiero multimillonario está muy lejos de ser comunista, socialista ni nada similar. Le encanta ensalzar el capitalismo como sistema económico y desde luego ha sido muy provechoso para él. Simplemente reconoce su potencial corrosivo en ciertos ámbitos como la tradición o la familia y quiere dar continuidad a esa feliz extravagancia consistente en que el voto de un rico y un pobre, de un CEO y un parado, tengan el mismo valor. Considera que debe protegerse a la democracia y al capitalismo de interferencias recíprocas que los terminen arrastrando a su mutua destrucción. La solución a ello debe ser política.
Por eso ha decidido presentarse a las elecciones inspirado, según dice, por Donald Trump (¡cuánto le debemos!). Propone una batería de medidas que van desde eliminar la responsabilidad limitada de las compañías que se impliquen en agendas políticas, a prohibir el despido por causas ideológicas tan como no puede hacerse por raza o sexo, eliminar la discriminación positiva y las cuotas para recuperar la meritocracia, así como subordinar a las empresas tecnológicas a la Primera Enmienda si quieren seguir prestando sus servicios. Pero, antes que nada, quiere desactivar los fundamentos ideológicos de la doctrina woke que generan una nueva sociedad de castas —como esa que tan bien conoce por su linaje familiar— ahora basada en la intersección de raza, sexo y orientación sexual. Frente a la fragmentación y enfrentamiento social de aquella busca recuperar la nación como vínculo e identidad común. Abandonar el fetiche de la diversidad y reivindicar la unidad. Sus posibilidades de victoria para la nominación republicana actualmente son escasas, pero es un orador brillante que puede ganar muchos puntos en los debates de candidatos y así al menos contribuirá a difundir esas ideas, tal vez luego adoptadas por otros. No es probable a día de hoy que llegue a ganar… pero cosas más raras se han visto.