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El conservadurismo se conserva bien

El breve ensayo Conservadorismo [sic] del poeta norteamericano Peter Viereck (1916-2006) demuestra, para empezar, que el conservadurismo se conserva de maravilla

El breve ensayo Conservadorismo [sic] del poeta norteamericano Peter Viereck (1916-2006) demuestra, para empezar, que el conservadurismo se conserva de maravilla. El libro es de 1956 y se lee ahora —tras comprarlo en una librería de viejo— con un vivísimo interés. Y no me refiero a un interés histórico o testimonial, que puede tener por supuesto cualquier libro de los años 50 sobre socialismo o liberalismo, sino interés práctico y aplicable. Sirve para saber qué pensamos los conservadores actualmente.

Uno de sus cinco méritos principales es que Viereck era un literato. En 1949 ganó el Premio Pulitzer de Poesía por un libro de precioso título: Terror & Decorum. Hay una fecunda tradición de conservadores escritores que va desde los padres fundadores Edmund Burke (cuyo primer libro fue un sublime tratado de estética) y el vizconde de Chautebriand, llegando hasta el Conde de Maistre, retumbante prosista. Los ejemplos abundan: Coleridge, Wordsworth, Balzac, T. S. Eliot, Charles Maurras, John Henry Newman, Mathew Arnold, etc. En Conservadorismo, además de la nitidez de la prosa en sí, esta condición literaria marca una distancia sobre el rifirrafe diario de la política a pie de actualidad que se agradece.

Otro mérito ya lo habrá detectado el curioso lector viendo los nombres propios citados. Viereck abre el abanico a todas las sensibilidades conservadoras. Caben desde los más reaccionarios, encabezados por Maistre —aunque sugiere que el más acabado de los reaccionarios es nuestro marqués de Valdegamas, José Donoso Cortés—, hasta los más liberales, liderados por el vizconde de Tocqueville, donde incluye a nuestro don José Ortega y Gasset. En el justo medio, sitúa a Edmund Burke. No desdeña ni a una banda ni a otra, a diferencia de otros tratadistas más escorados, como el caso del —por otra parte también admirable— Joao Pereira Coutinho.

En tercer lugar, sistematiza a los pensadores conservadores según sus naciones de procedencia, y no por sesgos ideológicos. Siendo el conservadurismo un movimiento ontológicamente enraizado, este método va mucho más hondo que una forma de organizar el material. Toca una fibra honda de pensamiento propio. A propósito, y contra lo que suele ser penosamente usual en los pensadores anglosajones, no ignora las contribuciones del pensamiento conservador español.

En cuarto lugar, sigue con un constante interés la dimensión social del pensamiento conservador, a menudo silenciada. No pierde ocasión de señalar que Coleridge, Disraeli, el príncipe de Metternich, nuestro Donoso Cortés y tantos otros tuvieron un afán especialísimo en elevar la calidad espiritual y material de las clases populares. Hay una alianza entre la aristocracia natural y el pueblo corriente que es netamente conservadora, frente a las clases urbanas y la burguesía ilustrada más liberales o, ahora, progresistas.

Por último, la segunda mitad del libro son fragmentos de ensayos o discursos de muchos de los pensadores conservadores citados. El método no puede resultar más grato a este Barbero del Rey de Suecia que, como saben ustedes, sostiene que unas frases originales, auténticas y bien seleccionadas valen más y mejor que una reseña subjetivista. Van ahora las escogidas de este libro:

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El conservadurismo mal puede ser una cosa sencilla, siendo como es un temperamento implícito, una filosofía menos distinta o clara que los otros ismos famosos.

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La distinción entre autoritario y totalitario separa incluso a los conservadores más reaccionarios de los fascistas, nazis y comunistas. Así lo hace la distinción entre la autoridad monárquica, contenida por las riendas de la tradición, y el anti-tradicional y, por tanto, incontenido despotismo de los advenedizos y plebeyos dictadores del totalitarismo.

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Burke definió al catolicismo como «la barrera más eficaz contra el radicalismo».

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Las libertades parlamentaria y civil fueron creadas no por la democracia liberal moderna sino por el feudalismo medieval, no por la igualdad sino por el privilegio. Estas instituciones libres —Cartas Magnas, constituciones, Witens, Dumas y parlamentos— fueron originalmente fundadas y nutridas por la nobleza medieval, luchando orgullosa y magníficamente por sus derechos históricos contra las dos clases de tiranía, la tiranía de reyes y la tiranía de las masas conformistas.

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La esencia de Burke y del conservadorismo: temor a la inexistencia de raíces. «[Sin ellas] los hombres serían un poco mejor que moscas de un verano».

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Muchos consideran a Tocqueville como el que con más sutil percepción ha combinado lo mejor del liberalismo con lo mejor del conservadorismo.

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Coleridge: «Que la voz de diez millones de hombres que reclaman la misma cosa sea un espíritu, lo creo; pero si ese espíritu es del Cielo o del Infierno, sólo puedo saberlo probando lo que se reclama por las normas de la razón y de la voluntad de Dios»

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Donoso Cortés [marqués de Valdegamas] prefería una aristocracia del intelecto a una aristocracia social.

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La aparición de Lenin y de Hitler ha probado el acierto de la predicción de Donoso Cortés [«el fin de los refrenamientos religiosos y tradicionales dejaría al poder político sin frenos»] haciendo que resulte una de las observaciones más profundas e importantes de toda la historia del pensamiento conservador.

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Goethe: «Todo aquello que libera el espíritu sin un correspondiente crecimiento en el autodominio es pernicioso».

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Los cinco teóricos del conservadurismo alemán (Müller, Haller, Radowitz, Schlegel y Vogelsang— fueron protestantes al comienzo y todos se convirtieron al catolicismo.

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La Revolución Americana no fue sino una restauración. Una defensa de los derechos tradicionales ingleses.

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John Adams: «Nunca hubo una democracia que no cometiera suicidio […] El pueblo es tiránico como cualquier rey. […] El poder absoluto intoxica por igual a déspotas, monarcas, aristócratas y demócratas».

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Jefferson escribió a Adams que él también creía en «la natural aristocracia entre los hombres».

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John Henry Newman: «Un buque francés estaba en Argel; no quise siquiera mirar su bandera tricolor».

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W. G. Sumner: «La propiedad es lo opuesto a la pobreza. […] La propiedad es la condición de la Civilización. […] La familia depende de la propiedad. […] Existe ahora disposición a disculpar la propiedad, incluso mientras se resiste a los ataques que se llevan contra ella. Esto es erróneo. La propiedad debe ser defendida en mérito a su realidad e importancia, y en mérito a su rango entre los intereses de los hombres».

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