Estos últimos días, ustedes ya lo saben, el dictador nicaragüense Daniel Ortega ha acentuado su persecución contra la Iglesia Católica. Así, quien lleva semanas y meses amenazando la libertad religiosa en Nicaragua, dio apenas hace unos días un paso más, secuestrando a Monseñor Rolando Álvarez y avanzando en la destrucción física de la Iglesia de Nicaragua.
En esta tesitura, y frente a lo que la lógica nos invita a pensar, muchos católicos se han girado hacia el Santo Padre y sobre él han descargado su indignación. Que el Papa Francisco está callado es evidente. Frente a lo que muchos esperaban –es cierto que Francisco suele ser presto a la denuncia–, nuestro Padre ha permanecido estos días en silencio. Y demasiados son los que han confundido, confío que benignamente, el silencio papal con la inactividad. Igualmente evidente resultaba que Francisco hablaría por primera vez sobre este asunto en el Ángelus del domingo, pero ya saben, vivimos en la cultura de la inmediatez y etecé.
Pienso yo ahora que el silencio del Papa Francisco resulta más pertinente que nunca
Esta realidad me ha llevado a reflexionar sobre la cuestión de fondo. ¿Qué debería estar haciendo ahora mismo el Papa Francisco? A juzgar por algunas respuestas, muchos desearían ver al Santo Padre gritando desde el balcón de San Pedro, proclamando, qué sé yo, soflamas geopolíticas o improperios contra quien sin duda los merece. En este sentido, esta cuestión, la de la actividad del Papa, se la planteaba hace unos días mi admirado Jaime Cervera en este mismo espacio, «con unos cuantos matices» (sic). Y de su texto –lean a Jaime hoy y siempre– termino por concluir que existe la percepción de que el ruido político resultaría en esta situación más útil que el silencio papal, que se torna «ensordecedor». Ahonda Jaime Cervera en que la diplomacia vaticana culminó su gestión con un «tibio comunicado», pero en cualquier caso siempre será mejor leerlo directamente a él.
La lógica moderna nos pide un discurso radical contra la dictadura de Nicaragua. Pero no. La respuesta de Francisco, silente ante el Sagrario, es la ejemplar
Por el contrario, pienso yo ahora que el silencio del Papa Francisco resulta más pertinente que nunca. No pretendo aquí defender lo indefendible, pero si Jaime ilustra con Santa Catalina de Siena la importancia de la parresía –decir la verdad siempre, ya sea al Papa de Aviñón o a tu vecina–, cabe destacar que esta santa fue llamada por Gregorio XI no por su fama de belicosa, sino por su afán por la santa prudencia. Así, Santa Catalina de Siena invitaba entonces, como nos exhorta hoy, a «tener en cuenta lo siguiente: que todo lo hagáis con mesura».
La lógica moderna nos pide un discurso radical contra la dictadura de Nicaragua. Pero no. La respuesta de Francisco, silente ante el Sagrario, es la ejemplar
De esta forma, el silencio de Francisco cobra sentido. Porque por fortuna el Pontífice no es Biden ni Trump ni Zelensky. La lógica moderna nos pide unas declaraciones grandilocuentes, una campaña de comunicación bélica, un discurso radical contra la dictadura de Nicaragua, y si me apuras hasta una fatua contra el tirano de Ortega. Pero no. Aunque no guste a Jaime Cervera y aunque como Javier Torres deseemos al Cardenal Sarah como Pontífice, la respuesta de Francisco, silente ante el Sagrario, es la ejemplar.
Aunque algunos estén empeñados en querer escuchar al Papa, quizás solo tengamos que hacer silencio, y escuchar un poco más a Dios
Si hemos de creer en un activismo –nos lo recuerda a menudo Robert Sarah– es en el del Sagrario. Porque a veces resulta obscena esa dinámica por la que todo el mal de la Iglesia nicaragüense cesará con la virtud de nuestras decisiones y no con la efectividad de nuestras oraciones. Lo mejor que ha podido hacer el Papa Francisco ha sido encerrarse en su capilla y, arrodillado, poner en manos de Dios el asunto, sabiendo que la Iglesia ha ganado siempre sus combates en la retaguardia orante. Por eso, pienso hoy que aunque algunos estén empeñados en querer escuchar al Papa, quizás solo tengamos que hacer silencio, y escuchar un poco más a Dios.