El monstruo del pantano (I)

USAID, fundada en 1961 bajo la coartada de la ayuda humanitaria, acabó teniendo una agenda política propia e interfiriendo en el proceso democrático

Atravesar las Minas de Moria no podía ser una empresa sencilla para la Comunidad del Anillo. Además de hacer frente a una marabunta de orcos y a un troll de las cavernas, un demoníaco Balrog de Morgoth acabó arrastrando hacia el abismo al mismo Gandalf. Sus compañeros quedaron momentáneamente abatidos, desorientados, el mal había logrado imponerse: el mago gris había muerto ante sus ojos y, con él, también una parte de cada uno de ellos. ¿Era tal vez la hora de aceptar la derrota y regresar a casa?                

Lo vemos también con Paul Atreides en el planeta Arrakis, cuando debe refugiarse junto a las gentes del desierto tras la traición de los Harkonnen y la muerte de su padre. ¿Estaba ya todo perdido frente a fuerzas muchos más poderosas que él? O en el momento en que Batman acaba en una remota prisión, despojado de todo poder, mientras Bane monta una revolución en la ciudad. Ea, fin de la historia. Pero no es cuestión de que las películas concluyan a los 40 minutos con los malos saliéndose con la suya, ya nos los explicó Joseph Campbell en su día. Por eso Gandalf resucita más vigoroso, Atreides se convierte en líder durante su exilio y Batman logra regresar a Gotham con mayor determinación que nunca.

Pues bien, algo parecido podríamos decir de Trump. Ganó inesperadamente en 2016, poniéndose así a lomos de un tigre, el del Estado Profundo, que desde el primer momento quiso descabalgarlo ante su amenazadora promesa de «drenar el pantano». La investigación del FBI sobre una supuesta trama rusa interfiriendo en las elecciones duró casi dos años, costó más de 30 millones de dólares y terminó en nada, aunque mientras tanto alimentara una obsesiva campaña mediática orquestada en su contra. Llegado el 2020, tuvo lugar en torno al improbable mártir George Floyd algo sorprendentemente parecido a las revoluciones de colores financiadas en diversos países por USAID para derrocar gobiernos poco afines que concluyó con sospechas sobre el voto por correo, el bloqueo en todas las redes sociales del aún presidente y un resultado electoral considerado ilegítimo por muchos votantes republicanos. Tras ello, desde las instituciones se fabricaron una serie de procesos penales en su contra que hubieran supuesto hasta 700 años de cárcel, sin más fin que bloquear su candidatura para las siguientes elecciones a las que pese a todo logró presentarse y de paso esquivó una bala. Estaríamos ya ante el decimoquinto asalto frente a Apollo Creed, cuando el guionista ya se ha ensañado bastante con el héroe y ya toca traerlo de vuelta de los infiernos, renacido.

Acabar con el Estado Profundo era una promesa política en 2016, en 2024 ya un reto íntimo, una palabra dada a su yo del futuro invirtiendo aquel lema feminista: «lo político es personal». Muchos han estado preguntándose en los últimos meses, aquí nosotros también, si le dejarían cumplir ese compromiso, si sería capaz de arremangarse y afrontar tan hercúlea tarea que requiere no ya motosierra sino maquinaria pesada de demolición. Solo bajo ese prisma puede llegar a entenderse en todo su alcance la decisión de cerrar USAID, la quintaesencia misma del Estado Profundo. Esa era la criatura que habitaba en el fondo del pantano que quería secar. Y vaya si lo ha hecho, tan tiesa la ha dejado que ahora su web es una página en blanco; hablamos de una entidad que manejaba un presupuesto anual de más de 40.000 millones de dólares que le permite operar en todo el mundo —también en territorio estadounidense— bajo la inatacable fachada de la ayuda humanitaria. Tanto en esta entrevista  con Joe Rogan, como en esta otra con Tucker Carlson, un abogado neoyorquino que hace años se labró un hueco en la alt-right tuitera con el nombre de Frame Game, ahora conocido como Mike Benz, señala la naturaleza de este organismo con una frase hecha entre los burócratas de Washington DC: «cuando es demasiado sucio para la CIA, se lo das a USAID». Se trata por tanto de dos agencias tan estrechamente vinculadas en sus métodos y objetivos que en la práctica resulta difícil distinguir donde empieza una y termina la otra.

Fundada en 1947, la CIA tuvo su primera gran misión en las elecciones italianas del año siguiente para frenar la posible victoria del Partido Comunista. Financiaron para ello al Partido Democristiano, emitieron en los cines películas como Ninotchka, se promovió el envío de varios millones de cartas por parte de inmigrantes italianos en Estados Unidos a sus parientes advirtiéndoles del peligro rojo y en Sicilia, dadas sus elevadas tasas de analfabetismo, hasta se montó un espectáculo de marionetas ambulante de contenido político. Ya en 1950 la CIA organizó en Berlín el Congreso para la Libertad de la Cultura, con intelectuales como Arthur Koestler, Raymon Aron y André Malraux, con el fin de promocionar una izquierda no comunista (empeño recurrente desde entonces) y promovió sendos derrocamientos de gobiernos en Irán y en Guatemala en 1953 y 1954, entre otras actividades.

Tras la fundación de USAID en 1961 bajo la coartada de la ayuda humanitaria ambas pasaron a cooperar en sus misiones en el extranjero promoviendo los intereses estadounidenses, pero como podemos ver en este vídeo su alcance llegaba al propio territorio nacional en cuestiones como la promoción del apoyo popular a la Guerra de Vietnam. Esto termina desembocando en que desarrollen una agenda propia, que interfieran en el proceso democrático favoreciendo sus propios intereses al margen de cuáles sean los del conjunto del país, y alienten o entorpezcan a candidatos de uno u otro lado del espectro político. En las décadas de los 60 y 70 fue la izquierda con sus protestas pacifistas, mientras en los últimos años han sido los republicanos, o más concretamente el movimiento MAGA. De manera que para Trump erradicar toda esta estructura era una cuestión de supervivencia propia, de desagravio personal tras su travesía del desierto, así como de política interna, más allá de que sostenga un discurso partidario de la soberanía nacional de cada país, de rechazo al globalismo, de no intervención en guerras lejanas…etc.    

Hay otra cuestión, no menor, en su decisión del pasado 24 de enero de congelar el funcionamiento de la USAID. Dado que no opera directamente en cada país sino mediante organizaciones subsidiarias, en ocasiones bajo un intrincado esquema de entidades pantalla e intermediarios en operaciones encubiertas, hace notablemente complicado auditar el gasto y evitar que se convierta en un pozo de corrupción. No en vano Musk, encargado desde su departamento DOGE de recortar el gasto federal, ha tildado a USAID de «organización criminal», mientras que según el presidente norteamericano se está encontrando en ella «una tremenda corrupción, fraude y derroche». No deja de resultar curioso que desde finales de enero se hayan incrementado considerablemente en Washington DC las búsquedas por Google de «banco suizo» (amarillo), «banco offshore» (verde), «transferencia bancaria» (rojo), «IBAN» o Número de Cuenta Bancaria Internacional (azul):

Claro que si vemos partidas de gastos como 32.000$ para un cómic transgénero en Perú, 47.000$ para una ópera en Colombia igualmente transgénero (¡qué insistencia!), 20.000$ para un espectáculo de Drag Queens en Ecuador o dos millones para cambios de sexo y activismo LGTB en Guatemala, uno ya solo puede desear que ese dinero se perdiera en los bolsillos de intermediarios sin que llegara a materializarse en nada… Muy significativa en este aspecto es la asociación de USAID con la compañía ucraniana de gas Burisma, donde el hijo del anterior presidente, Hunter Biden, formó parte de su junta directiva. En este vídeo escuchamos a su padre, en 2016 vicepresidente y encargado de asuntos sobre Ucrania, relatar cómo condicionó un préstamo de 1.000 millones de dólares a que se destituyera al fiscal general de ese país, quien según sostienen algunos habría tenido entre sus objetivos a Burisma. Y es también en Ucrania donde USAID ha sido la principal fuente de financiación de los denominados «medios independientes», práctica que ha abarcado en total a 30 países y a más de 6.200 periodistas. Pero sobre las ideas, narrativas e intereses que estos impulsaron ya hablaremos en el próximo artículo.

Nacido en Baracaldo como buen bilbaíno, estudió en San Sebastián y encontró su sitio en internet y en Madrid. Ha trabajado en varias agencias de comunicación y escribió en Jot Down durante una década, donde adquirió el vicio de divagar sobre cultura/historia/política. Se ve que lo suyo ya no tiene arreglo.

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