En mayo, el politólogo Francis Fukuyama (Chicago, 1952) volvió al mercado editorial para convencernos del inmenso error que cometimos al desoír sus predicciones en El fin de la Historia. Lo hizo con su último libro, El liberalismo y sus desencantados. Cómo defender y salvaguardar nuestras democracias liberales. En él, Fukuyama se muestra muy preocupado por los ataques que reciben los liberales a izquierda y derecha. Cree que sucumbiremos al caos si el liberalismo cae, obviando quizá que el mundo ha subsistido durante miles de años antes de su llegada y que la Palabra de Dios no es ni el consenso ni la-democracia-que-nos-hemos-dado (y viceversa).
Si Fukuyama reconoce los errores del liberalismo es para llamarnos a su práctica más pura, algo así como cuando nos contaban que el comunismo no se ha aplicado bien
Por otro lado, Fukuyama pretende rescatar a los populistas y radicales y devolverles al redil dándose algunos (flojitos) golpes en el pecho. Reconoce, por ejemplo, que el capitalismo salvaje nos metió en la crisis financiera del 2008, con la que pasamos a vivir en otra época. Lo llama “neoliberalismo”, una idealización del mercado que vio en la desregulación y el enanismo estatal el remedio para todos los problemas. Y nos da la venia para criticarlo. También concede permiso para censurar la ideología woke, que victimiza a las personas tras agruparlas en distintas identidades y abre la puerta a la lucha de las nuevas clases.
Eso sí, estos pequeños azotes no son en realidad actos de penitencia, sino señuelos para tranquilizar a los que en su día votaron naranja y a quienes todavía idolatran la Constitución como la panacea. Si Fukuyama reconoce los errores del liberalismo es para llamarnos a su práctica más pura, algo así como cuando nos contaban que el comunismo no se ha aplicado bien.
La defensa moral del liberalismo queda, por lo menos, coja cuando le quita a la libertad su fin último, que es el bien
Del elenco de blasfemias modernas, una de las más dolorosas es negar la sacralización de la autonomía humana. Para Fukuyama, la dignidad de la persona se basa en su libertad, en su capacidad de elegir. Incluso acude al Génesis para dar un barniz religioso al asunto. Adán y Eva eligen, y eso les distingue del resto de seres creados. No obstante, celebrar el pecado original no parece demasiado acertado. Cabe recordar que, por esa elección, Adán y Eva fueron expulsados del Paraíso, con todo lo que acarreó aquello. La felix culpa no fue barata. Conociendo la historia, si pudiéramos elegir de nuevo, ¿qué pasaría? ¿Comeríamos del fruto?
La defensa moral del liberalismo queda, por lo menos, coja cuando le quita a la libertad su fin último, que es el bien. La capacidad de elegir es buena, sin duda, pero deja de serlo si escoge el mal. Adán y Eva cometieron un craso error. Su capacidad de optar por el pecado y, de hecho, hacerlo, no es, ni mucho menos, algo a celebrar, señor Fukuyama.
Con todo, el politólogo y sus discípulos negarán la mayor y seguirán defendiendo el «derecho» a elegir por elegir. También el mal. El caso es sentirse suelto, como el burgués aburrido que no sabe a qué dedicar su día o el soltero que «puede» apuntarse a todos los planes, sin reproches conyugales. Es decir, sin las «cadenas» del bien y la plenitud. Quizá nos espere otro libro de Fukuyama a la vuelta de diez o quince años.