La primera de las tres leyes de Robert Conquest sobre la política reza que «Todo el mundo es conservador en aquello que conoce mejor«. Cuán verdadera es esta afirmación acabamos de comprobarlo con la conversión de los alemanes progres a lo que hasta finales de septiembre pasado llamaban «xenofobia». Menos de una década después de recibir una avalancha de inmigrantes asiáticos y africanos en su ordenada sociedad, los alemanes se han transformado en expertos en multiculturalismo y, en consecuencia, en conservadores, aunque todavía voten a partidos de izquierdas.
Cuando el político socialdemócrata Olaf Scholz llegó a la cancillería en 2021, era el primer izquierdista en dieciséis años. Ese largo período lo había ocupado Angela Merkel, del partido centrista CDU, con distintas alianzas. Scholz tuvo que formar una coalición con los liberales y los verdes, ya que la molesta Alternativa para Alemania (AfD) quitaba escaños a los demás partidos.
En su primer discurso en el Parlamento federal, pronunciado en diciembre de 2021, Scholz afirmó que Alemania es “un país de inmigración” y, por ello, propuso rebajar las condiciones para obtener la ciudadanía alemana para los extranjeros, aparte de buscar más inmigrantes. De acuerdo con el Zeitgeist (espíritu del tiempo) dominante, anunció nuevas medidas para eliminar los combustibles fósiles de la economía y salvar el planeta del calentamiento global; además, pidió a todos los alemanes que se inoculasen contra la covid y embistió contra los negacionistas de las vacunas.
Deportar a inmigrantes ya no es xenofobia
Sin embargo, en los últimos días Scholz y su gobierno progre han dado un giro tan radical en el asunto de la inmigración que les ha colocado codo con codo con AfD. El canciller declaró en una entrevista a la revista Der Spiegel (número del 21-X-2023) que venían al país demasiados inmigrantes de manera ilegal, que eran inasimilables y que su Gobierno iba a deportar más y con mayor rapidez.
Pasmo en la tertulianada progresista, liberal y moderada. ¡El canciller socialista, copiando el discurso de AfD! A partir de ahora, reclamar la deportación de inmigrantes, ¿deja de estar tipificado como xenofobia y racismo?
Merkel se ganó las bendiciones laicas de los guerreros del bien y de los plutócratas cuando en 2015 reventó la política común de la Unión Europea y llamó a cientos de miles de supuestos refugiados sirios a instalarse en Alemania. ¡Más de un millón entró en el país (sólo un 40% eran sirios) y pasaron a recibir alojamiento, asistencia y subsidios por parte del Estado! Con este acto de solidaridad, Merkel dejó de ser la ogra de la austeridad para mudar en la mamá de los inmigrantes.
Tal vez era lo que ella buscaba, pero ha destrozado su país. En su conversión al pensamiento políticamente correcto, la democristiana (que antes militó en las juventudes comunistas de Alemania oriental), afirmó más tarde que el islam forma parte del ser alemán y, cómo no, que la inmigración «beneficia a todos».
Este era el discurso de las diversas izquierdas que, después de que la caída del muro antifascista mostrase los horrores y los fracasos del socialismo real, buscaban una nueva causa en la multiculturalidad y un nuevo electorado en los inmigrantes nacionalizados. Merkel introdujo a la CDU en el nuevo credo y, a partir de entonces, en Alemania existió un discurso único, que condenaba a la muerte civil a quien lo criticase. Como éste era el caso de AfD, el partido soberanista fue investigado como enemigo de la democracia por los servicios de inteligencia.
Pero este panorama que hace feliz a los empleados de la Open Society y otras ONG se ha oscurecido. ¿Y por qué Scholz ha apagado el sol? Vemos cuatro motivos.
Derrotas electorales
El canciller anunció su adhesión a las necesidades de las deportaciones y los controles después de un viaje a Israel, que está viviendo una campaña militar contra Hamás. Sin duda, el espectáculo inquietante de docenas de miles de manifestantes musulmanes en las capitales europeas ondeando banderas palestinas, reclamando la desaparición de Israel y hasta aplaudiendo los asesinatos perpetrados por Hamás, ha influido en ello. Se han corroborado los pronósticos de Enoch Powell, Jean Marie Le Pen, Viktor Orban y otros malditos: el asentamiento de millones de personas venidas de otros continentes, con otras culturas y religiones, crearía guetos y violencia en las naciones europeas.
Aventuramos que semejante giro radical no se debe solamente a las quejas que Scholz haya podido recibir del primer ministro israelí, sino, además, al mayor argumento al que atienden los políticos demócratas: las elecciones.
El 8 de octubre, el SPD obtuvo sólo un 8,4% del voto en las elecciones al Parlamento de Baviera; fuera de Múnich, el partido no existe. El mismo día se celebraron elecciones en otro estado, Hesse, y el SPD cayó a un 15%. En ambas, la AfD superó a los socialistas. En febrero había habido elecciones en el estado de Berlín, un lugar muy favorable a las izquierdas. Por primera vez, el SPD bajó del 20%, perdió la condición de lista más votada, que tenía desde 2001, y le superó la CDU, acontecimiento que no ocurría desde 1999.
La inmigración, la identidad alemana y el islam son los asuntos más decisivos para una parte muy principal del electorado. El único partido de ámbito nacional que los lleva en su programa es AfD, y éste no para de subir, a pesar de los anatemas que los predicadores laicos lanzan contra él, mientras que el partido del Gobierno no para de bajar.
Entonces, si Scholz quiere bloquear la sustitución del SPD por los Grünen como primer partido de la izquierda, debe apropiarse de las promesas de AfD.
«Malditos» también en la izquierda
Tan convulso es el ambiente que hasta sectores de la extrema izquierda se están olvidando de la ideología de género para recuperar su antiguo discurso centrado en la clase obrera y hasta la patria. He aquí el tercer factor, que tiene nombre de mujer y apellido impronunciable: Sahra Wagenknecht (54 años).
Esta política ha salido de Die Linke (una especie de Podemos) y está montando su propio partido, BSW. Entre los puntos destacados de su programa, para escándalo de los biempensante, se encuentra la atribución a la inmigración de la bajada de sueldos de la clase obrera, la destrucción de los servicios públicos y el aumento de la delincuencia. Wagenknecht quiere que su partido, en formación, crezca a costa de los alemanes que «no votan por AfD porque sean de derecha. Votan por AfD porque están enfadados»; pero el primer objetivo serán los votantes de izquierdas.
Termine como termine la plataforma BSW, se trata de otra voz con acceso al debate público que arremete contra la desastrosa política de inmigración aprobada por la partitocracia, justificada por las grandes empresas y las ONG y animada por los medios de comunicación.
Y, por último, no descartamos que en el cambio de Scholz haya influido el miedo del Poder a que AfD, que en esta legislatura tiene 83 diputados en el Bundestag, sea la minoría mayoritaria después de las próximas elecciones federales. La consigna es que no se puede dejar el sentido común a los outsiders.
Así se explica que, unos días después de la entrevista de Scholz, la ministra de Interior, también del SPD, viajara a Marruecos a firmar una cuerdo para la deportación de inmigrantes. Y el Bild, el periódico más vendido de Europa (editado por el grupo Axel Springer, cuyo apoyo les es imprescindible a los políticos para ganar elecciones), ha publicado un manifiesto con 50 normas básicas de conducta dirigido a los nuevos alemanes.
Otro dogma progre que cae
Desde que empezó la guerra en Ucrania, el establishment alemán ha demostrado su hipocresía, ya que para cubrir las necesidades energéticas de la población y, sobre todo, de la industria, ha arrumbado sus supersticiones climáticas y ha recurrido al carbón. Ahora, la partitocracia se prepara para abjurar de otros dos de sus dogmas capitales, como la multiculturalidad y la inmigración.
Quizás no se consigan los objetivos de las deportaciones enunciados por Scholz, como ha advertido un sindicato policial, pero los identitarios y soberanistas han ganado una batalla por el relato. La dura realidad ha irrumpido en los palacios.
Dinamarca, Finlandia, Polonia, Hungría y Suiza aplican ya políticas contra la inmigración descontrolada. A este grupo se han unido Suecia y Alemania. ¿Qué tiene que pasar para que el Gobierno y los ciudadanos españoles sean, de verdad, europeos, cuando aún estamos a tiempo de evitar que nuestras ciudades se conviertan en otra Marsella o en otra Rotherham?