La figura de Hanna Arendt parece ligada en exclusiva al ámbito de la teoría política. Centrados en la reflexión sobre los mecanismos sociales que explican el funcionamiento ideológico de los totalitarismos, libros clásicos como el Ensayo sobre la banalidad del mal lo probarían. Si se pidiese a sus lectores asociar algún nombre con su objeto de estudio, ¿a cuál de ellos se le ocurriría mencionar a Hermann Broch en lugar de a Adolf Eichmann? Sin embargo, una veta subterránea de su obra que contribuye, aunque sea indirectamente, a explicar la agudeza de su mirada filosófica gira alrededor del poder creador de la palabra. A no pocos sorprenderá saber de la faceta casi desconocida de poeta que la autora de Los orígenes del totalitarismo practicó desde su juventud y que hace unos años fue expuesta en un volumen de sus Poemas (Munich, 2016).
Aunque desiguales por extensión y por aliento, la lectura de sus páginas nos permite asomarnos a la postura de Arendt sobre algunas de las oposiciones esenciales de la filosofía tal como ella la concibió
A fin de intentar cubrir mínimamente esta laguna entre nosotros, con el título de Pensamiento y poesía el Instituto Juan Andrés publicó en 2021, editada por Gloria Bosch Roig, una selección de textos teóricos y críticos de Arendt sobre la obra de arte y sobre algunos pensadores muy próximos a su vida como Martin Heidegger, Walter Benjamin o el ya citado Broch. Entre unos y otros capítulos aparecen intercalados algunas poesías que dan cuenta de la evolución de la sensibilidad literaria y filosófica de su autora.
Aunque desiguales por extensión y por aliento, la lectura de sus páginas nos permite asomarnos a la postura de Arendt sobre algunas de las oposiciones esenciales de la filosofía tal como ella la concibió: pensar y conocer, sobre todo, así como intuición y metáfora, pensamiento (nous) y palabra (logos), los sentidos de la vista y el oído, y, a lo lejos, el rumor de Atenas y Jerusalén bajo el signo del antisemitismo contemporáneo.
El pensar necesita la palabra para proporcionar al hombre la morada que hace brillar en medio de su fragilidad la permanencia de la vida
Me gustaría subrayar dos ideas de Arendt que de manera explícita o sugerida dirigen el hilo de esta breve antología. Por una parte, la radicalidad del pensamiento como una actividad del espíritu, completamente interior e invisible, solo alcanza a manifestarse en la obra de arte. Si el conocer, proceso característico del homo faber, se dirige a la posesión de la realidad, el pensar se sustrae a cualquier finalidad o utilidad. No se trata de reivindicar la inutilidad de la contemplación. Esta trascendería cualquiera de esas categorías para garantizarles su ejercicio humano. El pensar necesita la palabra para proporcionar al hombre la morada que hace brillar en medio de su fragilidad la permanencia de la vida. En ese punto la conflictiva relación desde Platón entre el poeta y el filósofo se transfigura iluminando la existencia. Dice Arendt: “La metáfora como puente sobre el abismo que separa las actividades internas y el mundo de las apariencias es, probablemente, la mayor aportación del lenguaje al pensamiento y con ello a la filosofía”.
Por ello, en segundo lugar, el movimiento que caracterizaría al filósofo como al poeta sería el de dar un paso atrás para no dejarse arrastrar y poder resistir así la impersonalidad o la violencia de la historia. Aun en medio del fracaso, la cobardía o la desesperación, protegen con su ejemplo la fuerza de la vida. Mérito de Heidegger, Benjamin o Broch sería haberse puesto críticamente a la escucha de la tradición desde el presente.
Hanna Arendt había descubierto que en el núcleo de la filosofía el imperativo ético debía conjugarse poéticamente
Si Ser y tiempo se había alzado contra el molde de la filosofía de su época, el Angelus novus retendría – como flanêur o coleccionista- las ruinas dejadas por el vendaval del progreso. En busca del «absoluto terrenal», Broch, el «poeta renuente», convencido de la preeminencia de la ciencia sobre el arte, habría buscado, frente al misterio del sufrimiento y la muerte, una escatología positivista y una redención inmanente: “Si la política se hubiera convertido en eso que él exigía, sería una «obra de arte ética». […] Por lo tanto, la política era para Broch poesía, la creación del mundo una ciencia y, al mismo tiempo, la ciencia poesía”. Así, el autor de la muerte de Virgilio era capaz de abandonar cualquier actividad intelectual antes que evadirse de una demanda de ayuda humana.
Hanna Arendt había descubierto que en el núcleo de la filosofía el imperativo ético debía conjugarse poéticamente.