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Larga vida, Cowboys

Ahora que comienza el curso académico, vuelven los partidos de Liga y Champions, los quioscos se colman de colecciones recién estrenadas —construya su propio Ferrari Testarossa— y las editoriales lanzan su rentrée con ganas, voy a permitirme hacerles una recomendación. Aunque no una recomendación cualquiera, nada baladí, no. Les voy a hacer una de esas que sólo haría a mis mejores amigos —y de hecho así ha sido hasta ahora—, porque haciéndola les estoy dando una parte enorme de mi educación sentimental. Fíjense bien. El consejo, la sugerencia, la recomendación es que escuchen, en cuanto regrese a antena, Cowboys de Medianoche, si es que aún no lo hacen. 

¿Cómo expresar que un programa de radio, grabado en un frío estudio por el aire acondicionado, se ha convertido a fuerza de cariño en tu casa?

Ahora bien, si, por suerte, ya los escucha, si ya es un Cowboy más, puede decidir seguir leyendo, abriendo apetito a la nueva temporada que se viene o directamente saltar hasta las últimas líneas de esta apología. Y pueden hacerlo porque lo que yo siento hacia nuestro querido programa es, probablemente, lo que sienten todos ustedes. Ya decía Paco Umbral en algún sitio que «escribiendo mi propia historia, escribo la de todos». Y escribir lo que uno siente al escuchar Cowboys de Medianoche, con Luis Herrero, Luis Alberto de Cuenca, Eduardo Torres-Dulce y, claro, José Luis Garci, no iba a ser diferente. ¿Cómo se puede expresar sin riesgo a ser tomado por exagerado que, viernes a viernes, al escuchar las primeras notas de una sintonía ya tiene sus pelos de punta? ¿Cómo expresar que lo que en su día fueron unas voces desconocidas, que apenas distinguías unas de otras, se convirtieron en amigos de los que parecer conocer todo, hasta la intimidad? ¿Cómo expresar que un programa de radio, grabado en un frío estudio por el aire acondicionado, se ha convertido a fuerza de cariño en tu casa?

Lo digo para que conste la magnitud de la pasión que uno puede sentir por su juguete favorito, el que siempre elige. Vamos, lo que es Cowboys de Medianoche para mí

Yo empecé a escuchar Cowboys de Medianoche cuando era un adolescente, sí, y, además, éramos cuatro gatos. Era como que los que lo escuchábamos lo tuviésemos que hacer un poco subrepticiamente. Una pequeña radio transistor —no se sabía lo que era el podcast y no tenía iPod tampoco— que un crío metía en la madrugada bajo la almohada intentando que su madre no le pillase. Me distancié cuando pasamos a ser multitud, con cierta resignación y un poco de pataleta, pero hace ya algún tiempo que he vuelto al redil, estoy al día en los episodios y se me ha acogido como al hijo pródigo, vamos, con los brazos abiertos. Creo que siempre resulta difícil compartir las cosas que más le gustan a uno, sus juguetes favoritos, y por eso me enfadé. Y lo digo para que conste la magnitud de la pasión que uno puede sentir por su juguete favorito, el que siempre elige. Vamos, lo que es Cowboys de Medianoche para mí.

Escuchar a los Cowboys hablando de cine, hablando de vida, valga la redundancia o escucharlos hablando de nada, sencillamente, divagando, sabe a todas las conversaciones que han merecido la pena en nuestras vidas

Cowboys de Medianoche son los obligados y agradecidos saludos a esa compañía Telefónica; el poema del bardo leído con su tranquila voz; las definiciones sobre lo que es un podcast sin, quizá, darse cuenta de que ellos son, precisamente, la mejor definición; Conchita Campmany; el final alternativo de Casablanca o de The Killers, de Hemingway; las novias de Garci -que ha dejado atrás, parece, a la Chastain-. Los golpes de estado contra Herrero; el veto a Schütz; el cine como vida de repuesto; el recuerdo constante a David Gistau; Frank Sinatra; el fútbol como vida de repuesto; las memorias de cuatro niños mayores, que es un poco, lo que son esas cuatro voces amigas: adultos con la ilusión de niños. Escuchar a los Cowboys hablando de cine, hablando de vida, valga la redundancia o escucharlos hablando de nada, sencillamente, divagando, sabe a todas las conversaciones que han merecido la pena en nuestras vidas. Nos devuelve a la felicidad que llevamos dentro, a esos encuentros con amigos de los que siempre te llevas un «me alegro de verte» sincero y un par de buenos títulos de libros y películas. «El otro día me he visto y pensé que te gustaría». Escuchar Cowboys nos permite colarnos, boquiabiertos, en la magia y pasión por el cine y la vida misma. Y todo ello hecho conversación.

Hace algunos años el señor fiscal me bautizó Cowboy en una dedicatoria. «A Iñako, Cowboy, de su amigo Cowboy. Eduardo», puso. Por eso hoy, investido de esa escasísima autoridad, escribo estas líneas, quizá demasiado imperativas, pero justas, cariñosas y agradecidas. Comiencen a escuchar Cowboys de Medianoche. Dentro de un tiempo también ustedes se verán obligados a expresar y contagiar lo mismo que yo he intentado con estas palabras. Supongo que bastaba con un sencillo «Gracias por tanto y larga vida, Cowboys», pero me sabía a poco. Escucho acordes de guitarra. Suena un lejano «Everybody’s talkin’ at me». Ya estoy inquieto. 

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