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Lenin

El leninismo sigue presente. Se invoca su figura en las universidades norteamericanas y de todo el mundo, en China y en la Unión Europea

El personaje más influyente y decisivo políticamente en el siglo XX y todavía en el XXI no es Carlos Marx (1818-1883), sino su devoto admirador Vladímir Ilyich Ulyanov (10. IV. 1870-21. I. 1924), de familia acomodada, más conocido por Lenin, “el que pertenece al río Lena”. Apodo adoptado en 1901  tras su destierro de tres años (1897-1900) cerca de ese río siberiano junto a su esposa Nadezhda (Nadia) Krúpskaya (1869-1939), de familia noble empobrecida. Fue Lenin, un milenarista fanático de la utopía comunista, die wahre Demokratie, la democracia auténtica, quien hizo famoso a Marx consolidando el socialismo como la religión intramundana[1] dominante en el mundo entero en sus distintas versiones. Hasta las iglesias protestantes y la católica la han hecho suya a través de los mitos de la justicia social, el igualitarismo, etc. «No habiendo logrado que los hombres practiquen lo que enseña, la Iglesia actual ha resuelto enseñar lo que practican» (Nicolás Gómez Dávila).

1.-  Los testimonios sobre la sincera admiración y respeto de Lenin por Carlos Marx, importado a Rusia, dónde era más conocido que en el resto de Europa, por revolucionarios de varias tendencias,  son innumerables. Según uno de sus biógrafos, consideraba sus escritos «escrituras sagradas»; como un «dogma religioso», que «no debe ser cuestionado sino creído». Lenin tenía «una fe inquebrantable, una fe religiosa en el evangelio marxista», decía el escéptico Bertrand Russell.  

     Sin embargo, no era ideológicamente marxista salvo en la creencia de que había descubierto las leyes de la historia. Marx, reconocía Schumpeter, era científicamente muy rigoroso y su discípulo ex lectione era un cientificista  que despreciaba los hechos que no se ajustaban a sus argumentos, aborrecía el compromiso y  admitía raramente  sus propios errores.  La importación de Marx contribuyó a occidentalizar Rusia, «uno de los países asiáticos más ignorantes, medievales y vergonzosamente atrasados” decía Lenin, quien se propuso convertir el Imperio de los zares en la URSS, el único Imperio mundial.

Un ejemplo de sus diferencias con  Marx: para el pensador alemán, la evolución hacia el socialismo sólo podría tener lugar en países capitalistas con un proletariado industrial desarrollado, que se emanciparía sin necesidad de acudir a una revolución. En cambio, Lenin consideraba necesaria la “dictadura democrática del proletariado” dirigido por un partido de vanguardia revolucionario firmemente cohesionado, que proporcionase a las clases trabajadoras la conciencia política (educación y organización) y liderase la lucha contra el Capitalismo.[2] Tampoco le daba importancia a la teoría de la plusvalía, la clave del pensamiento socioeconómico de Marx. Según Lenin, «lo fundamental en la doctrina de Marx  es la lucha de clases. Así se escribe y se dice con mucha frecuencia. Pero esto no es exacto. De esta inexactitud se deriva con gran frecuencia la tergiversación oportunista del marxismo, su falseamiento en un sentido aceptable para la burguesía».[3] Etc. Lenin pensaba en el homogéneo hombre nuevo con el que desaparecerían todas las diferencias.

2.- El matrimonio Ulyanov, que no pudo tener hijos por un defecto físico de Nadia Krúpskaya,  consiguió huir de Siberia a Europa occidental. Regresaron a Rusia al estallar la revolución de 1905 contra el zarismo  al mismo tiempo que tenía lugar la guerra ruso-japonesa (8.II.1904-5.IX.1905), que terminó con la derrota del Imperio ruso y la afirmación del japonés como la potencia asiática capaz de enfrentarse a las occidentales. A la verdad, esa revolución no pasó de ser un amplio movimiento social que pedía mejorar la lamentable situación de las clases populares. Pero fue el prolegómeno de la de Lenin, a causa del “domingo sangriento”: el 22 de enero de 1905 fue reprimida violentamente  a las puertas del Palacio de Invierno de San Petersburgo por la guardia imperial, que mató unas 2000 personas, entre ellos mujeres y niños,  una pacífica manifestación dirigida por el sacerdote Gueorgui Gapón de más de 150.000 obreros y campesinos ortodoxos, que  enarbolaban cruces e iconos y retratos del zar Nicolás II -que se encontraba ausente-, al  que querían entregar una petición de mejoras laborales. La noticia se propagó por toda Rusia, hubo motines y revueltas que fueron reprimidas, el malestar se extendió por todas las capas de la sociedad rusa, no se olvidó la absurda respuesta del gobierno y se conservó muy vivo el recuerdo del luctuoso suceso.[4]

Las revoluciones auténticas se preparan antes en las cabezas, decía Ortega y la revolución bolchevique destinada a cambiar el curso de la historia universal comenzó ese domingo. Fue una revolución “suspendida” decía Gonzague de Reynold,[5] “inacabada” dice Stéphane Courtois.   Pues, como decía también Ortega en La rebelión de las masas, “toda realidad ignorada -en este caso la situación manifiestamente mejorable de la mayoría del pueblo ruso- prepara su venganza”. La revolución aplazada tuvo tres fases.

Lenin y su esposa se exiliaron de nuevo en 1907 al fracasar la primera fase en la que aparecieron ya, por cierto, los soviets en la escena. Regresaron en 1917, durante la segunda fase: la revolución “burguesa” de 23 de febrero de 1917, que obligó al zar a abdicar. Revolución sobrevenida casi casualmente, pues los burgueses revolucionarios no tenían políticos de talla. A Kerensky, segundo presidente de la República en los pocos meses del gobierno provisional, le llamaban “el payaso”. Lenin, más bien Trotski, inició la tercera fase revolucionaria en el mismo año 1917, en el que «comienza una nueva época. Concluye la historia de Rusia,  empieza la de la URSS e inicia también una nueva era   para la humanidad».[6] Ambas fases, la burguesa y la leninista, tuvieron también lugar durante otra guerra, la Gran Guerra europea devenida mundial de 1914-1918. La burguesa era  partidaria de continuar la lucha contra los Imperios centrales; la proletaria, una revolución de intelectuales que se apresuraron a firmar la paz de Brest-Litovsk para comenzar la tercera fase, que duró prácticamente, aunque podrían distinguirse subfases, hasta la implosión de la URSS en 1989-1992.

3.- Lenin, «el gran maquinista de la revolución”,[7]que impuso la mentalidad tecnolátrica en la URSS al describir  su revolución como “soviets y electrificación” —el Estado como una gran empresa capitalista— era un hombre muy culto, que conocía además perfectamente el alemán el francés y el inglés.  Gran lector, muy interesado en la revolución francesa, en especial por los jacobinos —“teóricos furiosos” (Burke), los primeros totalitarios según el sentir común—[8] leyó seguramente la profecía de Sylvain Maréchall en el Manifiesto de los iguales (1795): «La revolución francesa es  sólo la precursora de una revolución  mucho más grande, mucho más solemne, y que será la última». Sería la Gran Revolución de la Igualdad, otra revolución aplazada confundida con la revolución democrática que comenzó en la Edad Media según Tocquevilie y Rodney Stark remonta al Imperio Romano al convertirse las mujeres y los esclavos al cristianismo.[9]

Lenin era nacionalista según Trotski. Pero, lector de Bakunin, porque «la revolución empieza por casa» y Moscú era, según el mito, la Tercera Roma,[10] pensaba seguramente en Maréchall cuando sentenció «Rusia no es más que una etapa hacia la revolución mundial».  En el exilio había comenzado ya a difundir la idea de transformar la Gran Guerra en una revolución del proletariado europeo que preparase la utópica revolución mundial de la igualdad, la clave de su pensamiento, su acción política y su éxito, muy distinta de la revolución de la libertad –“¿libertad para qué?”, le respondió Lenin a Fernando de los Ríos en 1920- iniciada por el cristianismo.   

4.- Lenin y Trostki, que se había pasado de los mencheviques conciliadores a los bolcheviques intransigentes, dieron el golpe de Estado el 25 de octubre según el calendario juliano vigente entonces en Rusia, el 7 de noviembre según el calendario gregoriano de 1917, aprovechando hábilmente el vacío de poder. Fueron Diez días que estremecieron el mundo, tituló el periodista marxista norteamericano John Reed un libro  publicado en 1919.[11]  La revolución propiamente dicha, destinada a cambiar el rumbo de la historia universal, vino después. No como una revolución política exclusivamente rusa, sino como el inicio de la revolución mundial del proletariado, que redimiría definitivamente a la Humanidad. Revolución religiosa que comenzó con la etapa  del Terror, que duró diecinueve meses y medio (septiembre de 1918-enero de 1920)  con una media anual de 1,5 millones de muertos.[12]

Vladímir Lenin es un ejemplo de lo que decía Walter Schubart sobre la religiosidad de los rusos: «En los rusos todo es religioso…, hasta el ateísmo. Ofrecieron al mundo, por vez primera y en gran estilo, el insólito espectáculo de un ateísmo religioso, o con otras palabras: una pseudomórfosis de la religión, el nacimiento de una creencia en forma de incredulidad, una nueva doctrina de salvación en la figura de la perdición, de la impiedad. Su religiosidad… no tiene nada de europeo, se lanza, afanoso de dogmas, para apoderarse de una doctrina que procede de la Europa racionalista. De ahí el profundo antagonismo que hace estallar desde dentro el ateísmo ruso, y con él el bolchevismo: la contradicción entre el ideal y los métodos; entre el objetivo de la paz y de la humanidad, y los medios de terror y de crimen, marcas típicas de la del alma rusa. Si se quiere caracterizar el bolchevismo con una frase tajante, podría hacerse con esta fórmula: en manos de los rusos el marxismo ha llegado a ser una religión; y con mayor precisión: una apariencia de religión. Porque no puede llamarse “religión” un movimiento que considera grandezas absolutas unos valores finitos —sin la nota de una totalidad que todo lo abarca—, unos simples retazos, unos fragmentos del universo».[13] Mas, como dice John Gray en The New Leviathans. Thoughts After Liberalism,[14]«los ateos, nihilistas y terroristas rusos pretendían divinizar la especie humana, en lugar de “aprender a vivir sin Dios”».

 Para entender a Lenin, incluidos sus crímenes, es preciso tener en cuenta ese carácter profundamente religioso, que le impulsó a odiar a Dios —como un gnóstico diría Voegelin—, porque el mundo no es perfecto: “cada pensamiento dedicado a Dios es una vileza indecible”. Su apasionado ateioísmo[15] hizo de él  un líder carismático como los de Max Weber:  «la pasión, decía Weber, no convierte a un hombre en político si no está al servicio de una causa y no hace de la responsabilidad con respecto a esa causa la estrella que oriente su acción».

5.- El joven Lenin, fiel ortodoxo, buen estudiante y muy enmadrado —tuvo siempre a su familia en lugar preminente—, nunca se había interesado por la política.[16] Pero dolido, como es natural, por la muerte de su hermano mayor Aleksandr en 1887, ahorcado por participar en un complot anarquista para asesinar a Alejandro III —Lenin le vengaría ordenando asesinar al zar y a toda su familia—, comenzó a relacionarse con grupos revolucionarios y, movido por el odio, se convirtió en un activista político. Figura sobre la que teorizaría más tarde como una profesión cuasi sacerdotal dedicada a redimir a la Humanidad encarnada en el proletariado. “Salvo el poder, todo es ilusión”, creía y decía Lenin y concibió el partido del proletariado como una comunidad o pouvoir spirituel comteano  y la tropa de choque de la Historia contra el “capitalismo monopolista de clase”. Capitalismo que era y sigue siendo el Satanás de la fe socialista. El partido era la casta sacerdotal  que dirigía  la revolución igualitaria impulsando el stajanovismo y el gaganovismo de modo que no hubiese horas libres de trabajar, sino actividades libres, para conseguir la igualdad total  en la que, al ser todos hombres nuevos iguales en todo siguiendo las instrucciones de la nomenklatura, se supone que todos serían libres.

Deslumbrado por la novela ¿Qué hacer? (1862) de Nikolai Chernyshevski, uno de los  líderes del movimiento populista (naródnik)[17] de tendencia socialista, cambió Lenin su fe ortodoxa por la fe en la ciencia, fundó la religión comunista como una herejía más radical de la socialista y, como adivinó Nietzsche —-die Zeit kommt, wo man über Politik umlernen wird—, cambió el sentido de la política, que busca el equilibrio entre la libertad y la seguridad, convirtiéndola en revolucionaria. La Revolución permanente sobre la que teorizó Trotski,[18] el cambio continuo que lleva al totalitarismo según Hannah Arendt. El pensador brasileño Olavo de Carvalho decía que las ideas de Lenin y Gramsci coinciden con las de Wyclff,  Huss Müntzer y otros mesiánicos y para el mesiánico Lenin cientificista, quien nunca tuvo muy en cuenta los hechos, “no hay dogma marxista. El marxismo es la gestión científica de los asuntos humanos”.

     Seguidor de la rama marxista de la socialdemocracia alemana, rival de la más pujante socialdemocracia lassalliana contra la que reaccionó Bismarck, se distanció de la liberalizante de su maestro Gueorgi Plejánov (1857-1918), considerado el ”padre” del marxismo ruso,  y fundó el marxismo-leninismo. Ideología que tiene más de Lenin —casi todo— como religión Ersatz, sustitutoria, que de Marx, ateo, pero no movido por el odio.  “Dónde está Lenin, allí está Jerusalén”, decía el  filósofo marxista Ernst Bloch.

Así como Marx invirtió a Hegel para fundamentar el socialismo,[19] Lenin invirtió a Marx para fundar la religión del odio. No obstante, la hagiografía presenta a Carlos Marx como Moisés y a Vladímir Ilích Ulyánov, un eslavo de “rostro mongol (Fernando de los Ríos)  occidentalizador en tanto marxista, como el Josué que derribó las murallas del capitalismo burgués. Ciertamente, a costa de millones de víctimas ordenadas por él y sus discípulos en Rusia  y el resto del mundo.

No obstante, a partir de la  denuncia de los crímenes de Stalin por Nikita Jrushchov en 1956, Lenin es el bueno y el malvado su discípulo y sucesor Stalin. Lenin, que quería eliminar a todos los burgueses y a todos los que no fuesen proletarios, es el redentor de la humanidad, Stalin, que siguió la política terrorista de la religión del odio de Lenin, el Satanás infiltrado en el leninismo.[20] El comunismo le parecía  a Alain Besançon más perverso que el nazismo -una imitación del leninismo en sus aspectos más siniestros-, porque utiliza el espíritu universal de justicia y de bondad para difundir el mal.[21] Pero prevalece la consigna reductio ad hitlerum. Comentaba Solzhenitsin en 1980: «en vida de Lenin, no hubo menos inocentes muertos entre la población civil que bajo Hitler y, sin embargo, los estudiantes occidentales, que dan hoy a Hitler el título de mayor loco de la historia, consideran a Lenin como un bienhechor de la humanidad».     

El leninismo sigue presente. Se invoca a Lenin en las Universidades USA y de todo el mundo, en la América del “socialismo del siglo XXI” y en la España monárquica, en la Unión Europea, en China… se leen libros como el del esloveno Slavoj Žižek Repetir Lenin (2004),[22] etc. La concepción leninista es un mundo completamente planificado por un partido que controle burocráticamente -la nomenklatura– la menor actividad humana. Concepción resucitada por Klaus Schwab y los mandamases del Foro de Davos, que pretenden  ser los “administradores del futuro”, puesta ya en práctica por la Unión Antieuropea, contra la que empiezan a rebelarse los populismos: «el apodo, dice Chantal Delsol en su políticamente incorrecto libro Populismos. Una defensa de lo indefendible,[23]  con el que disimularían virtuosamente las democracias pervertidas su menosprecio por el pluralismo».

6.- Puesto que «la revolución empieza por casa»,  se apresuró Lenin a crear en Rusia, en los pocos años que disfrutó de su triunfo, las estructuras del Estado terrorista —la cheka, la represión de los inconformistas, las delaciones…—, que la convirtió en la URSS, el paraíso del proletariado.[24]  

     Algunos dichos de Lenin sobre la utilización del terror como instrumento de control político y social. “No importa que perezca el noventa por ciento del pueblo ruso con tal de que mundial el diez por ciento llegue a vivir la revolución”. «Estoy asombrado de que no procedáis a ejecuciones masivas por sabotaje», telegrafió a los suyos el 29 de enero de 1920 con motivo de huelgas de los ferroviarios.   «El buen comunista es también un buen chekista». “Cuanto mayor sea el número de representantes del clero reaccionario y de la burguesía reaccionaria que logremos ejecutar, mejor”. Contra la supresión, formal, de la pena de muerte en la URSS: “¿Cómo vais a hacer una revolución sin ejecuciones? ¿Esperas eliminar a tus enemigos desarmándote tú? ¿Qué otros medios de represión hay?”. «Cuando la gente nos censura por nuestra crueldad, nos preguntamos cómo pueden olvidar los principios más elementales del marxismo» (Prawda, 26 octubre 1918).  «Hay que dar ejemplo: 1) Colgar (y digo colgar de forma que la gente lo vea) a no menos de 100 kulaks, ricachones, bebedores de sangre demasiado conocidos. 2) Publicar sus nombres. 3) Apoderarse de todo su grano. 4) Identificar a los rehenes como lo hemos indicado en nuestro telegrama de ayer. Hacerlo de manera que lo vea la gente a cien leguas a la redonda, para que tiemblen, seenteren y digan: matan y seguirán matando kulaks sedientos de sangre. Telegrafiad que habéis recibido estas instrucciones. Vuestro, Lenin».

Lenin, dice Richard Pipes en su clásico  La Revolución rusa (1992),[25] fue “la fuerza rectora del Terror Rojo en todo momento”. Quería construir un mundo habitado por buenos ciudadanos y esa obsesión le llevó, igual que a Robespierre,  “a justificar moralmente la eliminación de los malos ciudadanos”.


[1] Vid. E. Voegelin, Las religiones políticas. Madrid, Trotta 2022.

[2] Lenin describe la dictadura del proletariado en el capítulo cinco de El Estado y la revolución, publicado en 1917 (Madrid, Alianza 2006), como “la organización de la vanguardia de los oprimidos como clase dominante con el propósito de aplastar a los opresores … Una inmensa expansión de la democracia, que, por primera vez, se convierte en democracia para los pobres, democracia para el pueblo y no democracia para los ricos … y represión por la fuerza, es decir, exclusión de la democracia, para los explotadores y opresores del pueblo: este es el cambio que sufre la democracia durante la «transición» del capitalismo al comunismo”.

[3] El Estado y la revolución. 2, p.73.

[4] Vid. A. dell’Asta, M. Carletti, G. Parravicini, Rusia 1917. El sueño de un mundo nunca visto. Madrid, Encuentro 2017. III. El domingo sangriento hizo que  Máximo Gorki, que había conocido a Lenin en 1902, se aproximase  a los bolcheviques, a los que ayudó económicamente.

[5] Vid. El mundo ruso. Buenos Aires, Emece 1951.  XXVIII, IV y V, pp. 366ss.

[6] M. Heller y A. Nekrich, Geschichte der Sovietunion. Cit. en A. Dell’Asta, op. cit., Intr.

[7] Trotski en Lenin. Barcelona, Ariel 1972.

[8] Todavía, Crane Brinton, Los Jacobinos (1930). Buenos Aires, Huemul 1962.

[9] El auge del cristianismo. Barcelona, Andrés Bello 2001. La expansión del cristianismo. Un estudio sociológico. Madrid, Trotta 2009.

[10] «Escúchame, piadoso zar, escribió el monje Filoteo en 1511: todos los reinos cristianos han convergido en el tuyo… Bizancio, es la segunda Roma; la tercera será Moscú. Cuando esta caiga, no habrá más». Vid. O. Novikova, La Tercera Roma. Antología del pensamiento ruso de los siglos XI al XVIII. Madrid, Tecnos 2000.

[11] Tafalla (Navarra), Editorial Txalaparta 2007.

[12] Vid. J. Baynac, A. Skirda y Ch. Urjewicz, La Terreur sous Lénine (1917-1924). París, Sagittaire 1975. Reedición, París, Livre de Poche 2003.

[13] Europa y el alma de Oriente (1938). Tarragona, Fides 2019. Pp. 164ss. El alma de Rusia permaneció religiosa incluso bajo el bolchevismo.

[14] Londres, Allen Lane 2023.

[15] La palabra a-teo, sin Dios, se limita a negar que exista; lo que, paradójicamente, presupone su existencia al negarla. A-teio, sin lo divino, niega la existencia de lo divino, del mundo trascendente; de lo invisible, simplemente porque no es visible, perceptible por los sentidos, decía Coleridge.

[16] Biografías de Lenin: V. Sebestyen, Lenin, una biografía. Barcelona/Madrid, Ático de los Libros 2020. St. Courtois (prólogo de F. Jiménez Losantos), Lenin, el inventor del totalitarismo. Madrid, La Esfera de los libros 2021. H. Carriére d´Encausse, Lenin. Madrid, Espasa 2024.

[17] Vid.  F. Venturi, El populismo ruso. Madrid, Alianza1981.

[18] Una edición, París,  Ruedo Ibérico 1972.  

[19] G. A. Wetter, Die Umkehrung Hegels. Grundzüge und Ursprünge der Sowjetphilosophie. Colonia, Wissenschaft u. Politik 1963.

[20] A Lenin, hombre austero, que vivió, dicen sus biógrafos, espartanamente,  le disgustaba el culto a la personalidad.  Pero hay, o había, 7.000  estatuas del  fundador de la religión soviética en Rusia, 5.500 en Ucrania, 600 en Bielorrusia, 500 en Kazajstán, 300 en el Cáucaso y Asia Central.

[21] Vid. Le Malheur du siècle. Sur le communisme, le nazisme et l’unicité de la Shoah. París, Perrin 2005. También, Los orígenes intelectuales del leninismo. Madrid, Rialp 1980. 

[22] Madrid, Akal 2016.

[23] Barcelona, Ariel 2015. Los populismos europeos, protestas antisistema a favor de la libertad, no tienen nada que ver con los hispanoamericanos y de otros lugares. Es, por cierto, muy expresivo de la naturaleza del sistema -no régimen- de poder implantado en España en 1978, la inexistencia, notada por Delsol, de movimientos populistas del tipo europeo.

[24] K. Schlögel, El  siglo soviético. Arqueología de un mundo perdido. Barcelona, Galaxia Gutenberg 2021.                                                                                                                                                                                       

[25] Madrid, Debate 2016.

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