No les extrañará nada a ustedes, que me conocen. Fui a una ciudad equivocada a ver la película La maternal (Pilar Palomero, 2022). Todos los multicines de mi provincia se llaman Bahía algo… Como no ponían la película en San Fernando, cogí el coche y me fui a Cádiz. Aunque quise ir rápido, llegué tarde. Después de haber visto la película, mi despiste devino una imagen preciosa, ajustada, puntual. Tratando de los embarazos no deseados, pero asumidos, que se llevan adelante, vi que mi retraso y mi despiste eran símbolos de lo mal que nos enteramos de estos casos y de lo tarde que llega con frecuencia nuestra ayuda, si llega.
La película no se permite el más mínimo embellecimiento de la situación: está rodada con espíritu de crudo documental
Carla es una niña de catorce años que malvive con su madre y que se ha quedado tontamente embarazada de un amigo. Los servicios sociales la acogen en un centro especializado para jóvenes madres sin recursos o en situación de riesgo. La película no se permite el más mínimo embellecimiento de la situación: está rodada con espíritu de crudo documental. Un guiño en esa línea: los actores interpretan a personajes que se llaman como ellos mismos. Quisiera derribar al máximo la pared invisible que separa la narración de la realidad. Lo logra.
Sin embargo, ese realismo extremo produce dos grandes efectos artísticos. La sensación poderosísima de verdad, por un lado, y una inesperada belleza, por otro. Carla Quílez, la actriz que representa a Carla, encarna ante nuestros ojos unas sutiles metamorfosis: a veces es una chica inadaptada, irritable e irritante, violenta y hasta fea y, a la vez, tiene atisbos de una delicadeza casi japonesa, con unos ojos grandes y luminosos que se comen la pantalla, y una belleza muy honda. La película es tan lenta que, a veces, parece un álbum de fotografías, pero, cuando la cámara se recrea en Quílez, no importa, es más, se agradece. Las otras chicas del centro también muestran su fragilidad y su dureza, su desengaño y su esperanza, su macarrismo y su maternidad de una manera radical, a ratos dolorosa, a ratos enternecedora.
La película no se permite un gramo de moralina ni de sesgo ideológico. No juzga (…). El mensaje a favor de la vida que emana de esa cámara y de ese guion asépticos es muy potente
La película no se permite un gramo de moralina ni de sesgo ideológico. No juzga. Pero le pasa como con esa belleza que no busca y halla. El mensaje a favor de la vida que emana de esa cámara y de ese guion asépticos es muy potente. Las chicas esperan y acogen a sus bebés con una enorme esperanza de redención. Serán —confiesan— su oportunidad de amar y de ser amadas. El aborto sobrevuela en círculos la trama, pero no se abate nunca. La vida se abre paso.
La película no es la beligerante, descacharrante, irreverente y atrevida Juno (Jason Reitman, 2007), pero tiene con ella muchísimos puntos de contacto, que sería ilustrativo repasar. Y repensar las diferencias. Lo que la película norteamericana pone de descaro provida, La maternal lo hace con elipsis y alusiones, como se ve claramente en el enfoque diverso de la resolución final (la misma) de ambas historias. Esta diferencia es un mensaje clave. Porque no importa cómo decidas defender la vida, ni siquiera hará falta casi que te lo propongas. Basta contar sin propagandas ni prejuicios la verdad de la maternidad, la aventura de seguir adelante, para que la belleza de la bondad se cuele. Las escenas de las chicas con sus hijos ponen un nudo en la garganta; como la potencia de una nana en tono menor, un juego, una broma cualquiera…
No importa cómo decidas defender la vida (…). Basta contar sin propagandas ni prejuicios la verdad de la maternidad
Ahora bien, son escenas que hay que aprovechar porque pasan y enseguida vuelven los lloros de los niños, que se solapan en una casa en la que se crían varios bebés al mismo tiempo. También salen a la superficie cada dos por tres las carencias de las chicas, la lógica dificultad para madurar con su poca edad y en sus circunstancias.
Hasta el espectador pierde a ratos la paciencia. Pero eso es parte del proceso estético y ético al que aboca La maternal. Sin un gramo de énfasis, la película es también un homenaje a los trabajadores sociales que se desvelan ayudando a esas madres y a sus bebés. El personaje de Karol (Karol Ruiz-Tagle) es un monumento implícito a esa labor callada, esencial, que desborda en sutiliza y entrega los deberes de un probo funcionario. Hay una maternidad subrepticia ahí. Son los que no llegan tarde y están donde tienen que estar.