Hace poco más de cinco años irrumpió en el mainstream —con fuerza progresivamente creciente— un nuevo frente en las denominadas “guerras culturales”: la cuestión transexual o transgénero. Aunque muy minoritario, sentir incongruencia entre el sexo biológico y el sentido es un asunto que, con variaciones conceptuales y terminológicas, ha existido desde antiguo. La novedad que ha prendido en la última década es la extraordinaria visibilidad que lo trans ha adquirido y la virulencia de su activismo. Las polémicas han oscilado entre los monólogos de Ricky Gervais o Dave Chappelle hasta el tuiter de J.K. Rowling, desde un cartel en Liverpool que fue acusado de tránsfobo por definir la palabra “mujer” (“humano adulto femenino”) hasta los récords de la transicionada Lia Thomas en los últimos campeonatos de natación universitarios en USA.
Ni siquiera los niños han quedado a resguardo de la tormenta: en España fue célebre la campaña que Chrysallis desplegó, en 2017, en marquesinas de Navarra y País Vasco (“hay niñas con pene y niños con vulva”), y la posterior respuesta en autobús de la plataforma Hazte Oír, mucho más atacada y censurada que la publicidad pro-trans. Es una intimidación que también ha sufrido este ensayo que dos profesores de Psicología de la Universidad de Oviedo han publicado hace unos meses: Nadie nace en un cuerpo equivocado. Éxito y miseria de la identidad de género. En primavera, los autores tuvieron que suspender una charla que iban a impartir en la Universidad de las Islas Baleares y casi no logran presentarlo en una librería de Barcelona, por las amenazas de radicales.
Nadie nace en el cuerpo equivocado expone sus cartas desde el sonoro título, en el que ya discute uno de los principales presupuestos del activismo queer (el de que la condición de hombre o mujer se asigna, de manera algo arbitraria, en el paritorio)
Sin tanto ruido mediático —ni apenas oposición política e intelectual visible—, España no ha sido ajena al auge de la transexualidad, como demuestra su presencia en múltiples leyes regionales de los últimos años y, ahora mismo, en el trámite del “Proyecto de Ley para la Igualdad Real y Efectiva de las Personas Trans” auspiciado por Podemos. Por eso resulta tan pertinente la publicación de este libro. Nadie nace en el cuerpo equivocado expone sus cartas desde el sonoro título, en el que ya discute uno de los principales presupuestos del activismo queer (el de que la condición de hombre o mujer se asigna, de manera algo arbitraria, en el paritorio). Es una pugna entre el deseo y la realidad que el libro critica de manera recurrente: “Bajo las nuevas reglas del juego de ser uno mismo cumpliendo los sueños, éstos ya no son fruto de un tira y afloja respecto de la realidad, sino una mera explosión de subjetividad, a la espera, y con frecuencia bajo la exigencia, de que sea el mundo el que se ajuste al soñador” (p. 71).
Desde un punto de partida tan nítido como el expuesto en la portada, los autores van interrogando todos los ámbitos en los que la transexualidad ha emergido, desde la política a la psicología. Esa ambición transversal, abordada desde una divulgación académica que no renuncia a la ironía y el humor, es la que diferencia Nadie nace en un cuerpo equivocado de otras obras recientes, publicadas en español, que exploran el mismo tema candente desde una perspectiva también crítica. Un daño irreversible. La locura transgénero que seduce a nuestras hijas, de la periodista estadounidense Abigail Shrier, componía una suerte de macro-reportaje, repleto de testimonios y vivencias personales; en cambio, el sólido Pablo de Lora exprimía las enrevesadas consecuencias jurídicas del asunto en El laberinto del género. Sexo, identidad y feminismo. Por su parte, la perspectiva global que aquí pretenden Errasti y Pérez sirve para constatar las múltiples ramificaciones de lo trans. Hay capítulos dedicados a las piruetas para subvertir la biología, el papel contagioso de las redes sociales, la (auto)censura en los campus universitarios, los intentos por generalizar una neolengua o la presión para que los menores transicionen. No hay silogismo ilógico que los autores dejen sin razonar ni callo activista sin pisar.
Sin embargo, la virtud de querer peinar todas las vertientes del fenómeno también puede convertirse en defecto. Hay páginas redundantes o anecdóticas (como las dedicadas a listar géneros o reproducir tuits) y secciones del libro que parten de intuiciones sugerentes, pero que los autores no rematan con la misma profundidad intelectual que en otras. Ocurre, por ejemplo, en el segundo, cuarto y sexto capítulo, donde se disecciona la exacerbación de la cultura emocional y el narcisismo como posibles causas del auge actual de lo trans, ligándolo a un neoliberalismo convertido en hombre de paja.
Por contra, para los no iniciados en filosofía posmoderna o psicología clínica, resulta muy fructífera la discusión de los farragosos textos de Judith Butler o la furiosa y “privilegiada” teoría “contrasexual” de Paul B. Preciado en el quinto capítulo, así como las numerosas espinas que, como se expone en el octavo capítulo, esconde el enfoque de la terapia afirmativa (”la política consistente en ofrecer la transición fármaco-quirúrgica como única salida aceptable a la incongruencia de género que presentan niños y adolescentes, sin explorar si acaso otros problemas pudieran estar implicados y otras alternativas pudieran ser también satisfactorias”).
Nadie nace en el cuerpo equivocado es, pues, un libro corajudo y contundente, que pretende enarbolar una enmienda a la totalidad del generismo queer desde presupuestos enraizados en la izquierda clásica
A pesar de ciertas contradicciones internas que el libro presenta en torno a los identitarismos, Nadie nace en el cuerpo equivocado es, pues, un libro corajudo y contundente, que pretende enarbolar una enmienda a la totalidad del generismo queer desde presupuestos enraizados en la izquierda clásica: “Una izquierda que renuncia a la verdad y se basa en la identidad sentida viene a ser el mejor socio del neoliberalismo que vive de sujetos deseantes cuyos deseos produce y satisface. La izquierda identitaria trabaja en la producción de sujetos cuyos deseos satisface el capitalismo” (p. 180). Una batalla dentro de la izquierda a la que, como se aprecia ahora mismo con lo trans, aún le quedan muchas escaramuzas por disputar.