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OJ Simpson, el asesino que expuso a los agitadores raciales

Las consecuencias del escandaloso veredicto fueron muchas

OJ Simpson mató a su ex mujer, era un maltratador violento y asesino. Como estamos en España, eso se puede decir abiertamente porque es obvio: no tenía coartada para el día en el que su esposa fue brutalmente asesinada junto a un presunto amante, escapó de la policía (con helicópteros de la tele grabando) cuando fueron a buscarle, y dejó todo lleno de pruebas circunstanciales y de todo tipo.

Esto, en EEUU, no se puede decir y por eso muy pocos lo dijeron cuando la ex estrella de fútbol americano, la TV y el cine falleció a comienzos de abril. Ello es por el motivo racial (OJ era negro, su ex muerta blanca) y porque un jurado encontró inocente a OJ en un tribunal del que recuerdo haber visto varios momentos en directo, mientras vivía en Colorado, con la impresión de que estaba siendo testigo del que fue quizás el primer reality show de la historia.

En el proceso, el excelente abogado de OJ, Johnny Cochran (negro) encontró la forma de llenar el jurado de señoras negras mayores a las que convenció de que OJ era, si no inocente, poco culpable: aquí tienen, señoras, vino a decir, a este hermano al que una zorra blanca engatusó para sacarle su dinero, en lugar de dejarle que se casara con una buena hermana negra, y luego le puso los cuernos sin freno, hasta que alguien la mató; y la policía de Los Angeles, llena de racistas, acusó al pobre OJ con pruebas circunstanciales que tienen que ignorar porque quién se puede fiar de esos nazis.

OJ salió inocente, en medio del asombro mundial, pero su carrera como querida estrella para todos los públicos salió algo dañada, por así decirlo. Hablamos de un ex atleta que no fue seleccionado para interpretar a Terminator (el papel que llevó a Arnie Schwarzenneger al estrellato) porque los productores pensaban que alguien tan majo y amigable como OJ no podía dar el pego como robot asesino.

Las consecuencias del escandaloso veredicto fueron muchas. OJ, desesperado al quedarse sin un duro ni forma de ganarlo, intentó publicar sus memorias sobre el asesinato en versión muy vagamente ficticia (el título era “Si lo hice…”) pero la editorial se tuvo que echar atrás. Acabó en la cárcel, por otro motivo: por un robo a mano armada. Y luego en Twitter, que es otra condena diferente.

Otras consecuencias fueron más interesantes: el caso OJ creó tal impacto en EEUU que llevó a que los juzgados finalmente se animaran a llevar a sala varios casos lanzados contra agitadores raciales negros. Esta gente, como los “reverendos” Al Sharpton y Jesse Jackson, tenían un interesante modus operandi que consistía en colarse como interesados en cualquier caso que oliera a racismo, y acusar de nazis a todos aquellos a quienes vieran en disposición de soltarles pasta: hasta que se les pagaba, y se iban a por la próxima víctima.

Este modus operandi siguió funcionando durante varios años, pero con retornos cada vez más escasos después de lo de OJ. Habiendo pasado varias décadas como portavoz oficioso de los afroamericanos estadounidenses, e incluso candidato presidencial jaleado por El País y el New York Times a pesar de interminables escándalos financieros y sexuales, OJ fue quien en efecto acabó con la carrera de Jesse Jackson.

Lo que podríamos llamar el efecto positivo del caso OJ duró más de dos décadas. Acabó cuando la muerte del criminal afroamericano George Floyd a manos de la policía estadounidense en 2020, en pleno enclaustramiento por el Covid, nos hizo entrar en el actual momento de radicalismo woke fuera de control.

Este momento ha permitido un renacer de los agitadores raciales, gente como el antirracista profesional Ibram X. Kendi y la buscavidas (blanca) Robin DiAngelo, autora del concepto abiertamente racista de “fragilidad blanca”. Hablamos de gente que defiende el concepto de que la raza es el único factor importante en la sociedad, que tratar a la gente sin fijarse en su raza es el peor tipo de racismo; hablamos de gente que es peor que las pestes bíblicas de Egipto.

Esto no es solo un problema de EEUU: son estas circunstancias las que permiten que un ex diputado de Podemos como Serigne Mbayé se permita el lujo de amenazar a la policía en público, buscando crear incidentes raciales al estilo estadounidense en un país que tiene una historia y condiciones al respecto completamente diferentes, hasta el punto de ser opuestas.

Lo que nos enseña el caso OJ es que las espirales progresistas pueden autoconsumirse, de una forma u otra y siempre existen momentos, oportunidades, en los que se pueden desmontar. El punto débil de estos agitadores raciales es que, parafraseando a Mark Stein (otro de los azotes de Sharpton y Jackson), podemos decir que son gente que no tienen enemigos, sino amigos cuyas transferencias bancarias aún no han sido completadas.

Madrid, 1973. Tras una corta y penosa carrera como surfista en Australia, acabó como empleado del Partido Comunista Chino en Pekín, antes de convertirse en corresponsal en Asia-Pacífico y en Europa del Wall Street Journal y Bloomberg News. Ha publicado cuatro libros en inglés y español, incluyendo 'Podemos en Venezuela', sobre los orígenes del partido morado en el chavismo bolivariano. En la actualidad reside en Washington, DC.

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