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Séneca ya sabía quién mató a Kennedy

«Una docena de oficiales de la CIA conocían las andanzas de Lee Harvey hasta fechas tan recientes como una semana antes del magnicidio»

El caso Epstein nos está mostrando una vez más la importancia no tanto de qué diga uno sino de cuándo lo dice ¡Ay de aquel que ose adelantarse! La verdad es la verdad solo si Agamenón la dice antes, los gorrinos mediáticos se refocilan en ella y entonces el porquero ya sí podrá sostenerla sin ser tildado de «teórico de la conspiración». Expresión esta, por cierto, que tuvo su origen en un documento de la CIA de 1967 que buscaba desacreditar a quienes sostenían que el asesinato de Kennedy fue obra de dicha agencia. ¿Lo fue realmente? Ahí tenemos a la madre de todas las conspiraciones, que por su alcance en política internacional no puede dejarnos a nadie indiferente.

Probablemente nadie en el mundo se ha dedicado a desentrañarla con tanto apasionamiento, perseverancia a lo largo de varias décadas y resultados tan fructíferos como Oliver Stone. No contento con haber sido el guionista de obras maestras imperecederas como Scarface y Conan el Bárbaro, se convirtió en un director más que apreciable y, en los últimos años, ha ido centrándose en la creación de documentales tan interesantes como aquel al que ahora dedicaremos nuestra atención, JFK: Caso revisado. Los antecedentes son de sobra conocidos: durante un desfile en coche descapotable el 22 de noviembre de 1963 por las calles de Dallas el presidente de Estados Unidos es tiroteado, el principal sospechoso, Lee Harvey Oswald, es detenido casi de inmediato —también será asesinado y ya no podrá revelar nada, lástima— y apenas una semana el Congreso organiza la llamada Comisión Warren para esclarecer todo lo sucedido de manera que, transcurridos unos diez meses, esta dictamina que todo fue obra del loco solitario ya fallecido y no hay nada más que ver, circulen.

Fue a partir del escándalo Watergate cuando el senador Frank Church llevó a cabo una investigación sobre los crímenes y abusos cometidos por el FBI y la CIA que terminó desembocado en la labor de ambas agencias como investigadoras en la Comisión Warren… ¡Quién hubiera imaginado que el vigilante ahora encargado de vigilarse a sí mismo haría la vista gorda! La nueva comisión creada para investigar la anterior, llamada HSCA, llegó a una serie de conclusiones que inicialmente debían ser reveladas al público en 2029, pero el éxito en los años 90 de la película JKF: caso abierto, de nuestro intrépido cineasta provocó que finalmente medio millón de archivos fueran hechos públicos en esa misma década. Pues bien, de ese hilo empieza a tirar el documental para ir destapando una sorprendente serie de casualidades. Por ejemplo, que en el informe de la comisión Warren se les olvidó añadir que el asesino de Lee Harvey era un colaborador del FBI, como tampoco se incluyó el hecho de que dos trabajadoras del edificio que bajaron en el mismo momento en el que lo habría hecho Oswald tras el atentado no lo vieron. O, también, que el arma no tenía sus huellas según el segundo análisis que se hizo de ella, y que no era la misma con la que se hizo fotos él mismo tiempo antes.

Que hubiera un único francotirador es condición necesaria para sostener aquella explicación de los hechos. Sin embargo, según la entrevista por televisión realizada poco después al doctor que realizó la autopsia al menos un disparo provendría de frente, cuando Oswald estaba ya atrás. Una enfermera que trató con el médico al día siguiente, ante la mala cara que tenía le confesó que había recibido presiones para que rectificara y declarara que el disparo en realidad provino desde atrás. Aquellas noches de falta de sueño desembocaron en un testimonio ante la comisión Warren por el que efectivamente revisó su análisis inicial: el disparo provino desde atrás, no había duda. Años después comentaría a sus allegados que en realidad seguía pensando que el disparo se realizó de frente. Ahora bien, para que tal versión fuera consistente a su vez requería que uno de los tres disparos realizados hubiera sido tan efectivo —pues atravesó a Kennedy y luego al copiloto en dos extremidades según una singular trayectoria— que daría lugar a lo que pasó a conocerse como «La bala mágica». Proyectil con el que además se vulneró la cadena de custodia y que, siendo la prueba más importante de todo el caso, al parecer encontró personal de mantenimiento en una camilla de forma casual.  

Todo lo anteriormente expuesto es una escueta selección de una serie de incoherencias, azares, testimonios contradictorios y errores de procedimiento en torno al escenario de los hechos y las horas posteriores que repasa Stone con todo detalle. Pero en este mundo incierto siempre va a haber claroscuros en toda descripción de cualquier hecho real, no serían suficientes para demostrar nada por sí mismos. Hace falta algo más.

Cui prodest scelus, is fecit

Es lo que Séneca dijo por boca de Medea: «el que recibe el provecho de un crimen, ese es quien lo ha cometido». Lee Harvey Oswald sirvió en el ejército, destinado en una base japonesa desde la que se espiaba a China. Más adelante viajó a la Unión Soviética, donde expresó su deseo de desertar, pero las autoridades locales se lo denegaron ante la posibilidad de que tratara de infiltrarse. Regresó a Estados Unidos sin que la CIA elaborase un informe sobre él —según hubiera sido lo procedente en tal caso— y pasó un tiempo después a distribuir propaganda procastrista. En dicha tarea contó con la ayuda de dos colaboradores de la CIA, que incluso le cedieron una oficina en Nueva Orleans (situada junto a la sede de dicha agencia, no se esforzaron mucho) en lo que podría entenderse como una tarea de agente provocador. De hecho, el FBI tenía un informe sobre él en la sección de espionaje, que fue reclasificado semanas antes del atentado de tal manera que Lee pudo permanecer en Dallas durante la visita presidencial, pues de otra forma no hubiera sido posible.

Sea como fuere, una docena de oficiales de la CIA conocían las andanzas de Lee Harvey hasta fechas tan recientes como una semana antes del magnicidio. Incluso el correo de su madre era vigilado. Pero, por algún motivo, nada de ello fue recogido en el informe Warren e incluso un alto cargo declaró bajo juramento en él que no existía ninguna vinculación con esta persona… ahora bien ¿Qué importancia tendría que Lee estuviera relacionado con la agencia de inteligencia?

Para entenderlo hay que remontarse al fiasco de Bahía de Cochinos en 1961, un desembarco en Cuba de milicianos contrarios a Castro tan pobremente ejecutado que Kennedy sospechó que fue una trampa de la CIA para forzar una intervención con tropas estadounidenses, a lo que él se opuso. Ese fue el comienzo de una serie de fricciones que se agravó al año siguiente cuando a comienzos de 1962 rechazó la Operación Northwoods, por la que se realizarían atentados de falsa bandera en suelo estadounidense y así, de nuevo, justificar una intervención militar en la isla. Entre las diversas propuestas estaba hundir un barco de EE.UU. y culpar a Cuba (de qué nos sonará esto…). En octubre de ese año llegó la crisis de los misiles, de nuevo en el mismo escenario, y la manera en que fue resuelta —con la URSS aceptando retirarse si a cambio los americanos quitaban sus misiles de Turquía— se consideró un gesto de debilidad a ojos del establishment, convencido de estar jugando una partida de ajedrez a escala planetaria en la que el enemigo estaba ganando posiciones y eso representaba una amenaza existencial para Estados Unidos. Es decir, no hay por qué entender a toda esa élite militar y política necesariamente como ladinos villanos sentados en un sillón orejero acariciando un gato o simples chiflados a la manera de Teléfono rojo, quizá solo se vieran a sí mismos como sinceros patriotas que debían salvar a su país a cualquier precio. A todo ello había que añadir la negativa del presidente a que participaran tropas estadounidenses directamente en combate en Vietnam, donde quería evitar repetir los errores de Francia. Su sucesor Lyndon B. Johnson, en cambio, sí aceptó enviar tropas, con el resultado ya conocido…  

Por lo tanto, habría móvil para el crimen y un gran beneficiado en el giro en política exterior que efectivamente supuso la muerte de Kennedy. No solo Medea y Stone lo tienen claro, su hermano Robert Kennedy algo se debía barruntar, pues la primera llamada que hizo cuando se enteró del atentado fue a la sede de la agencia en Langley para preguntarles si había sido una operación suya. El hijo de este, Robert F. Kennedy Jr., hoy día candidato independiente a la presidencia y personalidad destacada en la esfera pública de su país, no deja de repetir hasta desgañitarse que fue todo obra de la CIA. Por nuestra parte, al carecer de la información privilegiada que él maneja no podemos ser tan categóricos. Tal vez fue todo obra de un loco solitario, quién sabe, pero ante esa serie de azares que hemos repasado, cuyo resultado final casualmente tanto benefició determinados intereses, sin saber bien por qué se nos viene a la mente aquel político y empresario al que le tocó la lotería en siete ocasiones ¡Qué suerte tienen algunos!

Nacido en Baracaldo como buen bilbaíno, estudió en San Sebastián y encontró su sitio en internet y en Madrid. Ha trabajado en varias agencias de comunicación y escribió en Jot Down durante una década, donde adquirió el vicio de divagar sobre cultura/historia/política. Se ve que lo suyo ya no tiene arreglo.

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