Hay películas que son inherentes a nuestra propia historia y a nuestra propia vida, de las que nos sabemos todos y cada uno de los fotogramas que se suceden en su metraje; de las que conocemos todas y cada una de las frases de su guion y que, además, si son como yo, vamos adelantando en voz alta segundos antes de que sucedan en la pantalla. Hay películas cuyos actores y protagonistas son, un poco, nuestros amigos y familia; cuando las vemos nos encontramos cómodos, felices, en casa y —esto es lo más importante— sin las que seríamos un poco menos nosotros. Pues eso es lo que siento cada mañana del día de Navidad cuando, cumpliendo una de las tradiciones que me dejó mi señora madre, meto en el reproductor un viejo VHS y me dispongo a ver Los Teleñecos en Cuento de Navidad.
En esta combinación de carne y hueso con tela y trapos podemos encontrar toda la fuerza de la magia y el misterio del relato de Dickens
Por eso puede que me guíe un poco por el cariñoso recuerdo del niño que fui cuando les digo que Los Teleñecos en Cuento de Navidad es la mejor adaptación cinematográfica de la obra de Charles Dickens. Hecha con un actor de carne y hueso, Michael Caine, en el papel de Ebenezer Scrooge en una magnífica actuación que comparte pantalla con las marionetas más famosas de la televisión. La rana Gustavo como Bob Cratchit, empleado de Scrooge, la cerdita Peggy como la señora Cratchit, el gran Gonzo como Charles Dickens y Rizzo, la rata, como él mismo. Y creo que es, precisamente, en esta combinación de carne y hueso con tela y trapos donde podemos encontrar toda la fuerza de la magia y el misterio del relato de Dickens, en ese necesario salto de fe que supone que uno pueda creerse que es posible redimir una vida de maldad al encontrase con tres espíritus una noche, previa advertencia del fantasma de un exsocio fallecido —en este caso dos—. Pero esa es la magia de la Navidad, ya saben, que es, si me permiten, un poco la del cine. Todo es posible si uno quiere de verdad.
Los espíritus de las Navidades pasadas, presentes y futuras desfilan con un aspecto rompedor para mostrar al protagonista el alcance de su nostalgia, felicidad y crueldad
Y esta adaptación la llena la música, la amabilidad en su dirección y, sobre todo, Michael Caine que está soberbio. Compone un Ebenezer Scrooge de altísimo nivel, que nos hace disfrutar de cada sílaba y de cada situación pasada, presente y futura, y que nos muestra de la forma más verosímil —y fíjense que está rodeado de marionetas— que esa redención es posible. Además, desprende una de esas cosas que no se estudian ni trabajan y que hace que una actuación pase de brillante a increíble, se nota que se lo está pasando bien mientras hace la película. Los espíritus de las Navidades pasadas, presentes y futuras desfilan con un aspecto rompedor para mostrar al protagonista el alcance de su nostalgia, felicidad y crueldad, ya sea como hada translúcida, como un gigante alegre o como esa misteriosa figura encapuchada que a todos nos espera. Este trío cumple con creces los criterios y valores que busca transmitir el cuento del británico.
Hay, para mí, otras tres versiones muy destacables de Cuento de Navidad de Dickens, aunque ninguna como esta. En primer lugar, pero sin orden de importancia, está la de 1984, en la que George C. Scott compite con Michael Caine por el premio a mejor Ebenezer Scrooge. Quizá aún más fiel al relato original y con ese componente oscuro que no consigue transmitirse con tanta credibilidad en la versión de los Teleñecos. En segundo lugar, Cuento de Navidad, de 2009, en una oscurísima versión de animación, con las voces de Colin Firth, Gary Oldman, Cary Elwes y Jim Carrey como Scrooge. Y, en tercer lugar, El hombre que inventó la Navidad, de 2017, protagonizada por Dan Stevens, Jonathan Pryce, Simon Callow y Christopher Plummer en el papel de Scrooge; una obra que nos muestra todo desde la imaginación de un jovencísimo Dickens, que quiere crear una de sus obras maestras.
Se han de ver, si es posible y tienen esa suerte, acompañados de los niños que haya en sus familias, pero si no, uno se la pone y la ve solo, reconociendo en su interior el niño que fue
En fin, que cualquier adaptación del Cuento de Navidad de Dickens, y esta en especial, uno tiene que vérsela recién desayunado —o mejor, mientras se desayuna— en la mañana del día de Navidad. Si puede ser aún con el pijama y la bata y, si no, ya vestidos —pantalón de pana, camisa de tartán y jersey de nudos como uniforme— preparados para esa comida familiar repleta de turrones y dulces que tanto bien nos hace sin darnos cuenta. Se han de ver, si es posible y tienen esa suerte, acompañados de los niños que haya en sus familias, pero si no, uno se la pone y la ve solo, reconociendo en su interior el niño que fue y pidiendo perdón por haber sido, en algún momento del año, un poco Scrooge. Porque cuando esos espíritus visitan a Scrooge la noche de Nochebuena, nos están visitando, advirtiendo y recordando a todos.
Ver Los Teleñecos en Cuento de Navidad la mañana de este 25 de diciembre es darnos, de nuevo, la oportunidad de redimirnos, de ser mejores y más cariñosos, de echar de menos a los que no están y de hacer saber a los que tenemos que les queremos. Es darnos la oportunidad de salir por la puerta de nuestros hogares deseando a todos una muy feliz Navidad. Y algunas paparruchas, claro. Que haberlas, haylas. Feliz Navidad.