Alatriste y el espíritu del capitalismo

La relación no tan indiscutible entre ética protestante y prosperidad económica

«España tuvo dos momentos en los cuales hemos perdido el tren de la historia. En Trento, porque apostamos por un dios diferente. Y en la Guerra de Independencia luchamos contra el enemigo equivocado. Son estos dos grandes pecados históricos. En Trento, porque resulta que cuando aparece un dios moderno que permite, bueno, pues tu negocio, trabaja, sé ciudadano honrado, haz negocios, y Dios tiene como unos ojos buenos. Y creo que crea ese mundo, ese mundo digamos mirando al futuro, que es por lo que ellos siguen siendo los países del norte. Aquí seguimos todavía cerrados.
Nos quedamos con ese dios oscuro, reaccionario, del tal vecino que no es buen cristiano denunciado a la Inquisición, aquel tal, escucha el púlpito: ‘¡Ay, hijos míos!’. Ese tipo de sociedad. Entonces, ese dios oscuro y reaccionario con el que nos quedamos en Trento marcó (..) acríticos, cobardes, delatores, analfabetos, ruines, inciviles y envidiosos para tantas cosas».

Del afrancesamiento de Pérez Reverte y otros autores ya hablamos aquí en su día, pero dado que en estos últimos tiempos la Iglesia Católica viene dando tanto que hablar es buena ocasión para detenernos en esa otra pata de su hispanofobia: la fascinación por el protestantismo. No es algo particular suyo, nos tememos. Desde los años 60 la población de Iberoamérica que se declara católica ha pasado del 90% al 69%, mientras que aquellos que se definen como protestantes ha alcanzado el 20%, siendo ya la mitad de la población en Guatemala, algo muy significativo dada su historia de injerencias. Según este informe desclasificado de la CIA de 1969, se percibía como una amenaza la doctrina social de la iglesia y la teología de la liberación: «estos clérigos ya consideran la ‘dominación extranjera’ como el principal obstáculo para el desarrollo económico, y es probable que Estados Unidos se convierta en el principal chivo expiatorio de sus frustraciones». Las iglesias evangélicas fueron percibidas entonces como una herramienta geopolítica a promocionar para combatir tal influencia en todo el continente americano, que comenzaría a abandonar su identidad hispana por otra de influencia anglosajona. El imperio español se definió en buena medida frente a la herejía protestante y se diría que, bajo otros ropajes, la lucha sigue.

Pero estábamos con Reverte, que nos cuenta que tiene 30.000 libros en su biblioteca (a ver si van a ser ejemplares de sus novelas…) y desde la altura intelectual que eso le otorga nos repite un discurso ya sospechosamente familiar: el catolicismo es oscuro, inquisitorial y reaccionario, mientras que el protestantismo es la modernidad, la libertad de pensamiento y el desarrollo económico. ¿De verdad era así? La propaganda anticatólica y la leyenda negra antiespañola ya datan del siglo XVI, pero es en el XVIII con la Ilustración cuando comienza a formularse en tales términos, con Montesquieu distinguiendo entre Oriente como raíz del absolutismo, el misticismo y la indolencia mientras que Occidente encarnaba la modernidad, la laboriosidad y la razón. España caía en el primer lado por tener un clima cálido y ubicarse al sur, que también resultaba ser Oriente al margen de lo que digan los mapas y las brújulas, lástima.

No obstante, la formulación más sofisticada de eso que nos cuenta el novelista llegó a comienzos del siglo XX con Max Weber, en su clásico La ética protestante y el espíritu del capitalismo, donde sostiene que ciertas formas del protestantismo fomentaron valores como la disciplina, el ahorro, la frugalidad y la racionalidad o «desencantamiento del mundo», elementos que coincidieron con el desarrollo del capitalismo. Sería un proceso en dirección opuesta al planteamiento marxista de que son las estructuras económicas/sociales, las condiciones materiales, las que determinan la ideología/cultura dominante. Así que es una idea sugerente, sobre todo si uno es protestante… lo que explica su fulgurante popularidad en años posteriores, pues a menudo se tiende a dar por cierto aquello que halaga el oído de uno.   

El problema surge cuando se mira con más detenimiento las regiones y países que han prosperado económicamente, en qué época y contexto lo hicieron, y se indaga si no hubo algún otro motivo en ello más allá de sus herejías. El geógrafo y antropólogo Jared Diamond explicó en su día en Armas, gérmenes y acero que el hecho de que la conquista fuera de Europa hacia América y no en sentido contrario se debió a la horizontalidad del continente euroasiático, lo que favoreció el trasvase de animales y plantas domesticados dentro de un mismo clima y con ello la formación de grandes núcleos de población sedentaria. A eso cabe añadir las costas recortadas con su abundancia de puertos naturales y la cantidad de ríos navegables del subcontinente europeo facilitando el comercio. Es interesante, pero muy genérico y queremos saber dónde comienza a aparecerse exactamente ese «espíritu del capitalismo». El desarrollo de la banca, la contabilidad y las letras de cambio en la Italia medieval y renacentista nos ponen en la pista, así como la conformación por el Imperio español de una primera globalización económica que abarcaba a América, África, Europa y China, donde llegaban los reales de a ocho acuñados en plata. Ahora bien, estamos hablando entonces de católicos antes de Trento y a nuestro curtido excorresponsal de guerra se le llevarán los demonios.

 De manera que si ajustamos aún más el foco a Europa y a los orígenes de la revolución industrial, entonces nos encontramos a Eric J. Hobsbawm, que en Industria e imperio explica: «Tampoco puede hacerse responsable a la Reforma protestante ya fuera directamente o por vía de cierto ‘espíritu capitalista’ especial u otro cambio en la actitud económica inducido por el protestantismo; ni tampoco por qué tuvo lugar en Inglaterra y no en Francia, La Reforma protestante tuvo lugar más de dos siglos antes que la Revolución industrial. De ningún modo todos los países que se convirtieron al protestantismo fueron luego pioneros de esa revolución y —por poner un ejemplo fácil— las zonas de los Países Bajos que permanecieron católicas (Bélgica) se industrializaron antes que las que se hicieron protestantes (Holanda)».

Así que los países nórdicos a comienzos del siglo XIX tenían una riqueza per cápita inferior a la española o italiana, pese a llevar más de dos siglos bendecidos por ese dios moderno y pesetero, mientras que en Alemania las regiones más prósperas eran católicas. Por su parte, este estudio de los condados de Prusia del siglo XIX encuentra que la brecha de prosperidad económica puede explicarse completamente por la mayor alfabetización de los protestantes, sin que influya una ética de trabajo religiosa.

Si nos fijamos en Estados Unidos tal como hace Weber en su obra —que presta gran atención a los escritos de uno de sus Padres Fundadores, Benjamin Franklin— constataremos que fue fundado por anglosajones protestantes, efectivamente, sin embargo su prosperidad económica dependió de una disputa entre proteccionistas y librecambistas, estos últimos igualmente protestantes aunque partidarios de que fueran sus esclavos quienes doblasen el lomo. Tirando del hilo hamiltoniano nos encontramos otros ejemplos en el mundo de lo que Marcelo Gullo llamaría «insubordinación fundante» —desde la modernización Meiji en Japón, la posterior de Corea del Sur, el desarrollismo español o el auge actual China— que nada tienen que ver con la ética luterana como acicate del desarrollo económico. Así que, cabe concluir, la ocurrencia revertiana sobre Trento tiene poco fundamento y no basta con acumular libros para ser más culto, también conviene leérselos.

Nacido en Baracaldo como buen bilbaíno, estudió en San Sebastián y encontró su sitio en internet y en Madrid. Ha trabajado en varias agencias de comunicación y escribió en Jot Down durante una década, donde adquirió el vicio de divagar sobre cultura/historia/política. Se ve que lo suyo ya no tiene arreglo.

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