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Criptocalvinismo, ligeramente retocado

El criptocalvinismo, a diferencia del «superprotestantismo», puede retorcer la Primera Enmienda y la tradición humanista general de tolerancia religiosa

Como de costumbre, mi último post sobre el ultracalvinismo ha suscitado excelentes debates. Por supuesto, los lectores deben tener en cuenta que muchos de estos comentaristas, especialmente los más halagadores, publican desde mi dirección IP. Tal vez estén fuera, en una furgoneta, devorando la red inalámbrica.

Sin embargo, varias personas me han convencido de que el nombre no es del todo correcto. Creo que el problema es el «ultra», que no expresa lo suficiente y se acerca demasiado a un mero peyorativo.

Así que, reflexionando un poco más, prefiero el criptocalvinismo, que significa dos cosas: que, al igual que Calvino y como resultado directo de su herencia intelectual, los criptocalvinistas están construyendo el Reino de Dios en la Tierra, un sistema político que pretende erradicar toda forma de injusticia; y que prefieren no reconocer esta caracterización de su misión y su herencia.

Un problema es que ya existe un cisma luterano primitivo llamado criptocalvinismo. Pero también existe algo llamado calvinismo. Ambos términos se utilizan habitualmente para describir doctrinas teológicas, como la predestinación, la gracia, etc.

Me parece fascinante observar las luchas que mantenía la gente antaño en torno a la teología cristiana. A los lectores modernos, especialmente a los no teístas como yo, pero sospecho que también a los cristianos, les cuesta entender la inversión emocional en estos detalles del universo celestial. Quizá lo más fácil sea verlos como meros identificadores tribales, la versión del siglo XVI del Manchester United, Hamás o los Crips. Sin embargo, esto me parece irrespetuoso y presentista. Los lectores con mejor ojo para la historia están invitados a comentar.

En cualquier caso, mi interés (y creo que el de la mayoría de los lectores) no es la teología, sino la cultura, el gobierno y la evolución de las ideas. Stalin para mí sigue siendo parte de la historia del marxismo, aunque pocos puntos de la doctrina de Marx puedan identificarse en sus acciones. Las ideas y las lenguas tienen patrones similares de evolución, y no es un error que el inglés antiguo y el inglés moderno compartan nombre, aunque ambos no sean ni mucho menos mutuamente inteligibles.

Para mí, el calvinismo es un sistema de gobierno que aspira a la justicia total. Como lo describe Stefan Zweig, en su maravillosamente dramático El derecho a la herejía: Castellio contra Calvino [En España Castellio contra Calvino. Conciencia contra violencia].

Maestro en el arte de la organización, Calvino había sido capaz de transformar toda una ciudad, todo un Estado, cuyos numerosos burgueses habían sido hasta entonces hombres libres, en una maquinaria de rígida obediencia; había sido capaz de extirpar la independencia y de embargar la libertad de pensamiento en favor de su propia y exclusiva doctrina. Los poderes del Estado estaban bajo su control supremo; las diversas autoridades eran como cera en sus manos: el Ayuntamiento y el Consistorio, la universidad y los tribunales, las finanzas y la moral, la palabra escrita y la hablada e incluso la susurrada en secreto.

Zweig describe el Consistorio, la policía religiosa de Ginebra:

Los miembros de esta cheka moral metían los dedos en todos los pasteles. Palpaban los vestidos de las mujeres para comprobar que sus faldas no fuesen demasiado largas o demasiado cortas, o si tenían volantes superfluos o aberturas peligrosas. La policía inspeccionaba cuidadosamente el recogido del pelo para comprobar que no se elevase demasiado; contaban los anillos en los dedos de la víctima, y miraban cuántos pares de zapatos había en su armario. Del dormitorio pasaron a la mesa de la cocina, para comprobar si la dieta prescrita excedía de una sopa o un plato de carne, o si había dulces y mermeladas escondidos en alguna parte.

Y la quema de Miguel Servet:

Las cadenas atadas a la estaca se enrollaron cuatro o cinco veces alrededor de ella y alrededor del cuerpo consumido del pobre desgraciado. Entre éste y las cadenas, los ayudantes del verdugo introdujeron el libro y el manuscrito que Miguel Servet había enviado a Calvino bajo sello para pedirle su fraternal opinión al respecto. Finalmente, en señal de desprecio, se colocó sobre la frente del mártir una corona de hojas impregnadas de azufre. Los preliminares habían terminado. El verdugo encendió las hogueras y comenzó el asesinato.

Cuando las llamas se alzaron a su alrededor, Miguel Servet profirió un grito tan espantoso que muchos de los espectadores apartaron la vista del lamentable espectáculo. Pronto el humo se interpuso como un velo ante el cuerpo que se retorcía, pero los gritos de agonía se hicieron cada vez más fuertes, hasta que al final llegó un grito implorante: «¡Jesús, Hijo del Dios eterno, ten piedad de mí!». La lucha con la muerte duró media hora. Luego las llamas se apagaron, el humo se dispersó, y unida a la estaca ennegrecida quedó, por encima de las brasas incandescentes, una masa negra, nauseabunda y carbonizada, que había perdido la apariencia humana.

Pero Zweig (cuyo El Mundo de Ayer es de lectura obligatoria) es todo lo justo que puede ser:

Es cierto que se sacrificó la variedad dinámica a la monotonía, y la alegría a la corrección matemática; pero, a cambio, la educación se elevó hasta ocupar un lugar entre las artes. Las escuelas, las universidades y las instituciones de beneficencia eran incomparables; las ciencias se cultivaban con esmero…

Esto no suena nada extraño, como tampoco la primera cita anterior. A menos que se trate de «Punch» Sulzberger, ningún papa protestante preside esta nueva Ginebra del Occidente de posguerra; y, sin embargo, las opiniones de nuestros profesores, periodistas y funcionarios son, en términos históricos, notablemente sinópticas. (Por supuesto, todos ellos podrían tener razón).

Pero las otras dos citas nos parecen extrañas. Nadie quema herejes hoy en día. Ni siquiera racistas, aunque, como Castellio, tienen algunos problemas para seguir trabajando. No tenemos policías religiosos que acaricien los vestidos de las mujeres, aunque, por supuesto, es importante reciclar.

Y en la medida en que somos religiosos, seguimos casi exclusivamente la teología de Miguel Servet, que tiene derecho a ser considerado el primer unitario. La mayoría de las confesiones cristianas siguen siendo técnicamente trinitarias, pero pocas hacen gran hincapié en ello.

Los detalles cambian. Los detalles siempre cambian. En tiempos de Calvino, el peinado llamativo ofendía a Dios. Hoy, quemar combustibles fósiles es malo para el medio ambiente. Un lógico hábil puede argumentar cualquier punto. Se pueden emplear todo tipo de pruebas, bíblicas o científicas.

Pero como cualquier Castellio podría decirte, ningún Calvino llegará nunca a la conclusión de que el peinado llamativo agrada a Dios, o que quemar combustibles fósiles es bueno para el Medio Ambiente. Se busca la evidencia y, obediente ella, aparece. Pocos lo dudan, y ninguno argumenta lo contrario. El calvinismo habla con una sola voz.

Como revela este magnífico artículo de TIME (que ya he citado antes), hace 65 años el Consejo Federal de Iglesias, una organización de sectas protestantes tradicionales con raíces calvinistas, respaldó un sistema de gobierno mundial sorprendentemente similar al que apoyan hoy las personas bienpensantes, como Bono.

TIME describió este programa como «superprotestante», y si a los lectores modernos les desconcierta el uso de este término, pueden consultar obras como The War for Righteousness: Progressive Christianity, the Great War, and the Rise of the Messianic Nation, de Richard Gamble, que se remonta otros 30 años atrás y está repleta de un calvinismo de un tipo mucho más militante que hiela la sangre. Esta misma vertiente se remonta a las Biblias de Beecher, los puritanos, Cromwell y su república de santos, y en última instancia, por supuesto, al propio Calvino.

Pero, en algún momento de los últimos 60 años, desaparece. El descendiente moderno del «superprotestantismo» es obvio. De vez en cuando incluso afirmará «recuperar el cristianismo», como Barack Obama. Pero tal audacia es rara, y en su mayor parte el criptocalvinismo es simplemente «secular». Por lo que la mayoría de la gente sabe hoy en día, nació siendo ya adulto en 1945, como Minerva de la cabeza de Zeus. O ha existido desde siempre. O se crean versiones antiguas del mismo en generaciones anteriores, al estilo clásico de la historia Whig.

Yo veo la secularización como una extensión del ecumenismo, el proceso que nos dio el Consejo Federal de Iglesias por primera vez. En el siglo XX, el racionalismo —la afirmación de que las creencias de uno se derivan de la razón y la ciencia— siempre superará a la justificación de la revelación. Por supuesto, un auténtico librepensador no tiene motivos para creer en tal afirmación. Pero tampoco un auténtico metodista tiene motivos para quedar bien con un auténtico presbiteriano.

Otro beneficio de la secularización es que el criptocalvinismo, a diferencia del «superprotestantismo», puede retorcer la Primera Enmienda y la tradición humanista general de tolerancia religiosa para convertirlas en un arma con la que asaltar a sus enemigos, los cristianos revelacionistas no reformados. Antes de la década de 1950, la naturaleza de EEUU. como nación cristiana era generalmente aceptada. Pero cuando el Tribunal [Supremo] de Warren revisó esta tradición, tenía la letra de la ley (si no su significado histórico) de su parte. En efecto, el criptocalvinismo ascendió al poder a través del cristianismo, y luego utilizó ese poder para «quitar la escalera» —una clásica maniobra maquiavélica.

Por supuesto, todos estos cambios son adaptativos, más que conscientes. No existe un complot. Los Illuminati no están implicados. El milagro de la evolución es que sus resultados son indistinguibles del producto de un diseñador inteligente. O, en este caso, de un conspirador inteligente.

Un hecho fascinante sobre la mutación de la secularización es que, al igual que el gen humano de la tolerancia a la lactosa, ha surgido espontáneamente más de una vez. La relación entre el calvinismo y el rousseaunianismo es muy parecida a la existente entre el superprotestantismo y el universalismo liberal. Rousseau, por supuesto, procedía de Ginebra, y Robespierre utilizó el mensaje nominalmente no cristiano del amor universal de Rousseau para establecer un reinado que hizo que Calvino pareciera Coolidge. De hecho, a través de Hegel, el nacionalismo idealista rousseauniano contribuyó significativamente al cristianismo progresista de Woodrow Wilson, que por supuesto engendró el «superprotestantismo». Al igual que las lenguas, las ideas tienden a tener árboles genealógicos que son en realidad dags.

Ya que he cambiado el nombre, permítanme repetir los cuatro ideales del criptocalvinismo: Igualdad (la fraternidad universal del hombre), Paz (la inutilidad de la violencia), Justicia Social (la distribución equitativa de los bienes) y Comunidad (el liderazgo de servidores públicos benévolos).

Los criptocalvinistas creen que estos ideales son universales, que pueden derivarse de la ciencia y la lógica, que ninguna persona razonable y bienintencionada puede discutirlos y que su práctica, si se aplica correctamente, conduce a una sociedad ideal.

Yo creo que son arbitrarios, que son heredados del cristianismo protestante, que sirven principalmente para justificar el dominio del establishment criptocalvinista, o Polígono, y que son una fuente principal de corrupción, tiranía, pobreza y guerra.

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