«Nomos», como en el gran libro de Carl Schmitt Nomos de la Tierra, es una palabra griega que suele traducirse como «ley». Yo creo que es mejor traducirla por «norma»: las normas de la tierra.
La diferencia entre una ley y una norma es que ningún poder impone una norma. Por ejemplo, lo que entendemos por «Internet» es una norma llamada TCP/IP. Nadie obliga a su ordenador a hablar TCP/IP. Sencillamente no tiene sentido hablar de otra manera.
Internet es hermoso porque no tiene (casi) gobierno central. ¿Con qué criterios deberíamos gobernar la Tierra, que tampoco tiene (casi) gobierno central?
Las normas son bellas porque se imponen por sí mismas sin ley. Y, por supuesto, por definición, no hay ningún poder por encima del poder de los Estados soberanos que pueda imponerles de algún modo una ley positiva; si lo hubiera, no serían soberanos.
Las normas son leyes, sólo que leyes naturales, como la ley de que 2+2=4. Cuando hablamos de ley natural, en contraposición a la ley positiva de un poder supremo, hablamos de una norma que aplicada por todos beneficiaría a todos y cuya desobediencia no tiene incentivo alguno. El protocolo TCP/IP no funcionaría si cualquier nodo de la red tuviera una motivación para desobedecerlo.
Normalmente hablamos de la ley natural de los individuos humanos: las normas ideales para una organización anárquica (por ejemplo, entre náufragos en una isla desierta). El Burning Man puede organizarse casi de esta manera. Burning Man no carece en absoluto de gobierno, ni todos los seres humanos están hechos para ser burners; tampoco se nos irá pronto de la mente la imagen de los parapentistas de Hamás asediando una rave israelí, lobos voladores con ametralladoras para atormentar a estas mansas ovejas humanas. «Paz, amor, unidad, respeto». Dejando aparte a los burners y a otras poblaciones altamente seleccionadas, la mera anarquía no tiene recorrido. Los humanos somos meros chimpancés tuneados y siempre necesitaremos leyes positivas de poder para que nuestra paz esté forjada en hierro. Pero nuestras leyes e instituciones son bienaventuradas cuando no desafían el patrón fundamental de la ley natural que está grabado en piedra por nuestra realidad fisiológica.
Pero entre los Estados también existe una ley natural. Es la ley natural de las naciones, uno de los grandes descubrimientos de la civilización europea en la época clásica. Redescubramos esta Atlántida perdida del nomos, de las normas, e intentemos aplicarla a las noticias nocturnas de esta semana.
Depuración del Derecho internacional
Tenemos mucho «derecho internacional» e «instituciones internacionales». El mundo de 2023 no sólo tiene un nomos: tiene un sistema operativo de gobernanza global.
¿Funciona este sistema operativo? ¿Es buen código? ¿Quién escribió este código, cómo, cuándo, por qué y dónde? Estas son las preguntas básicas de ingeniería que deberíamos hacernos cuando vemos cualquier desastre de gobierno que no parece tener sentido. Comparado con el colapso de un gobierno, el colapso de un puente es un trompazo sin importancia.
Cuando vemos cosas horribles en nuestra pantalla de televisión —úlceras interminables de guerras sin sentido; pifias geopolíticas sin solución—, quizá sea porque el sistema operativo del mundo no funciona bien. No está haciendo su trabajo. O puede que al menos pudiera hacerlo mejor.
¿Por qué no funciona bien este sistema operativo? Una teoría es que el derecho internacional positivo del siglo XXI se ha desviado del derecho natural de las naciones tal y como se entendía en el siglo XVIII.
Una vez que dejamos de creer en las normas en las que fuimos educados, ¿qué hacemos? En primer lugar, debemos eliminar por completo de nuestra mente las normas rotas. En segundo lugar, debemos encontrar y adoptar normas nuevas y mejores.
Dado que la naturaleza del siglo XVIII (personas diferentes que utilizan tecnologías diferentes) es tan diferente de la del siglo XXI, las doctrinas del siglo XVIII necesitarán una actualización. Pero los principios filosóficos fundamentales del derecho natural de gentes nunca cambian y nunca lo harán. ¿Por qué no redescubrirlos? O, al menos, ¿reinventarlos?
Utilicemos una guerra actual —la nueva guerra de Gaza de 2023— como ejemplo de esta idea. Enseguida vemos que esta guerra, una pequeña parte del conflicto árabe-judío en Tierra Santa que ha estado centelleando a lo largo del último siglo, no terminará en paz, amor, unidad o respeto. A John Lennon no le quedará otra que seguir imaginando.
El nomos global del siglo XX y principios del XXI, diseñado por los hombres más eruditos de la época, que profesaban un inagotable deseo de paz, ha fracasado rotundamente en este pequeño rincón de la tierra a la hora de traer la paz. ¿Cómo pudieron equivocarse estos grandes astrólogos?
¿Y cómo podemos librarnos de sus sueños extraños e imposibles y trabajar por un mundo que funcione? En palabras de Paul Kruger, «tomando lo que funcionó en el pasado y utilizándolo para construir el futuro». Empecemos con un ejemplo pequeño y local.
Descerebrados en Gaza
Nací en 1973, el año de la Guerra del Yom Kippur. Cincuenta años después, los judíos de Tierra Santa han vuelto a ser tomados por sorpresa y masacrados. Y de nuevo los judíos contraatacan, recuperan la ventaja y son refrenados por sus amigos extranjeros.
¡Ignora la teoría de la conspiración de que Israel está controlado por los judíos! Israel es como cualquier otro lugar, idiota. Israel está controlado por el Departamento de Estado. De un periódico israelí:
El Secretario de Estado Anthony Blinken se sentó anoche con el gabinete de guerra [israelí] y dictaminó que se hicieran concesiones humanitarias a Gaza.
Blinken permaneció en el cuartel general de las IDF [Ejército Israelí] en la Kirya, en Tel Aviv, y esperó a que el gabinete aprobara sus exigencias. El gabinete discutió la redacción exacta de la decisión durante horas, y en cada ocasión se pasaban borradores entre la sala del gabinete y la habitación de Blinken en la Kirya, a pocos metros de allí.
Aproximadamente a las 3 de la madrugada, llegaron a un acuerdo sobre el texto, que se leyó en inglés en la sala del gabinete. Algunos ministros pidieron que se leyera también en hebreo y alegaron que ciertas palabras podían interpretarse erróneamente. Así pues, los ministros formularon una versión consensuada, que fue trasladada a la sala de Blinken, quien aprobó el borrador.
¡Y luego habrá quien llame imperio a los Estados Unidos! En serio, Jerjes reconocería este procedimiento. Por otra parte, el Secretario Blinken forma parte de la persuasión hebraica, así que…
Blinken, un mocoso globalista/judío internacional como yo, es el mejor amigo de la infancia de Rob Malley, el zar de la política iraní de Biden, hijo del tecermundista literario Simon Malley, que fue el mejor amigo de Yasser Arafat, y que en un paralelismo asombroso con Alger Hiss efectivamente contrató agentes iraníes en el gobierno de Estados Unidos. Irán es el principal patrocinador estatal de Hamás. Así que…
Así que, sobre el papel, Israel se rige por el «orden basado en reglas» del «derecho internacional». ¿Quiénes son los expertos en este orden? Resulta que el Departamento de Estado, al ser tan elitista y todo eso, conoce tan bien las reglas que nunca las rompe. Y por supuesto ¡también puede decirles a los demás cómo no romperlas nunca! Un trabajo duro, pero alguien tiene que hacerlo. La política exterior de EEUU: manteniendo el mundo seguro, pacífico y libre desde 1919, señoras y señores.
Obviamente, el «derecho internacional» y el «orden basado en reglas» de principios del siglo XXI evolucionaron a partir del nomos liberal angloamericano de los siglos XIX y XX. Aunque nuestro nomos actual utiliza el lenguaje diplomático de los siglos XVI, XVII y XVIII, retuerce sutilmente este lenguaje hasta describir un orden unipolar —es decir, un imperio— mientras denigra a su predecesor multipolar calificándolo de «anarquía internacional».
Pero cuando dejamos atrás toda esta verborrea, todo este papel… ¿qué vemos? ¿Qué está pasando aquí? Jerjes reconocería este procedimiento. Pero a uno le da la impresión de que Jerjes al menos elegiría un bando. En el conflicto de Gaza, ¿alguien sabe de qué lado estamos? ¿Hay alguien ahí?
Los Estados Unidos de Michael Vick
¿Qué está ocurriendo realmente en Gaza? ¿Cómo se puede contar la historia de forma sencilla? Una forma de verlo es pensar en perros. En un orden mundial unipolar, el imperio central ama a sus «aliados». O debería. Y usted también quiere a su perro. O debería. Pero…
Una forma de ver la política exterior estadounidense es como un foso de peleas de perros que se hace pasar por una clínica veterinaria. A veces los perros se pelean en el veterinario. Pero en el veterinario, lo normal en una pelea de perros es separarlos. En cualquier contexto en el que separarlos no sea la solución habitual a una pelea de perros, compruebe su GPS. Puede que se encuentre en un foso de peleas de perros.
En el Imperio Americano Global (EAG), o en cualquier orden unipolar, todos los conflictos pueden clasificarse en cuatro tipos de peleas de perros:
1. Peleas de perros en las que Estados Unidos no tiene ningún perro.
2. Peleas de perros en las que Estados Unidos tiene un perro.
3. Peleas de perros en las que Estados Unidos tiene dos perros.
4. Peleas de perros en las que Estados Unidos salta personalmente al foso.
Esta sencilla teoría puede ayudarle a comprender todo tipo de relaciones internacionales. Por ejemplo, el actual conflicto entre Azerbaiyán y Armenia (vea más abajo) es un conflicto de tipo 1. La actual guerra de Ucrania es un conflicto de tipo 2. La guerra de Vietnam fue un conflicto de tipo 4.
Se verá fácilmente que la guerra de Gaza es una guerra de tipo 3. Nuestras guerras de tipo 3 son las peores, por razones obvias. Al menos las guerras de tipo 4 terminan rápidamente (o solían hacerlo, je je).
Prenderle fuego
¿Qué ha pasado aquí? ¿Por qué tenemos dos perros en la misma pelea? ¿Cómo hemos pasado del orden internacional basado en reglas al nomos de Bad Newz Kennels? ¿El propósito de la política exterior de EE.UU. consiste únicamente en generar porno de tanques y películas snuff rodadas con GoPro?
¿Cuál es la política exterior estadounidense? ¿Cuál debería ser, suponiendo un orden unipolar en el que Estados Unidos sea al menos el primero entre iguales en fuerza económica y militar? ¿Hacia dónde debemos ir? ¿Dónde estamos? ¿Cómo hemos llegado hasta aquí? ¿Cómo llegar hasta allí?
Estas preguntas ya fueron respondidas en 1850 por Thomas Carlyle, quien escribió sobre el Ministerio de Asuntos Exteriores británico —el corazón del orden mundial del siglo XIX — que sólo existía «una reforma posible para el Ministerio de Asuntos Exteriores: prenderle fuego». Esto no se hizo.
En 1914, la diplomacia inglesa había apilado el polvorín que incendió el mundo victoriano: una teoría de la gran estrategia cuya base factual estaba constituida en su mayor parte por preocupaciones abstractas sobre proyecciones de la capacidad industrial alemana, etcétera. Tal vez tuvieran razón y todos hubiéramos llevado cascos con pinchos. Pero en cualquier caso, en 1914, el Ministerio de Asuntos Exteriores quería sin duda una guerra —y sin duda hicieron todo lo que pudieron para conseguirla— y sin duda consiguieron una. Y la ganaron.
Y aunque, gracias a las deudas que contrajeron, Gran Bretaña perdió propiamente su supremacía unipolar, y el centro del orden angloamericano se trasladó a Washington después de 1918, las tradiciones y normas de la diplomacia angloamericana han permanecido intactas, aunque por supuesto cambiantes, hasta nuestros días. Cuando hablamos de relaciones internacionales, pensamos en el lenguaje de la tradición angloamericana.
Desde los primeros días del movimiento de arbitraje internacional del siglo XIX, el impulso de esta tradición ha sido abandonar la ley natural de las naciones, un sistema de normas multipolares entre iguales, y sustituirlo por una ley positiva del poder. Este derecho positivo entra en vigor mediante «alianzas» de la potencia unipolar angloamericana con sus leales Estados clientes.
En 1914, por ejemplo, a Alemania se le presentó una disyuntiva diplomática: o bien entrar en guerra para preservar su soberanía, o bien aceptar que la disputa entre Austria y Serbia (siendo el régimen serbio claramente culpable de complicidad en el asesinato del heredero austriaco al trono) fuera juzgada por Inglaterra, a la manera del Secretario Blinken, mediante su método preferido de «arbitraje internacional».
Austria era cliente de Alemania. Serbia, que entonces se deletreaba «Servia» —fue literalmente rebautizada «valiente Serbia» durante la guerra porque «Servia» recordaba demasiado a «servil»— era cliente de Rusia, que era cliente de Francia, que era cliente de Inglaterra. Aceptar que debes ser juzgado por tus enemigos es rendirse a tus enemigos.
En el antiguo nomos de la tierra —las normas a las que todavía se aferraba la diplomacia alemana, un siglo después de Waterloo—, el derecho a hacer la guerra era el derecho más fundamental de un Estado soberano. En el nuevo nomos, hacer la guerra —sin la aprobación del Departamento de Estado, por supuesto— es fundamentalmente un crimen. Una violación de los derechos humanos.
Supuestamente, nos preocupamos mucho por la paz y los derechos humanos. Si nos importaran de verdad, podríamos preguntarnos: ¿está funcionando todo esto? ¿Funciona para los no estadounidenses? ¿Funciona para los estadounidenses? ¿Funciona para alguien? ¿Está logrando un altruismo eficaz?
El viejo y el nuevo camino
Si tener dos perros en la misma pelea—mientras rondamos cerca del foso, amenazando con saltar nosotros mismos— es la reductio ad absurdum de la política exterior unipolar, ¿cuál es la política exterior adecuada de un Estado soberano que es fuerte o totalmente supremo?
En mi opinión, Carlyle también acertó en eso:
Nuestro interés inglés en [cualquier] controversia, por muy grande que sea, es bastante insignificante; sólo tenemos algo que decir al respecto:
«Rabien y alboroten todo lo que quieran, malditos huérfanos y despojos; luchen y contiendan como mejor les parezca, y macháquense unos a otros hasta la aniquilación a su gusto. Nosotros, gracias a nuestros heroicos antepasados, habiendo avanzado tanto por delante de ustedes, ahora no tenemos ningún interés en absoluto en ese enorme conflicto, lúgubre pero inevitable. Nuestro dictamen concluyente es que en ese caso los muertos deben enterrar a sus muertos: y así tenemos el honor de ser, con distinguida consideración, sus enteramente devotos,
–FLIMNAP, SEC. DEPARTAMENTO DE ASUNTOS EXTERIORES».
Realmente creo que Flimnap, hasta que lleguen tiempos mejores, debería tratar gran parte de su trabajo de esta manera: cauteloso [para no] ofender a sus vecinos; decidido a no involucrarse en cualesquiera de sus operaciones de autoaniquilación.
Alexander Hamilton, escribiendo para George Washington, lo expresó de forma más sucinta:
La gran regla de conducta para nosotros con respecto a las naciones extranjeras es, al extender nuestras relaciones comerciales, tener con ellas la menor conexión política posible.
John Quincy Adams, escribiendo para James Monroe, lo dijo de nuevo:
Nuestra política con respecto a Europa, que fue adoptada en una etapa temprana de las guerras que durante tanto tiempo han agitado esa parte del globo, sigue siendo, sin embargo, la misma, que consiste en no interferir en los asuntos internos de ninguna de sus potencias; considerar al gobierno de facto como el gobierno legítimo para nosotros; cultivar relaciones amistosas con él, y preservar esas relaciones mediante una política franca, firme y viril, satisfaciendo en todos los casos las justas reclamaciones de cada potencia, sin someternos a las injurias de ninguna.
Hasta Gene Roddenberry puso su granito de arena con una política exterior interestelar de Flimnap, con la Orden General 1, también conocida como la «Directiva Primaria»:
Ninguna nave estelar puede interferir en el desarrollo normal de cualquier forma de vida o sociedad alienígena.
En la era de Elon Musk, la «Directiva Primaria» empieza a sonar casi literal. Pero cuando Alexander Hamilton está de acuerdo con Gene Roddenberry, ¿qué podría ser más americano? ¿Cuál es la política exterior de Flimnap? No es otra que el viejo nomos de la tierra: el viejo orden de Westfalia, tal y como lo elaboraron escritores desde Grocio a Vattel. Pasado, presente y futuro pueden darse la mano en la ley natural de las naciones.
Pero a menos que tomemos este supuesto aislacionismo como la política exterior tradicional estadounidense, hay un lado más oscuro en la historia de Estados Unidos.
Porque podemos leer estas exhortaciones no como una afirmación de buenas ideas que son obvias para los estadounidenses, sino como un rechazo de ideas terribles que siguen sucediéndose entre los estadounidenses.
Hamilton y Adams, por no hablar de Roddenberry, son como borrachos hablando de lo horrible que es la bebida. Y como borrachos, como americanos, deberían estar al tanto de ello. Y no hay nada más americano que el imperialismo misionero. Los británicos lo inventaron, pero nosotros lo perfeccionamos.
Desde el ciudadano Genêt en 1793 hasta la guerra de Gaza de 2023, los estadounidenses siguen volviéndose adictos a la heroína de la política exterior. Nosotros siempre hemos estado colocados con nuestras propias provisiones. Para nosotros, es un vicio casi inofensivo. Pero para el resto del mundo, el opio político estadounidense es una droga mortal. A los consumidores les encanta: pregunten a los ucranianos. Te presentarán sus muertes, amputaciones, etc., con el loco regocijo de un yonqui exhibiendo sus llagas y su sonrisa vacía. Y también a los pitbulls les encanta el foso.
¿Es usted adicto al imperialismo misionero angloamericano? Póngase a prueba con dos sencillas comprobaciones. ¿Le preocupa de verdad, emocionalmente, la difícil situación de los palestinos? ¿Sabe usted dónde está Stepanakert? Si sus respuestas son «sí» y «no», respectivamente, necesita ayuda.
Wer redet heute noch von der Vernichtung der Armenier?
¿Qué significa tener un perro en la pelea? ¿En qué consiste esta relación hombre-perro, este sistema de clientes y «aliados» y «líderes», quislings y satélites y Estados títere? Está claro que no fue un invento del Departamento de Estado.
Muchos occidentales están muy preocupados por la difícil situación de los palestinos. Según ellos, esto tiene que ver con el «altruismo»: preocupación por otros seres humanos, por distantes que estén, por diferentes que sean. En términos de Peter Singer, están ampliando su círculo de preocupación: hacer algo pequeño para salvar a un niño palestino al otro lado del mundo parece tan importante como salvar a un niño que se ahoga en una piscina delante de usted.
Pero, ¿es su círculo un círculo? Si el círculo de la preocupación fuera realmente un círculo de preocupación, si sus raíces emocionales consistieran en expandir el instinto mamífero de la empatía a través de la abstracción del globo universal, el círculo tendría la forma de un círculo. No debería importar si el niño que se ahoga, víctima de la guerra o de la limpieza étnica, es árabe, judío… o armenio.
«¿Quién habla estos días —preguntó Hitler en un discurso privado— de la aniquilación de los armenios?». En realidad, hace menos de un mes al tiempo de escribir este texto, en un «conflicto de tipo 1» en el que Estados Unidos no tenía ningún perro, doscientos mil armenios fueron objeto de una limpieza étnica. No hubo manifestaciones. No hubo apasionadas cartas de grupo en Harvard y Yale. A nadie le importó. Y esto, según argumentaré, fue algo bueno.
Si se preocupa por los palestinos pero no por los armenios, su círculo de preocupación no tiene forma de círculo. Sugiero que esto se debe a que no es en absoluto un círculo de preocupación. Es más bien una pirámide de patrocinio o, en su versión más degradada, de filantropía telescópica. Si los seres humanos fueran ángeles, Peter Singer nos enseñaría a todos a ser budas vivientes. Como los humanos somos humanos, nos está enseñando a todos a ser la señora Jellyby. En mi familia hay arabistas: un tío mío fue rector de la Universidad Americana de Beirut. Y tengo una tía, sin sangre semita desde José de Arimatea, que es la viva imagen del personaje de Dickens (sin, para ser justos, la negligencia familiar).
A lo largo de su historia, el sistema angloamericano de imperialismo misionero se hace cada vez menos imperialista y más misionero. Los primeros comerciantes, soldados y colonos desaparecen. Florecen los profesores, los diplomáticos y los cooperantes. Todo se convierte en la Expedición al Níger de 1841. (Se pronuncia knee-zhay, por supuesto.)
Los lazos entre el mundo árabe y la élite angloamericana, especialmente las élites protestantes WASP [protestantes, blancas y anglosajonas] de Nueva Inglaterra, tienen más de un siglo. La Universidad Americana de Beirut, por ejemplo, se fundó en 1866. Y aunque los misioneros de Harvard fueron a Oriente Próximo a predicar el cristianismo, pronto descubrieron que predicar el liberalismo era mucho más beneficioso para su salud.
Lo que falló con los armenios fue que esta relación nunca funcionó del todo. Para empezar, siempre fue extraño enviar misioneros cristianos a cristianos. Se podría pensar que los armenios, al ser cristianos, serían mejores perros cristianos. Pero, en realidad, todo ello acaba resultando extraño, como contratar a tu primo para que te limpie la casa.
Así que los armenios, durante los últimos 150 años, han estado intentando construir esta relación y fracasando. Como Elie Kadourie demostró de forma memorable en The Chatham House Version, el genocidio armenio de la Primera Guerra Mundial no puede entenderse fuera del contexto del intento aliado de crear un nuevo Estado armenio cliente a partir de los restos otomanos y, como siempre, los diplomáticos fueron precedidos durante mucho tiempo por los misioneros. Simplemente no funcionó.
Del mismo modo, la limpieza étnica de Stepanakert se produjo porque Armenia, por supuesto una exrepública soviética y un Estado cliente de Rusia desde hace mucho tiempo, eligió a un líder proestadounidense. La diplomacia rusa podría haber mantenido fácilmente a raya a Azerbaiyán, pero la diplomacia estadounidense, aunque sin duda se oponía apasionadamente a cualquier tipo de limpieza étnica, no tenía absolutamente ningún poder detrás. Estados Unidos no contaba con ningún movimiento político dedicado a la causa armenia. Estados Unidos no tenía un perro en esa pelea.
¿Y cuál fue el resultado? Doscientos mil armenios perdieron todos sus bienes y tuvieron que convertirse en refugiados. ¿Se lo merecían? Seguro que no. Pero…
¿Perdieron la vida? ¿Fueron masacrados como ovejas o explotaron por los aires? Si se hubieran quedado, quizá. Pero una vez que quedó claro que eran militarmente mucho más débiles que sus enemigos turcos, los armenios de Stepanakert —una ciudad armenia durante siglos— hicieron lo único sensato que cabía hacer y se marcharon. Una verdadera nakba.
Y a nadie le importa. A nadie le importan tampoco los azeríes. Es sólo historia impersonal: el presente se ha convertido, en cierto modo, en pasado. Por accidente y despreocupación, porque el círculo no es en realidad un círculo; por ninguna buena razón.
Y el resultado es… la paz. Paz real, no la paz de «sin justicia no hay paz». Hoy no hay guerra en Nagorno-Karabaj, porque se probó la fuerza y el vencedor era indiscutible. La guerra, y no los himnos, es siempre el camino hacia la paz.
Sí: independientemente del derecho, el fuerte prevaleció y el débil concedió. La lección de la lógica, por no hablar de la historia, es que el derecho no puede superar a la fuerza. La fuerza hace el derecho, porque el derecho carece de sentido a menos que lo imponga la fuerza. La manera de enderezar el mundo no es derrotar a los poderosos, sino hacer que los poderosos sean íntegros.
Técnicamente, se supone que el Departamento de Estado se encarga tanto de Armenia como de Azerbaiyán. Tiene embajadas, por supuesto, en ambos países. Pero, en la práctica, el Departamento de Estado no tiene mucha relevancia en Asia Central en 2023. Por mero desgaste, por indolencia e incompetencia, hemos reinventado el aislacionismo del siglo XXI.
¿Qué significaría aplicar esta doctrina al conflicto árabe-israelí?
El derecho de guerra clásico
De nuevo, en el nomos antiguo, la guerra es el derecho más importante de una nación soberana. Una nación que sigue las antiguas normas hace la guerra cuando otra nación viola sus derechos nacionales. La guerra es la ultima ratio regum, el último argumento de los reyes: una especie de demanda presentada no ante un juez, sino ante Dios, el señor de todas las batallas.
La fuerza siempre da la razón: la victoria crea su propia legitimidad. Como dijo John Adams, «el gobierno de facto es para nosotros el gobierno de jure». Si te has hecho con el control de Francia por cualquier medio, eres el gobierno de Francia —incluso si eres, como Gladstone llamó al Reino de las Dos Sicilias, «la negación de Dios». (Quiero llevar a Gladstone a Nápoles en 2023, para que pueda ver la verdadera negación real de Dios).
Si el resultado de una guerra vecina amenaza tu propia seguridad, por supuesto, tienes una razón para intervenir. Chipre, Jordania, Líbano o Egipto podrían tener una razón para saltar al foso con los perros. Pero Estados Unidos no se extiende mucho al este de Nantucket. Así que la posición clásica de neutralidad parece la más apropiada.
La forma básica en que un país es neutral en una guerra es, como observa Hamilton, comerciando libremente con ambos bandos, pero no vendiendo armas («contrabando de guerra») a ninguno de ellos. Israel no necesita nuestro material ni nuestras subvenciones. Hamás no merece nuestro material ni nuestras subvenciones. Listo. Problema resuelto. Con esta simple política, imagine cuánta gente podría despedir el Departamento de Estado y el Pentágono.
Pero ¿cuál es la política adecuada para Israel, que está en guerra? Como bando más fuerte, Israel necesita imponer una paz justa.
El problema fundamental de la coexistencia árabe-judía en Tierra Santa es que los árabes sienten que la tierra les pertenece y se sienten con derecho a expulsar a los judíos de ella, a la vieja usanza, matándolos siempre que sea posible.
Posiblemente incluso diciendo la verdad, Hamás llegó a explicar que al menos muchas de las masacres en los kibbutzim cercanos a Gaza —algunos de los kibbutzim más liberales y elitistas de Israel y, por supuesto, los fiesteros del Supernova tampoco eran precisamente haredim orando— ni siquiera fueron obra de su organización. Las masacres, nos asegura Hamás, fueron llevadas a cabo por ciudadanos privados de Gaza: mamás que llevan al niño al fútbol y gente así. Muy bien, fabuloso.
Dado que los judíos también consideran que la tierra les pertenece, es necesaria una demanda. En un mundo en el que las «Naciones Unidas» no existieran y en el que Estados Unidos no tuviera ningún perro en esa pelea, en lugar de tener dos, esta demanda adoptaría la forma de una guerra. Y los judíos, al ser más fuertes, ganarían esta guerra, incluso contra todo el mundo árabe y musulmán. Como esto está claro para todo el mundo, no es necesaria ninguna violencia.
Resulta hilarante escuchar a personas inteligentes discutir sobre la ética de asediar Gaza, como si esta idea de «asedio» no se hubiera producido nunca en la historia de la humanidad. En realidad, no hay ninguna razón para que haya violencia significativa en Gaza: sin agua, electricidad, alimentos, combustible e Internet, todo lo cual procede de Israel o al menos llega a través de Israel, Hamás está indefensa.
El nomos clásico de la tierra prohíbe la violencia innecesaria contra los civiles. Todo lo que sea militarmente necesario, como un asedio y/o un bloqueo, es absolutamente permisible. Dado que ninguna norma puede tener éxito si incluye un incentivo para apartarse de ella, no hay manera de que una norma viable (en contraposición a una ley positiva aplicada por el Secretario Blinken) prohíba la táctica militar común y esencial de asedio de una ciudad.
Por ejemplo, está claro para cualquier persona cuerda que si Israel pudiera instalar un dispositivo técnico en sus bombas que impidiera que mataran a civiles, lo haría al instante. Pero esta tecnología no existe. Sin embargo, la tecnología para no disparar en una fiesta de baile sí existe, y Hamás no tiene ningún interés en utilizarla.
Incluso cuando asedia y bombardea Gaza, Israel está siguiendo las normas europeas de la guerra, porque los israelíes no desean causar daños innecesarios a los civiles y, de hecho, con frecuencia infringen las normas de la guerra en la dirección equivocada: restringiendo su propio poder. Hamás nunca restringe su propio poder para preservar vidas israelíes; esto es inimaginable. Por supuesto, dado que Hamás es mucho más débil, tampoco resulta sorprendente.
Incluso en la Segunda Guerra Mundial, la campaña angloamericana de «bombardeo estratégico» contaba al menos con la disculpa de «interrumpir la producción enemiga», etcétera. Para los historiadores está perfectamente claro que tanto Arthur Harris como Curtis LeMay habían adoptado la teoría de Giulio Douhet de aterrorizar con bombardeos aéreos, una teoría que culminó en la destrucción aérea totalmente innecesaria de Dresde y Tokio, Hiroshima y Nagasaki. Lugares en los que murieron muchas niñas pequeñas. Aun así, si las bombas atómicas tuvieran un interruptor de «pero no mates a las niñas pequeñas╗, incluso los sanguinarios estadounidenses de 1944 lo habrían accionado. Pero…
La respuesta
¿Cómo abordaría el problema de Hamás y Gaza un Israel soberano y sensato, que operase en un renovado nomos multipolar? En primer lugar, abordaría las causas profundas de la crisis: enviaría a casa al Secretario Blinken, a su séquito y a toda la embajada estadounidense. En primera clase, quizás. Merece la pena.
Segundo, llamaría a los chinos y contrataría a su fracasada industria de la construcción para que construyan una ciudad fea, chapucera y sin alma para dos millones de personas, en seis meses, junto a Gaza, en Israel pero en la frontera egipcia. Que sea tan horizontal como Gaza es vertical. La dotaría de su propia energía y agua, impulsada por una tubería de agua salada hasta la costa y una línea de gas hasta Israel.
Tercero, y en paralelo, construiría verdaderas fortificaciones militares (no alambradas) alrededor de Gaza, cortaría los servicios públicos y bloquearía los puestos de control y los puertos, y se aseguraría de que hubiese una tienda de campaña segura para cualquiera que pudiera salir. Sobornaría a Egipto para que dejara salir a cualquiera de Gaza como refugiado, y luego lo admitiera inmediatamente en el campamento mientras esperara su nuevo apartamento. Sólo podrían llevarse con ellos las posesiones personales que pudieran ser trasladadas, y nada de armas.
Cuarto. Una vez que los únicos que quedasen en Gaza fuesen soldados sedientos, hambrientos y fanáticos, arrasaría el lugar con todas las armas disponibles y daría a todo el que quisiera morir el martirio que se merece. Trituraría los escombros hasta convertirlos en colinas y los convertiría en un parque nacional.
Quinto. Trasladaría unilateralmente la frontera para que la nueva ciudad de Gaza, sin salida al mar, pasara a formar parte de Egipto. Egipto no tendría por qué dar su consentimiento. Daría a Egipto una fecha para el corte del gas. Los gazatíes serían ahora egipcios, no israelíes, y Egipto podría gobernarlos como quisiera. El resultado sería una paz permanente. Si Egipto no pudiera evitar que los egipcios lanzasen cohetes contra Israel o causaran otro tipo de problemas, por supuesto, será necesaria más guerra.
Nada en esta solución implica ningún tipo de violencia o combate, al igual que la reubicación de los armenios de Nagorno-Karabaj no ha implicado violencia ni combate. Los azerbaiyanos sólo necesitaron unos días de guerra para dejar claro que eran más fuertes. Y los armenios sólo tuvieron que perder sus bienes inmuebles, no sus vidas.
El objetivo del asedio a Gaza no son los civiles: es el régimen militar de Hamás. Si Hamás quiere enviar a sus civiles para que Israel los albergue y alimente, Israel —que es un país moderno— no los tratará como César trató a los galos en Alesia.
Pero si Hamás quiere convertir a sus propios civiles en rehenes —por no hablar de los 200 rehenes que ya ha tomado— Israel no puede impedirlo. No tiene en absoluto la responsabilidad de proteger a los civiles enemigos de su propio gobierno. De hecho, un Israel que se preocupara por su supervivencia nacional trataría a los rehenes israelíes como si ya estuvieran muertos.
Esta solución no es, estoy bastante seguro, lo que sucederá. También estoy bastante seguro de que, a menos que Dios se interese un poco más por el mundo que supuestamente creó, y en particular por las personas a las que supuestamente eligió, no habrá nada reconocible de Israel dentro de 50 años, igual que, después de 30 años de gobierno del secretario Blinken y los de su calaña, no queda mucho reconocible de la antigua Sudáfrica. La diplomacia estadounidense mantiene el mundo seguro, ordenado y libre desde 1919.
Pero así es como la fuerza crea el derecho. Ahora, imaginen esta victoria —la victoria de la fuerza y el orden sobre la agitación y el caos— en todo el mundo, limpiando todas las llagas abiertas del mundo. Al imaginarse la caída del imperio americano se darán cuenta de que, como la URSS (aunque mucho mejor), el Imperio Global Americano puede verdaderamente caer hacia arriba. Casi todos los problemas que supuestamente justifican su existencia se resolverán por sí solos en cuanto desaparezca.